Lucila

Abogada, profesora, jueza, pero ante todo compañera y militante de derechos humanos

 

Lucila se nos fue en estos días y, si bien no sólo era grande, vivió la vida y dejó huellas en cada lugar por el que pasó, pensé que de algún modo la íbamos a tener siempre con nosotres.

Lucila fue después de mi mamá y mi papá la persona más dirimente en mi vida, quien más huellas me dejó, más me marcó, más me enseñó, y por eso me resulta muy difícil poder hacer una semblanza de ella.

Todos los que la conocieron de un modo u otro, incluso quienes la han padecido, podemos coincidir en que era terca y un poco mal llevada, pero también que era íntegra, profundamente íntegra, que no tenía dobleces y que era coherente hasta la médula.

Lucila hizo de su vida un camino al que nos invitó a muchos y a muchas a acompañarla de un modo muy generoso, como suelen hacer los maestros y las maestras. Lucila fue la primera mujer profesora de Derecho Penal en la Facultad de Derecho en la Universidad de Buenos Aires y, sin saberlo, cada una de las mujeres que hasta el día de hoy nos dedicamos al Derecho Penal en la Facultad le debemos el haber comenzado ese camino en un ámbito tan masculino y machista.

Lucila fue secretaria de un juzgado correccional hasta que renunció en la época de la dictadura cívico-militar, después fue parte del CELS y trabajó tomando las denuncias en la CONADEP y fue directora del Patronato de Liberados de la provincia de Buenos Aires. Tuvo su estudio jurídico junto con el Bebe Righi cuando él volvió del exilio y, luego, fue jueza de un tribunal oral federal durante muchos años, hasta que se jubiló. Su vida la dedicó desde cada lugar que le tocó habitar o que eligió transitar a los derechos humanos, a hacer carne aquello que muchos pregonan y a lo que ella le puso cuerpo, le puso coraje, decisiones, firmas, horas y horas y más horas de clases en la universidad, donde también fue directora del Departamento de Derecho Penal.

Pero, más allá de eso, Lucila es la persona que, siendo jueza, cuando como profesora llevaba fotocopias para que los/as alumnos/as tuvieran el material en la Facultad, llegaba al tribunal con una resma de hojas comprada de su bolsillo porque entendía que no podía usar los recursos del Poder Judicial para otros fines. Y también quien, a lo largo del tiempo que me tocó trabajar a su lado, por más que yo llegara temprano ella siempre estaba antes y siempre era la última en irse. Decía que tenía que trabajar más quien tuviera un cargo más alto, una postura bastante poco usual en cualquier ámbito y mucho más en el Poder Judicial.

Me acuerdo de Lucila dando clases, fumando un cigarrillo atrás de otro, en la época donde se podía fumar en la facultad; me acuerdo esperar con ansias que alguna vez faltara para poder dar mi primera clase, pero nunca faltaba. Tomaba su responsabilidad como docente con un compromiso que no volví a ver en nadie. Por fin, un día hubo un juicio que se alargó más de la cuenta y me dio la posibilidad de reemplazarla. También recuerdo a Lucila interviniendo en los juicios de lesa humanidad, sin dudar cuál era el rol que le tocaba al Poder Judicial en una época en la que había que reparar tanta crueldad, tanto daño y tanto crimen, sin dejar de ser justa, siendo responsable en cada una de sus decisiones.

Pero también recuerdo a Lucila haciendo asados, muchos, en sus distintas casas. No había casa de Lucila sin parrilla porque eso habla también de ella, habla de los encuentros, de las risas, de las discusiones, de su enorme generosidad para quienes éramos más chicos y a quienes nos habría puertas y caminos. Durante años, cuando en los encuentros alguien sacaba una guitarra, ella pedía que cantáramos Inconsciente colectivo, de Charly… Lucila era la jueza que llegaba al tribunal en un auto destartalado con una calcomanía de los Redonditos de Ricota en el vidrio trasero; o con la bandera de San Lorenzo en la espalda cuando ganamos la Sudamericana del 2002; o quien nos enseñaba que siempre tenían prioridad en los teléfonos del Tribunal las personas presas; quien nos mostraba las cartas que le mandaban quienes habían sido alumnos de ella en el Centro Universitario Devoto, diciéndole que la extrañaban.

Pero Lucila es también Juan y Luciana y todo el arte que los envuelve y el orgullo de madre que ella tenía por ambos. Lucila no sólo fue mi maestra, mi madre putativa como decíamos, sino la maestra, la compañera, la profesora, la militante de muchos y muchas. Por eso hoy no la despedimos, porque sigue acá al ladito nuestro dando todas las batallas en las aulas de las facultades, en los juicios del lado de los justos, en las movilizaciones y comisarias esperando que se liberen compañerxs, en la popular de San Lorenzo, en los asados de quienes resisten las tempestades, en las jornadas anuales del Bosch y seguro que en tantísimos otros lugares donde haga falta valentía, coraje y un poquitito de derecho.

 

 

 

 

* Lucila Larrandart será velada hoy entre las 10 y las 14 en Malabia 1662 de la ciudad de Buenos Aires.

 

 

 

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