Mal que le pese a los gorilas

La felicidad es peronista, concuerdan el artista plástico Daniel Santoro y el filósofo Julián Fava

 

Durante un tiempo, el artista plástico Daniel Santoro y el filósofo Julián Fava se encontraron, preferentemente por las tardes, en distintos bares céntricos para intercambiar sobre el peronismo como hecho fundante e identitario. Pero como ocurre cuando se encuentran personas que han hecho del pensamiento una metodología de reflexión y explicación del mundo, sus charlas derivaron hacia otros lugares. El resultado inicial y más visible es Peronismo, entre la severidad y la misericordia, un libro de conversaciones que apareció hace unas semanas editado por Las Cuarenta.

Resuelto en once capítulos, cuyos puntos de partida (distintos, incluso arbitrarios) son apenas excusas para hablar de arte y pintores; de filosofía y filósofos; de religión y religiosidades diversas; de lenguas y pensamientos; de Occidente y de Oriente; del capitalismo y la izquierda. Y en el medio, o más específicamente en los bordes, de peronismo y política y viceversa. Compartiendo saberes con sencillez, seriedad y devoción, Santoro y Fava nos acercan temas olvidados y nuevos; pequeños y gigantescos; vanguardistas y tradicionales; disruptivos y previsibles. Acerca del subtítulo, Santoro menciona que “a lo largo de la historia las revoluciones tuvieron en sus inicios motivaciones misericordiosas y acabaron sus días justificando la severidad más despiadada”.

Para definir al peronismo, Santoro elige dos palabras: Exceso y Felicidad. En el capítulo Agua, goce peronista y Riachuelo, el especialista en iconografía del peronismo se traslada a la histórica jornada del 17 de octubre de 1945 y sostiene que haber cruzado las aguas contaminadas desafiando a los puentes levantados constituyó “la gran ofensa fundacional del peronismo a la ciudad blanca”. El paso de la putrefacción a la vida nueva está simbolizado en un hecho “casi ominoso”: cuando después, en la Plaza de Mayo, metieron las patas en la fuente. Considera al agua como “elemento esencial en la ontología del peronismo” y enumera ejemplos: la construcción de las piletas populares, cuando gracias a los hoteles sindicales miles de personas viajaron a Mar del Plata y pisaron un balneario de mar por primera vez. El círculo culmina con las piletas que Milagro Sala ayudó a construir en Jujuy. Todos hechos intolerables para la clase media que, por un lado, reacciona alejándose de Mar del Plata, que ya no siente propia y hace crecer Punta del Este y por el otro consiente la destrucción de las piletas de la Tupac Amaru. En el libro se cuenta un dato estremecedor. Tras el golpe que derrocó a Perón en 1955, muchas esculturas emblemáticas del peronismo, también salvajemente mutiladas, fueron a parar al Riachuelo. Apuntan los autores que las figuras guardaban una disposición semejante a los cadáveres en Plaza de Mayo luego de los bombardeos de junio de 1955.

Otro capítulo se llama Ciudad Infantil, envidia y revolución y alude a una construcción, literalmente fantástica, levantada a fines de la década del '40 a partir de una iniciativa de Evita en Echeverría al 900, entre Belgrano y Nuñez. Al decir de Evita, el propósito de esa mini ciudad era que “nuestros niños pobres no tengan nada que envidiarles a los hijos de la oligarquía”. Fue uno de los muchos Hogares-Escuelas para niñas y niños humildes de 2 a 7 años, donde los miles que pasaron por allí se educaban, se alimentaban, vivían, jugaban, aprendían valores y confirmaban un slogan de época: Los únicos privilegiados son los niños. En esa ciudad, toda a pequeña escala, había chalets estilo californiano, iglesia y almacén, un banco de juguete y canchas de todo tipo y también se exaltaba al agua con bebederos y fuentes, con un lago artificial y una piscina para que los chicos se refrescasen y aprendiesen a nadar.

La tapa del libro reproduce una ilustración de aquel lugar. En el interior de uno de los chalets dos niños, sentados, leen. Están vestidos con ropas de las tiendas más caras de Buenos Aires. “Proteger a los niños de la envidia es construir un sujeto revolucionario”, apunta Santoro.

 

 

Fava señala otras características de esa singular iniciativa estatal: pisos de madera fina, cortinas de voile suizo. “Este sería uno de los sentidos de la justicia social: ofrecer una segunda oportunidad; redimir las vidas transformando el destino; ejercer una profunda justicia distributiva existencial”. No está de más señalar que sucesivos golpes de odio desmantelaron el lugar hasta convertirlo en un centro médico. Ahora a punto de desaparecer, convertido en rehén de algún negocio inmobiliario.

En La cosa peronista retoman con gracia el mito urbano de que cuando un pobre recibía del Estado una casa lo primero que hacía era levantar el parquet para usarlo como leña para el asado, o convertir al bidet en un almácigo para cultivar perejil o transformar a la bañadera en un chiquero para cerdos. “Estos relatos –a cuál más absurdo en tiempos en que los medios de comunicación no tenían el poder actual ni existían las redes, hacen decir a Santoro– servían para apaciguar lo que la acción del peronismo agitaba en la clase media: hay otro que goza apropiándose de un goce que me corresponde. La felicidad del otro determina mi infelicidad”. Tal vez por enigmas como este, que se prolongaron en el tiempo y aún continúan vigentes con distintos argumentos descalificantes, Fava señala en el prólogo: “Este es un libro tan complejo como el peronismo”.

El último intercambio se titula Mayo francés y capitalismo epigonal. Allí Santoro confronta con una de las consignas más famosas de aquella revuelta universitaria y estudiantil pero que conmovió a toda Europa y recorrió el mundo: “Seamos realistas, pidamos lo imposible”. El libro tiene a esa altura —cerca del final— una de las pocas referencias a la actualidad, cuando el autor del cuadro La felicidad del pueblo la compara con “la revolución de la alegría” macrista que tanta tristeza acumuló en cuatro años. “Ahora los CEOS codiciosos piden lo imposible. Que todos sean empleados autogestivos y se sientan libres, así nadie les dirá cuando es suficiente… Una vez que ingresamos a la sociedad de los CEOs, no hay piedad para nadie”.

El libro tiene muchos otros elementos de atracción y discusión. Santoro desarrolla varias de sus especialidades: la lectura de famosas pinturas argentinas y su conocimiento del idioma chino (“Mal dibujado, el ideograma de la felicidad significa infelicidad”); Fava analiza La Comunidad Organizada, una muy conocida ponencia de Perón de 1949 durante el Congreso de Filosofía; uno se mete con la Cábala y otro desarrolla una de sus especialidades, el filósofo Bataille. En El espacio pulido y el Adán tecnobiológico Santoro define shoppings, museos contemporáneos y edificios corporativos como los "nuevos parques en los que los máximos predadores son el cálculo, la codicia y el afán de lucro". En el prólogo, Fava advierte: “La acción política y el arte quizá estén movidos por la misma pretensión: hacer inteligible lo real, ordenar el caos. La política viene a embellecer al mundo; el arte en todo caso, a hacer inteligible la política… Si aquello que se cifra en el nombre peronismo aún es materia de discusión es porque alrededor suyo se definen todavía los comportamientos individuales y colectivos de nuestra sociedad".

Libro para volver a él cuántas veces sea necesario; libro que, con frecuencia, supera los conocimientos del lector (hablo de mí) pero que, en cualquier caso, transmite una cosmovisión atractiva sobre la que es imposible permanecer indiferente y abre la cabeza. Es probable que varios de los intercambios que quedaron afuera de este tomo integren una futura segunda parte.

 

 

 

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