Menos aplauso y más memoria
El fabuloso rey Creso, Ataliva Roca y la estación Carranza
Un mes después del golpe de Estado de septiembre de 1955, que derrocó a Juan Domingo Perón y lo condenó al exilio, el gobierno de facto organizó una exposición en el Palacio Unzué en la que se exhibieron diversos bienes del “tirano prófugo”. Un noticiero de la época consignó la visita bajo el título “El fabuloso rey Creso”, en referencia al último rey de Lidia, considerado uno de los hombres más ricos de su tiempo.
La cinta se puede ver en el sitio web del Archivo Histórico Prisma, en el que se indica que la misma “recoge imágenes del evento haciendo hincapié en el valor económico de los automóviles, las joyas, la indumentaria femenina y los objetos de arte. El relato postula una contradicción entre la riqueza exhibida y la política llevada a cabo por el gobierno derrocado de Perón”.
La engolada voz del locutor acompaña con exclamaciones indignadas, dignas de un Jony Viale o una Cristina Pérez, las imágenes del público que visita el lugar, haciendo hincapié en el valor económico de los vehículos, joyas, indumentaria femenina y objetos de arte, un catálogo en realidad acorde con su condición de residencia presidencial en la que se recibía a delegaciones extranjeras y se realizaban reuniones políticas de todo tipo. “El espíritu popular frente a estas fabulosas riquezas no puede menos que quedar entristecido porque no pertenecen al fabuloso tesoro del rey Creso, sino desdichadamente a un político argentino que quiso convencernos de su pobreza y de las muy humildes ambiciones de su vida”, concluye el locutor, para subrayar el carácter inmoral de lo expuesto.
El Palacio Unzué fue la residencia presidencial elegida por Juan D. Perón y Eva Perón desde 1946 hasta el golpe. Se transformó en un lugar de peregrinación durante la enfermedad de Eva y sobre todo luego de su muerte, en 1952. Fue en uno de sus muros que manos anónimas escribieron “viva el cáncer”. Construido a fines del siglo XIX con un estilo que “conjugaba el neorrenacimiento italiano con el eclecticismo victoriano y la opulencia heredada del Segundo Imperio francés”, disponía de un gran jardín tal vez diseñado por el paisajista Carlos Thays y fue una de las residencias más lujosas de la ciudad. En 1937 se declaró al inmueble y al resto de la manzana de utilidad pública y se resolvió su expropiación con el objeto de utilizarla como residencia presidencial.
Durante el bombardeo a la Plaza de Mayo de junio de 1955, un avión arrojó una bomba sobre la residencia, donde se suponía que podía estar Perón.
En 1956 un decreto firmado por el general golpista Eugenio Aramburu ordenó la demolición del Palacio, fundamentada en que “los gastos de funcionamiento y refacciones a efectuarse por razones de imperiosa necesidad en el citado inmueble superan la cifra de un millón setecientos mil pesos moneda nacional, inversión que no guardaría proporción con el valor intrínseco del edificio”. Otro noticiero cinematográfico de aquella época tuvo la honestidad que le faltó a Aramburu al explicar que “entre las paredes de esta mansión (…) se han escrito desde hace años muchas páginas de la historia política de nuestro país, especialmente en los últimos de triste recordación. Ahora la piqueta renovadora que esta vez adquiere importancia de símbolo, demostrando que todo puede caer, han de transformar el aspecto de este solar”. “Todo puede caer”, una advertencia cristalina hacia los gobiernos populares.
En la antigua casa de mayordomos de la residencia –el último resto del Palacio que queda en pie– se ubica hoy, no sin cierta obstinación, el Instituto Juan Domingo Perón.
El lunes pasado, el mismo día de la masiva marcha del 24 de marzo por la Memoria, Verdad y Justicia, el Vocero de Adorno anunció con entusiasmo que el nombre de Kirchner había sido borrado del frontispicio del Centro Cultural Kirchner, rebautizado el año pasado como “Palacio Libertad - Domingo Sarmiento”. El funcionario aclaró que no le parecía bien que un edificio público llevara el apellido Kirchner teniendo en cuenta que varios miembros de la familia del ex Presidente se dedican a la política.
La elección de Sarmiento es casi de manual: sin haberlo leído, nuestros reaccionarios suelen citarlo. Lo que sí es paradójico es que elijan homenajear a uno de los fundadores de ese Estado que prometen destruir.
Al día siguiente, el 25 de marzo, una cuadrilla de Vialidad Nacional demolió el monumento a Osvaldo Bayer, obra del escultor Miguel Jerónimo Villalba, ubicado en la entrada a la ciudad de Río Gallegos en Santa Cruz. En las imágenes que circularon en las redes sociales se ve cómo los empleados de Vialidad lo tiran abajo, con una excavadora y martillos neumáticos. Las autoridades del organismo nacional justificaron la decisión a partir de supuestos reclamos sobre “contaminación visual”, por encontrarse el monumento al costado de la Ruta 3, y también por un pluvial imaginario que podría ser afectado. En todo caso, es bueno recordar que la demolición del monumento es la única obra pública llevada a cabo por el gobierno del Presidente de los Pies de Ninfa.
La alegría reaccionaria no duró mucho: Pablo Grasso, el intendente de Río Gallegos, afirmó que “ante este intento del gobierno nacional de borrar la historia de los santacruceños y de los patagónicos, hemos tomado la decisión de restituir el monumento a Osvaldo Bayer y la Patagonia Rebelde. Porque somos rebeldes por naturaleza”.
