Álvaro Alsogaray solía pedir paciencia para sus ajustes bajo la consigna “Hay que pasar el invierno”. Hoy, en cambio, la derecha parece empezar a pregonar lo mismo bajo con el lema “Hay que pasar el verano”. Ya que de aquí hacia adelante vendrán meses calientes, durante los cuales el calor del verano puede terminar de incendiarlo todo.
Después de las agitadas jornadas de protesta frente al Congreso contra el presupuesto del ajuste macrista, con un escenario de represión, agitaciones y movilizaciones masivas, durante esta semana se preparan nuevas medidas de fuerza. Se espera allí tener un contundente paro de transporte y de docentes. Luego llegará el otro plato fuerte: la cumbre del G-20, que congregará en el país a los mandatarios de las grandes potencias, y que volverá a generar manifestaciones multitudinarias de protesta y hará que vengan manifestantes de todo el mundo a reclamar, anunciando situaciones conflictivas.
Con todo, estos sucesos ocurrirán solo en noviembre. Recién en diciembre, con todo el peso simbólico y la densidad política que tiene ese mes en nuestro país, el calor de la calle subirá de verdad la temperatura: con la economía barranca abajo, el verano hervirá en protestas, puesto que la inflación, la licuación salarial y el descenso del consumo se sentirán con mayor fuerza. En principio, porque diciembre es el mes más corto para la actividad económica, lo que hace que las tasas de interés sean las más altas del año: las empresas necesitan crédito para pagar aguinaldos, financiar su actividad económica en un periodo intenso y el consumo debe hacer lugar a las fiestas y las vacaciones. Pero en el escenario actual nada de eso ocurrirá: muchas empresas no podrán pagar aguinaldos y otras ni siquiera los sueldos, la merma del consumo se sentirá con fuerza en los hogares. Las fiestas serán amargas, las vacaciones imposibles para muchos y la desesperación social altísima. Ni hablar de las tasas de interés, que probablemente vuelvan a ubicarse en niveles de locura, ahogando todavía más la economía.
Aún en el escenario optimista (o delirante) del gobierno, se reconoce que el primer trimestre de 2019 será durísimo o incluso que será el peor de todos: se estima que la crisis tocará allí su fondo, que la carencia de dólares se hará sentir más que nunca ya que son meses sin liquidaciones (la cosecha recién llegará en abril), siendo a la vez la temporada en que hay mayor demanda de divisas por los viajes al exterior (lo que será una fuerte presión para el dólar), lo cual redundará en un malhumor social de picos altísimos. Por entonces, el temor a un estallido social tendrá alarmas máximas.
No es casualidad que el ministro Dujovne, en una grosera combinación de orgullo y cinismo, se haya jactado esta semana de llevar adelante el ajuste más duro de la historia argentina pero sin (todavía) haberse caído.
Esto fue una precaución para el mismo gobierno: esta semana decidieron adelantar casi un mes el bono a estatales y los aguinaldos bajo el plan “felices fiestas” para que no haya revueltas, saqueos ni imprevistos en un mes tan caliente.
En todo caso, aún si la situación social diese alguna tregua y no estallase como muchos suponen que ocurrirá, es muy posible otro estallido, pero no ya popular sino financiero: en diciembre vencen 16.600 millones de dólares, en enero 6.100 y en febrero otros 6.200 más (casi 29.000 millones en tres meses), mientras que el auxilio del Fondo para ese período será sólo de 7.700 millones de dólares. Es decir, sin tener una alta tasa de renovación en los mercados el gobierno podría quedarse prácticamente sin reservas, el dólar dispararse, sufrir nuevas corridas o algún desastre económico similar. Todavía más cuando el escenario político para el macrismo marcha peor que la economía: se derrumba en las encuestas y proyecta tener sus peores niveles durante el verano, a la par que el populismo kirchnerista (la “bestia negra” para los mercados) sigue firme y aún avanzando en los sondeos. Lo que hará que durante los meses más calientes del año la inquietud y la intranquilidad financiera lleven la desconfianza y la incertidumbre de los inversores a niveles peligrosísimos: el temor o solo las dudas de que el macrismo no tenga asegurada su reelección puede generar estampidas cambiarias de impredecibles consecuencias.
O no tan impredecibles. El ex ministro de Economía Amado Boudou dijo en un reportaje con El Destape Radio que las medidas del macrismo son una “olla a presión donde cada vez ponen el fuego más fuerte”, y pronosticó que “en marzo vamos a tener un problema serio del tipo de cambio”. El periodista de Clarín, Marcelo Bonelli, que en su columna semanal del diario suele operar como una caja de resonancia de la élite económica, también señaló que “la gran preocupación en el exterior es política”, certificando que “los bancos de inversión tienen una decisión tomada: si para febrero-marzo las encuestas son favorables a Cristina, comenzaran a desprenderse de bonos de la Argentina y pueden ocasionar otro temblor”. Es más que claro que las corridas financieras y cambiarias están a pedir de boca.
El patentamiento de autos de septiembre mostró una caída del 8,3% (acumulando un 38,5 en lo que va del año), las ventas minoristas un 9,2% mientras que la actividad industrial se desplomó un terrible 11,5%. Y nada hace pensar que las cosas vayan a mejorar, sino todo lo contrario: el derrumbe en todos los casos demuestra estar acelerándose.
Por si fuera poco, a la frágil situación económica local debemos sumar un panorama externo desolador: Turquía continúa cayendo, del mismo modo en que caen las exportaciones y precios de nuestros productos, mientras que Brasil –con su Presidente electo, Jair Bolsonaro— proyecta aplicar un durísimo ajuste fiscal y dejar de darle prioridad al Mercosur, lo que terminará por derrumbar la demanda de productos argentinos. Lo peor de todo es que durante diciembre (y al menos tres veces más el año próximo) la Reserva Federal norteamericana va a subir las tasas de interés, castigando con eso seguramente a todas las monedas de los mercados emergentes, siendo la Argentina el país más vulnerable de todos. Cualquier estornudo externo puede derrumbar el castillo de naipes que es la economía local.
Por si fuera poco, el escenario de default parece estar asegurado para 2020, dado que la Argentina ya casi no contará con la asistencia del Fondo y por ende no podrá hacer frente a sus compromisos de deuda. Algo que el mercado sabe, alentando una carrera para sacar dólares y salir del sistema que puede empezar pronto. Por ello, con un ambiente social caldeado y una economía que pende de un hilo, las dudas sobre si el calor del verano encenderá alguna de estas mechas para una explosión final son las incógnitas centrales del futuro.
* Economista. Doctor en Ciencias Sociales. Autor del libro Camino al colapso. Cómo llegamos los argentinos al 2001.--------------------------------
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