El método mafioso capitaliza la violencia y a partir de ahí acumula riquezas, control y poder en la esfera de la sociedad civil y en el Estado, pero en contadas ocasiones lo ha copado. Mafia es organización criminal que mantiene actividades tanto en los mercados legales –esos que aceptan, toleran o requieren el uso de la fuerza y de la violencia como forma de regulación y control– como en los mercados ilegales, en los que circulan productos prohibidos dentro del ámbito de la legalidad y que por eso mismo permiten enriquecimientos vertiginosos en tiempos breves. Históricamente, se articula alrededor del uso extrainstitucional de la violencia. Con distintos objetivos: “resolver” conflictos, intimidar, robar, amasar fortunas propias o defender las fortunas y los intereses de las clases dominantes. Esa violencia funcionó siempre en paralelo con otra violencia, legitimada y declarada superior a las partes, por las partes, que es la violencia monopolizada por el Estado moderno. Pero dado que las mafias duran en el tiempo, en esa larga duración han sido capaces de modernizarse y globalizarse. Han sabido encontrar los modos de adaptarse a las transformaciones de los contextos sociales, políticos, económicos y territoriales. Han sofisticado sus formas de acción y de los territorios ancestrales (generalmente el sur de Italia) se abrieron al mundo. La gran disponibilidad de capitales acumulados en actividades ilícitas las ha empujado a insertar la economía ilegal en la legal. En este sentido, el actor mafioso concentra sobre sí la función de coordinación y diálogo entre lo legal y lo ilegal, sea cual fuere el ámbito de la vida social o política que ocupa. Los mafiosos han aprendido a introducir en los circuitos económicos legales los capitales que han sustraído con medios predatorios de los circuitos ilegales. De este modo se ha vuelto sujetos económicos legales (sin que esto signifique declinar la ilegalidad anterior) y han dado el salto a la política. Ese poder lo han insertado en el ámbito de la política: creado un partido o copando alguna estructura clásica. Con ese movimiento han empezado a producir consenso tanto hacia arriba –el sistema político– como hacia abajo –el sistema social. Han introducido las lógicas (la cultura) de la violencia privada en los circuitos del Estado.
Una de esas mafias, la calabresa, la ‘ndrangheta, es una organización criminal que tiene redes mundiales. Se ocupa sobre todo del tráfico de estupefacientes y del lavado de dinero. Ha sabido mantener relaciones estrechas con el mundo de la política y de los colletti bianchi, locución que viene del inglés –white-collar workers– y que indica a los representantes de la burguesía de las profesiones: líderes de la política y de la economía. Bajo este punto de mira, los ‘ndranghetistas pueden estar incluidos en la categoría más amplia de empresarios. Empresarios “particulares”, pues transforman su poder criminal en actividad económica y política. Históricamente, se han ocupado de activar procesos de capitalización basados en la violencia (de las relaciones sociales), pero esos procesos se fueron modificando en función de los territorios, los tiempos, las relaciones de fuerza, las oportunidades a disposición en los países que los recibieron a través del dispositivo inmigratorio. En los vínculos dispares de este entramado conceptual –violencia más economía y política– hay que situar la “identidad” ‘ndranghetista. Pueden modificarse los sectores de acumulación de la ‘ndrangheta, pero la racionalidad general de sus modos de operar es siempre la misma. Los mafiosos ponen a jugar la violencia en las relaciones de mercado, en el sistema de la acumulación capitalista, en las relaciones políticas y también en los discursos. En muy contados casos han llegado al gobierno de los Estados. En Italia hasta ahora no fue posible, pese a las cercanías vertiginosas con el poder. En los territorios de inmigración ‘ndranghetista las cosas son un tantito distintas.
Los signos de la ‘ndrangheta
La crisis de 2015 en la Argentina ha liberado todas las potencialidades de infiltración, contaminación y unificación de la dimensión legal e ilegal de la vida colectiva. Algunas de sus “formas culturales” podemos rastrearlas tanto en el ámbito social como en el ámbito político. En el sistema capitalista, con su enorme cuota de cinismo, mercado y política (en sus declinaciones neoliberales) son nexados discursivamente con democracia, legalidad, legitimidad, riqueza, entusiasmo, bienestar, hasta con bondad, cuando en realidad tienen que ver más con autoritarismo, ilegalidad, violencia, pobreza inducida en el campo popular. Los actores CEOliberales, sociales y políticos, tienden a revestir tanto el mercado como la política con discursos “morales”. Por eso mismo nadie quiere ser identificado como mafioso. Lxs mafiosxs (lxs malxs) son siempre los otrxs.
“Hoy hay un equipo que gobierna pensando en el largo plazo. Un estado que combate las mafias y previene la corrupción”, retumbó desde la platea del Congreso. La mafia es declinar lo que se es y hacerse de “razones” con la fuerza. Además de furcios altamente significativos que permitirían formular hipótesis acerca de que la verdad siempre emerge desde el subconsciente, en el discurso que el Presidente Macrì pronunció con motivo del inicio del 137° período de sesiones ordinarias en el Congreso, asistimos a una disociación entre fantasía (“posverdad”) y realidad. Disociación entre representación y veracidad histórica. Ese discurso fue el soporte de una esquizofrenia cultural programada*.
