En poco más de un mes perdimos a cuatro referentes insustituibles en la resistencia a las políticas devastadoras del actual y de los anteriores gobiernos neoliberales, cuatro estudiosos de inusual profundidad, que además de sus conocimientos actuaban al servicio de la causa popular. Ellos son Miguel Ángel Fernández Pastor, Cárlos Ábalo, Eduardo Basualdo y Héctor Pedro Recalde. Todos ellos fueron columnistas del Cohete a la Luna y sus notas pueden encontrarse en el buscador de la página.
Fernández Pastor fue el mayor experto en asuntos previsionales de América Latina, cuyo instituto principal de la especialidad presidió, y asesor de Amado Boudou en la recuperación del sistema jubilatorio que había sido capturado por los bancos. Cuestionó el acuerdo del macrismo con el FMI, apoyó las moratorias que permitieron acceder a la jubilación a los abandonados al costado del camino por el sistema de las AFJP y la recesión de los cuatro años finales del menemismo, y abogó por un Ingreso Básico Universal, cuya forma de financiamiento expuso en detalle, calculando el efecto que tendría sobre el consumo y, en consecuencia, el crecimiento del PIB.
Carlos Ábalo tenía un conocimiento absoluto de la economía nacional e internacional, y aun se recuerdan sus columnas en El Cronista y en El Periodista de Buenos Aires. No podía figurar en El Cohete porque eso hubiera comprometido un empleo del que vivía. Firmaba sus notas eruditas y estimulantes como El experto que ya vio casi todo. Militó en el Partido Comunista, adquirió una sólida formación marxista y colaboró con el ministro de Economía de Perón, el santiagueño José Ber Gelbard.
El intelectual orgánico
El economista e historiador Eduardo Basualdo, que murió el 19 de octubre, a los 79 años, es el intelectual orgánico que mayores aportes hizo en el último medio siglo para entender los desafíos que enfrenta el pueblo argentino.
La primera noticia que tuve de su existencia fue un paper impreso a mimeógrafo que circuló en forma clandestina durante la dictadura cívico-militar. No tenía firma pero llamaba la atención por lo minucioso de un estudio sobre los grupos económicos que operaban en el país, que no era un tema bien conocido, en momentos de aguda transformación. Nunca habíamos recibido documentos internos de tal originalidad.
Recién cuando regresó del exilio en México, iniciado luego de un intento de secuestro, supe qué él era el autor de aquel trabajo tan minucioso. Se sorprendió cuando le conté que Basualdo era uno de los nombres que usaba en la militancia clandestina Rodolfo J. Walsh, otro estudioso irlandés tan obsesivo como él. La familia de la madre de Basualdo (Doyle) también venía de Irlanda, la del padre era originaria del País Vasco. Vaya combinación, el hombre tenía su carácter. Sin su obra no puede entenderse la historia económica argentina.
Durante la presidencia de Alfonsín publicó un libro fundamental para comprender qué país dejó la dictadura. Se tituló "El Nuevo Poder Económico". En colaboración con el economista Daniel Azpiazu y el sociólogo Miguel Khavisse trazaron un mapa preciso sobre la transición del proceso de industrialización por sustitución de importaciones al modelo de la valorización financiera que inauguró Martínez de Hoz con sus patrocinadores castrenses. Lo hicieron mediante una agotadora indagación sobre los balances de cada empresa, que Khavisse copiaba a mano con un lápiz, en el ministerio de Economía, en la Inspección General de Justicia y en la Comisión de Valores. Pusieron en evidencia los mecanismos de la dominación patronal sobre los trabajadores, y la historia de cada uno de sus miembros: cuántas empresas tenían y en qué sectores, cómo se conglomeraban, qué subsidios recibieron para invertir, qué deudas contrajeron en el exterior, qué hicieron con ella en el país y cómo se la hicieron pagar al conjunto de la sociedad. También echaron luz sobre los conflictos dentro del empresariado, porque algunos crecieron pero otros se achicaron y hasta desaparecieron, Dato imprescindible para no incurrir en una simplificación que adelgace la comprensión de la militancia.
