El cajero automático del bien
El gobierno disfrazó de éxitos dos fracasos resonantes: el antiinflacionario y el cambiario
Conozco varias anécdotas de niños que acompañaron por primera vez a sus padres o madres a un cajero automático, y vieron con asombro como de ese aparato mágico salían muchos billetes con los que se podían comprar cosas. La maravillosa fantasía infantil era que esos fondos que manaban de la máquina eran gratuitos, como una especie de manantial del que se podía disfrutar sin restricciones.
Grande era la desilusión cuando se les explicaba que ese dinero no era ilimitado sino restringido, que esos billetes no eran regalados por un ser desconocido pero bondadoso –quizás oculto dentro de la máquina–, sino que debían ser obtenidos por sus padres mediante el trabajo. Y que ese dinero se agotaba, y entonces los padres tenían que poner más, para poder sacar.
Muchos argentinos adictos al mileísmo y al macrismo parecen haber regresado a una aproximación infantil a la felicidad en materia cambiaria: ahora podrán comprar todos los dólares deseados, que serán suministrados free por el Banco Central, por la mera decisión bondadosa de un gobernante que decidió eliminar las feas limitaciones que establecieron otros gobernantes que eran malos. Cuando los fondos de ese “cajero automático” que nos da billetes verdes se terminen, vendrá algún ser bondadoso que los volverá a cargar nuevamente.
Sin desconocer la eficacia política de este tipo de fantasías, como aquella otra consigna que proclamaba el reemplazo del peso por el dólar –que logró atraer cientos de miles de votos al caudal electoral libertario–, vale la pena trascender la etapa infantil de la comprensión política, para encarar un análisis más realista de lo ocurrido en los últimos días.
3,7%
En El Cohete se advirtió profusamente en los últimos meses sobre el creciente desequilibrio del programa económico del gobierno, cuya expresión más evidente era la rápida caída de las reservas del Banco Central, la suba del índice de Riesgo País, el recálculo hacia arriba del dólar futuro por parte de los operadores financieros y el creciente nerviosismo del gobierno, que había entrado en un frenesí de anuncios reiterados sobre el acuerdo con el FMI por fondos frescos, que no terminaba de concretarse.
Las tensiones diversas convergieron en el anuncio del viernes 11 de abril, en el que el gobierno proclamó la “salida del cepo” y anunció un acuerdo con el FMI, que permitiría nuevas consolidaciones y el despegue veloz de la Argentina hacia el crecimiento económico.
Quiso la casualidad que ese día el INDEC presentara evidencia empírica sobre el fracaso del programa antiinflacionario del gobierno, que quedó tapada por la proclama del supuesto nuevo triunfo oficial vía cadena nacional.
La inflación del mes de marzo fue del 3,7%, y especialmente malo fue el indicador del precio de los alimentos, con un 5,9% de aumento.
Pongamos las cosas en contexto: el plan de Milei requería que la inflación, hace ya unos cuantos meses, bajara más de lo que bajaba. El apuro del gobierno era doble: 1) económico, en cuanto a que la persistencia inflacionaria generaba un retraso cambiario acumulativo, que promovía importaciones y reducía exportaciones de bienes y servicios, lo que carcomía las reservas (ya negativas) del Banco Central; y 2) político, porque la consolidación del imaginario en torno a la “magia” mileísta requería poder ubicar a la inflación en un rango “espectacular”, cercano al 1% mensual o menos.
Ya en febrero el índice había cambiado de tendencia y empezado a subir. Ahora por factores estacionales, pero también por el creciente clima de incertidumbre cambiaria y sobre el contenido del acuerdo con el FMI, la remarcación de precios se había reactivado: 3,7% de inflación.
El otro fracaso fue el cambiario, ya que la tablita estipulada por Milei decía “1% de devaluación del dólar oficial desde febrero hasta octubre, por lo menos”, pero no fue así.
El abandono del 1% mensual tiene una historia detrás. El fracaso de la idea –tradicional en el imaginario neoliberal, tanto de Macri como de Milei– de que la sola presencia de un gobierno que favorece la concentración del ingreso y el desmantelamiento del Estado generará inmediatamente un flujo de inversiones productivas hacia la Argentina, que relanzarán el crecimiento del país.
