Mártires del Concilio
La ceremonia por la beatificación de Angelelli
En 2012, hace apenas un puñado de años, todo esto todavía estaba en discusión. En las puertas del Tribunal Oral Federal de La Rioja, la hermana del cura Carlos Murias, asesinado por la dictadura, pedía que las muertes de los mártires de esa provincia pudieran leerse como casos en cadena. Cuando la Justicia recién lograba sentarse a realizar el primer juicio, las muertes de los sacerdotes Carlos de Dios Murias, Gabriel Longueville, del laico Wenceslao Pedernera y del obispo Enrique Angelelli, parte de la misma pastoral, del mismo compromiso y asesinados luego de una persecución incesante entre el 18 de julio y el 4 de agosto de 1976, aún tramitaban como hechos aislados.
La pelea por esa lectura en sucesión acaba de completarse. Ayer, el enviado del papa Francisco, Angelo Becciu, prefecto de la congregación de los Santos, encabezó la ceremonia de beatificación de los ahora llamados cuatro mártires de La Rioja. Pasadas las 10.30 en una ceremonia realizada al pie de los cerros, Becciu pronunció las palabras que hace años esperaban quienes trabajaron por este reconocimiento. Dijo que los cuatro fueron asesinados por la dictadura. Un diálogo que se dirigía a la vez a quienes todavía sostienen el absurdo del accidente de Angelelli. Enmarcó sus vidas en el contexto del compromiso por el que lucharon al hablar del trabajo a favor de los más pobres y explotados. Y, lo más importante, encuadró el compromiso como parte de la autenticidad de la tarea pastoral. Un énfasis también esperado y acentuado por las palabras que siguieron: dijo que todo estaba inspirado en los nuevos desafíos del Concilio Ecuménico Vaticano II, una perspectiva desde la que, agregó, podríamos definirlos, en cierto sentido, como mártires de los decretos conciliares.
"Ellos fueron testigos fieles del evangelio y se mantuvieron firmes en su amor a Cristo y a su Iglesia a costa de sufrimientos y del sacrificio extremo de la vida", explicó. "Fueron asesinados en 1976 durante el periodo de la dictadura militar marcado por un clima político y social incandescente que también tenía claros rasgos de persecución religiosa, en un clima dictatorial que consideraba sospechosa cualquier forma de defensa de la justicia social".
El mensaje de Becciu fue tal vez el dato político más importante de la ceremonia. Hubo cierta tensión los días previos por el contenido de ese discurso. En términos políticos la consagración de los mártires de La Rioja tiene diversas lecturas. La dimensión global tiene al juego del Vaticano en el mundo corrido a la derecha donde la beatificación es leída como parte de las políticas de Roma para mostrar un modelo para la Iglesia Latinoamericana que vuelve a hacer eje en aquel Concilio de puertas abiertas y de compromiso territorial, un camino que empezó el año pasado con la canonización del obispo Oscar Romero asesinado en El Salvador. Ahora bien, también existe una dimensión doméstica. Un mensaje hacia el interior de la Iglesia con sus capas de viejas y nuevas generaciones, las pujas por el sentido de uno de los símbolos más incómodos que obliga a revisar el rol de la jefatura del clero en dictadura, el silencio de años respecto del asesinato de Angelelli y, antes todavía, la soledad en la que lo dejaron. Hay también una agenda política nacional. El significado de Angelelli en el aquí y ahora de la escena del país, una dimensión que apareció en la ceremonia retratada por la enorme presencia del grupo de curas en Opción por los Pobres. Y, finalmente, hay una dimensión más local e interna que es el mensaje a la feligresía. Quienes participaron de la canonización de Romero del año pasado se acordaban, sin ir más lejos, de estas tensiones al narrar cómo arriba del escenario habían visto como invitado al hijo de quien instigó el asesinato de 1980.
Por ese contexto, las palabras del enviado del Papa causaron sorpresa. Becciu habló más de lo que se esperaba. Y no sólo instaló a los muertos y sus trabajos en la misión del Concilio Vaticano II, en ese doble movimiento que vuelve a instalar al Concilio en la agenda del presente de la iglesia. Sino que habló de sus vidas, a su manera, pero sin licuar el contenido político.
"Fueron asesinados —volvió a decir—, debido a su diligente actividad de promoción de la justicia cristiana, de hecho en esa época el compromiso en favor de una justicia social y la promoción de la dignidad de la persona humana se vio obstaculizada con todas las fuerzas por las autoridades civiles", dijo y la gente aplaudió.
"El beato Enrique Angelelli, pastor valiente y celoso —dijo—, que apenas llegó a La Rioja empezó a trabajar para socorrer a una población muy pobre y víctima de injusticias. La clave de su servicio episcopal reside en la acción social en favor de los mas necesitados y explotados, así como en valorar la piedad popular como un antídoto contra la opresión".
Dijo que vivieron y murieron por amor. Y también hubo espacio para una autocrítica. Con un gesto con destinatarios varios, el enviado pareció buscar la manera de buscar instalar a la gran masa de fieles, colchón para el vía libre del dictadura, en el escenario de las víctimas.
"Oficialmente el poder político se profesaba respetuoso, incluso defensor de la religión cristiana —dijo—, e intentaba instrumentalizarla pretendiendo una actitud servil por parte del clero y pasiva de los fieles, invitados por la fuerza..."
Y la gente aplaudió. Él retomó la última parte, y dijo: "Invitados por la fuerza a exteriorizar su fe sólo en manifestaciones litúrgicas y de culto. Pero los nuevos beatos se esforzaron en trabajar por una fe que también incidiera en la vida, de modo que el Evangelio se convirtiese en fermento de la sociedad, de una nueva humanidad fundada en la justicia, la solidaridad y la igualdad".