Basualdo aplicó ese método a otros sectores, como el poder terrateniente. Con una investigación sobre los 27 partidos que integran la cuenca del Salado, de título tan austero como fue toda su vida, [En busca de la equidad perdida: la reforma al impuesto a la tierra], y que luego extendió a todo el territorio provincial. De ese modo hirió de muerte una verdad revelada que acataron en forma acrítica investigadores de distinta orientación ideológica. Según esa pionera fake news, la ley de la herencia y el Código Civil provocaron una subdivisión de la tierra, que disipó la gravitación económica y el peso político de la vieja oligarquía agropecuaria. La clase decisiva en la conformación de la Argentina moderna, se habría evaporado silenciosamente.
Por el contrario, Basualdo logró establecer que sus distintos sectores seguían siendo los propietarios más importantes de la Provincia de Buenos Aires, pero que consiguieron disimularlo, mediante nuevas formas de control de sus propiedades, fragmentando partidas que luego se reagrupan en distintas sociedades agropecuarias, condominios y formas de propiedad individual. Esto les permitió eludir sus responsabilidades en el sostenimiento de los gastos del Estado, por cuyo desguace siempre claman.
Otros de los conceptos que a partir de su trabajo iluminaron los periodos de cada modelo de acumulación, fueron la valorización financiera del capital y la oligarquía diversificada y transnacionalizada, el eslabón perdido entre las clases tradicionales y la moderna industria. Así demolió el mito en blanco y negro de la confrontación entre una burguesía nacional industrialista y un sector rural retrógrado que, como decía Sarmiento en la década de 1880, está compuesto por "millonarios que pasan su vida mirando como pacen las vacas".
En un país más propenso al ensayo y al discurso ideológico que a la investigación, este trabajo es de importancia decisiva para formular una política racional y tiene una actualidad candente. De paso, también espantó el espectro de la presunta burguesía nacional. La máxima ironía es que el líder de uno de los conglomerados siderúrgicos e hidrocarburíferos más importantes del mundo, tan transnacionalizado que sus sedes están en Milán y Luxemburgo, y que champurrea el castellano con acento lombardo, sea considerado la cabeza de los grupos económicos locales.
Como un Scalabrini Ortíz del último medio siglo, Basualdo también investigó y conceptualizó el rol de la deuda externa como gran reciclador de la relación de fuerzas sociales dentro del país, porque unos sectores la gozan y otros la pagan, cada día con mayor sacrificio. Bajo el gobierno de los Hermanos Milei, este mecanismo ya ha afectado las necesidades básicas de alimentación, vivienda y salud.
La base de datos que compiló fue un instrumento apropiado para reorganizar el marco tributario, considerando todas las propiedades de un grupo económico o familiar y no las partidas individuales, de modo de hacer más progresiva la carga fiscal. Si en su primera obra se enfocó, entre otros, en las Sociedades Macri (SOCMA), en la investigación sobre el poder terrateniente detectó las enormes tenencias del grupo Blanco Villegas, cuyos accionistas principales eran la madre y el tío de quien llegaría luego a la Presidencia. También dirigió el Programa de Investigación sobre la Propiedad Rural y la Producción Agropecuaria en la provincia de Buenos Aires, basado en sus estudios previos, complementados con tecnología satelital de punta para la captura de la información.
Tan valiosa fue su obra, que esa base de datos fue robada una noche, en que especialistas sofisticados desarmaron su computadora en la oficina porteña de FLACSO y se llevaron sólo el disco rígido. Se comprende, porque al desentrañar la intrincada lógica que asumen esas formas de propiedad, expuso el mecanismo maestro de elusión fiscal.
En el ocaso del alfonsinismo, Basualdo identificó la pugna fundamental entre quienes propiciaban una fuerte devaluación y aquellos que querían dolarizar la economía, un antagonismo que se repetiría una y otra vez ante cada cambio de gobierno, hasta el presente.
Cuando se creó la Central de Trabajadores Argentinos, un puñado de gremios que no coincidían con el sindicalismo empresarial que fortaleció Carlos Menem, Basualdo fue persuadiendo uno por uno a sus dirigentes para que destinaran parte de sus escasos recursos a la creación de un centro de estudios e investigación, para orientar con conocimiento de causa la acción de la nueva central. A su pedido, reforcé esa demanda ante Mary Sánchez, Víctor De Gennaro y Alberto Piccinini. Entre los colaboradores de ese Instituto de Estudios y Formación (IDEF) estuvieron entre muchos otros el sociólogo Artemio López y los economistas Claudio Lozano y Roberto Feletti, que luego se fueron desgranando, sin que Eduardo se desalentara. Al mismo tiempo, organizó el Área de Economía y Tecnología de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, FLACSO, cuyas investigaciones financiadas por fundaciones europeas pagaban parte de los trabajos militantes, aplicación práctica del concepto del subsidio cruzado.
