Luchar y soñar despiertos

La juventud como punta de lanza, la necesidad de recambio generacional y el argentum vivum

 

Ahora nosotros tomamos el control,

somos los dueños del pabellón

Pablo Lescano

 

 

Luego de que los abuelos rompieron el letargo el protagonismo pasó a la juventud, al movimiento estudiantil. No está de más retomar algunas ideas esbozadas en escritos anteriores. Una de ellas es contextual y consiste en entender este tiempo de la humanidad como un tiempo de crisis ecosistémica, crisis de gran transición geopolítica y crisis civilizatoria.

No son pocas las cosas que vienen aparejadas a la noción de crisis civilizatoria. Nos referimos a la crisis del proyecto civilizatorio moderno-occidental. Lo cual también involucra una dimensión epistemológica (crisis del materialismo ontológico y del positivismo), una crisis de las concepciones de construcción política (crisis de la escisión de los procesos de transformación y realización personales y colectivos y crisis de las distinciones políticas identitarias).

La crisis civilizatoria también es manifestación de la auto-inmolación continua que representa seguir sosteniendo las separaciones antagonistas que nos impuso la modernidad occidental: libertad e igualdad, materia y espíritu, ciencia y espiritualidad, tradición y deconstrucción, razón y pasión, entre otras. La grieta, la fractura ideológico-cultural que atraviesa a nuestros pueblos, nos mantiene entrampados en un ciclo de repetición entre tibios gobiernos progresistas de orientación política reformista y las sucesivas reactualizaciones del proyecto neoliberal de las derechas.

El kirchnerismo devino políticamente impotente y aquella construcción que supo integrar los registros escindidos y poner en el centro a la comunidad más allá de toda identidad, el peronismo, devino en un lugar de resguardo identitario. Abordar la lectura de La Comunidad Organizada brinda directrices claves para concebir salidas posibles a la situación estructural del país. Pero en términos de construcción política decir Perón o peronismo ya te ubica en un lado de la grieta. Por eso resulta fundamental en este tiempo no poner en prioridad a la propia identidad política (lo cual no quiere decir resignarla), en pos de la encarnación de algo más amplio. Algo que nos permita consolidar una contundente mayoría en vistas a encaminar un proyecto con continuidad en el largo plazo.

No alcanza con promesas de satisfacción de necesidades materiales y retóricas identitarias, necesitamos horizonte de época. Necesitamos integrar expectativas materiales y espirituales en la definición de un nuevo horizonte de época para nuestros pueblos. La dimensión contextual del momento que está atravesando la humanidad nos permite observar desde otra óptica lo que nos está tocando experimentar como país.

Está áspera la cosa en la Argentina. Si bien el contexto de ofensiva contra las mayorías es desesperante y por momentos desolador, emerge otra variable a tener en cuenta. Nuestro país en este momento se encuentra profundizando, como nunca antes, en el proyecto de la modernidad occidental en términos económicos y políticos. En términos ideológico-culturales las nuevas derechas no sólo logran interpelar ideas-fuerza y valores moderno-occidentales, sino también tradiciones y cosmovisiones pre-modernas (particularmente en torno a las espiritualidades).

A contramano del auge del protagonismo de los Estados en la orientación política de los países del mundo, en plena transición hacia un mundo multipolar, nuestro país responde con resuelta obediencia a la cada vez más caduca doctrina del proyecto neoliberal occidental y su encarnación geopolítica en el esquema de poder del globalismo transnacional.

Nuestro país está profundizando en todo eso que ya dio sobradas muestras de fracasar en todo el mundo. En plena crisis civilizatoria está yendo por la fantasía de Wall Street. Avala en la ONU el genocidio perpetrado por Israel en Palestina. La Argentina se posiciona como el patio trasero de Estados Unidos e Israel en pleno cuestionamiento de su hegemonía mundial. No caben dudas de que estamos en el ojo del huracán de la crisis civilizatoria. Se abre la tenebrosa posibilidad de tocar fondo con el proyecto de la modernidad occidental. Y a todo tocar fondo le suele continuar un resurgir, una resurrección, un renacimiento.

Estar en el ojo del huracán nos ubica ante la posibilidad de dar lugar a algo nuevo. La Argentina es parte del continente mestizo (en sentido de mixturaje) que constituye Nuestra América. Si va a haber un nuevo horizonte de época para los pueblos es muy posible que nazca aquí, aunque decir esto pueda resultar injustificado para quienes se fían solo de variables económicas.

