La última semana se llevó a cabo la Marcha Nacional contra el Gatillo Fácil. La articulación nacional entre familiares de muchas ciudades los condujo a realizar una marcha nacional con adhesión de 14 provincias en un solo grito de justicia: ¡Basta de matar a nuestrxs pibxs!
Es el cuarto año consecutivo que se realiza la marcha en Córdoba, una provincia que tiene una larga tradición de lucha antirrepresiva.
Año tras año esta movilización ha ido creciendo en número, en consenso social militante, pero también en pibes asesinados por el Estado y en cantidad de policías en las calles.
En Córdoba la Coordinadora de Familiares de Víctimas del Gatillo Fácil trabaja hace años con un grupo de serigrafistas que ha realizado las estampas, las gigantografías, la estética de las movilizaciones. Las fotos de los pibes hechas banderas gigantes no son cualquier foto, en la mayoría están sonriendo, o mirando desafiantes, fotos que los muestran vivos, que los hacen aparecer, irrumpir en el centro de la ciudad, ese centro que en vida tuvieron negado. En Córdoba la mayoría de los barrios que no están en el centro de la ciudad tienen controles policiales en sus accesos, por lo que para un pibe que se vea de determinada manera y ande en moto le es muy difícil, casi imposible llegar allí.
La marcha este año la encabezó un muñeco de cartapesta enorme con doble cara, el momo: de un lado era un policía y del otro un gendarme. Al finalizar la marcha, luego de la lectura del documento, el muñeco se quema mientras todxs cantan: “¡El policía es un cagón, que con un fierro y una placa defiende a los que tienen plata mientras el pueblo va a prisión! Un mano a mano vamo’ a hacé, aunque vengan con bastones porque son unos cagones y los vamos a correr”. Es una marcha signada por una gran tristeza, el dolor de esas madres se puede palpar en el aire, pero a la vez el dolor deviene en bronca y esta en resistencia, porque para todos está claro que es una marcha por los que no están, pero sobre todo por los que quedan.
Entre las familiares está Gabriela Sanso, la madre de Rodrigo Sánchez, quien el sábado 19 de septiembre del año 2015, en la esquina de Avenida Colón y Sagrada Familia, cayó muerto por el policía de civil Lucas Carranza, quien le disparó cinco tiros por la espalda. Una bala le impactó en la cabeza y le causó la muerte de forma inmediata.
Conversando con ella nos decía: “Estamos siendo un ejemplo, basta de tenerles miedo, basta de gatillo fácil. Los chicos tenían derechos, no somos sólo las madres de los chicos que algo estaban haciendo, no: mi hijo tenía derechos, yo soy su voz, sus ojos, sus oídos para salir a exigir justicia. El hecho de que muchas provincias se hayan sumado me da muchas más fuerzas para estar hoy para acá”. Cuando le pregunté con respecto a la Ministra de Seguridad y sus posiciones públicas con Chocobar, nos decía: “Es una burla, ella nunca se va a poner en nuestra piel, no va a saber lo que nosotros sentimos, es una opresora. Bullrich: mi hijo tenía derechos y acá estoy para hacerle cumplir los derechos y me le paro a ella, al Presidente y a quien sea porque Rodrigo Sánchez tenía una vida por delante cuando este hijo de su madre se cruzó con mi hijo y le quitó la vida”.
Aquellas madres, estas madres
Las columnas de las marchas están integradas por diversos familiares de lxs pibxs, pero la predominancia de las madres es notable. Son las madres en su gran mayoría las que salen a la calle a luchar por sus hijos asesinados, las que golpean las puertas de tribunales, las que denuncian a la justicia cómplice. Y son las madres de nuevo las que nos muestran el camino. En la Argentina hay una genealogía casi obligatoria de luchas encabezadas por madres, las Madres de Plaza de Mayo que con su presteza y determinación educaron políticamente a varias generaciones, mostrando cómo aferrarse a la memoria en tanto herramienta política, y a la verdad como motor de lucha.
Estas madres llevan remeras y banderas enormes con los rostros y nombres de sus hijos, la ciudad quedó empapelada de ellos, nos miran, está prohibido olvidarlos.
Las diferencias entre unas madres y otras son muchas, aparte de la época, los hijos e hijas de las Madres de los pañuelos fueron asesinados o desaparecidos por luchar por un mundo más justo, mientras que las víctimas de gatillo fácil no estaban luchando sino viviendo, algunos robando, otros sobreviviendo. Sin embargo muchas vemos una relación más que filial entre ambas madres, una genealogía de luchas titánicas.
En las movilizaciones contra el gatillo fácil se denuncia que es ese aparato represor que desapareció a 30.000 personas el que no se terminó de desmantelar ni encarcelar aún, el que está matando a los pibes en los barrios.
Es ese modus operandi de gran parte de la policía que en complicidad con el gobierno provincial de turno sale impune de cada asesinato. Porque no solo las Madres educaron a generaciones de militantes, también los represores educaron a torturadores y policías que aún hoy sostienen frases como: “El mejor ladrón es el ladrón muerto”.