Allí creó una maestría, desde la que multiplicó la socialización del conocimiento a cuya consecución dedicó su vida. Entre sus muchos discípulos a quienes les abrió los ojos, están Julia Strada, Hernán Letcher, los demás investigadores de CEPA. Hasta pasaron por allí como profesor el joven Axel Kicillof y como alumna la veterana Alejandra Gils Carbó, que fue en busca de los conocimientos necesarios para actuar como fiscal general del fuero comercial en causas de significación patrimonial. Y cuando la CTA se dividió y el IDEF quedó del otro lado, creó CIFRA, el centro de investigaciones de la CTA conducida por Yasky.
A lo largo de los años fue sufriendo la pérdida de sus principales asociados, como Azpiazu y Khavisse y luego Hugo Nochteff. Del grupo inicial sólo quedó Enrique Arceo. Esto lo recargó de trabajo, pero una parte fundamental fue la formación de nuevos cuadros que cubrieran las bajas, como el actual director de CIFRA, Pablo Manzanelli, quien poco después de la muerte de Basualdo publicó un documento fundamental al que nos referimos en otra nota de esta edición.
Graduado en economía en la Pontificia Universidad Católica (PUCA), Basualdo hizo el doctorado de Historia en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Con ese bagaje, escribió "El transformismo argentino", donde aplica a nuestro país las categorías gramscianas, cuando nadie reparaba en los Kueider y los Ritondo. También publicó un Estudio de Historia Económica Argentina y dirigió la investigación sobre la fuga de capitales en la crisis de fin de siglo, para la comisión parlamentaria que presidió el diputado cordobés Eduardo Di Cola. Una filtración concertada entre Matías Kulfas y Roberto Navarro puso en peligro la suerte de la investigación. No obstante, llegó a ser aprobada por el Congreso, que la convirtió en un documento oficial.
En los últimos tiempos, Basualdo aportó elementos de interpretación sobre la situación económica a la ex Presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Lo hizo con la misma voluntad de colaboración con que integró el comité editorial de Realidad Económica y la Comisión Directiva del CELS, a la que lo invité a ingresar junto con su gran amigo, el dirigente de los obreros metalúrgicos Victorio Paulón, con la idea de una organización libre del pueblo, en tensión con el oenegeísmo internacionalizado.
En diciembre de 2001 teníamos programada la presentación de un libro, no recuerdo si suyo o mío, porque nos cruzábamos con frecuencia. Pero la realidad se opuso. Con la ciudad en llamas y el transporte público interrumpido, remontamos Rivadavia, desde la sede de la CTA donde se realizó la consulta popular en favor de un seguro de empleo y formación (precursor de la Asignación Universal por Hijo). Caminamos sorteando fogatas, neumáticos incendiados y barricadas más precarias, reflexionando sobre la nueva etapa que se abría en el país. Sin que lo supiéramos, se estaba gestando el kirchnerismo. Esas luchas son el terreno abonado que le permitió a Néstor Kirchner no empezar de cero en 2003, como reconoció su hijo la semana pasada en San Martín.
El hombre de la sonrisa
El lunes murió a sus 86 años Héctor Pedro Recalde, mi amigo más antiguo en la política. Nos conocimos al comenzar la década de 1960. El acababa de recibirse de abogado y yo comenzaba mi trabajo como periodista. José Miguel Buzetta, Manolo para todos nos reclutó a cada uno en lo suyo para colaborar con su esposa, Inés Diggian, quien llegó a la Secretaría General del Sindicato de Comercio, luego de años de lucha por desplazar al mandamás instalado allí por la dictadura de Aramburu y Rojas, el socialista Armando March, de los "32 gremios democráticos". Participamos en forma activa en el intento de regreso de Perón en 1964.
