En noviembre pasado John Bolton, principal asesor en seguridad de Donald Trump, anunció que se aplicarían más sanciones a los tres países que con singular maledicencia y rancio odio llama “la troika de la tiranía”: Cuba, Nicaragua y Venezuela. Agregó, sin discreción alguna, que Estados Unidos estaba esperando “que cada ángulo de este triángulo caiga en La Habana, en Caracas y en Managua”. El injerencismo en curso sobre Venezuela y la renovada presión sobre Cuba reflejan hoy esta expresión de deseos del gringuísimo funcionario.
Moviendo insidiosamente y sin tapujos sus múltiples piolines, el gobierno norteamericano consiguió que el asedio sobre Nicolás Maduro se intensificase. El Grupo de Lima (Argentina, Brasil, Canadá, Chile, Colombia, Costa Rica, Guatemala, Guyana Honduras, México, Panamá, Paraguay, Perú y Santa Lucía) hizo pública una declaración en la que calificó de ilegítimo el nuevo período presidencial de Maduro y recomendó la transferencia del poder gubernamental a la Asamblea Nacional; todo esto recibió el apoyo de Luis Almagro, Secretario General de la OEA. México fue el único país que se abstuvo. El 21 de enero se produjo el levantamiento militar de un grupo reducido de efectivos de la Guardia Nacional Bolivariana, que fue rápidamente controlado y dos días después el presidente de la Asamblea Nacional, Juan Guaidó, se proclamó presidente encargado –lo dijo así en su apurado juramento— de Venezuela. El antedicho Grupo de Lima, de nuevo con la excepción de México, lo reconoció rápidamente. Ese mismo día sendas manifestaciones dieron su apoyo a Maduro y Guaidó respectivamente. En un acto multitudinario, el Presidente Maduro aseguró que una vez más iban a dar pelea, que su gobierno rompía relaciones con los Estados Unidos y que le otorgaba 72 horas para retirar la totalidad de su cuerpo diplomático. Casi en simultáneo, el propio Trump y tras de él una ristra de Presidentes de la región, entre ellos Mauricio Macri, salieron desvergonzadamente a reconocer a Guaidó como colega. Como se ve, lo adelantado por Bolton no tardó en plasmarse en hechos.
También hubo delivery para Cuba. A comienzos de enero se concretó un reforzamiento del embargo impuesto por los Estados Unidos sobre la isla hace 59 años. El gobierno norteamericano modificó una disposición de la Ley de la Libertad Cubana y Solidaridad Democrática, llamada por lo común ley Helms-Burton, por los apellidos de los senadores que la impulsaron. Dispuso que la ya vieja práctica de suspender cada 6 meses su aplicación, en lo relativo a los derechos de propiedad de los estadounidenses, se limitara a 45 días. La reducción del alternado plazo de no vigencia de la ley dispararía denuncias y procesos judiciales susceptibles incluso de afectar a propietarios norteamericanos (que era precisamente lo que se quería evitar con el plazo anterior). Apunta a producir perjuicios y a presionar al gobierno cubano, lo que ha sido reconocido por el propio presidente, Miguel Díaz Canel, quien recientemente declaró que la iniciativa “endurece la política de bloqueo”.
Estos hechos forman parte de una ya larga cadena de desaguisados promovidos por el Presidente de los Estados Unidos.
La confusión y el peligro reinantes hoy en el mundo son en buena parte hechura de Donald Trump. A él se debe también la renuncia norteamericana al Acuerdo de París y la desconsideración de las cuestiones climáticas. Asimismo, el desapego por el multilateralismo, un ingrediente primordial de la fase de globalización capitalista instalada tras la disolución de la Unión Soviética y el fin de la Guerra Fría. La multilateralidad había iniciado su ciclo en la posguerra (la ONU y la OEA son ejemplos de esto); alcanzó un nivel más alto de desarrollo a raíz de la mayor interdependencia económica mundial promovida sistemáticamente a partir de aquel momento inicial. Trump embistió contra ella prácticamente desde el comienzo de su gestión, lo que se patentizó en su menosprecio de los acuerdos de asociación económico-comercial transpacífico y transatlántico (éste finalmente nonato), que fueron descartados.
