Mapuches de papel

El desprecio por los rituales de cualquier pueblo conlleva una intolerable carga discriminatoria

 

Días atrás el título de esta columna encabezó una nota firmada por Claudio Chaves –un profesor de historia— en el portal Infobae. El contenido me resultó un tanto urticante y refutar las falsedades e inexactitudes en el citado medio no resultó factible, por lo que pedí el auxilio de El Cohete a la Luna.

La opinión pública tiene derecho a ser informada de manera veraz y oportuna  a objeto de prevenir estigmatizaciones raciales, étnicas o religiosas que en otros tiempos de la humanidad nos han llevado a atravesar experiencias por demás traumáticas.

Lo primero que debemos considerar sobre la temática mapuche es que las fronteras claramente delimitadas en nuestros territorios son un fenómeno que no existió hasta fines del siglo XIX y casi todo el siglo XX.

Sin embargo, en términos genéricos podemos decir que al sur del Río Biobío en lo que hoy es Chile y al sur de la provincia de Córdoba en lo que hoy es la Argentina pre-existió a nuestros Estados una cultura originaria que compartió usos, costumbres y familia lingüística; sus pueblos adquirían nombres diversos en función de su ubicación geográfica o de las características de su entorno natural. Por eso por ejemplo existían los puelches (gente del Este,  estaban a este lado de la cordillera) o los pehuenches (gente de las araucarias, pues vivían en las tierras con araucarias, hoy Neuquén y sur de Mendoza).

Algunos colonizadores llamaron a esta etnia araucanos, al otro lado de la cordillera, y tras el paso de los siglos comenzaron a reconocerse como mapuches. Esta cultura no se representaba mediante un poder centralizado, no fue ni es parte de sus aspiraciones.

A diferencia de lo sucedido con aztecas, mayas e incas, los mapuches resistieron exitosamente el avance colonizador obligando a la corona a firmar las paces en el Parlamento de Quillín (1641) con lo que se estableció al Biobío como límite entre la corona y la nación originaria. La guerra había durado 50 años y tras el acuerdo se estableció que ninguna fuerza armada traspasaría sus fronteras.

Descubrir la presencia de estos pueblos a este lado de la cordillera es tarea tan simple como repasar nuestra toponimia. Viaje por el corredor Jujuy, Salta, Santiago del Estero, Córdoba y encontrará las localidades etimológicamente quechuas que fue idioma traído por los incas. Haga lo propio por La Rioja, Catamarca, oeste de Córdoba y oeste de Salta y se encontrará con los nombres de origen diaguita en su idioma cacán o kakán. También habitaron al otro lado de la cordillera, por eso puede encontrar Calingasta, Aimogasta o Payogasta en territorio argentino y Antofagasta del lado chileno.

Podemos establecer un límite territorial y etno-lingüístico con los pueblos mapuche hablantes (el idioma es el mapuzungun o mapudungun) en el río Salado de la provincia de Buenos Aires (ese era el límite de nuestro virreinato y de nuestro primer país) y otro en el fuerte de Río Cuarto. Es por eso que Lucio V. Mansilla inicia desde allí su expedición a los ranqueles (Rankülche, “gente de los cañaverales”).

Del Río Cuarto para abajo ni la corona ni las Provincias Unidas ejercían soberanía y podemos encontrar centenares de localidades, parajes y accidentes geográficos en idioma mapuzungun. No son sólo pueblos de la cordillera; ¿o alguien piensa que pudo habérsele ocurrido a Juan Díaz de Solís llamar Trenque Lauquen (Laguna Redonda) a la actual ciudad bonaerense, por citar un ejemplo?

La columna de opinión citada anteriormente estimula una atmósfera de desprecio o negación a todos estos hechos históricos proponiéndole al lector la simplificada idea de que existe un grupo de mapuches “de papel” que inspirados en principios violentos se proponen “arrancar” pedazos de Chile y la Argentina.

Las acciones de reivindicación territorial protagonizadas por mapuches de diversa procedencia son muy anteriores a la caída del muro de Berlín o al Foro de Sao Paulo. Sugerir un vínculo directo entre la revolución cubana, Hugo Chávez y/o los Montoneros con las reivindicaciones mapuches –tal como hace el autor— en la pretensión de vincular al peronismo revolucionario, a la izquierda latinoamericana o al fantasma del comunismo con la temática mapuche denota un profundo desconocimiento  o peor, lisa y llana mala fe.

Parece fuera de época calificar a las referentes espirituales del pueblo mapuche como “curanderas que creen escuchar a dioses”. El desprecio por los rituales de cualquier pueblo conlleva una intolerable carga discriminatoria.

Entre la andanada de calificativos despreciativos también se afirma que los integrantes de la comunidad de Villa Mascardi poseían armas de fuego calibre 38 y tumberas durante la represión en la que resultó muerto Rafael Nahuel.

Es otra grave desinformación que incita a la criminalización; en enero de 2019 el juez Leónidas Moldes consignó que no incautaron ningún arma a los jóvenes mapuche procesados por esos hechos.

También es tergiversar y falsificar la historia difundir que las tierras en poder de Benetton y reclamadas por grupos afines a Facundo Jones Huala fueron compradas a “una compañía británica que bajo la presidencia de Avellaneda vino al país motivada por la política de aquellos años de gobernar es poblar”.

La historia es mucho más incómoda y merece ser contada. Las tierras que hoy usufructua Benetton fueron cedidas gratuitamente a The Argentine Southern Land Co por el Presidente Miguel Juárez Celman (cuñado de Julio A. Roca) en 1890. El hecho fue cuestionado por su propio Vicepresidente, Carlos Pellegrini, a quien Celman escribió: “¿No es mejor que estas tierras las explote el enérgico sajón y no que sigan bajo la incuria del tehuelche?”

En parte de ese territorio recuperado y reclamado por un grupo liderado por el lonko Jones Huala encontró la muerte Santiago Maldonado.

Resumamos: el Estado argentino masacró y corrió de manera violenta a los pueblos originarios de la Pampa y la Patagonia durante la campaña del desierto (1879). Entre otras hazañas organizó a tal efecto un campo de concentración en Valcheta (Río Negro).

Finalizada esta epopeya, regaló esas tierras a militares y familiares cercanos. La piñata territorial posterior a la campaña fue en los hechos una reforma agraria de cuño oligárquico, sin ninguna compensación. Uno de los más beneficiados resultó ser el propio hermano de Julio Argentino Roca, Ataliva, en cuyas tierras usurpadas hoy pervive una pequeña localidad situada entre Santa Rosa y General Acha.  La “propiedad privada” de Ataliva en La Pampa alcanzaba las 58.000 hectáreas.

De más está aclarar que los argentinos no hemos ofrecido ninguna disculpa histórica por nuestros atropellos. Lo que queda por rediscutir no es el reconocimiento de la preexistencia étnica y cultural de los pueblos indígenas argentinos, ni su derecho a recibir una educación bilingüe; tal como reclama este autor.

Lo que queda por debatir es la construcción de una Argentina Plurinacional.

 

 

* Periodista y documentalista. Realizador del documental Puel Mapu.

 

 

 

 

 

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