A pesar del RIGI, a pesar del brutal ajuste del gasto público y de la destrucción de la protección social, a pesar del vasallaje explícito en relación a Estados Unidos, las inversiones extranjeras no sólo no llegaron, sino que muchas empresas foráneas están yéndose de la Argentina.
Se apeló entonces a los dólares internos, tanto mediante el blanqueo de capitales que hizo ingresar más de 22.000 millones de dólares a los bancos, como usando el anzuelo del carry trade, un mecanismo financiero atractivo para la venta –transitoria– de dólares por parte de las empresas que colocan –transitoriamente– esos fondos en activos en pesos.
Pero tampoco alcanzó, dados los pagos de la deuda externa, las importaciones crecientes –promovidas por el nivel inadecuado del tipo de cambio que Milei utiliza como ancla antiinflacionaria–, la falta de ingresos de dólares por parte de los exportadores agropecuarios y, en las últimas semanas antes del acuerdo, por la demanda de dólares para cubrirse de una eventual devaluación y para desarmar el carry trade y volver a los queridos billetes verdes.
Talento escénico
Tapar dos fracasos resonantes, y transformarlos en declaraciones de éxito y triunfo, no es un don que puedan exhibir todos los que participan en la política.
Pero el gobierno lo logró. Obtuvo del FMI un préstamo muy importante para la supervivencia de la actual gestión económica, sobre todo por la magnitud de los fondos frescos otorgados y por la velocidad con que lo hicieron. Es sabido que para todo el neoliberalismo argentino, endeudar al país, y estar subordinado y condicionado por las finanzas internacionales y por los Estados Unidos, no es un problema sino un reaseguro de su propia permanencia en el poder.
¡12.000 millones en dólares para sostener el régimen! Pero no sólo eso: en una jugada audaz, el gobierno declaró que había “levantado el cepo”. Como siempre hemos señalado, es legítimo que un país que enfrenta carencia de dólares establezca prioridades públicas para su suministro. Sin embargo, todo el liberalismo insiste en que eso “cercena las libertades”, sin asumir las evidentes restricciones que están en el origen de la política de administración del uso de las divisas.
La Argentina no es un país “normal”, en el cual la demanda de moneda extranjera está originada solamente en la necesidad de importar bienes y servicios, remitir utilidades o pagar intereses de algunas deudas públicas o privadas. La Argentina, desde 1976 para acá,
- Sufrió un macro endeudamiento a partir de contraer una deuda externa desproporcionada que la obliga a pagos de intereses y capital exorbitantes;
- Destruyó la confianza en el ahorro en moneda local, lo que provocó una demanda notable de dólares para ahorro por parte de la población en general;
- Vivió disturbios macroeconómicos severos, que llevaron a estallidos inflacionarios que convirtieron al dólar en una unidad de referencia, y en un salvavidas precautorio para muchas empresas, y en un negocio en sí mismo para muchas otras; y
- Una parte del empresariado encontró en la fuga de capitales –que se efectúa en dólares– una forma no sólo de resguardar su capital, colocándolo en el exterior, sino de incrementarlo aprovechando los vaivenes económicos locales.
Todos estos factores tienen remedio en el tiempo, pero en todo caso no fueron atacados por Milei, cuyo gobierno está en otro negocio, completamente.
Entonces, ¿cómo fue que “salió del cepo”? ¿Era al final un tema ideológico, de los gobiernos comunistas que tuvimos en las últimas décadas, incluyendo al rojo de Mauricio Macri? ¿Era mala voluntad de gobernantes que no saben de economía y no leyeron a Murray Rothbard? Pero entonces, ¿por qué no eliminó el cepo Milei desde un principio, y así acababa con esta tremenda opresión de no poder comprar dólares con libertad?
Lo primero que hay que decir es que no se salió del cepo, en un sentido literal. Hay algunas operaciones muy importantes, como la remisión de utilidades pasadas y acumuladas por parte de empresas extranjeras en el país, que no pueden ser realizadas en el mercado de cambios oficial.
Lo que sí se hizo fue eliminar el techo de 200 dólares para que las “personas humanas” (no las jurídicas) puedan comprar libremente, para los fines que deseen, divisas al Banco Central.
