En La Nación del domingo 8 de mayo de 2022, en su nota La lógica y las presiones de los cepos cambiarios, el decano de los economistas liberales contemporáneos Juan Carlos de Pablo afirma: “En todos los países del mundo, la demanda de órganos transplantables supera a la oferta. En la mayoría de los países no existe el respectivo mercado, sino que el orden en el cual los diferentes pacientes reciben los órganos se establece sobre la base de criterios de racionamiento… Seguramente que esos criterios fueron diseñados por médicos, lo cual no quiere decir que no estén exentos de críticas y que no existan presiones para 'colarse' en la fila. En el segmento oficial del mercado de cambios ocurre lo mismo”. La nota es un homenaje a John Williamson, el liberal que le diera nombre al decálogo de la variante neo en los momentos en que sus sostenedores aspiraban a convertirla en el proyecto de orden global que clausurara la historia: Consenso de Washington. El artículo escrito en el ingenioso modo de reportaje simulado, tiene el objetivo de emprender una crítica al control de cambios, presentando todos los desvíos que se pueden dar en la administración de un sistema de ese carácter como naturales, apuntando contra el régimen cambiario existente en la Argentina actual. El fin es llegar a la conclusión que las situaciones críticas pueden requerir intervenciones temporarias del poder público con la decisión de restaurar ni bien sea posible la normalidad de la des-intervención y la vuelta a la asignación de recursos de orden mercantil. Pero la cita provoca un espanto que lleva a reaccionar con sentimiento humanista; a un clamor por un proyecto que recupere ese valor.
El mercado de cambios es comparado por de Pablo con un mercado de órganos. Para ser más precisos, el racionamiento de divisas resulta asimilado con el de los órganos para trasplante, ambos serían coincidentes en los problemas que podrían traer. Es el extremo del paradigma neoclásico (la teoría económica de la que se vale el liberalismo neo), pero ese extremo es indispensable en el edificio (de papel) de ese enfoque teórico. El homo economicus conduce directo a reflexionar en esa dirección, porque para aquel la economía es la relación entre el hombre y las cosas, y no una relación social entre los hombres. En ese marco teórico habrá una curva de indiferencia entre una cantidad de hígados y una cantidad de dólares para cualquier consumidor que participe de esa sociedad-mercado (sociedad de mercado). Curva que indica una tasa de sustitución entre distintas cantidades de dos bienes, que cuantifica un nivel igual de preferencia o deseo que un individuo tiene por un número de hígados respecto a una cantidad de divisas.
La solución a los problemas, desvíos y mala praxis en las cuestiones de la administración de precios y cantidades en los bienes indispensables para la subsistencia humana, provendría de dejarlos de administrar para entregarlos a la esfera mercantil. La lógica liberal desplegada en el artículo de La Nación conduce a explicar (justificar) los mercados ilegales como consecuencia naturalizada de la existencia de la intervención pública. Las preguntas que el ingenioso reportaje no se hace son: ¿el delito del tráfico de órganos es una realidad inevitable del tratamiento no mercantil de la asignación de los mismos? ¿Debería reprimirse el mercado ilegal de divisas por ser un recurso estratégico para el desarrollo nacional? Si como coinciden los fundadores del neoliberalismo la igualdad de oportunidades se contradice con la igualdad real o sustantiva, ¿los órganos a trasplantar tendrían que tener un tratamiento mercantil? De Pablo pide paciencia hasta el 2023, porque no le ve mérito al gobierno para conducir una economía de mercado. Confía que en ese año un poder meritocrático se encargará de hacer las transformaciones que restablezcan el “orden económico natural”.
De hombres como bestias
Durante la visita de Ludwig Von Mises, un economista ucraniano-norteamericano, referente de la escuela austríaca y profesor de Friedrich Von Hayek, Alfredo Palacios pronunció una conferencia con el título de Socialismo y liberalismo económico, que Juan Carlos Coral reproduce en Alfredo Palacios, el socialismo criollo. En esa conferencia que diera ante la Academia de Ciencias Económicas, cita a Marshall, sin duda el referente más importante de la corriente neoclásica - sustento teóricode l neoliberalismo en su modelo más completo, en otra expresión humillante a la condición humana, que se postula desde la concepción axiomática del homo economicus: “ La mano del hombre será mejor… para carpir una plantación valiosa, de crecimiento irregular, mientras que para limpiar un sembrado de maíz, será más ventajoso emplear la fuerza del caballo; y la aplicación de cada una de estas fuerzas [dice desaprensivamente –de AP—] , se extenderá en uno u otro caso, hasta que todo uso mayor de ella, no aporte ventaja neta alguna. En el margen de indiferencia entre el trabajo manual y el del caballo [o sea cuando agregar un caballo más agrega la misma producción incremental que un hombre más], sus precios tienen que ser proporcionales a su eficiencia, y así la ley de sustitución habrá establecido, directamente, una relación entre los salarios del trabajo y el precio que hay que pagar por la fuerza del caballo”. Opina Palacios: “Como se ve, con la más absoluta despreocupación por la persona humana, esta economía política hace entrar como factores de producción —indistintamente— materias primas, máquinas, hombres y caballos”.
