En nuestro país el cultivo de granos y oleaginosas se sustenta en la aplicación de agroquímicos. Desde la utilización sistemática de biocidas químicos en los cultivos genéticamente modificados (GM) de maíz, soja y algodón, se fue introduciendo y naturalizando su uso en otros cultivos. Hoy se aplican en grandes cantidades también sobre sembradíos de tomate, arroz, caña de azúcar, yerba mate, frutas de todo tipo, cebada y lúpulo cervecero e incluso en viñedos. Todos estos productos quedan contaminados con residuos (restos) de agrotóxicos. Según datos de 2016 extraídos al SENASA, el 98% de las peras, el 84% de las manzanas, el 94% de los limones, el 44% del tomate, el 42% de la rúcula, tienen residuos de agrotóxicos. Incluso varios de estos vegetales tenían muchos tipos químicos distintos. En acelga y espinaca se detectaron 23 agrotóxicos diferentes.
No hemos medido agrotóxicos en cerveza y en vinos, pero las 18 cervezas más populares de Alemania dieron positivo para glifosato en un estudio de la Universidad de Munich y los vinos californianos estudiados por la UCLA dieron también positivos para el herbicida estrella de Monsanto/Bayer. Incluso las leches de formulas infantiles norteamericanas (las mismas que utilizamos aquí) dieron positivo para glifosato en estudios hechos por organización de afectados por fumigaciones Mons Across America. (Estas leches están enriquecidas con derivados de soja y maíz GM cargados de residuos de agrotóxicos.)
Por otra parte, casi todas las semillas de algodón que se cultivan en el país son resistentes a glifosato y el laboratorio del Centro de Investigaciones del Medio Ambiente de la UNLP detectó contaminación con glifosato en algodones y gasas medicinales, al igual que en hisopos, paños femeninos y tampones en forma accidental. (No podían calibrar al cromatógrafo porque siempre daba positivo y el glifosato provenía de las gasas y algodones del hospital usados como testigo.)
En nuestro país el 80% de los 500 millones de litros de agroquímicos se usa en los cultivos GM y el resto en los demás, pero este uso crece año a año porque así lo demanda el modelo de agronegocio.
En los años '90, los científicos de Monsanto aseguraban (y creemos que realmente estaban convencidos) que con sus nuevas semillas transgénicas resistentes al glifosato iba a disminuir progresivamente la utilización de agroquímicos y esperaban rápidamente controlar el mercado mundial de alimentos porque eran los dueños de las semillas. Sin embargo no fue así ,porque había una falacia ecológica que desconocieron: que la vida está viva, que la naturaleza se defiende de las agresiones, que se adapta y regresa, y regresó con “malezas” resistentes al glifosato del Round Up. Los productores que se asimilaron al modelo químico, en vez de utilizar cada vez menos agrotóxicos usaron cada vez más y mezclando productos para poder “controlar” insectos y yuyos. (En el caso de la soja se aplicaban 3 litros por hectárea por año en 1996. Actualmente están aplicando 12 ó 15 litros más 3 litros de 2.4D y 1.5 de Paraquad en esa misma hectárea, para poder mantenerla libre de yuyos.)
En catorce años, las ventas de agrotóxicos supera más de 5 veces a las ventas de semillas y Monsanto pasó a ser una empresa de segundo o tercer orden en la disputa estratégica por el control del mercado global de alimentos, porque el mayor volumen de capital y valor estratégico del mercado capitalista de alimentos hoy por hoy son los agrotóxicos y las empresas químicas marcan el camino. Es en ese sentido que se entiende que Bayer, una empresa química que cuenta con un portafolio enorme de moléculas con futuro promisorio de agrotóxico, se devora (compra, absorbe y disuelve) a Monsanto. (Monsanto contaba con muchas semillas, pero no era dueña de muchas moléculas.) En este modelo las semillas no son estratégicas, las semillas solo habilitan el uso masivo, adictivo y compulsivo de agrotóxicos. De todas maneras Bayer tiene sus problemas, judiciales sobre todo, por las demandas contra el glifosato que comienzan a condenarlo a pagar sumas millonarias y las condenas se multiplican poniendo en peligro sus balances futuros.
