Moral de combate
Alternativa para los opositores al gobierno que, ya con velocidad, enfilan hacia la pared
Lord Maynard Keynes le atribuía a Lenin haber dicho que si uno quiere poner patas arriba una sociedad no había más que azuzar la inflación. Entre nosotros, si a la observación de Lenin se la encuadra en el horizonte que se resiste a ser de post-pandemia y le sumamos la presión de la deuda externa y la actitud y predisposición que está manifestando el arco opositor, se tiene el derecho a intuir que una potencial crisis política se viene cocinando en la Argentina. Hay un par de circunstancias del ámbito internacional cuyos posibles alcances sugieren ser tenidas muy en cuenta a la hora de articular esa intuición. Una, relacionada con el perfil de la acumulación a escala mundial. La otra, con la superestructura que la maneja en función de la propia lógica de la base sobre la que es erigida.
La geografía global es completamente asimétrica porque la configura, por un lado y cuesta arriba, un centro minoritario en población y territorio (la economía-mundo) y por el otro y cuesta abajo, la periferia. El primero incomparablemente próspero respecto de la segunda, que es –en promedio– solemnemente pobre. De hecho, la economía-mundo le marca el paso a la economía mundial, plexo que conforma con la periferia. La profunda e insalvable disimilitud (el desarrollo es desigual) en la coyuntura económica y las tendencias de la base productiva no se replican con semejante distanciamiento en aspectos clave de la superestructura. Es un problema político muy serio que las diferentes (en términos de desarrollo económico) sociedades civiles expresen desconfianza hacia la democracia. Con matices y grados, pero desconfianza al fin y al cabo.
En el debate que irrumpió hace unas pocas décadas atrás y que continúa, enarbolando lo que se dio en llamar la “nueva división internacional del trabajo” –por oposición a la clásica–, ni se tuvo en cuenta esta singularidad de coincidencias superestructurales entre centro y periferia, cuyas consecuencias son justamente revertir la recaída del imperialismo en localizar capital en la periferia en procura de los bajos salarios que les aumenten las ganancias (eso vendría a ser lo nuevo), luego de casi un siglo en transitar en dirección contraria. La cortedad de la hipótesis de la nueva división internacional del trabajo habla de la relativa pertinencia como guía estratégica, en tanto que en el vaivén que no registró está la parte importante de lo que causa el malestar actual de la cultura en todo el orbe.
Moral
El ir y venir absurdo desde la periferia de mercancías que antes se producían en el centro terminó por ser una estratagema de la patronal, que después que cayó el Muro de Berlín se sintió sin compromisos para evitar atenazarles los ingresos a los trabajadores. No había más osos comunistas agazapados en sus madrigueras esperando dar el zarpazo. Tanto fue el cántaro a la fuente y cabalgó sobre el dragón chino, que al final apareció Donald Trump –y en otros lados similares variantes derechistas recias del nativismo desangelado– para dejar en claro que los trabajadores no están para pagar el pato. Años y años de acción psicológica para trasmutar en alienación práctica los verdaderos motivos de la lucha de clases hicieron germinar reclamos morales en lugar de los muy racionales y medibles intereses económicos. Una cosa es una élite que comprende finalmente –a cómo dé lugar– que el centro de la lucha de clases es impedir que el país deje su status de nación burguesa y se convierta en otra nación proletaria de cuarta y otra, muy diferente, es que esa misma élite acepte que debe pagar el precio político de asociarse con las clases trabajadoras. Sería una hazaña de la conciencia política. Mejor, entonces, la alienación de las cuestiones morales que, en definitiva, rinden lo mismo pero son más baratas. Pero nada es sin consecuencias y deviene indetenible la electricidad que pone en movimiento al nuevo Prometeo de Frankenstein.
Este proceso o, mejor dicho, sus consecuencias lo registra un trabajo presentado en la edición más reciente de la revista académica Political Psychology, cuyos autores –Charlie R. Crimston, Hema Preya Selvanathan y Jolanda Jetten– titularon: “La polarización moral predice el apoyo a los líderes autoritarios y progresistas fuertes a través de la descomposición percibida de la sociedad”. En una serie de tres estudios, los investigadores encuestaron a 486 personas del Reino Unido, 383 de Australia y 396 los Estados Unidos en un entorno bipartidario. Los autores afirman que su investigación es la primera que brinda evidencia de los vínculos causales entre la división moral percibida en la sociedad y el deseo de elegir líderes extremos como una posible solución. Una mayor polarización moral predice un mayor apoyo a los líderes fuertes a través de la anomia percibida en la sociedad.