Esta flexibilización parcial del “cepo” tiene un alto valor político, porque conecta con fantasías y deseos sociales ampliamente arraigados. Desde el punto de vista electoral, es un gol a favor, pero no deja de ser un engaño económico. En relación a los años de Macri, o de Alberto Fernández, la capacidad de compra por parte de las “personas humanas” ha menguado significativamente por la brutal política económica mileísta: muchos ya no pueden comprar ni 200 dólares, ni tampoco 100. El 70% de la población tiene problemas para llegar a fin de mes, y están des-ahorrando sus pesos o dólares, o pidiendo préstamos para cubrir gastos básicos.
Hay una franja que sí puede acceder, y que por supuesto celebra la medida. Es más: considera que una buena política económica consiste básicamente en que el gobierno venda dólares baratos.
El telón de fondo, sin embargo, es que las condiciones económicas estructurales no han variado, y que esta medida parcial no se podía tomar sin que mediaran los 12.000 millones del FMI. De lo contrario, la “liberación del cepo” hubiera implicado un brusco salto del dólar, cosa que se pudo evitar en la semana posterior a la nueva política de “flotación entre bandas”.
La nueva dinámica
Es muy prematuro aún para apostar a cómo evolucionará el nuevo experimento cambiario. Pero tenemos algunos elementos que nos permiten establecer tendencias.
La devaluación ocurrida el lunes fue del 12%, lo que algunas empresas –Molinos, Unilever– intentaron trasladar inmediatamente a los precios finales, como denunció el propio gobierno, que instó a las grandes cadenas de distribución a resistir esos aumentos. De todas formas, ese nivel es incierto. Milei quiere que el valor del dólar llegue a 1.000 pesos, la franja inferior de la banda. El sector agro exportador quiere que suba, al menos, a 1.400.
Ese fluctuar del valor oficial introducirá un importante ruido en la formación de precios, y los agentes económicos tenderán, previsiblemente, a cubrirse, avanzando hacia la parte superior de la banda, al menos hasta tanto se consolide un nivel creíble socialmente.
Los bancos aumentaron la tasa de interés hasta el 38%, lo que vuelve más atractivos los depósitos en pesos, y más onerosos los créditos de todo tipo, para vivienda y para el sector productivo.
El gobierno, durante esta semana, habilitó el ingreso de capitales del exterior para participar en el carry trade, y les permitirá comprar dólares (para irse) en el mágico Banco Central.
El “campo” tiene todavía unas cuantas semanas para especular, antes de que vuelvan a subir las retenciones a las exportaciones, que Caputo había bajado, para motivarlos, sin gran éxito, a que liquidaran divisas. Productores agropecuarios ya se quejan de que, debido a los reflejos remarcatorios de los proveedores de insumos, sus costos están aumentando significativamente, mucho más que la devaluación, que no los satisface en absoluto.
No cabe ninguna duda que, sea cual sea el nivel que asuma el tipo de cambio próximamente –si es que asume alguno en forma estable–, la tendencia a aumentar los precios está muy arraigada, a pesar de que la demanda en muchos casos no está en condiciones de acompañar esos aumentos.
Esto significa que al 3,7% de marzo le seguirán, en el mejor de los casos, otros dos meses de subas aún mayores, que pueden llegar a “compensar” la devaluación registrada el lunes 14. Si el dólar oficial se fuera a 1.400, se destruiría completamente la política “antiinflacionaria” de Milei, y se generaría un cuadro de mayor contracción económica y tensión social.
Está en ciernes, con un dólar en 1.250 pesos, una caída en el valor del salario real para todos los trabajadores, formales e informales, lo que conducirá a una mayor conflictividad en casi todas las áreas de la actividad económica.
Al mismo tiempo, si los sueños de Milei se cumplieran y la cotización fuera al piso de la banda en forma estable, a 1.000 pesos por dólar, las presiones inflacionarias se calmarían y podría preverse –recesión mediante– una baja de la inflación hacia un nivel de entre el 2 y el 1% mensual.
La situación se tornaría atractiva para los importadores, pero durísima para la producción local, tanto industrial como agropecuaria, especialmente para las pequeñas empresas. Ya hay muchísimas pymes en situación crítica, y la combinación fatal de altas tasas de interés, mercado interno en retracción y avalancha de productos importados puede precipitar un escenario de inviabilidad económica, que empuje quiebras y un salto considerable del desempleo.