Toxicidad de los agrotóxicos
El problema del agronegocio es que los agrotóxicos son tóxicos y cada vez es más difícil ocultarlo. En 1995 Monsanto logró que la Agencia Americana de Protección Ambiental (EPA) habilitara al glifosato RoundUp como herbicida (antes era solo quelante de metales y antibiótico), presentando estudios de bioseguridad realizados en ratas: un grupo de ratas ingería dosis bajísimas de glifosato diariamente desde el nacimiento y el grupo de control no. Monsanto presentó que a los 50 días la salud y vitalidad de los dos grupos era similar y la EPA aprobó al glifosato para todos. (Al año y con los mismos estudios, el Secretario de Agricultura de Menem, Felipe Solá, lo liberó en Argentina.) En 2012 Giles Seralini, de la Universidad de Caén, Francia, publicó el mismo estudio, pero como las ratas no vivían 50 días sino dos años, Seralini no cortó el estudio a los 50 días, sin que lo continuó. Dolorosamente demostró que a los 180 días el 70% de las ratas que ingerían glifosato tenían enormes tumores. Monsanto había falseado y manipulado la información, presentando resultados favorables a su negocio, cortando el estudio cuando las ratas aun no presentaban daños. Seralini sufrió una terrible campaña de persecución y desprestigio por su publicación (similar a la que sufrimos los que investigamos estos temas también en el Sur), pero la mentira quedó al desnudo.
La EPA y el SENASA miden la peligrosidad de los agrotóxicos solo por sus efectos agudos, como muerte inmediata. Toman la dosis letal en ratas: algunas moléculas matan ratas a dosis muy bajas y otras a dosis más altas, y consideran a esto como la base de la clasificación que los etiqueta en colores del rojo al verde. El verde es sin toxicidad, sin peligro. Obviamente aquí el glifosato es etiqueta verde.
Casi toda la información experimental de peligrosidad y toxicidad proviene de pruebas en ratas o animales similares. Sin embargo existe información de toxicidad aguda en humanos. En la India y Sri Lanka las cosechas de algodón, berenjenas y otras con semillas GM fracasan. Los campesinos endeudados con los bancos que les rematan sus tierras, más la deshonra de ser campesino sin terrenos, los lleva muchas veces al suicidio. Miles de suicidios ocurren en estos países todos los años y estas víctimas del agronegocio se matan usando lo que tienen más a mano: agrotóxicos. Investigadores australianos diseñaron un protocolo para estudiar los efectos de los agrotóxicos en esta población de suicidas. Al llegar a los hospitales, se registraba qué habían tomado, qué cantidad, cuánto tiempo había pasado de la ingestión y después se controlaba la evolución de la víctima. De esta manera se generó una increíble información. Por ejemplo, los insecticidas matan a los humanos a dosis mucho más bajas que a las ratas que están “acostumbradas” a que tratemos de envenenarlas . O sea, lo que mata a una rata no mata igual a un humano.
Esos estudios demostraron que un sorbo del herbicida Paraquad (5 ml) mató al 100% de los suicidas, una cucharada de 20 ml de 2.4d tuvo la misma letalidad y un vaso de glifosato (180 ml) terminó con la vida de todos los que lo tomaron, a pesar de que hasta en la televisión argentina el marketing de Monsanto repetía que se podía tomar un vaso de RoudUp sin tener ningún problema. Incluso el inefable Ministro de Ciencia y Técnica Lino Barañao, en una entrevista por la Radio de las Madres del 15 de agosto de 2011, afirmó que se puede tomar un vaso de glifosato sin peligro mientras trataba de convencer a Hebe Bonafini de esta terrible mentira.
Glifosato, cáncer y CONICET
El cáncer es una enfermedad terrible que mata a muchas personas y que los médicos muchas veces no podemos curar, por ello la estrategia mundial más conveniente es tratar de evitar, de prevenir, la exposición de las personas a los agentes cancerígenos. Para cumplir este objetivo existe la Agencia Internacional de Investigación de Cáncer de la OMS (IARC), que en 2015 completó una revisión del glifosato y lo clasificó como cancerígeno en categoría 2A. Categoría 1 es cancerígeno absoluto, sin dudas sobre este carácter. La 2A es la segunda categoría y significa que hay pruebas de cancerogenicidad convincentes pero aun insuficientes para ser categoría 1.
