MORIR ES VIVIR UN POCO

Un antropólogo recorre la noción del fin de la vida en los pueblos indígenas amazónicos

 

“Un aspecto muy importante en el mundo indígena es que los muertos son entes solitarios, y la soledad, al igual que la tristeza, como señalé, son enfermedades. Por eso la persona solitaria está en peligro, la soledad la pone en riesgo de estar fuera de esa red de seguridad que son sus parientes. El parentesco es el antídoto contra la muerte en el mundo indígena, y la muerte, el gran enemigo del parentesco, porque transforma al pariente en enemigo”.

A diferencia de lo que ocurre en la cultura occidental, para muchos de los pueblos originarios la muerte deja de constituir un acontecimiento individual; ingresa en contradicción con el hecho social total: el sistema de parentesco. En el pensamiento indígena prácticamente no existe el individuo aislado de la especie, sino el sujeto sujetado (de y) a la comunidad donde reconoce su pertenencia. Preceptos básicos, empíricos, que ponen patas para arriba todo bagaje ideológico naturalizado en el neocapitalismo hegemónico al momento de aproximarse al contacto con una diversidad cultural que resulta extrema: “Como antropólogo estoy obligado a mirar hacia afuera, a colocarme lo más lejos posible, en el lugar de lo más cerca posible (…) El sentido de la extrañeza, la sensación de no estar en el lugar que conoces, de estar fuera de casa, se percibe justamente cuando las personas no están preocupadas ni están hablando de las mismas cosas que uno. El objetivo del antropólogo consistiría, por lo tanto, en descubrir cuáles son las preguntas para las cuales esas vidas, de esas personas, son una respuesta”.

 

Eduardo Viveiros de Castro, el autor.

 

Advertencias amables, indispensables, abocadas a ahuyentar el prejuicio destinado al abismo de la ignorancia disfrazada de saber sabido; etnocentrismo le dicen — modalidad colectiva del narcisismo. Oportunidad invaluable de observarse en ese espejo etnográfico capaz de devolver una imagen a la que se mira cotidianamente desde el ombligo cultural y apreciar que hay otra manera de ver las cosas, de concebir el mundo; que los propios usos y costumbres distan años luz de la validez universal. Como a todo antropólogo responsable que se dirige a un público tal vez neófito, a Eduardo Viveiros de Castro (Río de Janeiro, 1951), formular tales aclaraciones se le torna condición de posibilidad comunicativa dejarlo en claro cada vez que procura adentrarse en esas cosmogonías. Más cuando se trata de bucear en asuntos como el fin de la vida y los procesos revolucionarios. Lo hace en dos conferencias pronunciadas en 2010 y 2014 en San Pablo y Río de Janeiro, respectivamente, “La muerte como casi acontecimiento” y “La Revolución hace el buen tiempo”. Publicadas ambas en Chile durante 2022, llegan recién a nuestro país (la cordillera es alta y el chasqui lerdo, se sabe) en un pequeño volumen de menos de ochenta páginas bajo el título de la primera de las ponencias.

En lenguaje coloquial y evitando categorías técnicas sin explicar, Viveiros desenvuelve su experiencia con los pueblos mal llamados primitivos de la Amazonia profunda bajo su modelo teórico de “perspectivismo amerindio”, legatario de las investigaciones llevadas a cabo en esos territorios en la primera mitad del siglo pasado por el etnógrafo estructuralista Claude Lévi-Strauss (Bruselas, 1908- París, 2008). Dado que la muerte designa ese estado que acude tras el fin de la vida, de ella el conjunto de las culturas sólo establece conjeturas, piedra angular del sistema de creencias, “no es concebida ni vivida de la misma forma, y por lo tanto no es fuente de los mismos problemas”. A diferencia de la tradición judeocristiana para la cual el óbito se atribuye al pecado, en el universo indígena se debe a un equívoco, a “un error de discernimiento, una falta de juicio”, una contingencia. Acto de ignorancia sin maldad, llegado el momento las personas continúan viviendo bajo una forma no humana; animales, plantas, ríos, sucesos atmosféricos, etc. Entonces no se le teme a la muerte, sí a los muertos pues procuran gobernar a los vivos. “Es decir, el vivo se define por el muerto, lo que supone que entre vivos y muertos hay una continuidad fundamental: los muertos nunca dejan a los vivos y los vivos anhelan atraer la buena voluntad de los muertos, buscan su intervención y su favor”.