Se pueden sumar a lo anterior sus embates contra la Unión Europea (y sus mandatarios) y las presiones y alardes hacia la alianza militar más poderosa del mundo: la Organización del Atlántico Norte. No pueden dejar de mencionarse el retiro del acuerdo nuclear “5+1” alcanzado con Irán, la reciente declaración de guerra comercial a China y la confirmación por parte de la Subsecretaria para el Control de Armas y Seguridad Internacional del gabinete presidencial, Andrea Thompson, en rueda de prensa a comienzos de este mes, de la puesta en marcha de la salida de los Estados Unidos del Tratado sobre Fuerzas Nucleares de Rango Intermedio (INF, su acrónimo en inglés), entre otros ejemplos que ponen en evidencia el reguero desestructurador del Presidente.
Su inesperada decisión de hace tres semanas de retirar a breve plazo la totalidad de las tropas estadounidenses de Siria y la mitad de las que están desplegadas en Afganistán dejó con la boca abierta a medio mundo. Si bien hubo luego oscuras aclaraciones y presuntas rectificaciones no confirmadas, dio la sensación de que algo –a lo mejor— estaba cambiando en materia de intervención en el plano de la seguridad internacional; de que alguna sensatez quizá despuntaba. Pero más allá de lo que termine sucediendo en esta área, aquella primera impresión duró poco. Un hecho de trascendencia vino a confirmárnoslo recientemente: la presentación de la Missile Defense Review 2019, un escabroso galimatías que viene a cerrar esta somera e incompleta pintura de los zafarranchos impuestos al orbe por Donald Trump.
El día de su presentación —17 de enero— el Presidente, en un breve discurso, mencionó que “por todas partes adversarios externos, competidores y regímenes canallas están mejorando sus arsenales de misiles”. Y agregó: “Están incrementando sus capacidades de dar golpes letales y están enfocados en desarrollar misiles de largo alcance que puedan atacar blancos en los Estados Unidos”. Puede decirse que precisamente este es el meollo de un largo documento de más de 100 páginas.
Está centrado en el examen de la situación de seguridad nuclear, en la que distingue tan sólo cuatro actores con nombre y apellido: Rusia, China, Corea del Norte e Irán –aparte de los propios Estados Unidos, claro está— y uno difuso: estados canallas y/o grupos terroristas que pudieran se abastecidos por los adversarios. Es curioso que se incluya a Irán, pues bien se sabe que carece de armamento atómico.
Expuesto a grandes trazos, el documento examina los desenvolvimientos de esos cuatro países tanto en el plano de los misiles intercontinentales como en de los regionales. En el primero de ellos percibe importantes progresos tanto en Rusia como en China, en la modernización de sus equipos y medios. También en Corea que, a un nivel más modesto, ha avanzado en el rubro de los intercontinentales; y caracteriza a Irán como poseedor de un apreciable arsenal misilístico convencional. Muestra cierta preocupación, además, en lo concerniente a la investigación y desarrollo rusos de misiles hipersónicos capaces de viajar a velocidades mayores de 5 Mach. En el plano de los misiles regionales menciona que la producción rusa –de nuevo— en este rubro es violatoria del antedicho Tratado INF.
Destaca la importancia del espacio como un campo a desarrollar. Con la ayuda de sensores colocados en satélites pueden monitorearse y detectarse misiles lanzados en cualquier lugar del mundo, lo que beneficiaría el desenvolvimiento de capacidades defensivas con una efectividad muy superior a la existente. Hasta, llegado el caso, podrían destruirse misiles ofensivos casi en el momento mismo del despegue.
Sin embargo esta opción contiene, a mi juicio, dos cuestiones problemáticas. Dicho en corto, la adaptación satelital es factible pero la defensa de los satélites no. Sus órbitas son regulares lo mismo que su velocidad. Llegado el caso no sería difícil atacarlos y destruidos, lo que puesto en perspectiva acarrearía una demoníaca militarización del espacio. Por otra parte, la capacidad misilística de intercepción que requiere esta alternativa hoy todavía no existe.
En fin, el paquete trumpista de innovaciones es atemorizador. El Presidente está jugando con fuego en cada uno de los ítems aquí examinados. ¿Será consciente de ello?
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