Peros
Las discrepancias entre el gobierno y el FMI no están solucionadas. El acuerdo firmado estipula que se deben acumular reservas a lo largo del año. Cuantifica esas metas: las reservas netas se deben incrementar en 4.400 millones de dólares en el segundo trimestre del año y en otros 4.600 millones en el cuarto. Total: casi 9.000 millones de dólares hasta fin de año.
El bondadoso FMI, que quiere nuestro bien, sostiene que sin acumular reservas no bajará el Riesgo País, y como consecuencia la Argentina no accederá al crédito privado internacional para refinanciar sus cuantiosas deudas. Por ahora, el Riesgo País, que muestra cómo están viendo los inversores internacionales al país en cuanto a su capacidad de pago de deuda, bajó de 900 puntos a 740. Este valor sigue siendo altísimo, y no habilita a que el gobierno tome crédito privado a tasas razonables. El gobierno cuenta con recibir fondos de otros organismos para cumplir parcialmente con esas cifras impuestas. Se sabe que Milei ningunea esas metas en materia de reservas.
Ya cuenta con los 12.000 millones frescos, en la mano, para tirar hasta las elecciones. Después, las fuerzas del cielo dirán.
Ahora tiene que lograr que:
- el “campo” venda divisas al Banco Central –pero este sector lo hará con cuentagotas si persiste el tipo de cambio actual y aún más si baja– o
- que ingresen masas significativas de dólares de afuera para jugar en el nuevo carry trade, atraídos por las altas tasas de interés locales.
El tipo de cambio que le gusta a Milei, 1.000 pesos por dólar, tiene el problema de incentivar fuertemente el déficit comercial, por suba de las importaciones y caída de las exportaciones, con lo cual acelera la demanda de divisas. Así, la Argentina se transformará a medida que pasen los meses en un mar de especulaciones sobre la viabilidad de un esquema que dilapida una cantidad ingente de dólares sin ningún efecto positivo en el mundo real.
Además, es un momento internacional muy difícil, de altísima incertidumbre económica producto de la imprevisibilidad instalada en el centro del sistema, encarnada en la personalidad de Donald Trump. El escenario que genera el Presidente norteamericano con la conflictividad comercial instalada, no es el más propicio para que grandes capitales de países centrales vayan confiados a obtener ganancias a economías periféricas muy inestables.
Durante años, la derecha local, declarada vocera del capital extranjero, ha sostenido que “abrir el cepo” era vital para que las multinacionales puedan acceder a los dólares necesarios para remitir sus utilidades al exterior, y que sin eso no vendrían las benditas inversiones extranjeras. El gobierno ha dicho que desde ahora se podrán enviar utilidades correspondientes al ejercicio 2025, para las empresas que están instaladas en el país, y para las que quieran venir en el futuro.
¿Es suficiente ese requisito para que venga la inversión extranjera? No.
Se requiere un período de crecimiento económico sostenido –en general, impulsado por el Estado– y consensos políticos sustentados en un contexto social propicio, que no está dado en absoluto por las características despiadadas del neoliberalismo local.
Se puede incidir en nuestro propio futuro
Se abre en el tiempo próximo una oportunidad de debatir sobre el curso de la situación, y si la actual política tiene algo que ver con las necesidades productivas y humanas del país, o con los negocios de reducidas minorías con total acceso y control sobre quienes toman las principales decisiones políticas.
El escenario es previsiblemente negativo para un alto porcentaje de la población que, más allá de la publicidad exitista y el autobombo liberal-libertario, está viendo cómo todas las fantasías económicas vendidas exitosamente por el aparato neoliberal-libertario son sólo eso. Hay que ayudar a mucha gente a salir de la ilusión mileísta y volver a la tierra.
Que el gobierno sea capaz de presentar como nuevas victorias sus fracasos, no quiere decir que el cuadro político se mantenga inmóvil. Hubo varias señales recientes de cambios de tendencias en la opinión pública. Ahora que la máxima bandera mileísta, el presunto éxito antiinflacionario, está siendo arrastrada por el fango, se podrían hacer escuchar nuevos relatos.
Si los niños son capaces, no sin cierta decepción, de entender qué es un cajero automático, y que sin trabajo no hay plata, también gente más adulta puede entender que un país no puede vivir de dólares prestados sistemáticamente: esos dólares volverán a salir, indefectiblemente, y probablemente nos demandarán otros bienes que son nuestros, en el camino.
Eso sí, para que los niños puedan entender, siempre hace falta alguien que se los explique.
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