Eva era bastarda y peronista. María Elena, hija legal de una familia de clase media ilustrada y contrera. Eva ejerció la política con fervor y suscribió dos libros, María Elena flirteó escasamente en política y publicó 53. Eva murió en 1952 a los 33 años, María Elena ese mismo año y con 22 se autoexilió en Francia para tomar distancias del régimen que abominaba. Cáncer para las dos, grafiti de odio para una sola. María Elena escribió un poema para Eva de 39 versos que desafía la insoportable pereza intelectual de la grieta, porque no cierra nada, sino que comprende y se enriquece con la diferencia.
Eva no escribió ninguno de los dos libros de los que fue autora. Entregó algunas notas breves y revisó los originales del primero y dictó el segundo casi en su totalidad, sólo pudo escribir una carilla y media de puño y letra, debilitada en extremo por el cáncer de útero que ya estaba en fase de metástasis. El primero fue escrito íntegramente por el periodista español Manuel Penella Da Silva y luego podado y amputado en un tercio del total por Raúl Mendé, Ministro de Asuntos Técnicos y censor en jefe de los documentos de prensa y contenidos difundidos por el peronismo de los 10 primeros años felices. Los cuidados en la edición y filtros sobre la escritura antigua y retórica de Penella Da Silva, no sólo tuvieron que ver con las múltiples ocupaciones y prioridades de Eva o la voluntad de los publicistas amanuenses Mendé y Apold de agradar a Perón; sino con que –lejos de abonar el Billiken de que ella azuzaba la mano izquierda del General— Eva fue el “rival político” más importante del creador del movimiento de masas más grande y persistente de América Latina, su cuadro más exigente y capaz de desbordes tales como promover la expropiación de La Prensa para dárselo a la CGT o utilizar armas compradas a la familia real holandesa para armar milicias populares en defensa de un gobierno con enemigos que veían cómo el peronismo reconfiguraba el país profundamente, que los desafiaba en los hechos y que luego se transformaría (dos golpes proscriptivos y sanguinarios mediantes) en una referencia mayoritaria e indestructible, el verdadero límite a la utopía cultural neoliberal de naturalizar un país donde un puñado de millonarios le prestan cielo, mar y tierra a una enorme mayoría para vivir como argentinos, de forjar una mayoría estable de pobres de derecha, explotados felices, de esclavos agradecidos y resignados a perseguir una zanahoria de plástico que siempre está lejos, a un semestre de peregrinaje sacrificial, al final del túnel.
Sobre las autorías y las intensidades dispares de ambos libros, Horacio González y José Pablo Feinmann sostienen que:
“No hace falta ser autor material de un texto para ser sujeto autoral de ese texto. Se puede decir que Evita es autora de La razón de mi vida y al mismo tiempo no lo escribió. Fue Leónidas Lamborghini el que logró encontrar —como sólo podía intentar un gran poeta— que detrás de La razón de mi vida estaba la voz de Evita”. (Horacio González.)
“Que nadie venga a decirme que Mi mensaje no es auténtico, nadie más que Evita agonizando, ya sin importarle ninguna consecuencia coyuntural de la política, podía decir todo lo que hay que decir y en el momento en que uno quiere decirlo. Es una intelectual orgánica que cuando se le canta dice lo que se le canta”. (José Pablo Feinmann.)
No hay texto de Eva, ni edulcorado ni amputado, tampoco sus clases en la Escuela Superior Peronista, que se sustraiga a las diferencias ideológicas profundas, esas que los chantas y los perezosos intelectuales —los que escamotean las razones y consecuencias de las grandes encrucijadas de nuestra historia— llaman grieta. No es un significante vacío, fácilmente manipulable, una veleta pragmática dócil al cambio de vientos. Y es el gran problema de reivindicarla en actos, más allá de las frases sueltas en las redes sociales, las remeras o los billetes.
"Es el pueblo, son las mujeres, los niños, los ancianos, los trabajadores que están presentes porque han tomado el porvenir en sus manos y saben que la justicia y la libertad las impondrá únicamente teniendo al general Perón dirigiendo a la Nación... Ellos saben bien que antes del General Perón vivían en la esclavitud y por sobre todas las cosas habían perdido la esperanza de un futuro mejor... Que fue el General Perón quien dignificó social, moral y espiritualmente. Y saben que la oligarquía, que los mediocres, que los vendepatria, todavía no están derrotados. Desde sus guaridas asquerosas atenían contra el pueblo y contra la libertad". (Eva Perón. Cabildo Abierto del Justicialismo, 22 de agosto de 1951.)
También es un parteaguas para un sector del feminismo blanco y académico, no peronista. Y decimos no peronista en vez de gorila no sólo porque es un calificativo posterior y ajeno a Eva, sino porque el gorila odia y no piensa, puede ser ilustrado pero difícilmente inteligente y hay muchas mujeres inteligentes que detestan el peronismo o por lo menos lo desprecian infravaluándolo. A ellas, la desobediencia orgánica y fulgurante de Eva no las convence, es un subproducto del General obrerista y patriarcal. Su subordinación táctica a Perón, el pedido recurrente a obedecerle y defenderlo es inaceptable y fue sobradamente fustigado por íconos del feminismo que aplaudieron la Revolución Libertadora que robó y escamoteó macabramente su cadáver, que fueron intelectuales inorgánicas de un régimen que legalizó la persecución y el asesinato de peronistas deshumanizándolos, marcándolos como nazis y fascistas, como Victoria Ocampo, el alter ego que eligiese Mónica Ottino para su célebre guión teatral. O directamente orgánicas de una dictadura criminal, como Alicia Moreau de Justo, que integró ese miniparlamento de notables antiperonistas que fue la Junta Consultiva que asesoraba a Isaac Rojas.