PATAGONIA REBELDE
Ante este intento del Gobierno Nacional de borrar la historia de los santacruceños y de los patagónicos, hemos tomado la decisión de restituir el monumento a Osvaldo Bayer y la Patagonia Rebelde. Porque somos rebeldes por naturaleza. pic.twitter.com/hgButTMN3Q
— Pablo Grasso (@pablograssook) March 25, 2025
En una columna lisérgica, el periodista apocalíptico Miguel Wiñazki opinó: “Eliminar la estatua de Bayer es la contrapartida del culto a la personalidad tan explotada con Néstor Kirchner y antes con Perón. Todo es análogo aunque inverso”. Quién sabe, tal vez en su próxima nota considere que el intento de asesinato contra CFK fue la contrapartida de Pakapaka y que la violencia implícita de Zamba sea análoga a la de quienes ordenaron demoler el monumento, aunque inversa.
Por su lado, José Luis Espert, uno de los tantos reaccionarios que se autoperciben liberales, tuvo la cortesía de aclarar, en su sintaxis rudimentaria, las verdaderas razones de la demolición: “Bayer se la pasó puteando al prócer de Julio A. Roca gracias al cual la Patagonia es argentina. Mirá cómo terminó el monumento a Osvaldito, volado de un plumazo de Santa Cruz. Todo vuelve. Éxtasis”.
Bayer se la pasó puteando al prócer de Julio A. Roca gracias al cual la Patagonia es argentina. Mirá cómo terminó el monumento a Osvaldito, volado de un plumazo de Santa Cruz. Todo vuelve. Extasis. https://t.co/l0cufMHNd9
— José Luis Espert (@jlespert) March 26, 2025
Siguiendo la novedosa doctrina Espert, deberíamos demoler todos los monumentos a Domingo Faustino Sarmiento, por haber denunciado las matanzas de Julio Argentino Roca: “Es peor política e inicua además, la que tiene por empresa el exterminio de los indios sin el pretexto de la propia defensa (...) ¿De dónde ha salido ahora este derecho de exterminio y de persecución de tribus que como las del Sur del río Negro, y las de Limay arriba, no nos habían hecho mal? Pero esta persecución á outrance es además de impolítica y absurda, una flagrante violación de la Constitución (...) es puramente un acto salvaje”.
Sarmiento también denunció la corrupción del Presidente Roca y de su hermano, como escribió el propio Osvaldo Bayer: “Ataliva Roca, el hermano de Julio Argentino Roca. Lo hizo célebre Domingo Faustino Sarmiento, quien inventó para el idioma argentino el verbo atalivar. Decía Sarmiento como quien recita un proverbio: ‘El Presidente Roca hace negocios y su hermano «ataliva»’. Quería decir cobra la coima. Después del genocidio de los pueblos originarios, comenzará el afiebrado negociado de la tierra pública”.
Tal vez haya un paralelismo entre aquellos hermanos y los hermanos Milei. La que “ataliva”, en este caso, es Karina.
La historia reciente prueba que no hay nada nuevo en estos impulsos autoritarios, disfrazados de decisiones éticas. Hernán Lombardi, funcionario del gobierno de Cambiemos, también intentó rebautizar el CCK. Propuso cambiar el nombre por “Independencia”, “María Elena Walsh” o el de “algún prócer”. El nombre daba igual, lo fundamental era borrar el apellido Kirchner. El funcionario alegó que no era ético utilizar ese apellido ya que no había pasado el tiempo necesario desde el fallecimiento del ex Presidente Néstor Kirchner.
Una precaución que no exigió siendo joven militante radical, cuando, en 1987 –al inaugurarse en Buenos Aires la extensión de la línea D hasta las vías del ferrocarril Mitre– el Presidente Raúl Alfonsín bautizó por decreto el conjunto de viaducto, estación ferroviaria y estación de subte “Ministro Carranza”, en homenaje al ministro de Defensa y amigo personal que acababa de fallecer. Fue una decisión no exenta de cruel ironía, teniendo en cuenta que Carranza fue uno de los responsables del atentado llevado a cabo en abril de 1953 en la estación de subte Plaza de Mayo durante un acto convocado por Juan D. Perón. El saldo fue de seis muertos y más de cien heridos.
Tampoco han perturbado al funcionario, ni a otras almas de cristal, los muchos monumentos erigidos en honor a Raúl Alfonsín. Uno de ellos fue inaugurado en La Plata durante el gobierno de Cambiemos, menos de diez años después de la muerte del ex Presidente radical. Marcos Peña, el entonces jefe de Gabinete, señaló emocionado que la imagen debía servir “de guía para saber qué tipo de Argentina queremos, qué mensajes queremos dejar a nuestros hijos y cómo se construye ese país en que todos tenemos que ser protagonistas”. Se ve que todos no.
En realidad, la falacia institucional para rebautizar un edificio público, una represa o una calle, o las razones éticas para justificar la demolición brutal de un monumento sólo se usan cuando el homenajeado es peronista o asimilado tal.
Los gorilas entusiastas que, sin mejores razones y en medio del incendio de su propio modelo, aplauden un cambio de nombre o una demolición brutal, deberían recordar que, más allá de las excusas éticas o las excavadoras apuradas, el peronismo siempre vuelve.
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