MEJOR NO HABLAR DE CIERTAS COSAS
La interna norteamericana descoloca al seguidismo gatomacrista en el G20
La coyuntura económica de los países más importantes del globo que se reúnen en la cumbre del G20, a llevarse a cabo en la Capital Federal entre el viernes 30 de noviembre y el sábado 1 de diciembre, es apreciada con preocupación por el grueso de los analistas. Hasta el año pasado, salvo Inglaterra, todos crecían. En el corriente año, en los Estados Unidos las apuestas están divididas sobre si se sostendrá el crecimiento que ya lleva una década. De acuerdo a los indicadores que calcula la European Commission, la UE experimentará una caída gradual en el crecimiento del PIB que irá del 2,4% en 2017 al 2,1% en 2018, 1,9% en 2019 y 1,7% in 2020. Japón no logra desembarazarse de su estancamiento endémico de dos décadas. El Banco Central de China acaba de reducir las reservas fraccionarias de sus bancos en 108.000 millones de dólares para dinamizar el crédito interno y frenar la caída del producto. El Brexit y sus indefiniciones siguen erosionando el crecimiento inglés. Los mercados emergentes están acorralados por la subida de la tasa de interés americana (ocho veces desde diciembre de 2015) y la revalorización del dólar. La pregunta que corre es qué tan rápida y eficaz podrá encontrarse la salida si estos datos coyunturales son indicios de una recesión generalizada en vista de la atmósfera de enfrentamiento global que se respira.
El G20 fue convocado por primera vez hace una década por los Estados Unidos, para lidiar en conjunto con la crisis que se desató entonces. La cooperación arrojó resultados limitados que sin ella es dudoso que se hubieran alcanzado. Al fin y al cabo, se trata del grupo que en su seno reúne a los países que significan dos tercios de la población mundial y manufacturan y cosechan más de tres cuartos de todo lo que se produce en la Tierra.
Las contradicciones en el G20 se han venido precipitando con cierta rapidez. Posiblemente, lo que capta y redondea el proceso de cambio que desembocó en el perturbador espíritu del momento sea el paradojal destino de la idea fuerza que Francis Fukuyama concibió en su ensayo “Orden y decadencia de la política” (2016). Fukuyama es conocido y criticado por recrear durante el cese del siglo corto, como corolario de la derrota de la URSS en la Guerra Fría, la tesis de Georg Hegel vía Alexandre Kojève sobre el fin de la historia. Ahora Fukuyama se propuso despejar las incógnitas de "cómo llegar a ser Dinamarca", dado que en su óptica este país, que no forma parte del G20, es el paradigma de la democracia liberal.
The New York Times (02/07/2018) informa que el gobierno socialdemócrata danés, con la mira puesta en no perder las elecciones del año próximo a manos del creciente ultraderechista Partido del Pueblo Danés, presentó en marzo 22 propuestas, la mayoría vigentes en estos días, para poner en régimen de ghetto a los inmigrantes de religión musulmana. Una de ellas estipula que a los habitantes de “25 barrios clasificados como ghettos, según el ingreso de los residentes, la situación laboral, los niveles de educación, el número de condenas penales y el ‘trasfondo no occidental’" (en criollo: musulmanes) se les duplica la penalidad de ciertos crímenes, consigna el Times. Por otra ley “a la edad de 1 año, los ‘niños del ghetto’ deben separarse de sus familias durante al menos 25 horas a la semana, sin contar la hora de la siesta, para recibir instrucción obligatoria en ‘valores daneses’, incluidas las tradiciones de Navidad y Pascua y el idioma danés”, puntualiza el Times y aclara que esa obligación, cuyo incumplimiento da lugar a la suspensión de los pagos de la seguridad social, no alcanza al resto de los daneses. “Los políticos que usaban la palabra integración ahora la llaman francamente asimilación”. Sobre 5,7 millones de ciudadanos daneses, medio millón son inmigrantes; cifra que contabiliza a los descendientes nacidos en Dinamarca en razón de los serios obstáculos para conseguir la ciudadanía.
Al desafortunado Fukuyama la refutación lo persigue. La historia no finalizó y en vez de asimilarse el mundo a los idealizados valores daneses, los daneses se asimilan a los denigrados valores que campean en el mundo y tensionan el G20. Clima de época.
Broche de cierre
A todo esto, los trascendidos que dio a conocer el Financial Times (21/11/2018) acerca de las negociaciones para la declaración de cierre de la reunión del G20 de Buenos Aires van confirmando lo que en todo el orbe es observado sin excepción: el estado de atormentado impasse de los conflictos geopolíticos que tejen la trama del poder mundial. El diario de negocios londinense aclara que al calor del toma y daca la declaración final puede cambiar, pero que todo indica que las variantes serán de forma no de fondo. La disputa que tiene como núcleo al mandatario norteamericano, Donald Trump, y su par sínico, Xi Jinping, por el grado de influencia en el ejercicio del poder mundial, está en pleno desarrollo. El aparte que tendrán Trump y Jinping en Buenos Aires luce crear más ansiedades que las aconsejadas por la prudencia. Los europeos, japoneses y rusos agregan su capítulo. Demasiado temprano, entonces, para que haya otro tipo de resultado.