La economía, la productividad, la acumulación, el desarrollo tecnológico bajo el marco epistémico y la ética moderna occidental, son las directrices de lo que nos está conduciendo a esta crisis integral.

El carácter del acontecimiento disruptivo (hacia el que creo firmemente que se aproxima nuestro pueblo) es lo cualitativamente distinto, el rompimiento con las reglas preestablecidas. Considerar que la irrupción de lo genuinamente distinto va a venir de la mano de las lógicas preestablecidas es un error y un vicio de gran arraigue.

Nuestro país viene bastante entrenado en volantazos. La “política cuántica” de las nuevas derechas como le gusta decir a Da Empoli, política de los extremos, de las radicalidades, exige, para ser superada, de otra forma de radicalización. Algo más radicalizado que las radicalizaciones ya heredadas del siglo XX es plantear una radicalización de la superación de los falsos antagonismos. Una radicalización del coincidir de los opuestos en el devenir.

Pero eso exige un giro que constituya un quiebre, una creatividad, un nuevo movimiento en dirección a lo que todavía no fue y puede ser. La metáfora nietzscheana de la necesidad de pasaje de la orientación espiritual del león a la del niño sigue resonando por estos días y no es casual. El león solo sabe pelearse con el mundo, destruir. El león no puede crear. Crear exige una inventiva, una orientación prospectiva de imaginar y originar un futuro posible y necesario, en dirección a la mayor armonización posible de la humanidad con el todo.

La juventud universitaria se moviliza y no es novedad que está politizada. En hora buena que lo está y su acercamiento a la política no es solo de acción colectiva, también es de exploración científica. Épicas de viejas luchas resuenan en sus corazones y los motiva a profundizar el rompimiento del letargo que iniciaron los abuelos. Hay una posibilidad efectiva de que sean, como dicen por ahí, punta de lanza.

Los más viejos, los que más derecho tenían a estar tranquilos, fueron quienes rompieron el letargo. Y quienes más acostumbrados estaban en seguir directivas hoy alzan la voz y dicen “somos punta de lanza”. No tengo dudas de que se aproxima el tiempo de un recambio generacional.

Sin embargo, está a la orden del día limitar lo que pueda surgir a las recetas conocidas, a las reverencias a liderazgos cada vez más desgastados y obturadores de la posibilidad de encarnar un contundente proyecto de mayorías. Es el momento de la juventud creadora. Es momento de luchar y soñar despiertos. Ir más allá de los límites que nos impusieron. En las nuevas generaciones no sólo hay alienación digital y algorítmica, también se encuentran prestas a brotar las semillas de otro futuro posible y, hoy más que nunca, necesario.

Habitan en las nuevas generaciones las semillas de lo nuevo y también un peligro. Las semillas constituyen la posibilidad de afirmar lo nuevo a partir del religamiento de todo aquello que la modernidad occidental dislocó, disoció.

 

Argentum vivum

La Argentina viene de argentum, que en latín quiere decir plata. En la tradición alquímica el argentum vivum es el nombre del mercurio, metal al que se le llamaba “plata líquida”. Mercurio, Hermes en la mitología griega, representa el coincidir de los opuestos: la integración de lo solar y lo lunar, masculino y femenino, frío y caliente, oscuridad y luz, el arriba y el abajo. Esta posibilidad de encontrar el equilibrio tenso-creativo entre los opuestos lo ubica en el lugar de intermediador y mensajero.

La civilización europea siempre representó una influencia en términos simbólicos más solar (el padre, la racionalidad, la afirmatividad) y los pueblos originarios y comunidades Afro una más lunar (la madre, la espiritualidad, la receptividad). Ambas se congregan en la argentinidad y en esa mezcla particular que nos constituye.

Ese potencial que nos habita del coincidir de los opuestos se empezó a manifestar en experiencias históricas como el yrigoyenismo y el peronismo. Aunque ninguno de estos, tampoco el kirchnerismo, logró romper con el horizonte de época de la modernidad occidental. Cierto es que tampoco en dichos contextos llegó a estar en crisis el proyecto civilizatorio moderno occidental.

En cambio, ahora la crisis es integral. Nos vamos ya aproximando a tocar fondo como humanidad y particularmente como país. Cabe la posibilidad de que la Argentina sea un importante catalizador de la crisis y, sobre todo, de la disputa por las transiciones posibles.

