“La memoria guardará lo que valga la pena. La memoria sabe de mí más que yo; y ella no pierde lo que merece ser salvado.” (“Días y noches de amor y de guerra”, Eduardo Galeano; 1978)
Un apellido. Salcedo. Detrás, una historia familiar de militancia tan intensa como cargada de tragedias. Los Salcedo. Por estos días el apellido volvió a sonar de la mano de una joven, protagonista junto a un compañero anarquista de un hecho policial ocurrido dentro del Cementerio de la Recoleta. La muchacha se llama Anahí Esperanza Salcedo. Y ofrece el pie justo para desplegar una semblanza de este grupo familiar de origen humilde y orgullosamente peronista, que terminó arrasado por la última dictadura.
Ramón Salcedo Figueroa, hijo de un calchaquí, nació en Catamarca en 1904. Tras una infancia dura en las sierras de El Alto, llegó a Buenos Aires donde completó la escuela primaria. El resto de sus estudios los hizo en la Escuela de Suboficiales de Campo de Mayo, donde fue alumno de Perón, que dictaba Historia Militar. Más tarde conoció a la chilena Juana Orquera, con quien se casó. El matrimonio tuvo diez hijos. Roberto Peregrino, el mayor, nació en 1928. Le siguieron seis mujeres: Inés, Mirta, Alba, Hebe, Doda y Gliseria. En 1945 nació Edgardo de Jesús, un año más tarde Juan Gregorio, Goyo, y por último Hugo.
Apenas Perón asumió su primera presidencia, Ramón creyó conveniente pedir la baja en el Ejército y continuar como civil. En ese entonces alquilaban una modesta vivienda en la calle Soler. Una tarde el hombre llevó a sus hijos a una exposición en la Rural. Se cruzó con Perón en la entrada al predio.
—Salcedo —lo sorprendió Perón—, qué tal, ¿cuántos hijos tenemos ya?
—Y, ya tengo diez, General.
—Lo invito a la Casa de Gobierno, véngase, vamos a charlar —le dijo el Presidente.
Le ofreció un puesto de inspector en la Aduana, que don Ramón mantuvo hasta su jubilación. Fue la primera vez que los Salcedo pudieron comprar una casa. Le siguieron un par de mudanzas hasta desembarcar, finalmente, en Boulogne Sur Mer, donde lo único que abundaba dentro de ese paisaje de la Zona Norte del Gran Buenos Aires eran las calles de tierra.
La Revolución Libertadora desató otro país. Aun así, la familia continuó adhiriendo al peronismo, en resistencia y sin perder la alegría.
El general Juan Carlos Onganía llevaba apenas tres meses a cargo del gobierno de facto, en 1966, cuando recibió la visita de Felipe de Edimburgo, el príncipe consorte británico, con quien disputaría un partido de polo. El evento no pudo llevarse a cabo. Un episodio de enorme trascendencia pondría a las Islas Malvinas en la primera plana de todos los diarios.
En la medianoche del 27 de setiembre, 18 jóvenes se presentaron en Aeroparque para abordar un vuelo de Aerolíneas Argentinas con destino a Ushuaia. Al grupo lo conducía un joven peronista, Dardo Cabo. Tercera en el orden de jefatura era la periodista y dramaturga María Cristina Verrier, la única mujer del grupo rebelde. Entre los otros 15 integrantes estaba Edgardo de Jesús Salcedo, ya con 21 años. Subió al avión vestido de sacerdote. Su breve paso por el seminario le permitió obtener prestada una sotana.
El “Operativo Cóndor” era el objetivo de la reivindicación simbólica de la soberanía argentina. Aterrizaron en Malvinas en una pista de carreras cuadreras. Enarbolaron las siete banderas argentinas que habían llevado al grito de “¡Viva la Patria!” Una de esas insignias flameó durante 36 horas. Sin disparar un solo tiro, entregaron las armas al comandante de la nave y quedaron detenidos. Fueron condenados un año más tarde. Edgardo y sus compañeros estuvieron en prisión nueve meses. Su padre, que solía escribir poemas, le dedicó uno al grupo.
Edgardo y Goyo, ya trabajadores de ENTel, fueron los dos hermanos del núcleo familiar que adquirieron mayor compromiso con la militancia incipiente que brotaba en toda la Zona Norte a principios de los '70. También los acompañó Carmen, Lizu, una de las sobrinas, pocos años menor que sus tíos. Eran tiempos de búsqueda de mayores conquistas sociales de la mano de la amistad y el compromiso entre compañeros, en un marco de ilusión en las utopías que parecían al alcance de la mano.
Los Salcedo fueron actores fundamentales en la fundación de varias Unidades Básicas (“22 de agosto”; “Gerardo Burgos”; “Eva Perón”). Una de ellas funcionó en los fondos de la propia casa familiar. El trabajo militante lo desarrollaban, en especial, en la zona de Kilómetro 30 (hoy Adolfo Sourdeaux).
Ramón, el padre, no alcanzó a ver el último regreso de Perón. Sus hijos varones y algunas hermanas sí recibieron al líder en Ezeiza formando parte de la JP. Edgardo conoció en una peña a quien se convertiría en su esposa. Tras la primavera camporista que duró un suspiro, se casó en 1973 con la militante y profesora de Historia Esperanza Cacabelos. Ambos se incorporaron a Montoneros. Tuvieron un hijo en 1974. Lo bautizaron Gerardo, en homenaje a Gerardo Burgos, El Negrito, compañero de Edgardo, muerto dos años antes en un enfrentamiento con la policía.
En la madrugada del 12 de junio de 1976 secuestraron a Goyo de la casa de Boulogne, en un violento operativo presenciado por su madre y sus sobrinos. Lo llevaron esposado a recorrer las casas de sus hermanas, en un raid siniestro de allanamientos, buscando atrapar a su hermano y su cuñada, quienes se sabían perseguidos. En otro operativo, también fue secuestrada Laura, su compañera. Goyo continúa desaparecido.
El 12 de julio Esperanza y Edgardo fueron asesinados por un grupo de Tareas de la Marina en un departamento de la calle Oro y Avenida Santa Fe, en Palermo. Ella alcanzó a colocar al hijo de la pareja, de dos años, dentro de la bañera, protegido con frazadas.
Las familias recuperaron los cuerpos y consiguieron enterrarlos, luego de un velatorio rodeado de servicios de inteligencia. Recién comenzaba la larga noche del terror, las desapariciones y el silencio. La familia de Esperanza sufrió, además, la desaparición de otros dos hijos menores.
Ocurrido el asesinato del matrimonio, sus familiares, entre ellos varias hermanas de Edgardo, se movieron con urgencia tras el objetivo de recuperar a Gerardo. La búsqueda desesperada dio resultado. Lo encontraron, finalmente, en el Hospital Fernández, el mismo lugar donde 42 años más tarde la sobrina nieta de Edgardo, Anahí Esperanza Salcedo (lleva el nombre “Esperanza” como tributo a la mamá de Gerardo), fue trasladada con heridas tras el episodio que protagonizó al intentar activar una bomba casera frente al mausoleo de Ramón L. Falcón. Una burda mueca de la historia.
Comunicador y narrador. Integrante de Barrios x Memoria y Justicia Zona Norte.
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