La semana pasada Jorge Pinedo comentó en El Cohete el buen libro de Florencia Halfon sobre Leonardo Favio. Creo que allí conté por primera vez mi desencuentro con su música.
Fuimos amigos desde que salimos de la adolescencia y seguimos siéndolo hasta el final, cuando los cuatro años que me llevaba habían perdido toda importancia. El filmó su segunda película como actor con Torre Nilsson al mismo tiempo que yo empezaba en el periodismo en la página de cine del diario Noticias Gráficas. Dos años después dirigió su primer largometraje, Crónica de un niño solo, que se sostiene seis décadas después como un prodigio de calidad narrativa y sensibilidad. O como decía él, de ternura. En los años que restaban de aquella década vertiginosa de 1960 dirigió también Este es el romance del Aniceto y la Francisca, de cómo quedó trunco, comenzó la tristeza y unas pocas cosas más..., y El dependiente, mientras rumiaba el Juan Moreira con el que se propuso salir del nicho de director de culto y dirigirse en cambio a las masas populares, de las que provenía y con las que se identificaba.
Cuando el calor de Buenos Aires todavía era soportable pasábamos horas tomando mate y hablando de cada toma de sus proyectos, de la banda de sonido y de la luz, en la terraza del departamento en el que vivía con Marilyn, como todos llamaban a María Vaner, que era mayor que nosotros y sería la protagonista de Este es el romance... Para mí fue una decepción cuando El Chiquito se puso a cantar y nuestro común amigo Eduardo Calcagno lo dirigió en Fuiste mía un verano. Me parecía un desperdicio de su talento como director de cine, una pérdida de tiempo. Ya sin Marilyn, que nunca terminó de digerir la separación, comenzaba su relación con Carola Leyton, la mamá de Nico y Pupi. Como quien se disculpa, decía que era “un compositor rasante, de tono y dominante”, y me explicaba que el cine era una gastadera de plata, que no tenía y que sí podía ganar con la música, con la que su éxito era devastador.
Yo era muy tonto y me llevó años aprender a valorar esas canciones que, según él mismo, “perdurarán mucho más allá de nuestras sombras” y por las que “me recordarán al momento de empacar para no volver”. Y sobre todo, a entender que eran parte del mismo universo creativo, que no valían menos que su cine. El libro recoge una frase suya premonitoria: dice que cuando muera, los diarios argentinos lamentarán al famoso cineasta, pero en el resto de América recordarán que fue el autor de Ella ya me olvidó. Escuchalo y después mirá los programas que le dedicaron televisoras de distintos países americanos y la entrevista que le hizo en Buenos Aires Ana Cacopardo. Ojalá te emocionen como a mí.
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