Miedo, rabia y peligro

Un repaso por la administración estadounidense desde la lectura de los libros de Woodward

 

La centralidad noticiosa mundial que Donald Trump concitó a partir de su atentado amerita un repaso por lo que fue su gestión. Sobre todo si, como evalúa Juan Tokatlian, aumentan sus chances de ganar la elección.

El arribo a la política y a la Casa Blanca ha sido investigado para libros de varios autores, aunque el más conocido en esta parte del continente sea Bob Woodward, uno de los reporteros del Washington Post que siguió el escándalo Watergate hasta la dimisión de Richard Nixon, sobre lo que escribió media decena de sus 20 volúmenes.

La fama que devino de ello asegura que sea negocio traducir sus trabajos al castellano, aunque a un precio de clase media (un promedio de 30 lucas, que trepan a las 45 en el más nuevo).

Acerca del inverosímil ascenso del empresario multimillonario, Woodward reconoce que “no la vio” y, Trump, sí. Habla de ello en un breve video subtitulado en castellano por La Vanguardia:

 

 

El periodista publicó tres títulos sobre Donald Trump: Miedo (2018), Rabia (2020) y Peligro (2021) –en coautoría con Robert Costa, del Post–. En ellos trata el ascenso y los primeros 20 meses de gobierno; su administración de la crisis durante la pandemia y, por último, la transición al gobierno de Joe Biden.

En audiolibros, es posible oír una lectura de los primeros capítulos de Miedo, los que versan sobre periodo previo a la asunción, cuando Steve Bannon –editor de publicaciones de derecha– se suma al equipo del candidato, luego de lo cual habrá de extender sus influencias a la Argentina (eso no lo dicen los periodistas del país del norte, ni es necesario para los lectores de El Cohete).

 

 

Bannon, quien no creía siquiera que Trump se decidiese a presentarse a las elecciones, terminó haciéndose de un cargo inventado de Estratega Jefe, desde donde asesoraba y operaba en las sombras contra cualquiera que priorizara intereses globales antes que el del mercado interno que Trump quería anteponer para mantener o acrecentar su base electoral.

Quienes deseen oírlo en una versión tecnológica-femenina tienen un resumen de casi media hora aquí:

 

 

Lo más fuerte del libro fue relatado al comienzo: le escondían documentos al Presidente para evitar que los firmara porque pretendía hacerlo a partir de arrebatos emocionales y hubieran sido perjudiciales para la nación.

Así se conducía el jefe político de un partido que ni siquiera sabía cómo funcionaba la interna, ni los procedimientos informales; hasta desconocía la existencia de registros de votantes donde constaba cuándo asistió a las urnas, con lo cual quedaba expuesto que no era un habitué a ese compromiso cívico.

Para peor, figuraba también en otros anales, los de aportes de campaña; aunque no destinados al Partido Republicano que pretendía usar como trampolín, sino al Demócrata. Cuando le exhibieron las pruebas, Trump pasó de la negación a la justificación: “Hay que untar a muchos”, explicaba al describir que cada construcción de edificios que comenzaba era motivo de visitas de políticos coimeros. Al lector argentino, pueden resonarle algunos pasajes del libro El Pibe, de Gabriela Cerruti, donde describe la fallida incursión constructora de los Macri en territorios de Trump, muchos años atrás.

 

 

 

Las guerras de Trump

Luego de su asunción en 2017, Trump se fijó algunas metas en materia de política internacional, algo que no constituía su fuerte. El conductor de la potencia mundial se había fijado acabar con la amenaza de ISIS. Aunque los temas más recurrentes en esa área eran Rusia, China, las tropas en Afganistán, Hezboláh en Irán y los gastos de defensa en Corea del Sur, con la consiguiente amenaza por parte de Corea del Norte.

Afirma Woodward: “La venta de armas de Estados Unidos en el extranjero ascendió a 75,9 mil millones de dólares en el año fiscal de 2017”.

El primer muerto de su gestión fue en Yemen. Llamó a la familia, como lo haría en otros casos, para decirles lo que querían oír, una suerte de mentira piadosa.

Respecto de la estrategia para combatir al ISIS, continuó la de Obama, pero con más rienda suelta a los comandantes locales para realizar bombardeos y demás acciones.

Criticaba a sus generales, que aspiraban a enviar 4.000 soldados más: “No permitamos que estos inútiles que tenemos por líderes firmen para seguir en Afganistán hasta 2024”. Quería traer a sus “muchachos” de nuevo al hogar, lo que explica parte de la adhesión que concita.

Aunque el interés que compartió con pocos era otro: “El primer ministro de India me dijo que Estados Unidos no había sacado provecho de Afganistán, rica en minerales. No nos lo estamos llevando, como los chinos. No haré ningún trato hasta que obtengamos más minerales”.

No obstante, no se decidía por una estrategia en Afganistán:

—Deberíamos estar matando gente. No necesitamos una estrategia para matar gente —llegó a decir.

Cuando le dijeron que construir una infraestructura minera costaría miles de millones, respondió:

—Tenemos que meter una empresa ahí. Liciten la concesión.