Como se ve, Marshall y de Pablo expresan la potencia de destrozo que la economía del mainstream tiene sobre la condición humana. Cosificación de los trabajadores, animalización de los humanos, los órganos sujetos al análisis de mercancías. Homo economicus y mercantilización de todos los bienes de la vida. Sujetos cosificados y que sólo se relacionan con las cosas. Desconocimiento y, a su vez, militancia para la destrucción de los lazos sociales. La Nueva Economía, una contrarrevolución teórica surgida a fines del siglo XIX, ha sido rescatada de las cenizas para instrumentarla como apoyo apologético de la financiarización y la globalización disolvente de las naciones y los pueblos. Un mundo de mercancías, sin clases sociales, sin esas naciones y pueblos y ciudadanos formales en la vida política que mutan en individuos deseantes, cuando eligen racionalmente entre infinitos productos diferenciados y son un factor, una cosa, en el proceso de producción. Esa Nueva Economía escamoteó las clases sociales: capitalistas, trabajadores y terratenientes, eliminándolas de su lenguaje. Las sustituyó por las de capital, trabajo y tierra. Una fetichización desplegada de los cuerpos y las almas, que la corriente principal sólo presenta como sus portadores para que se relacionen en el mercado de factores de la producción.
El hombre dividido en la Humanidad oprimida
Antonio Gramsci, en un artículo titulado Oprimidos y opresores, expresa en 1910 en la madurez del primer liberalismo, “Muchos dicen que el hombre ha conquistado ya todo lo que debía conseguir en la libertad y en la civilización… Yo creo… que hay mucho más por hacer: los hombres están sólo barnizados de civilización, y en cuanto se les rasca aparece inmediatamente la piel del lobo. Los instintos se han amansado pero no destruido, y el único derecho reconocido es el del más fuerte. La Revolución Francesa ha levantado a muchos oprimidos; pero no ha hecho más que sustituir a una clase por otra en el dominio. Ha dejado sin embargo, una gran enseñanza: que los privilegios y las diferencias sociales, puesto que son producto de la sociedad y no de la naturaleza, pueden sobrepasarse”. La visión del maestro italiano respecto de la lección fundamental de esa revolución resulta clave para diferenciar el ideario de la revolución burguesa del carácter del neoliberalismo. La instauración de este último se funda en una visión ahistórica de la sociedad y en la naturalización del extremismo mercantil con el objetivo de modelizar una vida social, con una arquitectura que se yergue como reacción contra la democracia.
La escisión en el liberalismo neo entre la sociedad política y la sociedad civil, no es defendida desde la promoción de una opción de pluralismo, sino de un único régimen de “Estado de Derecho” natural a la condición de la especie del homo economicus, cuya base es la propiedad privada con un alcance absolutamente irrestricto, tanto como la defensa del derecho a la vida. Más aun, literalmente el individuo propietario tendría una relación con sus bienes como si fueran constitutivos de su propio cuerpo y personalidad.
La caracterización de Marx sobre la enajenación entre política y economía en el mundo liberal y sus efectos limitantes sobre la democracia es reveladora. En Sobre la cuestión judía, sostiene que “el Estado político acabado es, por su esencia, la vida genérica del hombre por oposición a su vida material. Todas las premisas de esta vida egoísta permanecen en pie al margen de la esfera del Estado, en la sociedad civil, pero como cualidades de ésta. Allí donde el Estado político ha alcanzado su verdadero desarrollo, lleva el hombre, no sólo en el pensamiento, en la conciencia, sino en la realidad , en la vida, una doble vida, una celestial y otra terrenal, la vida en la comunidad política, en la que se considera como ser colectivo, y la vida en la sociedad civil, en la que actúa como particular; [en ésta última] considera a los otros hombres como medios, se degrada a sí mismo como medio y se convierte en un juguete de poderes extraños… El hombre en su inmediata realidad, en la sociedad civil, es un ser profano… Por el contrario, en el Estado, donde el hombre es considerado como un ser genérico, es el miembro imaginario de una imaginaria soberanía, se halla despojado de su vida individual real y dotado de una generalidad irreal”.