Que hasta el momento, según lo filtrado por el Financial Times, no se haya condenado abiertamente el proteccionismo –como se veía haciendo en los encuentros anteriores— y todo se limite a expresar en el comunicado en ciernes que se insta a los países a “reconocer la importancia del sistema multilateral de comercio” y a “trabajar para preservar los mercados abiertos y asegurar el campo de juego nivelado”, ilustra sobre la modesta tarea inmediata de poner algodones retóricos entre los cristales oscuros del poder real. En el borrador se confluye hacia “desarrollar propuestas que aseguren que la OMC continúe siendo relevante”. Ni siquiera hay espacio para las tradicionales insinceridades diplomáticas librecambistas en el ámbito del comercio exterior férreamente mercantilista. De hecho, la guerra comercial, meollo de la trifulca global, no figura directamente en los tres temas que articulan la agenda que son: “Futuro alimentario sostenible”, “Futuro del Trabajo” e “Infraestructura para el desarrollo".
El comunicado en negociación también recala moderado en el cambio climático, al que alude indirectamente a través de la voz medio ambiente, asunto que a la par de no conmover a chinos, norteamericanos ni saudíes, mal enquista a los tres. Su inclusión, a causa de la inevitable –por el momento— corrección política, también obedece a que el lunes 3 de diciembre arranca en Polonia la cumbre del cambio climático de la ONU.
La interna
El motto de este G20: “Construyendo consenso para un desarrollo equitativo y sustentable” es una extrema singular manifestación del lugar común dime de qué alardeas, te diré de qué careces. Para empezar, Trump llega al G20 con la disputa por los aranceles sobre el sector automotor lejos de haberse saldado dentro de los Estados Unidos. Sin acuerdo interno, difícil alcanzar un acuerdo internacional razonable. Según el portal norteamericano POLITICO (miércoles 14/11/2018), “la reunión de la Casa Blanca celebrada el martes sobre tarifas de automóviles concluyó con un acuerdo para no avanzar por ahora con los impuestos […] Trump ha estado ansioso para imponer tarifas durante bastante tiempo, pero la industria automotriz y los mercados no las quieren. Y, presumiblemente, complicarían las negociaciones con la UE a menos que exista una exención general. Por ahora seguirán siendo una amenaza en el bolsillo trasero de Trump”.
A la salida de esa reunión, el Director del Consejo Nacional de Asesores Económicos, Larry Kudlow (el mismo que hace unos meses recomendó a la Argentina adoptar la convertibilidad) fue entrevistado por la cadena televisiva CNBC. Durante el transcurso del reportaje, cuyo tema era la negociación con China en particular y el comercio en general, se le exhibió a Kudlow y a la audiencia un pasaje de la conferencia dada por Peter Navarro, máximo asesor presidencial en temas de comercio, en la ONG Center for Strategic and International Studies. Allí Navarro dijo respecto de China que “si hay un acuerdo —siempre y cuando haya un acuerdo— será en los términos del Presidente Donald J. Trump. No en los términos de Wall Street […] Si Wall Street está involucrada y continúa haciendo propuestas en estas negociaciones, habrá un hedor en torno a cualquier acuerdo que se consuma porque tendrá el sello de Goldman Sachs y Wall Street".
Kudlow, que junto al Secretario del Tesoro, Steven Mnuchin, son firmes opositores a las tarifas y provienen de Wall Street, comentó a la CNBC sobre lo dicho por Navarro que "creo que Peter se equivocó mucho […] Estaba trabajando independientemente, y no representa al Presidente ni a la administración […] En realidad, creo que le hizo un gran daño al Presidente." La lectura de POLITICO se centra en que “es muy difícil imaginar que el director del NEC (sigla en inglés del Consejo) habló de esta manera sobre Navarro sin la aprobación del Presidente. Esto importa porque una de las decisiones económicas más importantes que enfrenta la Casa Blanca, en este momento, es hasta dónde entrar en una guerra comercial de estado avanzado con China.” El New York Times (14/11/2018), en cambio, tras señalar que Navarro no quiso hacer comentarios sobre lo dicho por Kudlow, afirmó que “continúa teniendo la oreja del señor Trump.” Mientras tanto, el representante norteamericano de comercio, autoridad máxima administrativa en negociaciones internacionales, Robert E. Lighthizer, está obligado a hacer equilibrio y no solo por la interna del gabinete. Sería una extrañeza que Trump pueda hacer lo que hace sin cierto consenso bipartidario, más allá de cómo se aprecie el resultado de las midterms. Es para sopesar cómo incidió este escenario en la detención en Japón de Carlos Ghosn, ejecutivo del máximo fabricante mundial de autos, la alianza Renault-Nissan, con fuertes intereses en China. Ghosn fue formalmente acusado de fraude fiscal y malversación. Más clima de época.
Gato encerrado
No es que el resto de los grandes países no tengan contradicciones internas que ciñen sus respuestas externas. Pero sucede que son centrales las de los Estados Unidos (7% de la población mundial, 25% del producto mundial) porque su moneda nacional –el dólar— es la moneda mundial pero no cuenta al mundo, salvo marginalmente, entre los parámetros para su manejo. Es la gran contradicción internacional que atraviesa un foro como el G20. Convocado en sus orígenes –y desde entonces— para mejorar el perfil de respuesta a las crisis financieras globales, está lejos de haber acertado con algún grado de solución estructural que se perciba como factible y adecuada. La pura coyuntura del después vemos.
A esta altura, al gatomacrismo el ejercicio irrestricto del realismo periférico que profesa, consciente o inconsciente, se le hace muy cuesta arriba. Porque si todo su eje para la reunión del G20 era seguir a pie juntillas los objetivos norteamericanos, estos están en veremos. Pero, incluso si estuvieran tan balanceados y definidos como un mecanismo de relojería, tendrían que coincidir con el interés nacional. Su apuesta norteamericana es una prueba objetiva de que el gatomacrismo ha renunciado a identificar qué es lo que configura el interés nacional. Para este importante y delicado asunto, tampoco tiene nada que decir.
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