PARA ESCRIBIR OTRA HISTORIA
Arte y pensamiento político interactúan en un libro que reúne experiencias de 2001 a la Masacre de Avellaneda
Hay escenas de la vida privada que mantienen una relación de ida y vuelta con la cosa pública y, en ese circuito, se transforman en representativas estampas de la Historia. Son las que responden a la pregunta —casi un divertimento—: “¿Qué estabas haciendo cuando...?” Sirven también: “¿Dónde estabas?”, “¿qué te pasó?”, “¿qué hiciste con...?” Los puntos suspensivos: a gusto del consumidor. Pueden remitir al bombardeo de Plaza de Mayo del 16 de junio de 1955, la Noche de los Bastones Largos del 29 de junio de 1966, el primer B.A. Rock de noviembre de 1970, la masacre de Trelew el 22 de agosto de 1972, el fiestón del 25 de mayo de 1973 cuando asumió el Tío Cámpora (y la liberación de los presos políticos), la muerte de Perón el 1º de julio de 1974, o la de Néstor el 27 de octubre de 2010. En una de esas, el concierto de los Beatles en la terraza el 30 de enero de 1969; tan nuestro, el último show de Los Redondos el 4 de agosto del 2001 en Córdoba, las torres gemelas el 11 de septiembre de 2001. Pueden haberse olvidado las fechas exactas, pero el día, el suceso, queda impregnado en la memoria. Se abrochan a las novelas personales, deschavan la edad, marcan el paso del tiempo.
Constituyen puntos de inflexión, bisagras en la historia, un antes, un después. Distinto para cada quien, idéntico para muchos, todos, a la vez. Punto de encuentro. Las jornadas del 20 y 21 de diciembre de 2001 guardan esas características: no fue necesario haber estado bajo la represión en la Plaza de Mayo o en las marchas anteriores o posteriores, haber visto elevarse el helicóptero de De la Rúa o aspirado los gases lacrimógenos arrastrados por la brisa del verano hasta muy lejos. Porque lo ocurrido con el pueblo en las calles en esos días sucedió en toda la Argentina, en todas las plazas; más aún, en cada inteligencia, en todos los corazones. Y siguió ocurriendo después, bajo distintas modalidades. En muchos aspectos, no cesa de ocurrir. Se guarda el recuerdo, la evocación, la experiencia, y si en esos recovecos se fisgonea, no es improbable hallar hasta algún objeto material que lo materialice. Esa, precisamente, es la propuesta concretada por el Laboratorio El Relámpago al extender la movida de las jornadas de diciembre hasta el 26 de junio de 2002 en que sendos escopetazos de Ithaca calibre 12.70 se llevaron la vida de Maxi Kosteki y Darío Santillán: la Masacre de Avellaneda.
Interacción de arte y pensamiento político, el Laboratorio surge de la conjunción del Proyecto Visitantes (Gabriela Hernández / Álvaro Martin; El Hoyo, provincia de Chubut) y Plataforma_La Dársena (Azul Blaseotto/ Eduardo Molinari; Villa Ortúzar, CABA), quienes convocaron a veintitrés compañeres a fin de que viertan un microrrelato de su experiencia y, en la medida de sus ocurrencias, lo acompañen con una imagen, un objeto de aquel momento que les resulte significativo. Microscopías se denomina la experiencia devenida libro de ciento cincuenta páginas a color (por el momento en bellísima edición digital libre, hasta que aparezca financiación), Acechanzas del 19 y 20, su subtítulo. Junto a sus invitades, ambos agrupamientos lograron erigir “un territorio de trabajo común para imaginar y accionar artística y geopolíticamente alrededor de sucesos que transformaron nuestras vidas”. También “una apuesta a lo colectivo, a la construcción grupal y una reivindicación de las formas de trabajo de las organizaciones y asambleas que se expandieron a partir del 2001 por la lucha de nuestros derechos”, en una instancia que abarca del Wallmapu (la ancha franja surera del tradicional territorio mapuche) hasta el Rio de la Plata, y más al norte aún.