 

 

Hasta la OTAN le parecía innecesaria. Ya en campaña se había referido a ella como una entidad “obsoleta” que obligaba a una erogación muy alta para los contribuyentes, a los que quería congraciar con alguna reducción de impuestos.

En las descripciones de Woodward se aprecia cómo Trump se apoyaba en Bannon para plantear que el objetivo de la OTAN era que cada una de sus naciones invirtiera hasta un 2% de su PIB en Defensa. Pero Estados Unidos invertía un 3,5% y Alemania sólo 1,2%. Entonces se enteró que ese 2% no era obligatorio, sino una meta para 2024. (A quien le interese, puede leer actualizaciones de gastos en notas de 2022 y de 2024)

Sin embargo, lo que le preocupaba de Europa eran sus negociaciones con Irán, por lo que se daba cuenta de que se quedaría solo en un pedido de sanciones a ese país; todo a partir de que Siemens, Peugeot, Volkswagen y otras invertían allí.

—Las empresas europeas —dijo Trump— no valen una mierda.

A regañadientes cedía ante sus generales, que le explicaban que la utilidad de la OTAN no se había limitado a frenar al comunismo.

El Presidente reprendió al consejero de Seguridad Nacional, H. R. McMaster. No quería tropas en Corea del Sur, ni siquiera cuando se le recordó que, desde allí, se podía detectar el lanzamiento de un misil intercontinental en siete segundos, a diferencia de los quince minutos que tardaban desde Alaska.

McMaster tenía a firmar una orden muy sensata relativa a Libia.

—No voy a firmarla —espetó Trump—. Estados Unidos tendría que estar consiguiendo petróleo. Los generales no están lo bastante concentrados en ganar dinero. No entienden cuáles deberían ser nuestros objetivos y han comprometido a Estados Unidos de todas las formas erróneas posibles.

Sus funcionarios revelaron el “gran problema”: el Presidente no comprendía la importancia de tener aliados en el exterior, el valor de la diplomacia o la relación existente entre el Ejército, la economía y las alianzas de inteligencia con gobiernos extranjeros.

 

Comercio

El 25 de agosto, el Presidente informó una decisión: “Salgamos del NAFTA, salgamos del Korus y salgamos de la Organización Mundial de Comercio (OMC)”. Fue en esos temas que sus asesores hicieron desaparecer los memos de su escritorio.

Otra obsesión era la de imponer aranceles sobre el acero de un 25% en todos los casos.

—Mira —propuso Trump—, lo intentamos y, si no funciona, los quitamos.

—Presidente —explicó Gary Cohn—, esa no es forma de trabajar con la economía de Estados Unidos.

Luego de que los principales ejecutivos de las empresas del acero acudieran a la Casa Blanca, Cohn perdió su empleo de consejero.

 

Un manuscrito que consiguió Woodward.

 

 

Trump estuvo meses diciendo que quería abandonar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA). “La única manera de conseguir un buen trato es desbaratar el acuerdo anterior”.

“Una vez que lo deshagas podría ser el final. Esa estrategia entraña un riesgo demasiado grade. O funciona o vas a la quiebra”, respondió Cohn, quien luego se dio cuenta de que Trump se había declarado en bancarrota seis veces y no parecía importarle.

Cada vez que le cuestionaban su convicción sobre los déficits comerciales o los aranceles, era inamovible: “Sé que tengo razón y, si no estás de acuerdo conmigo, es que estás equivocado”.

 

Que pase el que sigue

La salud mental de quienes trabajaban a sus órdenes quedaba alterada.

“No sé cuánto tiempo más podré quedarme —había dicho Cohn—, esto es una locura, es caótico”.

McMaster confesó que no sabía si podría aguantar más tiempo.

—Es un puto imbécil —observó Tillerson para que todos lo oyeran.

—A esto se parece la locura —concluyó Priebus.

Trump contó que creía que Kelly y Crane iban a agarrarse a trompadas.

Un día, refiriéndose al Presidente, Kelly dijo:

—Es idiota. Es inútil intentar convencerle de nada. Ha perdido el juicio. Estamos en Loquilandia.

Tillerson estaba en África cuando Trump tuiteó que el director de la CIA, Mike Pompeo, iba a ser el siguiente secretario de Estado. “¡Gracias a Rex Tillerson por su servicio!”.

Quien quiera puede cambiar los nombres de la Casa Blanca por los de los funcionarios que abdicaron de sus breves pasos por la Casa Rosada.

 

Rabia

¿Cómo respondía a todo eso? Woodward le dijo que en el Partido Republicano había “mucha angustia, rabia y angustia”, a lo que Trump respondió que “saco la rabia. Saco la rabia a relucir. Siempre tengo… No sé si eso es un activo o un pasivo, pero sea lo que sea, lo hago. También saco una gran unidad, en última instancia. He tenido muchas ocasiones como ésta, en las que la gente me ha odiado más que a cualquier ser humano que hayan conocido. Después, terminan siendo mis amigos. Y veo que eso está sucediendo aquí”.

 

 

 

 

 

 

 

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