La consecuencia inmediata es el malestar político global. Al respecto, Marcelo Figueras, unas ediciones atrás del Cohete, alertó acerca de la anocracia: una democracia de muy mala calidad, cuya estabilidad política está para el cachetazo autoritario. La reflexión se enmarcó en la memoria del primer aniversario del 6 de enero de 2021, cuando los partidarios de Trump tomaron por asalto el Capitolio alegando que les habían robado la elección que consagró a Joe Biden. Precisamente Biden dio un discurso para conmemorar el primer aniversario del ataque, en el que culpó directamente a Trump de ser el responsable de la revuelta y prometió defender al país del “puñal en la garganta de la democracia”. Trump niega estas acusaciones. El Comité Nacional Republicano, de puro valientes, censuró el 4 de febrero a los congresistas republicanos Liz Cheney y Adam Kinzinger por apoyar la investigación del asalto al Capitolio porque, según comulgan, se trata de una persecución a “ciudadanos comunes” ejercitando un “legítimo discurso político”.
Lo cierto es que las dudas sobre la salud de la vida democrática norteamericana llegan hasta plantear la posibilidad de una nueva guerra civil. En su columna alusiva en The New York Times (06/01/2022), Michelle Goldberg revisa los argumentos de los principales académicos sobre la probabilidad de un enfrentamiento armado interno y luego expresa el marcado escepticismo de la izquierda norteamericana de que ello suceda. Pero siempre hay excepciones.
El informe cuatrienal de Tendencias Globales del gobierno de los Estados Unidos se le presenta al Presidente que asume como una síntesis de la visión de la comunidad de inteligencia. El de 2017 fue supervisado por Greg Treverton en su carácter de jefe del U.S. National Intelligence Council. Señalaba que la gran ventaja del país era su sentido de integración nacional, que es lo que permitiría soldar la fractura social norteamericana con toda seguridad. A finales de 2021, Treverton –ya alejado de las lides del espionaje– daba clases en la universidad y pensaba en sentido contrario. Publicó una breve nota junto a su mujer Karen Treverton (gerencia la base de datos sobre terrorismo de la Rand) en el portal inglés The Article. Para no dar lugar a dudas, esta poderosa pareja de demócratas tituló su artículo: “Se acerca la guerra civil”. Los Treverton señalan que “para 2040, el 70 % de los estadounidenses vivirá en los 15 estados más grandes, lo que significa que el 70% del país estará representado por 30 senadores, mientras que el otro 30% estará representado por 70 senadores. Ese es un resultado antidemocrático que no se puede sostener (…) y la única pregunta es si (la guerra civil) se peleará con juicios y secesiones o con AK-15”. Sobre esta cuestión, Michael Porter, profesor de la Escuela de Negocios de Harvard, dijo en una columna de opinión publicada en varios medios norteamericanos que “estamos en un punto de inflexión en la historia democrática de nuestra nación, con ataques sin precedentes al derecho al voto y a nuestro sistema electoral” y agregó que “proteger nuestra democracia debe convertirse en una prioridad absoluta para los líderes empresariales y políticos”.
La organización intergubernamental mayormente europea IDEA internacional (Instituto Internacional para la Democracia y Asistencia Electoral) incluyó a Estados Unidos en su lista de “democracias en retroceso” en medio de la aprobación de leyes estatales que dificultan el voto y la instalación de militantes leales en puestos electorales clave. También afirma que la cantidad de “democracias que retroceden” se ha duplicado en la última década y que el número de países que se mueven en una dirección autoritaria desde 2020 supera a los que se mueven en sentido democrático. Un estudio de fines de año pasado del Centro de Investigación Pew encontró que sólo el 17% de los 18.850 adultos compulsados en 17 países para su “Encuesta de Actitudes Globales” cree que el sistema político de Estados Unidos es un buen ejemplo a seguir. En tanto que el 23% afirmó que nunca fue un buen ejemplo, el 57% manifestó que la democracia estadounidense “solía ser un buen ejemplo, pero no lo ha sido en años recientes”.
Los datos de la ONG sueca V-Dem, que analizó el New York Times, indican que Estados Unidos y sus aliados fueron responsables de una gran parte del retroceso democrático mundial durante la última década. Por su parte, en su informe de 2021, la ONG Freedom House concluyó que el mundo se encuentra en una “larga recesión democrática”, con una mejora de la democracia en sólo 28 países y un empeoramiento en 73, la mayor brecha de los últimos 15 años.
