Macri celebra la derrota de la Revolución de Mayo

El origen del PRO-imperialismo

 

Un reflejo del vasto alcance que ha tenido en el país el relato histórico de la oligarquía se aprecia en esa singularidad tan nuestra materializada en celebraciones irreflexivas de las fechas patrias, como si en cada una de ellas no se condensara la disputa entre las mismas concepciones antagónicas del país que se enfrentan hoy definiendo la verdadera grieta, deliberadamente desfigurada cual si se tratara de una confrontación formal con origen en los malos modales del kirchnerismo.

Las exhibiciones obscenas de ignorancia histórica por parte del Presidente no son una novedad y las reincidencias indican que no forman parte de las preocupaciones marketineras de Durán Barba; lo que importa destacar es que, aun desde esa ignorancia, el hijo de Franco no puede desprenderse de los tics ideológicos de su clase.

El 9 de julio de 2016, ante el ex rey de España, Macri hizo un discurso atestado de inexactitudes, que alcanzó su cenit cuando dijo que “los patriotas debían haber sentido una gran angustia por tener que separarse de España”.

 

 

El año pasado, en Buenos Aires, el cartel que enmarcaba el palco oficial durante el desfile militar con el que se conmemoraba el 25 de mayo de 1810 confundía 1810 con 1816.

Este año, en ocasión de celebrarse un nuevo aniversario de la creación del Regimiento de Granaderos a Caballo General San Martín, Macri aseguró haber leído que Rivadavia había repatriado los restos del prócer, una afirmación comparable a la que en su época hizo Menem cuando aseguró haber leído a Sócrates, pero más grave.

 

No conocen ni la fecha

 

Esta pretendida reivindicación de San Martín por parte de Rivadavia no es sólo una torpeza desmentida por la cronología de los hechos, también revela una de las tantas deformaciones que nos ha legado la historiografía dominante; ese relato liberal-conservador inspirado por Mitre que nos cuenta afinidades políticas entre dos hombres que fueron enemigos irreconciliables, tan irreconciliables como los dos modelos del país que se proponían construir. El principal artífice de la victoria de los Andes no era un liberal conservador del género de Saavedra o Rivadavia, sino un revolucionario popular. Macri —como antes Mitre— al reivindicar la figura de Rivadavia está reivindicando sus propias políticas.

Se ha sostenido con razón que historia y política son inescindibles. Tanto es así que las diversas corrientes historiográficas que se conocen en nuestro país han surgido al calor de importantes cambios en el poder político. La Historia como disciplina se basa en los hechos y su interpretación. La importancia que reviste cuando se la utiliza como justificación de decisiones políticas del presente, explica la frecuente manipulación de los hechos —como cuando se los oculta—; en cambio, es inevitable que aparezcan enfoques distintos en la interpretación, según la ideología de cada investigador, que nunca es políticamente neutra. Por eso, la más elemental honestidad intelectual exige explicitar la identidad político-ideológica a partir de la cual se analizan los hechos del pasado. Desde una perspectiva nacional y popular-nacional latinoamericana, Rivadavia, heredero político del saavedrismo —uno de los factores que explica el fracaso de la Revolución—, fundador del partido unitario y precursor del mitrismo, es el más alto exponente de aquellos que desde entonces han impulsado políticas de consecuencias funestas para el país.

A principios del siglo XIX América no sufría de opresión colonial-nacional por parte de España, que es lo que se nos enseñó desde la escuela primaria. Los hechos revelan que una parte de la sociedad española se trasladó a estas tierras e intentó reproducir en ellas el orden social que había dejado en la Península, utilizando a los indígenas como siervos, quienes sí padecieron de opresión colonial, pero estaban fuera del marco de la Revolución de 1810 que tuvo lugar en el seno de la sociedad española dominante. La opresión que sufría el español americano era sustancialmente la misma que afectaba al español de la metrópoli; es decir, la de un régimen feudal, sólo acentuada por su distancia al centro de poder y porque los funcionarios, designados por el monarca, venían de la Península.

Por otra parte, bajo los Borbones, en 1778, se habilitaron 33 puertos para el comercio, la mayoría en costas americanas, y se redujeron en considerable proporción los aranceles, derechos varios y fletes para los artículos nacionales; las diversas regiones del dominio español en nuestro continente podían comerciar entre sí y, a partir de 1797, con las naciones neutrales. Datos que ponen en evidencia esa otra falacia que atribuye a la búsqueda del comercio libre la causa económica de la Revolución; pues tal meta se reducía a la de un comercio indiscriminado con Inglaterra en desmedro de las industrias locales y del futuro desarrollo burgués, situación que podía beneficiar a algunos comerciantes y ganaderos pero no al pueblo hispanoamericano en su conjunto.