Luego militamos en lugares distintos dentro del caleidoscopio peronista, sin perder nunca el afecto y el respeto personal. Su especialización en el derecho laboral fue una opción personal que no abandonó nunca. Su asociación con Saúl Ubaldini cuando gobernaba Raúl Alfonsín y con Hugo Moyano a partir del menemismo son marcas de época. Asociado un tiempo con Enrique Rodríguez, no vaciló en enfrentarlo cuando como ministro de Trabajo de Memen avaló la precarización laboral. Cuando esa época nefasta concluyó, Recalde fue avanzando en la Cámara de Diputados, como presidente de la Comisión de Legislación del Trabajo, con proyectos que restablecían los derechos de los trabajadores conculcados por las dictaduras y el menemismo. Y siempre sentía que le faltaba algo, que debía hacer más. Sus artículos en El Cohete, que luego recopiló en dos libros para los cuales me pidió el prólogo, lo documentan.
Tenía en la pared de su estudio una foto del momento del regreso de Perón, donde se lo ve, al fondo de la imagen con los anteojos de lentes oscuros que usaba porque la luz intensa lo dañaba. Él recordaba que yo también estaba allí, pero no fue así. Yo tuve otros tres vuelos con Perón.
En 2007 recibió un ofrecimiento de 20 millones de dólares para detener en el Congreso el proyecto de ley que terminaba con el pago en tickets alimenticios de parte del salario de los trabajadores. Lejos de aceptar, combinó con su hijo Mariano la grabación de la oferta y su denuncia pública. La ley se aprobó y los empresarios coimeros fueron procesados.
En marzo de 2011. Moyano le sugirió a Cristina el nombre de Recalde como candidato a Vicepresidente. Ella sonrió y le dijo: “Hugo, todavía no sé si yo voy a ser candidata”. Recalde se limitó a comentar entonces "sería un honor, pero ella debe elegir quién la acompañará". Cristina se arrepintió de aquella negativa y llegó a decir que Recalde hubiera sido un gran Vicepresidente. Pudo comprobarlo cuando lo designó al frente del bloque de diputados del peronismo.
En octubre de 2010, pocos días antes de la muerte de Néstor Kirchner, una gran concentración en el estadio de Ríver Plate, anticipó que algo no estaba funcionando bien en la relación de la Presidenta con el líder sindical. Moyano defendió los proyectos de ley del kirchnerismo que molestaban a las patronales, como el que presentó Recalde reglamentando el artículo de la Constitución que establece que los trabajadores tendrán “participación en las ganancias de las empresas, con control de la producción y colaboración en la dirección”, y cuestionó al ex senador Eduardo Duhalde, el presidente de la Sociedad Rural Hugo Biolcatti y al entonces gobernador de Buenos Aires, Daniel Scioli, por haberse opuesto a esa legislación durante un encuentro de IDEA en Mar del Plata.
Pero también expresó su deseo de que "un trabajador" llegue a la Casa Rosada. Al tomar el micrófono para responderle que ella trabajó desde los 18 años, CFK puso negro sobre blanco que Moyano no se refería a un trabajador sino a un representante gremial de los trabajadores, que son dos cosas distintas. Sabe que se equivocó con Recalde, pero no con Moyano, cuya deriva lo llevó incluso a un choque vergonzoso con su abogado. En 2012, durante una audiencia en la Cámara de Diputados para tratar el proyecto de ley de indemnizaciones por accidentes del trabajo, agredió en forma brutal a quien lo acompañó durante veinte años como especialista en derecho del trabajo. Lo acusó de traicionar a los trabajadores e incumplir su promesa de renunciar a la presidencia de la Comisión de Legislación del Trabajo de la Cámara de Diputados si se aprobaba un proyecto oficial de ley elaborado por la Unión Industrial. En la rueda de prensa posterior, Recalde se abstuvo de cualquier ataque al dirigente de los camioneros, pero aclaró que aquella afirmación no era cierta, algo que Moyano no podía desconocer. Recalde no firmó el objetable proyecto del Poder Ejecutivo que ya tenía media sanción del Senado, sino uno propio. Ese anteproyecto de ley, fue aprobado sucesivamente por el Comité Directivo y el Congreso Central Confederal de la CGT, cuyo secretario general era Moyano. Recalde lo presentó en su primer año de mandato como diputado, en 2006, y lo reiteró con ligeras variantes en 2008, 2010 y 2012.
Era un tipo de una pieza.
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