¿Mejor prevenir que curar?

El caballo de Troya del punitivismo

 

“La seguridad, esa palabra mágica, ese conjuro capaz de suspender hasta la lógica más elemental”.
Andrés Barba, en República luminosa.

1.

Leyendo un viejo libro escrito por el filósofo y urbanista francés Paul Virilio, dedicado a las casamatas, me encuentro con esta frase de Hitler tomada de su Mein Kampf: “La idea está embrujada y embarazada de la idea de protección”. Sospecho que la protección en la que se estaba pensando era la de las naciones. Casi cien años después la frase sigue teniendo vigencia, sólo que el terruño se ha reducido a los perímetros de la propiedad privada o, más aún, a las tenencias personales que solemos arrastrar día tras día cuando nos desplazamos por la ciudad.

La prevención es uno de los grandes fetiches de la época. Se ha transformado en una suerte de imperativo moral. Se tiene dicho que “si la ocasión hace al ladrón”, entonces tenemos que estar en la ciudad de manera prudente, no hay que “regalarse”. La prudencia responsabiliza a los ciudadanos en las tareas de control. Cada uno de nosotros carga con el riesgo y debemos involucrarnos para minimizar las probabilidades de pasar un mal momento. Los policías no tienen la bola de cristal para saber dónde se producirá el próximo atraco. De modo que la prevención nos está diciendo que la seguridad ya no sólo es un problema del Estado, que no podemos recostarnos en las fuerzas del Estado, sino que debemos participar activamente.

La prevención forma parte de un mandato social que recorre casi todos los campos sociales: no sólo debemos prevenir el delito y las violencias sino además prevenir el cáncer, el mal aliento, la caída del cabello, las arrugas, la gripe, los accidentes laborales, los accidentes de tránsito, prevenir el colesterol, prevenir las gripes. Es decir, la prevención del delito hay que leerla al lado de esta serie. La consigna popular “mejor prevenir que curar” es una frase atrápalo todo, imbatible, que se nos presenta como incuestionable, un slogan que le abrió las puertas a la prevención securitaria.

Por su puesto que en plena pandemia no estamos negando las políticas de prevención en materia de salud colectiva sino cuestionando su equiparación, es decir, queremos llamar la atención sobre las retóricas que hacen pasar una cosa por otra, que piensan la seguridad pública a imagen y semejanza de la salud pública. Y lo cierto es que se trata de fenómenos muy distintos que no pueden agendarse con las mismas recetas, apelando a los mismos clisés.

 

2.

En las últimas décadas hemos asistido a lo que he dado en llamar “el giro preventivo de la seguridad”: la seguridad ha sido redefinida desde la prevención. Y hablo de giro, porque la prudencia que organiza la prevención ha transformado a la seguridad en general, no sólo a las tareas policiales. Las políticas de prevención han desplazado a las políticas criminales, las policías ya no están para perseguir el delito sino para prevenirlo. La prevención ha adquirido cada vez mayor centralidad, no sólo se lleva la pauta oficial que los intendentes dedican a contar sus acciones sino que se lleva gran parte del presupuesto.

La prevención es una palabra con la que se nos machaca todos los días. Somos alistados como policías amateurs cada vez que se nos conmina a actuar preventivamente. La prevención se ha convertido en la nueva virtud ciudadana, la manera de estar en la ciudad. No es una elección sino una obligación, el ejercicio responsable de la vecindad.

 

 

Cuando se piensa la seguridad pública por abajo, con la gestión de los gobiernos locales, nos damos cuenta de que cambian los colores pero las consignas son más o menos las mismas. Es muy difícil distinguir las gestiones kirchneristas o peronistas de las gestiones de macristas o radicales. Tal vez la diferencia haya que buscarla en el peso que cada uno de los intendentes dedica a otras áreas; pero si miramos la gestión desde la seguridad, con las consignas que construyen para contar la seguridad, y la tecnología y los planes que dedican a la seguridad, podemos concluir que suele haber muy pocas diferencias. La política los separa, pero la prevención los junta.

Eso por un lado, porque la prevención securitaria le abre la puerta al mercado: la seguridad se privatiza, transforma a la seguridad en un bien o servicio que se compra y se vende en el mercado de la seguridad, un mercado cada vez más grande y diversificado. Decime cuál es tu capacidad de consumo y te diré cuan seguro te encuentras. La prevención no sólo carga a la cuenta de la capacidad de consumo de cada vecino gran parte de las tareas de control sino que con el paso del tiempo se ha convertido en otro signo de diferenciación social, es una manera de reproducir desigualdades sociales.

