Lucha de clases con rebenque

Peones que reprimen a veganos de clase media para cuidar la ceremonia ritual de los patrones

 

Ritual y campestre transcurría el desfile de belleza vacuna sobre la Arena Mayor palermitana de la Sociedad Rural, cuando la horda militante de la teosofía gastronómica osó asaltar el predio munida de amenazantes letreros amarillos que proclamaban los derechos humanos de los animales. Ensombrecida la luminosa tarde del último domingo de julio no sólo por la profanación de la propiedad privada del color de los letreros, halló valiente respuesta por parte de los pobres paisanos pobres que, cuan redivivos centauros, se lanzaron rebenque en ristre a expulsar a los arteros invasores. Imagen y sonido fue captado desde las gradas, siempre atentas a inmortalizar tamañas epopeyas.

Tanto jinetes como pobres paisanos pobres de infantería, henchidos de orgullosa argentinitud, lucían sus mejores pilchas: boina vasca, camisa celeste (como la del patroncito), bombachas Boer, rebenque, rastra y facón. Hicieron valer su viril presencia ante quienes procuraban atentar contra su tradicional modo de vida, plasmado en una de las escasas oportunidades de lucirse frente a los patrones y sus distinguidas amistades. Aislados durante casi todo el año en las soledades de las chatas pampas, probablemente jamás habíales llegado la noticia de que, en ocasión de cualquier atisbo desacatau, el escarmiento corporal era una práctica postergada hasta por Rodriguez Larreta y Bullrich. Razón por la cual la paisanada nunca dudó en correr a rebencazos a la chusma subversiva, bien merecedora de rodar bajo las patas de los corceles. Aún cundo junto a la tranquera, un caballero de espléndido sobretodo de pelo de camello (ecológico) intentara detener la espontánea reacción de los pobres paisanos pobres, desde la platea se les alentaba: “¡Palo, déle palo!”, mientras otros peones de boina y poncho descendían las escalinatas para sumarse al escarmiento. Seguro que por la tunda recibida la banda anticarnívora se abstuvo de realizar similar acción en el hipódromo cercano, donde se abusa de animales durante todo el año. Pero ahí circulan otros intereses.

 

 

Quien con jurisprudente rigor caracterizó a la grasa militante del purismo dietético fue la cofrade en este Cohete, la doctora Rocanfort,  quien, en su twitter, escribió: “Sobre hábitos alimentarios especiales señalo: los que pegaron los rebencazos eran peones de campo, los que protestaron y recibieron los rebencazos podrían ser los hijos de los patrones, atento que el veganismo no suele ser una tendencia en los sectores populares. Horrible todo, y una tremenda paradoja”. Agudiza Rocanfort su observación desde el propio saber: “En mi experiencia como alérgica a los hidratos de carbono comer me cuesta más caro que a la mayoría, y ademas le debo dedicar a cocinar mas tiempo que el resto. Ni les cuento que no puedo comer azúcares”. Y especifica: “El veganismo no es algo usual en los sectores populares. No lo es. Recorro barrios populares. Encontré algún vegetariano alguna vez, pero jamás un vegano. La respuesta es simple: ser vegano es caro. Es así. Empírico”.

En efecto, la banda de insurrectos lucía jeans chupines, buzos negros con capucha, de marca, alguna campera Uniqlo, atributos que el menor prejuicio insta a encuadrar en aquella jauretcheana clase media aburrida. Dotada de tiempo, energía, voluntad y capital suficiente para concurrir a la exposición anual de la Sociedad Rural Argentina, gatillando los doscientos cincuenta morlacos de curso legal que cuesta la entrada dominguera. Pues resulta dudoso que los perpetradores de tamaño sacrilegio ostenten pases gratis, que sólo se entregan a expositores y socios. Pues son estos, precisamente los dueños del boliche. Una oligarquía terrateniente en decadencia que efectúa su ceremonia consagratoria anual en el corazón unitario urbano. Son sus peones, el pobrerío que yuga en sus campos, quienes salen en defensa de los patrones y reprimen a una clase, en una escena que replica la de las denominadas fuerzas de seguridad pegándoles a manifestantes, trabajadores, estudiantes, lo que sea.

Quien pretenda considerar esta distorsión de la lucha de clases como una perversión de los tiempos que corren, tal vez arribe a conclusiones tan superficiales como apresuradas, y sin embargo de modo alguno equivocará el camino. Trabajadores pobres defendiendo a los poderosos y violentando a una clase con la que comparte más similitudes que con sus patrones, y a esta última privilegiando al ganado, es la paradoja que denuncia Peñafort. La misma que por sí misma exige, primero, explicación, y de inmediato, respuesta social. En eso estamos.

 

 

 

 

 

 

 

 

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