El 27 de julio pasado la Argentina llegó a tener 3.000 muertos acumulados por Covid-19. Entonces le pregunté al doctor Jorge Aliaga, experto en números de la pandemia si los hay, cuándo había tenido la mitad, es decir 1.500 muertos, a lo que me respondió que había sido el 5 de julio. ¿Y la mitad de 1.500, es decir 750? El 11 de junio, respondió. ¿Y la mitad de 750, es decir 375? El 17 de mayo, me dijo. Si calculan los intervalos verán que corresponden a 24 días.
Es decir, desde el 17 de mayo, cada 24 días se había duplicado el número de muertes acumuladas. La duración del intervalo de duplicación estaba clavada en 24 días y poco importaba lo que se había hecho a nivel de aislamiento o cuarentena, ese número no había cambiado.
Inmediatamente calculé que si todo seguía igual, es decir si el virus no se apagaba por arte de magia o el gobierno no tomaba medidas de circulación y aislamiento más restrictivas, 24 días posteriores al 27 de julio, es decir, el 21 de agosto, deberíamos llegar a 6.000 muertos acumulados. Por eso me propuse escribir este artículo el 21 de agosto, pero me equivoqué.
El 18 de agosto, 3 días antes del 21, sobrepasamos los 6.000 muertos. Y si no se toman medidas más estrictas y la duplicación de muertes acumuladas empieza a ocurrir cada 21 días, el 13 de septiembre habrá 12.000 muertos acumulados; el 5 de octubre, 24.000; el 27 de octubre, 48.000, el 18 de noviembre, 96.000; el 10 de diciembre, 182.000, y para Navidad unos 364.000 muertos acumulados, número mayor al de muertos anuales de la Argentina en ausencia de pandemia (330.000 aproximadamente).
Por supuesto que querría equivocarme y no me molestaría en absoluto que se enojaran conmigo y me acusaran de infundir miedo si esto no ocurre, aprovechando para denostar a la ciencia y a los científicos. Porque si no ocurre, cualquiera sea la causa, se habrán salvado miles de vidas. Si no ocurre porque efectivamente se estuvieran apagando las infecciones y los efectos en muertes se vieran 20 días después, celebraríamos todos, creo; pero no lo sabemos con certeza como para aventurar predicciones como las de un pico que nunca se produjo.
No estoy analizando números de infectados, positivos, recuperados o asintomáticos, ni camas de unidades de terapia intensiva o de personal de salud especializado en esta. Estoy contando muertos y este análisis de la progresión de su número podría haberlo hecho en el siglo XIX, cuando no había ensayos de PCR ni serológicos. Tanto entonces como ahora, era y es difícil ocultar a los muertos y sus números hablan por sí mismos. Tanto entonces como ahora, en ausencia de una vacuna o de un fármaco específico contra este y otros virus, el distanciamiento y el aislamiento eran y son las herramientas más poderosas y efectivas para frenar la infección y las muertes.
Paradójicamente los anticuarentena, defensores de libertades individuales a costa del prójimo, han logrado convencer a una parte de la sociedad de que estamos en cuarentena, cuando en realidad no lo estamos, y que hay que abrir muchas más actividades de las que ya están abiertas. Lógicamente el gobierno no es inmune a este discurso que taladran, sin fundamentos científicos sólidos, los medios de difusión libertarios de mercado. Sin duda los números podrían ser al día de hoy peores, y si no lo son, es porque en abril hubo una cuarentena en serio. Esto hizo que la progresión de mayo partiera de 375 muertos y no de más.
El hecho de que todavía se controle el transporte público y no haya clases en los lugares del país en que circula el virus habrá contribuido a que el tiempo de duplicación de muertos no haya sido menor a 21-24 días. Pero lo contraintuitivo de las progresiones geométricas es que uno ve sus consecuencias cuando los números absolutos son grandes. En efecto, el doble de 2 es 4 y nadie se inmuta si en 21 días se pasa de 2 a 4 muertos, pero si en 21 días se pasa de 20.000 a 40.000 el problema ya es otro.
En virtud de lo expuesto lo mío es un llamamiento. La o las vacunas estarán disponibles en la primera mitad de 2021. Hasta ese entonces tenemos que llegar evitando la mayor cantidad de muertes por Covid-19 posibles. ¿Cómo?
Con ciclos de apertura y cierre intermitentes, pero cierre en serio, no ficticio. Por supuesto la no saturación de las camas de terapia intensiva y de su personal son importantes, pero no basta. Es condición necesaria mas no suficiente. Si hubiera un exceso de camas y personal, los muertos se seguirían acumulando porque son los que no salen vivos de terapia. Debemos frenar la infección. Ojalá se frenara sola sin haber llegado a una inmunidad de rebaño difícil de concebir con menos del 20% de infectados, pero no lo estamos viendo ni viviendo.
Hoy tenemos más infectados acumulados que los que tuvo Italia, y en una época, confesémoslo, nos burlábamos de ellos, con un concepto algo redundante llamado orgullo argentino.
Quizás el gobierno debe reflexionar que, de todos modos, la oposición ya le está endilgando el costo político de una cuarentena que ni siquiera existe, por lo que sería mejor establecerla intermitentemente para que esa oposición irresponsable no pase a endilgarle los muertos.
Agradezco al Dr. Jorge Aliaga la lectura crítica del texto.
* Alberto Kornblihtt es profesor Titular FCEN-UBA e Investigador Superior del Conicet.
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