En 1809, en medio de la guerra contra los franceses, se constituyeron juntas populares que emprendieron la transformación institucional democrática de España; se declaró que América hispana era parte integrante de la nación española —significando que dejaba de ser posesión de la monarquía— y se la llamó a elegir sus diputados.

En ese contexto —no exento de contradicciones— se forjaron Bolívar, San Martín y tantos otros, que salieron de España provistos de una ideología liberal revolucionaria, educados en la tradición de 1789. Con su difusión en nuestros pagos se formaron los Moreno y los Monteagudo.

Los apologistas oligárquicos del 25 de mayo, siempre democráticos y republicanos y ahora también antipopulistas, insisten en presentarnos 1810 como la fecha nupcial y esperanzadora de la joven Argentina —todavía inexistente como tal— con su novio británico. Más aún, si los historiadores unitarios ignoraron la España liberal obstinados en atribuir la Revolución a Inglaterra, los revisionistas de la oligarquía la ignoraron buscando la fuente ideológica de los acontecimientos de Mayo en santo Tomás y —bajo la sotana frailesca— en Carlos V y Felipe II, o en la monumental hipocresía jurídica de las Leyes de Indias.

La filiación hispánica del movimiento americano determinó su carácter y sus propósitos; aunque carecía de la base material necesaria, sus principales inspiradores lo concibieron como una revolución democrática que removería privilegios y particularismos feudales en sintonía con la expansión del capitalismo manufacturero e industrial y, si bien el destino de la revolución en España era incierto, se consideraban todavía parte de la nación española.

Moreno asumió la representación americana de la corriente más avanzada de la España liberal. Su Plan de Operaciones, ocultado o cuestionado en su autenticidad no con fundamentos científicos sino por motivaciones políticas, y en parte aplicado por San Martín en Cuyo mientras preparó su epopeya continental, muestra una comprensión profunda de la realidad de entonces. No existía burguesía industrial, ni capitales, ni técnicos. En tales condiciones, el Plan fue mucho más que un esquema de defensa militar y política de la Revolución, implicaba ante todo una concepción económica creativa y autónoma. Proyectaba compensar el raquitismo de las fuerzas económicas de la región con el fortalecimiento del Estado, al que asignaba funciones financieras e industriales con el fin de echar las bases de un capitalismo de escala regional. Sostuvo el control del comercio exterior y de los recursos naturales, tan fundamental ayer como hoy para la defensa económica y política del país. Llegó a incluir la expropiación de fortunas parasitarias y a establecer fuertes limitaciones a la importación de “manufacturas de tipo suntuario”, por las que sentían y sienten predilección los núcleos oligárquicos y sus acólitos. Frente a los intereses regionales y extranjeros que pugnaban por el librecambio, Moreno se levantó como la encarnación misma de la revolución continental que buscaba construir una nación con España, si fuera posible, y sin España si no lo fuera.

Moreno y la Revolución fueron derrotados en la asonada reaccionaria del 5 y 6 de abril de 1811, de la que surgen el primer Triunvirato y Rivadavia como triunfador. En ese preciso momento se inició la liquidación de la incipiente soberanía nacional y se elevaron los precios de los artículos de consumo, entre otras consecuencias de medidas como la libre exportación de oro y plata amonedados y la rebaja de los derechos aduaneros, cuya condición de posibilidad fue la derogación de las Juntas provinciales y la concentración en Buenos Aires de la hegemonía sobre todo el territorio.

Si los patriotas lucharon a partir de 1810 contra el retornado absolutismo monárquico en España y sus apéndices en América, hoy la lucha es contra el absolutismo financiero transnacional y sus apéndices locales. En esta línea, la multitudinaria concentración de docentes de todo el país en Plaza de Mayo el miércoles 23, y el viernes 25 de las dos CTA, los Camioneros encuadrados en la CGT y la Corriente Federal, tienen el inmenso valor simbólico de expresar que un Gobierno unitario, porteño, PRO-imperialista y que ha burlado la soberanía popular, es pariente directo de quienes abortaron el rumbo revolucionario de las jornadas de mayo de 1810; y se convierten en nuevos hitos de una lucha inacabada, porque la patria está en peligro.

 

 

 

 

 

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