El Índice de Democracia que calcula Economist Intelligence Unit (EIU) en los últimos años viene de capa caída. La pandemia de Covid-19 en 2021, como en 2020, lo afectó más. El puntaje global en el Índice de Democracia cayó a 5,28 en 2021 desde 5,37 en 2020, lo que representa la mayor disminución interanual respecto del año anterior y establece otro récord deprimente para el peor puntaje global desde que el índice se calculó por primera vez en 2006. Respecto de nuestra región, el informe de EIU señala que “el puntaje regional promedio de América Latina cayó por sexto año consecutivo, de 6,09 en 2020 a 5,83 en 2021. Esta no sólo fue la caída más pronunciada registrada en el índice por cualquier región del mundo en 2021, sino que fue la mayor declinación registrada por cualquier región desde que lanzamos el Índice de Democracia (…) Esto refleja el descontento público con el manejo del coronavirus que hicieron los gobiernos, lo que amplificó algunas tendencias previas a la pandemia, incluido el creciente escepticismo sobre la capacidad de los gobiernos democráticos para abordar los problemas de la región y el aumento a la tolerancia de los gobiernos autoritarios”.
Entre la importante cantidad de estudios que sostienen que la gobernabilidad democrática está retrocediendo en gran parte del mundo está el trabajo de Edelman. A mediados de enero pasado, la consultora de relaciones públicas de las grandes corporaciones presentó en el Davos virtual los resultados de la encuesta que hizo a más de 36.000 personas en 28 países. Sólo el 36% de las personas creía que el gobierno era una fuerza unificadora en la sociedad y el 35% dijo lo mismo sobre los medios de comunicación. A las empresas y a las ONG les fue mejor, con el 45 y el 50% de las personas creyendo que esas instituciones son fuerzas unificadoras, respectivamente. Más del 60% de las personas les reprocharon a los líderes gubernamentales, empresariales y de los medios de comunicación su convencimiento de que “nos están mintiendo”.
Tres cuartas partes de los encuestados por Edelman afirmaron que les preocupaba que “la información falsa o las noticias falsas se usaran como arma”. Sobre el particular, vale considerar un par de opiniones volcadas en una larga entrevista realizada por la New Money Review al académico de los medios Andrey Mir, autor de Postperiodismo y la muerte de los diarios (Postjournalism and The Death of Newspapers). Mir señala que “durante todo el siglo XX la publicidad generó entre el 70 y el 80 % de los ingresos de los medios. Aproximadamente a partir del 2000, los medios empezaron a perder su publicidad y su audiencia en Internet. Y desde aproximadamente 2014 ocurrió un evento sísmico simultáneamente en todo el mundo: los ingresos por publicidad se desplomaron por debajo del nivel de los ingresos por lectores. Los medios empezaron a depender del dinero de los lectores, no de los anunciantes (…) Un sistema de medios basado en los ingresos publicitarios genera la manufacturación del consentimiento. Un sistema de medios basado en solicitar el apoyo de la audiencia genera ira. Los medios de comunicación impulsados por anuncios produjeron clientes felices. Los medios de comunicación impulsados por los lectores producen ciudadanos enojados. El primero sirvió al consumismo. Este último sirve a la polarización”.
Opositores
En ese mar de fondo de las tendencias globales iremos navegando hacia las presidenciales de 2023, exacerbando los manes propios. Si la actual oposición logra encaramar su eventual candidato o candidata, la situación puede devenir tan densa que hasta ponga a parir a la democracia. Tal parece que a buena parte de los ciudadanos ganas no les faltan. Un horror. Los opositores expresan una coalición social que comparte el objetivo de abatir los ingresos populares. Más bien que no lo van a confesar abiertamente y será moral toda comunicación pública. Se niegan una y otra vez al inevitable default de la deuda privada. Con la inflación que no da miras de apaciguarse de aquí a 2023 –que piensan encarar con un inútil diagnóstico monetarista– y con los ingresos de las mayorías por el piso, los opositores al actual gobierno y su ideología sin destino configuran la receta del desastre. Habrá que ver si, de tocarle en suerte el poder político, pueden y quieren cambiar de rumbo
La alternativa existe. No hay un destino ineluctable. Por más nubarrones que se oteen, la integración nacional siempre es posible puesto que la historia está de ese lado. Claro que es una cuestión política, no moral.
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