Estamos ante un gobierno que pretende instalar políticamente el gatillo fácil a través de la “doctrina Chocobar” el policía que el pasado 8 de diciembre del 2017 asesinó por la espalda a Pablo Kukock (18), quien había robado a un turista; y con el que la ministra de Seguridad y el mismo Presidente se reunieron varias veces para mostrarle su apoyo. Se trata de una actitud que busca lograr su convalidación social. ¿Que pretende el Presidente al apoyar a Chocobar? ¿Dar un mensaje “tranquilizador” a la sociedad en materia de seguridad? ¿Es una advertencia para todo pibe que lo mire por TV? ¿Es un mensaje a las fuerzas de seguridad? ¿Es esto una democracia? Supone más bien no asumir la responsabilidad del Estado con estos pibes, apoyándose en un pueblo que ha sabido depositar su odio en estos niños y jóvenes, y no en sus dirigentes políticos.
Me gusta pensar que esos jóvenes a los que mataron en la última dictadura estaban luchando para que no hubiera niños en las calles robando, niños que hayan desertado de la escuela, niños que no tengan familia o contención alguna, niños que anden en la calle como perros, perros niños, esa imagen a la que refieren tan seguido las madres de estos chicos cuando afirman “a mi hijo lo mataron como a un perro”.
A los que mandan y a los que obedecen les gusta desaparecer los problemas, jugar a Dios, arrogarse el derecho a decidir sobre la vida y la muerte, pero se desgarran las vestiduras cuando las mujeres luchamos por el aborto. Allí el valor de la vida es otro, allí somos nosotras unas asesinas y ellos devienen en “pro-vida”.
¿Toda vida vale?
¿Toda vida es vivible? ¿Toda muerte duele de la misma manera? ¿Qué muertes encabezan los titulares? ¿Por cuáles vida se legisla? ¿Por qué para los portadores de los pañuelos celestes es tan claro defender una vida que no existe y justificar el asesinato de un niño o un joven que sí existe?
Una vida no es solo una vida, es su relación de interdependencia con las otras y otros, sin esas otras que sostengan nuestras vidas sólo algunas sobreviven. Es allí donde el Estado tiene que trabajar para garantizar la vida, y no hablo de penalizar el aborto, sino de brindar los derechos básicos a toda vida, salud, comida, vivienda, educación.
Muchos de los pibes que la policía asesinó tenían familias, tenían un hogar, tenían un plato de comida, tenían una moto, tenían amigos. ¿Por qué robar? ¿Se roba por necesidad? ¿Qué es la necesidad en un mundo capitalista? Podríamos decir que esta forma de la necesidad consiste en tener lo que los ricos tienen, el último celular, las últimas zapatillas, plata para salir el finde, pertenecer. Niños que en su mayoría han sido expulsados del sistema educativo, que ya tienen una marca social que pretende determinarles su futuro, que vienen de generaciones de familiares que han pasado por las instituciones carcelarias, y que quieren pertenecer como cualquiera de nosotras a este mundo. Sólo que en cada territorio hay reglas diferentes para pertenecer, para algunos con ir a la escuela basta, para otros es preciso hacer o tener ciertas cosas por más delictivas que sean, y en esa carrera desenfrenada por pertenecer y tener, muchos terminan abatidos en el suelo.
Sé que se trata de un tema complejo, muy complejo, pero al menos les invito a que nos hagamos un par de preguntas: ¿cómo llega un pibe de 8, 14, 18 años a robar un celular y salir corriendo? ¿En qué sociedad nos convertimos si aceptamos pasivamente que la policía asesine a chicos por la espalda? En los años ‘70 como ahora, la respuesta de una clase adormecida reza: “Algo habrán hecho”, como si hubiera razones o motivos para que las Fuerzas Armadas asesinen a alguien. Pero ese alguien no es cualquier alguien, son las muertes de determinados “alguienes” las que quedan impunes porque fueron primero sus vidas las que fueron abandonadas por ese Estado.
¿Quién llora a un pibe chorro? ¿Quién llora a un subversivo?
Estas marchas son también una disputa por el duelo, un duelo público y colectivo. La mayoría de los casos de gatillo fácil aún continúan impunes, es decir que no hay policías presos o apartados de sus cargos por los asesinatos. Como aún no hay tumbas para los miles de desaparecidos en la última dictadura cívico-militar. ¿Dónde lloramos esas muertes? ¿Qué es la justicia para estas familias?
Si con todo el dolor de la perdida y la injusticia en el cuerpo estas madres pueden salir a exigir justicia y estar donde hay que estar, lo menos que podemos hacer es acompañarlas y abrazar sus luchas.
--------------------------------
Para suscribirte con $ 1000/mes al Cohete hace click aquí
Para suscribirte con $ 2500/mes al Cohete hace click aquí
Para suscribirte con $ 5000/mes al Cohete hace click aquí