 

 

Dentro de las comunidades indígenas brasileñas —señala Viveiro—, los fallecidos sienten un profundo rencor por su condición, extrañan a los vivos, los desean. Circunstancia riesgosa que los convierte en un peligro patológico de nostalgia, tristeza y duelo, toda vez que intentan arrastrar a los vivos hacia su mundo. En consecuencia, los rituales funerarios constituyen “un aparato de protección que envuelve y protege”, impide que regresen y establezcan una separación interna entre el (equivalente aborigen del) alma y el cuerpo. Por lo general, los finados se transforman en un animal, preferiblemente en un cerdo salvaje, a quienes consideran semejante al humano: “aparte de ser gregarios y vivir en manada, también son agresivos, ruidosos y sucios”. Principal alimento de su dieta, “provoca una suerte de paradoja: el hecho de que los humanos dependan de la especie que más se parece a ellos y que para sobrevivir la tengan que matar. De ahí viene ese juego en el que los muertos y los vivos pasan de un lado para otro”. Homologación de guerra y cacería (de ahí la antropofagia ritual), impide la domesticación, instrumentalización, esclavitud y maltrato de los animales, considerado una abominación: son portadores de un “alma”.

Como la muerte deja de implicar extinción por describir una transformación, es que el autor la caracteriza como un “casi” acontecimiento, sin dejar de serlo; es “el modo de la narrativa”, el núcleo de los mitos, la razón del ritual, el ordenador social. “En varias lenguas indígenas, incluso existen tiempos, y a veces aspectos verbales, para remarcar precisamente eso: el casi, la inminencia de una acción que no se realizó, una acción que estuvo a punto de ser realizada pero que no resultó. De manera similar, de hecho, nosotros lo marcamos en nuestros tiempos verbales subjuntivo o imperfecto, que son modos del casi, en cierto aspecto”.

De tinte más ambientalista, “La Revolución hace el buen tiempo”, la segunda conferencia, se basa en la continuidad entre medio ambiente y humanidad. Viveiros aplica la noción de Antropoceno, una edad —la actual— de la Tierra “que marca el fin de Occidente como guardián de lo universal. Podemos imaginar incluso que Occidente ya terminó, y que el fin del capitalismo es otra historia”, como los efectos de tamaña mutación en los modos de vida del conjunto de los pueblos. Por lo pronto, erige al modo de figura paradigmática la fantasía de que ahora se come mejor que en la antigüedad “porque hay comida en la mesa del pobre que, aunque venenosa, por lo menos le permitirá morir obeso antes que de hambre”. Desenvuelve criterios contrarios a la ideología de considerar al planeta como mera mercancía de la cual “se puede disponer libre y arbitrariamente”. Al considerar a la humanidad como una fuerza geológica, el autor combina la crisis del capitalismo con los cambios ecológicos, acelerando los tiempos de la naturaleza. “El Antropoceno produce también una discordancia entre las subjetividades clásicas —la clase, la multitud, el pueblo, la nació— y la subjetivación de la especie".

La reversión, ya no de los acontecimientos sino de las contingencias históricas es a lo que Viveiros apunta en lugar de “apretar el estómago para que en vez de absolutamente pésimas, las cosas sean apenas relativamente horribles”. Ni optimista ni pesimista, ni etnocéntrico ni indigenista, la perspectiva antropológica que Eduardo Viveiros de Castro despliega en La muerte como casi acontecimiento, el libro, puede ser fruto de controversias, refutaciones y aportes ampliatorios, sin duda. A favor, en contra o más o menos, ha de resultar imposible fracturar su “perspectivismo amerindio”, contenido político y fervor por la diversidad.

 

 

 

 

FICHA TÉCNICA

La muerte como casi acontecimiento

Eduardo Viveiros de Castro

Traducción de Silvia Veloso

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Santiago de Chile, 2022

80 páginas

 

 

 

 

 

 

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