La sociedad de hombres divididos entre ciudadanos políticos-individuos consumidores-factores productivos destruye la cultura de pertenencia a una clase social, pero en el presente también arrasa con las identidades nacionales. Porque no sólo son veladas las categorías de imperialismo y dependencia, también la de pueblo es destituida como un concepto del pasado. La escisión ya no tiene el paralelismo de dos mundos como planteaba Marx, sino que presenta una devaluación de la sociedad política y una exaltación del individuo no sólo como productor alienado sino como un consumidor narcotizado, para los que llegan a la posibilidad de serlo. Los otros son los “atendidos”, ciudadanos excluidos de la sociedad civil, un oxímoron ya denunciado por los jacobinos a fines del siglo XVIII.
El Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional entienden que los “planes de ayuda social” se deben focalizar hacia esos “atendidos”, los marginados y excluidos, para evitar sublevaciones contra el orden conservador vigente. Focalizaciones y segmentaciones que atienden emergencias sociales, sustituyendo la idea de derechos universales, de bienes y servicios no mercantilizables. Tal vez de Pablo esté pensando en un mercado y bancos de órganos para asignarlos a los sectores populares más vulnerables.
Un proyecto nacional, popular y democrático debe dar una batalla cultural que construya otra sociedad. No se trata sólo de la restauración de una política económica de redistribución y desarrollo. Aquella sería imposible eludiendo una disputa sin concesiones contra las fuerzas de la globalización financiarizadora, que participan de la vida política para destruirla o vaciarla desde su interior, en nombre de un pragmatismo basado en la desilusión.
Democracia sin cercos
La recuperación de una democracia herida por el ideario del liberalismo neo, militado por los grandes grupos mediáticos, por los intelectuales que profesan la conversión de la economía en una praxeología, requiere de la ampliación de la esfera de la decisión popular al ámbito de la economía, de la fusión del ciudadano, el productor y el consumidor en un sujeto íntegro, no dividido, no escindido. Es la expansión de la democracia que el dogma de Mont Pelerin, construido por Von Hayek, Milton Friedman, Karl Popper y otros, anatematizó bajo el nombre de “democracia totalitaria”. En versión criolla se expresó en la calificación de populismo y tiranía a los gobiernos de Perón y en la reiteración del mismo orden descalificatorio a los doce años de kirchnerismo.
Durante su primera presidencia Perón reivindicó el plan, la herramienta que Hayek había caracterizado que debía ser el centro del ataque de los liberales, porque conducía al “totalitarismo”. Decía Perón el 21 de octubre de 1946 en la exposición del Primer Plan Quinquenal ante ambas Cámaras: “Debemos pensar en la necesidad de organizar nuestra riqueza que hasta el presente ha ido a parar a manos de cuatro monopolios, mientras los argentinos no han podido disfrutar de un mínimo de esa riqueza… ¿Y quién va a organizar ahora nuestra riqueza? ¿Los monopolios? Se habla de economía dirigida y yo pregunto: ¿dónde existe la economía libre? Cuando no la dirige el Estado, la dirigen los monopolios, con la diferencia de que el Estado puede repartir los beneficios de la riqueza… mientras los monopolios las manejan para ir engrosando los inmensos capitales de sus casas matrices”(cita de Norberto Galasso en Perón, Colihue, 2006). En el mismo discurso desarrolla los motivos de la nacionalización del Banco Central, la intervención en el comercio exterior y la política industrial. La Vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner sostuvo en su clase magistral en la Universidad Nacional del Chaco que el peronismo entiende muy bien lo que es el Capitalismo de Estado, haciendo honor a la dirección estatal de la economía que había pregonado Perón cuando lanzó su Plan Quinquenal.
Cuáles serían las preguntas a formularse en el presente nacional. ¿Quién dirigirá la economía argentina de aquí en más, el mercado o el Estado? ¿Se permitirá la consolidación en el retroceso de la distribución del ingreso y la riqueza producido en los últimos seis años? ¿Se aceptará la vertiginosa concentración de la riqueza en unas decenas de familias? Se puede decir, como lo decía Perón, que si la dirige el Estado con un gobierno democrático, nacional y popular, habrá distribución del ingreso. Que si no la dirige el Estado y lo hace el mercado, habrá concentración creciente de riqueza en las cadenas de producción agroindustrial exportadora y en los grupos locales y extranjeros altamente monopolizados, todos atravesados por la financiarización. Que la dirija el Estado requiere de un plan y de una política coercitiva sobre un poder económico ganado por las ideas del liberalismo neo. Por de pronto, luego de un nuevo índice mensual en que la inflación no bajó del 6%, una inflación que, en buena medida, es producto de un impacto de los precios internacionales, hay que empezar por aumentar sustantivamente los derechos de exportación. No se lo ha hecho porque existen extorsiones sectoriales que nunca van a consensuar un ajuste de esos derechos. Es evidente que no hacerlo es una concesión a la presión de los ricos, y la aceptación de un límite al poder legítimo del Estado. Es necesario dar todas las batallas por el imperio de la democracia en su versión extendida, sin admitir la limitada.
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