La prevención securitaria tiene su gramática y su parafernalia. Por un lado, tiene una lengua franca universal, una señalética que se averigua en la cartelería que nos orienta y permite que la entendemos en todos lados y que reza: “vecinos alertas”, “cuidado con el perro”, “por su seguridad cierre con llave las puertas”, “vecinos conectados con la comisaria”, “usted está siendo filmado”, “prohibido entrar con visera o casco”. Por el otro, una tecnología que está hecha de alarmas, circuitos de video-vigilancia monitoreada, botones antipánico, serpentinas aceradas, seguridad privada y patovicas, implica que levantemos los muros, reforcemos las puertas, blindemos las ventanas, cambiemos las cerraduras, construyamos habitaciones antipánico, adquiramos armas o un perro con cara de malo, aprendamos técnicas de autodefensa. Los vecinos alertas tienen que invertir mucho tiempo y dinero en la prevención. Pautas que no sólo van a ir modificando la subjetividad de las personas sino las maneras de estar en el barrio y recorrer la ciudad, que van constriñendo nuestro universo de relaciones, nos van encerrando y modifican el paisaje urbano.

 

 

3.

La prevención es el caballo de Troya del punitivismo. Con la prevención llega la punición, las facultades discrecionales de la policía, pero también la prepotencia vecinal. La prevención es el punto de encuentro entre el punitivismo de arriba y el punitivismo de abajo. Porque la prevención, para que funcione, necesita de un policiamiento intensivo que implica la articulación o una alianza entre las policías y la comunidad.

La prevención redefinió el rol de las policías al redefinir su objeto. Estamos ante policías que no están para perseguir el delito sino para prevenirlo. Y la prevención del delito es un eufemismo, porque en realidad prevenir implica demorarse en aquellas conductas colectivas que si bien no constituyen un delito estarían creando las condiciones para que el delito tenga lugar. Es decir, el objeto de la prevención policial son las incivilidades, o sea las estrategias de sobrevivencia y pertenencia que desarrollan los más pobres para resolver problemas materiales e identitarios. En efecto, el objeto de la prevención policial son los colectivos de personas que tienen determinados estilos de vida y pautas de consumo: los cuidacoches, trapitos, vendedores ambulantes, feriantes, la oferta de sexo en la vía pública, los pibes de las barriadas paseando por el centro o usando los espacios públicos para consumo de drogas ilegalizadas o alcohol, escuchando música a alto volumen, hablando en voz alta, etc. Cuando las crisis resienten la economía de los barrios, la policía se convierte en una institución económica, la mano invisible para regular las economías informales e ilegales y prevenir los conflictos que puedan suscitarse.

Para que la policía actúe preventivamente necesita dos cosas. Una, facultades discrecionales: los policías no pueden tener “las manos atadas” para detener y cachear a las personas, a aquellos actores que forman parte de su clientela estable. Dos, la participación de la comunidad: hay que involucrar a los vecinos en las tareas de control. Son estos los que deben mapearle la deriva de los colectivos de personas que tanto miedo generan, que introducen riesgos. Un activismo que encuentra en la cultura de la vigilancia y la delación, de largo aliento, un punto de apoyo, que luego habilita y legitima la prevención policial intensiva (el hostigamiento).

Con todo, la prevención se ha convertido en el fetiche de la época. Todos los gobiernos, de distintos signos político, apelan a la prevención sin medir las consecuencias sociales, sin siquiera demostrar los resultados de las políticas desplegadas en su nombre. Nos hemos acostumbrado a comprar estos “paquetes” sin evaluar sus resultados, sin solicitar la rendición de cuentas. Se replican los planes sin tener que demostrar luego su efectividad. La prevención se ha convertido, entonces, en una palabra mágica, un comodín que encaja en cualquier discurso. Nadie tiene que explicar lo que está nombrando con la palabra “prevención”. Si es prevención es bueno, si se trata de prevenir está bien.

El giro preventivo forma parte de la vidriera de la política, del habitual bacheo policial que los funcionarios ensayan cuando no pueden o no quieren hacer políticas a largo plazo. Es entendible: si a la oposición no suele caérsele muchas ideas, está claro que hará de la desgracia ajena una bandera que sólo se podrá arriar con medidas espectaculares.

 

 

 

* El autor es docente e investigador de la Universidad Nacional de Quilmes. Director del LESyC y la revista Cuestiones Criminales. Autor entre otros libros de Vecinocracia: olfato social y linchamientos, Yuta: el verdugueo policial desde la perspectiva juvenil y Prudencialismo: el gobierno de la prevención.
** Las fotografías que ilustran la nota pertenecen al artista Juan Dias.

 

 

 

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