La semana pasada incluí en mi nota el spot Vira voto, con el que la campaña del PT transformó el símbolo de la pistola que popularizó Bolsonaro en la L de Lula. Ojalá una elección argentina diera lugar a semejante creatividad, arte popular al servicio de una causa. Pura beleza.
El escrutinio del domingo fue electrizante y culminó poco antes de la medianoche con la ajustada victoria de Lula, que tanta alegría produjo en nuestro país. Al margen de las definiciones ideológicas, Lula ha sido el Presidente más pro-argentino de la historia de Brasil, con una clara comprensión de que ambas naciones asociadas adquieren un peso en la escena mundial al que no podrían aspirar enfrentadas, como fue la norma hasta la llegada de Alfonsín y Sarney, que sentaron las bases del Mercosur. Por supuesto, el primero en entenderlo fue Perón, que se anticipó con su idea del ABC, en el que la tercera letra corresponde a Chile.
Durante la semana, mientras escribía, celebré al Brasil escuchando su música, tan bella. Comencé por Francisco Alves y Caminhemos, el tema que sonaba en mi casa de infancia en la provincia de Buenos Aires, y que tiene tantos puntos de contacto con nuestro tango y con el bolero mexicano.
Seguí con Dorival Caymmi y sus canciones playeras, el gran bahiano que inició la transición hacia la nueva y potente MPB, la música popular brasileña que ganaría espacio en todo el mundo a partir de la década siguiente.
No quise omitir a Maysa, porque fue una cantante inmensa y porque la conocí durante un viaje a la Argentina cuando yo recién salía de la adolescencia. Compartimos diez días intensos en aquella Buenos Aires, a la que llegó con un conjunto en el que tocaba la guitarra el joven Roberto Menescal, compositor del Barquinho. Maysa murió muy joven y con Menescal perdimos el contacto hace bastantes años, aunque seguí con interés su evolución musical, que no se ha detenido y que se continúa con su hijo Marcio.
Aunque no me gustan los lugares comunes, hay algunos que son inevitables, como se comprende al escuchar esta Garota de Ipanema de Tom Jobim (o Antonio Brasileiro, si preferís) y Vinicius de Moraes.
Después del derrrumbe de la dictadura en Malvinas, pude salir del país y pasé unos días en Río de Janeiro. Me llamaron la atención las pintadas en las paredes argumentando que "Elis vive". En realidad, Elis Regina había muerto pocos meses antes, en enero de 1982, pero su música estaba y sigue estando viva. No elegí lo mejor de ella, sino algo pintoresco, un dúo con Pelé, que también tenía en común con Maradona la correcta afinación y el buen gusto del aficionado.
Y ahora, la panzada de genios. Más de dos horas de Joao Gilberto y Caetano Veloso juntos.
Si ya te lo conté, seguí de largo, pero termino con un recuerdo personal. Al terminar la dictadura, comenzaron a regresar los amigos del exilio. En mi modesto departamento allí donde se confunden Palermo y Villa Crespo, al que Guillermo Moreno dice que venía a estudiar con la economista peruana que era mi compañera de entonces y yo nunca lo registré, hicimos un asado de recepción a los retornados. Discutían sobre las perspectivas políticas el gramsciano afrodescendiente Juan Carlos Portantiero, el economista Carlos Ábalo y el artista León Ferrari. El tema del momento era la libanización. Uno de mis hijos adolescentes preguntó en qué consistiría. Portantiero explicó muy didáctico que se quebraría la unidad nacional y varios fragmentos se unirían a países vecinos. El pibe sólo se interesaba por saber qué pasaría con Buenos Aires.
—Pasaría a ser parte de Brasil— fue la respuesta.
Le brillaron los ojitos. Nunca lo había visto tan ilusionado. Como si comenzara a escuchar algo así.
Hoy sabemos que es posible compartir la alegría sin perder la identidad.
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