 

 

En la entrada del Congreso de la Nación, entre las estatuas, es posible identificar a la justicia y la libertad, ambas representada por mujeres, dos leones (con una clara diferencia de gesto entre sí) y a un joven Mercurio/Hermes que logra posicionar el caduceo entre ambos. Otro dato de color para quienes se sirven de la astrología: si tomamos como referencia la fecha del 25 de mayo de 1810, la Argentina es de géminis, cuyo regente es Mercurio.

En la mitología grecorromana, Mercurio, Hermes, debe atravesar la integración de la sombra, debe descender para ascender, debe convertirse en cenizas, atravesar la nigredo de los alquimistas, para renacer bajo nueva forma. La trasmutación, que supone y conduce a la cualidad mercurial del coincidir de los opuestos en el devenir, es la piedra filosofal tanto para el ser humano como para la humanidad.

El caldero de mixturaje de Nuestra América, particularmente la Argentina, se presta como espacio-tiempo donde puede emerger un nuevo horizonte de época que se oriente radicalmente hacia el coincidir de los opuestos. País mercurial y nuevas generaciones mercuriales de orientación holística que logran integrar tradición y deconstrucción, ciencia y espiritualidad, política y espiritualidad, entre otros registros antagonizados al extremo por esta sobremodernidad (como le llamaba Auge).

La cualidad mercurial del coincidir de los opuestos en el devenir es el punto de partida que necesitamos: en lo ontológico para superar el materialismo ontológico y el positivismo (lo cual nos posibilita reconocer las manifestaciones de lo arquetípico en el ser humano y una mayor amplitud epistemológica para entender qué y cómo afectan las tecnologías digitales y algorítmicas en los psiquismos, además de cómo ofrecer efectiva resistencia); en lo ético para romper con el individualismo y la ilusión de separación, ubicando a la relación en el centro –además de toda ontología– de toda ética; en lo personal para integrar la sombra, lo negado, lo rechazado; en lo político-cultural para superar la grieta; y en lo civilizatorio para superar las encerronas a las que nos están llevando los falsos antagonismos inconciliables del proyecto de la modernidad-occidental.

Pero también para las nuevas generaciones anida el peligro de no lograr ser punta de lanza. El peligro de seguir entrampados en los callejones sin salida de las viejas configuraciones identitarias; los viejos (y no tan viejos) liderazgos, ya anacrónicos; los antagonismos obturadores. Caer presa de las directrices de las nuevas modalidades de conducción política que constituyen las plataformas digitales informativas mainstream (tanto del progresismo como de las nuevas derechas) o las viejas directrices de las estructuras partidarias que también bloquean la posibilidad de superación de la grieta.

Para cerrar, sigo alimentando el recurso de las tres transformaciones de Nietzsche. Para lograr la filosofía de vida del niño creador que puede superar y vencer frente al destructor león, es necesario: (1) ser “un primer movimiento”, crear lo nuevo; (2) ir más allá de ciertos antagonismos ideológico-culturales, lograr conciliar los opuestos en sentido amplio.

Estamos sobrecargados de viejas individuaciones colectivas, viejas configuraciones identitarias. El tiempo presente exige el advenimiento de lo nuevo. Basta de viejas fórmulas que nos entrampan en el mismo solipsismo identitario, ideológico, en la misma ilusión de separación, en la misma grieta. El tiempo presente exige un acontecimiento y para que sea genuinamente un acontecimiento tiene que dar lugar a una alteridad, algo que, en su carácter radicalmente distinto frente a la condición de este mundo, nos permita encontrar la mayor armonización con el todo posible en pleno tiempo del Kairós.

 

 

 

* Jonathan Prueger es licenciado en Sociología y doctorando en Ciencias Sociales (FaHCE-UNLP). Becario doctoral (IIGG-UBA/CONICET). Integrante del PPID: “Dependencia epistémica, eurocentrismo y colonialidad del saber: hacia un pensamiento situado”. Integrante del UBACyT: “Big data, algoritmos y plataformas: las nuevas formas de gubernamentalidad a la luz de la teoría de lo transindividual de G. Simondon”. Miembro de la Red PLACTS, la Comunidad de Estudios en Filosofía de la Liberación y el Foro del Pensamiento Nacional.

 

 

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