Los textos —y las imágenes que los ilustran— transitan geografías y lenguajes, de la documentalista que registró los acontecimientos cámara en mano en medio de la represión, a la artista y militante de Cañada Rosquín, Santa Fe, engarzando las escenas televisivas del momento con el cierre de la fabrica de jabón del pueblo en 2006 y el llamado de auxilio visibilizador a Crónica TV que responde: “Sin muertos, no vamos”. Lo cual desata furia irónica: “¿Quién por ejemplo era el más apto para morir y así obtener cobertura de la prensa porteña? La organización que (...) ya comenzaba a funcionar, podría haber seleccionado algunos de los humanos disponibles en la toma para el sacrificio en gratitud al medio de prensa. Los niños, por supuesto, son los sacrificios más considerados, aunque siempre existe la opción de alguna embarazada, esa sí que supera todas las expectativas de quienes sienten atracción por la sangre. Si la elección recayese sobre humanos próximos a morir, quizá resultaría más justa”. Asimismo, con el tiempo, la recuperación de la fábrica por sus trabajadores.
Una toma directa de los afiches de propaganda callejera intervenidos por los transeúntes, el gráfico del organigrama de contactos de una agrupación estudiantil mendocina, fotocopias de fanzines y volantes con la evocación de “aquella bandera negra con letras grandes blancas que colgamos del puente de Juan B. Justo y Córdoba en la víspera a las elecciones legislativas de Octubre de 2001. Decía: ‘La única elección libre es la de dejar de vivir’. Junto a la bandera colgaba ahorcado un muñeco”. En otra esquina porteña, el fotógrafo profesional plasmaba “a las personas que por las calles llevaban puesta la camiseta albiceleste del seleccionado nacional. Me llamaba la atención que lo hacían aún cuando no había ningún evento deportivo. Era gente de todas las clases sociales, casi. Yo interpretaba eso como una manera de gritar: ‘¡No nos van a arrancar la camiseta!’, una manera de aferrarse a lo poco que nos quedaba como individuos con una identidad compartida”. Una resonancia magnética, la página de un libro viejo, la letra A realizada con espejos rotos, la espera en el local de ATE antes de marchar hacia Plaza de Mayo, el croupier del casino de Tigre que cambia la ficha de la timba por la cacerola frente a la quinta presidencial de Olivos, la abuela que dona al nieto una bolsa de bolitas para enfrentar la caballería represiva, el militante que traza la experiencia con palabras: “¿No es el acto que impregna y constela el que debe guiar lo que se propone como recuerdo?”
Fragmentos de historias y objetos fragmentados componen una obra que contiene y supera los acontecimientos. Microscopías – Acechanzas del 19 y 20, conserva y relanza aquellos sucesos, al articular recuerdos hechos letra con imágenes sintetizadoras de experiencias personales. En su unión formulan un conjunto donde arte y política compone la savia que alimenta la lucha de los pueblos y su memoria.
El libro está libre en:
FICHA TÉCNICA
Microscopías – Acechanzas del 19 y 20
Proyecto Visitantes (Gabriela Hernández/ Álvaro Martin) y Plataforma_La Dársena (Azul Blaseotto/ Eduardo Molinari)
Participan: Myriam Angueira, Jesu Antuña, Gabriela Arrieta, Romina Barrionuevo, Florencia Breccia, Ezequiel Fanego, Rosana Fuertes, Mauricio Funes, Pablo Garber, Mane Guantay, Alicia Manino, Luciana Mellado, Mariana Monzón, Daniel Ontiveros, Guillermina Oviedo, Eugenia Perrupato, Emilio Petersen, María Pita, Iván Rivelli, Carla M. Romero, Ivana Salemi, Diego Sztulwark y Sol Tuero.
Buenos Aires, 2022
150 páginas
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