Uno de los curas oyó lo que decía convencido de que atrás de estuvo la mano de Francisco: este hombre —dijo— ni los conoció.
En la primera fila estuvo sentada Gabriela Michetti. El grupo de Curas en la Opción Por los Pobres estaba alrededor. Habían llegado de todos lados, durante toda la semana. Eduardo de la Serna. Marcelo Ciaramella. Francisco "Paco" Oliveira. Uno de los manifestantes había levantado un cartel en cartulina con una protesta por esa presencia. Y varios tenían alguna pancarta.
También los curas con otras organizaciones prepararon una bandera. Michetti, decía, el gobierno nacional insulta la memoria de nuestros mártires.
Lograron levantar la bandera durante unos minutos. Pero luego se las hicieron bajar. El padre Paco se hizo un espacio para acercarse hasta la silla de Michetti. Cuando llegó le entregó una pulsera de luto con una estampita.
—A Angelelli lo mataron por ponerse en contra de políticas similares a las de su gobierno— le dijo—: usted no debería estar acá.
Cuando ella se disponía a dar una respuesta, lo sacaron. El hombre de seguridad lo miró y dijo:
—Estoy haciendo mi trabajo.
—Y yo estoy haciendo el mío —dijo el cura.
Hubo gobernadores. Estuvo Sergio Casas de La Rioja, Lucia Corpacci de Catamarca y Juan José Schiaretti de Córdoba. Estuvo Juan Manuel Urtubey de Salta y lo silbaron. Y estuvo José Luis Gioja. Hubo intendentes de toda la provincia. Y también estuvieron los jueces y fiscales federales a cargo de los juicios de lesa humanidad, la serie de juicios incluyó el veredicto por el homicidio de Angelelli y la condena a dos responsables. En el escenario estuvieron los obispos. Además del enviado del Papa, la misa fue concelebrada por el nuncio apostólico en Argentina, León Kalenga Badikebele y unos 40 obispos. Entre ellos, Oscar Ojea, titular de la Conferencia Episcopal Argentina; Mario Poli, arzobispo de Buenos Aires y Héctor Villalba, obispo emérito de Tucumán. Dos actores centrales de la ceremonia fueron los obispos Marcelo Colombo y Dante Braida. Colombo, ahora arzobispo de Mendoza, fue el obispo de La Rioja que impulsó la causa judicial al presentarse como querellante. Braida es el actual obispo de La Rioja y estuvo a cargo de los preparativos que incluyeron la instalación de cuatro carpas con diversas charlas durante la semana en el centro de la ciudad. Esas charlas también marcaron la tónica y el eje del encuentro. Las mesas buscaron establecer diálogos entre aquella iglesia de los años '70, sus compromisos y el presente pero tomaron como ejes el movimiento campesino y el conflicto por la tierra o el diálogo entre marxismo y cristianismo. Braida es santafesino, dicen que hijo de militantes de los viejas ligas agrarias, y cuando habló en el escenario durante la ceremonia central se encargó de agradecer a todos los que no estaban ahí. A los que resistieron, dijo. Y habló de las organizaciones y de las personas que dieron testimonio durante años para que ese homenaje sea posible. Acaso por eso y nombre de esas voces, convocó a Arturo Pinto. El hombre que acompañó durante siete años y durante su último viaje a ese obispo tozudo, difícil y bravo, como dijo, volvió a decir que Angelelli era un tipo que no se bajaba del carro, que lo bajaron de mala manera.
Abajo faltó gente, sobre todo feligreses.
El obispo Braida dijo que muchos de los que se habían comprometido a viajar finalmente no lo hicieron por cuestiones de presupuesto. Nadie sabe qué cara puso Michetti en ese momento. Ni si la explicación es solo esa. Durante la semana, en las actividades centrales, también faltaron curas del interior de la provincia. Tal vez los que debieron haber convocado a los que finalmente no llegaron.
"Mucha gente escapó y mucha hizo silencio. Y la Iglesia cómplice avaló ese silencio, con aquello de mejor no te metás. Por eso creo que es muy fuerte la experiencia de todo esto y del silencio a nivel riojano" dice el cura Roberto. "Angelelli fue un tipo de Córdoba, que venía de la gran Ciudad, capta esto y va al corazón de este pueblo. A los curas siempre les decía una frase. Venían de afuera, muchos enamorados del proyecto de esta iglesia, que era aquello del Concilio, era renovador, proponía escuchar a los que son de afuera, abrir las puertas, a sentirse uno más. Y él les decía a los curas: Antes de hacer cualquier proyecto pastoral, tomen mate con el pueblo durante un año entero, después piensen. Ese es el contexto. Escuchó, bailó, comió, y un día a él y a sus compañeros, les partieron el cráneo de un fierrazo. Y eso fue un mazazo en la cabeza sobre este pueblo: matando a Enrique y a los compañeros mártires, les taparon la boca. Fue un mensaje mafioso".
Aquello tal vez explique parte de la poca presencia en la calle. Los organizadores calcularon 40.000 personas, en la celebración de Romero hubo 500.000. También está el eje económico, la malaria. Pero también está la larga historia de disputas simbólicas. Romero era una figura muy querida y conocida en su pueblo. Un símbolo claro de la lucha contra la injusticia y defensa de los pobres, la dictadura y la opresión. Es el mismo camino de Angelelli en un país donde la estructura de la Iglesia hasta hace demasiado poco lo negó.
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