Pero en esa alocución están los signos culturales de la ‘ndrangheta también. Mafia es el ademán de hacerse de “razones” con la fuerza. En el Congreso, Macrì tuvo que interrumpir su discurso a raíz de las intervenciones de lxs legisladorxs de la oposición, que criticaban las “posverdades” que escuchamos: no hace falta replicar ninguna pues están situadas ampliamente en el imaginario colectivo. El Presidente hubiera podido dar lugar a esas críticas pues son una forma de expresión de la democracia. Sus respuestas, que podríamos leer bajo el signo de la provocación, en realidad consistieron en hacerse de “razones” con la fuerza: “Los insultos hablan más de ustedes que de mí, señores”, “Yo estoy acá por el voto de la gente, señores”. Aquí el número (de votantes: de la gente, un sujeto evanescente, políticamente irrepresentable) se hizo todopoderoso y desintegró el lenguaje de la lógica y la democracia.
La extorsión
La extorsión es una figura central en la articulación de toda mafia. Forma parte de un entramado mayor: la corrupción, que es inherente a la lógica y al funcionamiento del sistema capitalista. Si no estamos dispuestxs a pensar una salida del capitalismo (incluso del “capitalismo bueno”) hacia algún modelo de convivencia justo, humano, libre, emancipado, la supuesta interpelación crítica a la corrupción asume solamente ribetes morales. La corrupción –bajo las formas de la extorsión–, como sistema de mediación entre economía, administración pública y política, encuentra siempre a la criminalidad organizada. Sus formas son características del método mafioso, que pone en diálogo y coordinación ámbitos que tendemos a pensar como contrapuestos: la legalidad y la ilegalidad a partir de la violencia privada ahora enquistada en el Estado. La nota de Verbitsky –“Extorsión”– sobre la relación entre el falso abogado Marcelo D’Alessio –sobrino del Escribano general del gobierno, faccendiere de las posiciones de Cambiemos en temas de seguridad y defensa en los medios, operador de la violencia privada– y el fiscal federal Carlos Stornelli, ha hecho emerger el nexo entre crimen organizado, corrupción, administración pública, ilegalidad y fragmentos de la política (más preciso: funcionarios del gobierno). Esa intervención nos ha demostrado la amplitud de articulación y la peligrosidad de la penetración mafiosa en los distintos contextos en el que se desarrolla la vida política nacional. Contextos que cruzan los ámbitos de la política, el empresariado, la (in)justicia, las instituciones y la sociedad civil. Con “Extorsión” nos hemos enterado de una organización criminal cuyos integrantes forman parte de un aparato estatal y paraestatal, encabalgados entre la justicia y la injusticia, que extorsionan, que llevan a cabo tareas de inteligencia, y que tienen vínculos con el Ministerio de (in)Seguridad. En Página/12 vimos una foto de D’Alessio con la Ministra Bullrich y en otra lo vimos sentado con altos jefes de la Gendarmería en una reunión que se habría llevado a cabo en una sede del Ministerio de (in)Seguridad. Ese mismo Ministerio que nos ha acostumbrado a un equilibrio finísimo que se balancea entre la violencia en potencia, es decir, la amenaza, y la violencia en acto, los golpes y los palos (que vimos en acción en la Plaza o por las redes, cuando se discutió la Reforma previsional) y la represión sin mediaciones (especificada por medio del asesinato de Santiago Maldonado y de Rafael Nahuel y la persecución a presxs políticxs como Milagro Sala, Amado Boudou, Luis D’Elia...).
Sobre los fenómenos mafiosos en la Argentina es preciso aumentar nuestro volumen de conocimiento y de conciencia (menos personal que colectiva), sensibilidad y atención para entender cabalmente los distintos ámbitos, sectores e intereses que tocan. Necesitamos crear instrumentos eficaces de control respecto de las formas de (i)legalidad mafiosa a las cuales nos pretende acostumbrar el gatomacrismo. Una herramienta que tenemos a mano es la liberación. Que significa construir un país justo, igualitario, emancipado, libre, inventivo, disidente, vital, popular, político. Que haga de la vida humana un lugar digno.
* La “posverdad” es una mentira planificada y amplificada por la propaganda rentada. Su objetivo es generar falsas creencias en el pueblo. Un ejemplo inequívoco es el estribillo presidencial “estamos mal, pero vamos más que bien”. Una de las tantas funciones de la Ciencia, la Universidad, la Escuela públicas es saber identificar, explicar y desarticular esas falsas creencias sobre la base del uso de la razón paciente y la sensibilidad. Pero además de exportar limones, el macrismo se ha propuesto una exportación infocognitiva. A manos de Lino Barañao ha degradado el Ministerio de Ciencia y Tecnología a Secretaria. Por su sigla el MINCyT se ha transformado en SINCyT. Ésta no es sólo una sigla sino la expresión descarnada de una política, pues quiere decir Sin Ciencia y Tecnología. La política de las derechas en Ciencia es no tener Ciencia. Parece una paradoja pero no lo es. Nuestrxs científicxs –formadxs por el Estado argentino– tienen que emigrar e ir a financiar las instituciones formativas de países centrales. El pensamiento crítico que se forma en la Escuela, en la Universidad, en la Ciencia públicas es la herramienta capaz de explicar la posverdad y las falsas creencias que implica. Pero el macrismo lo repele porque para ese entramado de poder es peligroso.
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