La semana pasada, Marcelo Figueras escribió sobre los años locos de la década de 1920 y trazó una comparación interesante con este decenio, un siglo después. Esa hermosa nota, que también desarrolló el domingo en nuestro programa en la radio, me hizo recordar el número musical más estremecedor que yo haya visto, My Forgotten Man (Mi hombre olvidado), que formó parte de Gold Diggers of 1933 (Los buscadores de oro o Los cazadores de fortunas de 1933). La dirigió Mervin Le Roy, un actor, escritor, director y productor tan prolífico que durante casi medio siglo, entre 1920 y 1968 llegó a participar en 99 películas de todos los géneros. Entre otras, fue el productor de El Mago de Oz. En la década de 1930 llegó a dirigir hasta seis películas por año, algunas tan notables como Soy un fugitivo y Little Caesar, protagonizadas respectivamente por los impresionantes actores Paul Muni y Edward G. Robinson. Fue la década gloriosa de los musicales, con cuyos escenarios extravagantes y los romances entre figuras exaltadas por el star system el pueblo escapaba de la realidad de un país que soportaba una desocupación del 25%, escribió Peter Levinson en su exhaustiva biografía de Fred Astaire. Como contó Marcelo la semana pasada, habían pasado la Gran Guerra y la pandemia de gripe y el mundo vivía la gran depresión que se inició con el crack de Wall Street en 1929.
Buscadores de oro de 1933 es un título suficientemente expresivo de la evasión de esa realidad que procuraba. Leroy la dirigió para la Warner Brothers, con una de cuyas herederas se casó y tuvo dos hijos. Una veinteañera Ginger Rogers, que todavía no había hecho su primera película con Fred Astaire, canta y baila We're In The Money, que se apresura a dar por terminada la depresión y celebra que circule el dinero, que "es lo que se necesita para llevarnos bien" y que "puede convertir tus sueños en oro".
Pero dentro de esa película, Mi hombre olvidado es una pieza única, a tono con el cine social en el que se especializó la Warner. Un año antes, más de 40.000 veteranos de guerra habían marchado sobre Washington para reclamar el bono que les habían prometido, pero fueron reprimidos con brutalidad, varios muertos a balazos por la policía y sus precarias tiendas incendiadas.
Lejos del escapismo en boga, el número de Mi hombre olvidado iba de lleno a la crisis y sus consecuencias. Un parangón cinematográfico que se me ocurre es Cabaret, con la comodidad de que fue filmada cuatro décadas después de los hechos que narra y en el país que venció en la guerra, y no al año siguiente y en el lugar donde seguía sucediendo.
Cuando vi el show del Bicentenario, realizado por Dicky James y Fuerza Bruta en 2010, intuí reflejos de estos siete minutos antológicos de cine.
Con la coreografía del inigualable Busby Berkeley, la actriz Joan Blondell y la contralto Etta Moten cantan la tremenda letra que Al Dubin escribió como una invectiva al Estado. La letra está en inglés, y aunque no soy traductor ni poeta, me animé a sugerir cómo sonaría en nuestra lengua:
No sé si merece alguna simpatía.
Guárdense su simpatía. Así está bien para mí.
Me bastaba con gambetearla cada día.
Hasta que vinieron y se llevaron a mi hombre olvidado.
Acordate de mi hombre olvidado,
le pusiste un rifle en la mano
Lo mandaste bien lejos
Gritaste hip hip hurra,
¡Pero miralo hoy!
Acordate de mi hombre olvidado,
Le hiciste cultivar la tierra
Caminaba detrás del arado,
El sudor caía de su frente
¡Pero miralo ahora!
En un tiempo me amaba
Yo era feliz;
Él me cuidaba
¿No me lo vas a traer de vuelta?
Porque desde que el mundo es mundo
Una mujer debe tener un hombre;
Olvidarse de él, te das cuenta,
Significa que te olvidás de mi.
Como mi hombre olvidado.
Al final, cuando el policía quiere llevarse al hombre arrumbado en la vereda, ella lo impide. Le abre el saco para que se vea que ese desocupado que duerme en la calle es un héroe de guerra, que esconde su inútil condecoración.
En esas imágenes hay ecos de la Nueva Objetividad, del expresionismo y del movimiento Dada que brotaron en Alemania durante la República de Weimar, entre las dos guerras mundiales, con exponentes superlativos como Otto Dix y George Grosz. Allí están los lisiados de guerra, los hombres sin trabajo, las mujeres que se prostituyen para sobrevivir, los niños con hambre, los grandes capitalistas que cuentan sus ganancias.
Un dibujo de Grosz y una pintura de Dix, sobre los ‘hombres olvidados’ de Alemania.
Un año después de la película, Antonio Berni pintó en nuestro país dos de sus obras clásicas, Desocupados y La manifestación, que tampoco han perdido vigencia.
Es difícil no conmoverse una y otra vez con estos hombres olvidados, mientras la Argentina y el mundo se internan en otra época nefasta.
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