Para Eva el feminismo no era una categoría teórica sino práctica y transversal, pero no fundante de su acción política. Su época fue la de un feminismo liberal contra un populismo plebeyo que multiplicó la visibilidad y las alternativas de participación política y social de las mujeres, que hizo realidad lo que otras pioneras habían militado por décadas y a las que Eva no invocaba. Bastarda, de origen humilde, mujer de un milico enorme, autotidacta y jacobina, líder espiritual y política de sus descamisados. ¿Quién que no fuese peronista podía sopesar esa complejidad y valorarla desde otra piel? ¿Desde su propio género con una sensibilidad superior y otra condición de clase?
Fue María Elena Walsh, hija legítima y acunada con amor y arte, adolescente heterosexual e introvertida, lesbiana y feminista brillante en su adultez. María Elena pudo sedimentar rencores y diferencias para redescubrir a Eva sin amaneramientos ni afectaciones, nada menos que en 1976. En una comprensión más profunda que la de Ernesto Sábato, al percatarse del llanto de su servidumbre contrastado a su felicidad juvenil tras el golpe de 1955.
Calle Florida, túnel de flores podridas.
Y el pobrerío se quedó sin madre llorando entre faroles sin crespones.
Llorando en cueros, para siempre, solos.
Sombríos machos de corbata negra sufrían rencorosos por decreto y el órgano por Radio del Estado hizo durar a Dios un mes o dos.
Buenos Aires de niebla y de silencio.
El Barrio Norte tras las celosías encargaba a París rayos de sol.
La cola interminable para verla y los que maldecían por si acaso no vayan esos cabecitas negras a bienaventurar a una cualquiera.
Flores podridas para Cleopatra.
Y los grasitas con el corazón rajado, rajado en serio. Huérfanos. Silencio.
Calles de invierno donde nadie pregona El Líder, Democracia, La Razón.
Y Antonio Tormo calla "amémonos".
Un vendaval de luto obligatorio.
Escarapelas con coágulos negros.
El siglo nunca vio muerte más muerte.
Pobrecitos rubíes, esmeraldas, visones ofrendados por el pueblo, sandalias de oro, sedas virreinales, vacías, arrumbadas en la noche.
Y el odio entre paréntesis, rumiando venganza en sótanos y con picana.
Y el amor y el dolor que eran de veras gimiendo en el cordón de la vereda.
Lágrimas enjugadas con harapos, Madrecita de los Desamparados.
Silencio, que hasta el tango se murió.
Orden de arriba y lágrimas de abajo.
En plena juventud. No somos nada.
No somos nada más que un gran castigo.
Se pintó la República de negro mientras te maquillaban y enlodaban.
En los altares populares, santa.
Hiena de hielo para los gorilas pero eso sí, solísima en la muerte.
Y el pueblo que lloraba para siempre sin prever tu atroz peregrinaje.
Con mis ojos la vi, no me vendieron esta leyenda, ni me la robaron.
Días de julio del 52. ¿Qué importa dónde estaba yo? No descanses en paz, alza los brazos no para el día del renunciamiento sino para juntarte a las mujeres con tu bandera redentora lavada en pólvora, resucitando.
No sé quién fuiste, pero te jugaste.
Torciste el Riachuelo a Plaza de Mayo, metiste a las mujeres en la historia de prepo, arrebatando los micrófonos, repartiendo venganzas y limosnas.
Bruta como un diamante en un chiquero. ¿Quién va a tirarte la última piedra? Quizás un día nos juntemos para invocar tu insólito coraje.
Todas, las contreras, las idólatras, las madres incesantes, las rameras, las que te amaron, las que te maldijeron, las que obedientes tiran hijos a la basura de la guerra, todas las que ahora en el mundo fraternizan sublevándose contra la aniquilación.
Cuando los buitres te dejen tranquila y huyas de las estampas y el ultraje empezaremos a saber quién fuiste.
Con látigo y sumisa, pasiva y compasiva, única reina que tuvimos, loca que arrebató el poder a los soldados.
Cuando juntas las reas y las monjas y las violadas en los teleteatros y las que callan pero no consienten arrebatemos la liberación para no naufragar en espejitos ni bañarnos para los ejecutivos.
Cuando hagamos escándalo y justicia el tiempo habrá pasado en limpio tu prepotencia y tu martirio, hermana.
Tener agallas, como vos tuviste, fanática, leal, desenfrenada en el candor de la beneficencia pero la única que se dio el lujo de coronarse por los sumergidos.
Agallas para hacer de nuevo el mundo.
Tener agallas para gritar basta aunque nos amordacen con cañones.
Una digresión sugestiva: Sara Fazio, el amor de su vida y hasta su muerte, produjo desde una perspectiva muy similar a la de María Elena, un registro documental fotográfico fenomenal del peronismo, de los militantes y las movilizaciones que van desde 1972 hasta la muerte de Perón en 1974.
En un poema maravilloso asoma el sesgo de clase cuando María Elena la califica como “fanática, leal, desenfrenada en el candor de la beneficencia”, que no le permite apreciar mejor lo que Evita no hacía por caridad sino por justicia social, tal como le espetase a Monseñor Miguel De Andrea cuando le cuestionaba que la Fundación Eva Perón hacía lo mismo que la Iglesia con sus hogares y Cáritas. Un lunar en un poema que es de una luminosidad inédita y le reconoce entre mujeres el sitial de “única reina que tuvimos” las reas, las monjas, las violadas en los teleteatros y las que callan pero no consienten.
Un poema que es un documental del apasionado historiador y docente Esteban Cadoche, musicalizado por José María Castiñeira de Dios e interpretado por Ingrid Pelícori y le da sentido a esta nota.
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