Este estudio lo realizó un comité de expertos de sobrada independencia de la industria y los gobiernos. Revisó 1000 estudios y seleccionó 200 que eran de suficiente calidad metodológica. Estos estudios confirman que la exposición al glifosato induce daño genético y que lleva al cáncer en modelos experimentales en animales y humanos. Lo interesante es que de esos 200 estudios el 10% eran argentinos financiados por el CONICET dependiente de Barañao, que perseguía a cualquier científico que pusiera en cuestión las políticas del agronegocio (entre ellos a Andrés Carrasco, nuestro símbolo de Ciencia Digna). A pesar de ello, la honestidad y la ética de nuestros científicos aportaron a develar la peligrosidad de este agroveneno que asuela a la población de las zonas agrícolas y que lleg a nuestros alimentos, a la leche de los niños, a la cerveza y al vino.
Poblaciones rurales que son fumigadas intensamente desde septiembre a marzo (como se verifica por la presencia de glifosato en el agua de lluvia en esa época), respiran los agrotóxicos disueltos en el aire atmosférico y no presentan síntomas agudos solamente; el impacto es principalmente crónico. Y queda reflejado en las tasas de mortalidad de los pueblos fumigados. En todo el país, y desde hace 60 años, la primera causa de muerte son los problemas cardiovasculares que matan al 25% de las personas que mueren por año. Los distintos tipos de cáncer explican la muerte del 20% de los fallecidos al año en todo el país y en todas las regiones. Pero desde 2000, los pueblos fumigados presentan al cáncer como primera causa de mortalidad. Y algunos pueblos como San Salvador en Entre Ríos o Canals en Córdoba muestran que más del 50% de los vecinos que fallecen lo hacen de algún cáncer, uno de cada dos. Estudios de la facultad de medicina pública de Rosario coinciden con los nuestros (de Córdoba). Mientras la tasa de incidencia de cáncer habitual refiere que de cada grupo de 1000 personas 2 por año tendrán un diagnóstico de cáncer, en los pueblos fumigados pasa a ser de 5 a 8 personas por cada 1000.
Resistencia de pueblos fumigados
Más de 400 pueblos han dictado ordenanzas tratando de restringir la libertad del agronegocio a niveles locales. Córdoba y Santa Fe lideraron esta lucha por años, incluso expulsaron a Monsanto de Córdoba y ni esa ni otra empresa de agrotóxicos tiene licencia social para instalar una nueva planta en ningún lugar del país. Hoy los frentes de lucha más intensos están en Entre Ríos, donde el agronegocio y el gobernador Bordet buscan sostener la libertad de fumigar a los niños de más de 1.000 escuelas rurales de la provincia, manipulando groseramente a la Justicia de forma más burda aun que Morales en Jujuy con el caso de Milagro Sala.
En La Pampa, el gobierno provincial acaba de prohibir la comercialización de todos los agrotóxicos porque el agronegocio tira los bidones contaminados en cualquier lugar y no cumple las leyes específicas. Y comienza un proceso de discusión de una nueva ley de agroquímicos con participación de las víctimas.
En la provincia de Buenos Aires, la Justicia Federal encontró en la cuna del agronegocio (Pergamino) las napas subterráneas de agua contaminadas con agrotóxicos y esas mismas sustancias en el agua de las canillas de la ciudad. También es donde la Corte Suprema de Justicia provincial dictó varios amparos protegiendo los derechos ambientales y sanitarios de los vecinos autoconvocados y donde se realizará el 11º Encuentro de Pueblos Fumigados en la ciudad de Mercedes el próximo 14 y 15 de marzo, mientras el Ministro de Desarrollo Agrario convoca a organizaciones del “campo”, INTA y grupos universitarios a un Observatorio de Agroquímicos para tratar de limitar las ordenanzas locales (más de 80), que frenan las fumigaciones en periurbanos y escuelas, y lo hace excluyendo a los vecinos que ponen los muertos de este agronegocio.
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