LOS EXTREMÓFILOS
Del punk de los '70 al periodismo argentino de la resistencia actual, and back
La vida es un fenómeno incorregible. Aun cuando las condiciones físicas se tornen imposibles, la vida no se disciplina. Nunca entra en caja, se adapta creativamente a las dificultades y las sobrevive. Los microbios originales que habitaron este planeta murieron víctimas de una sustancia que los envenenaba: eso que hoy llamamos oxígeno. Los microorganismos que los sucedieron aprendieron primero a tolerar el oxígeno, y a continuación encontraron la forma de sacarle el jugo, de explotar su potencial energético. Esta historia suena remota, pero fenómenos parecidos siguen desarrollándose hoy. La ciencia le presta atención a los organismos que prosperan en condiciones que para nosotrxs serían fatales. Por eso los llaman extremófilos. Esa es su definición genérica, pero además les regalan nombres muy ocurrentes. El Pyrococcus furiosus, por ejemplo, tolera 110 grados centígrados en túneles termales submarinos. El Clostridium paradoxum prospera en la acidez de los manantiales volcánicos. El Synechococcus lividus la pasa bomba a 20 grados bajo cero.
No hace falta ir tan lejos para comprobar que la vida necesita poco y nada para abrirse camino. En cualquier rincón de nuestras casas donde persista una combinación de factores —humedad, luz, sombra—, bastan pocos días para que surjan allí criaturas tan desagradables como vivas — hongos, gusanos, bichos bolita y otras repugnancias que seríamos incapaces de nombrar. El fenómeno parece funcionar en una proporción inversa a nuestro muy humano buen gusto: cuanto más asqueroso el hábitat original, más proclive a generar la reacción química que pone en marcha la vida.
Llevo días pensando en esa dirección, a partir de un dato que en apariencia no tendría nada que ver. Hace menos de una semana se cumplieron trece años del cierre del CBGB, el club del Bowery neoyorquino donde, a mediados de los '70, sonaron bandas y artistas que abrieron el territorio por donde discurriría mucha de la música de las décadas que conectan con el presente: Television, los Ramones, Patti Smith, los Talking Heads, Blondie, los B52's, The Police. Su nombre adquirió hace tiempo el brillo de las leyendas, pero el boliche regenteado por Hilly Kristal era un culo: un antro sucio, húmedo, oscuro, al cual se le permitió funcionar así porque no desentonaba en el contexto de la Nueva York border y anárquica que existió hasta que los republicanos —liderados por el actual abogado de Trump y alcalde durante los '90, Rudy Giuliani— le lavaron la cara y la convirtieron en un parque temático. (Quien quiera asomarse a lo que era aquella ciudad, puede revisitar Taxi Driver de Scorsese, ver la primera temporada de The Deuce de David Simon —que recrea el inicio de la industria del porno— o pispear la Ciudad Gótica que Todd Phillips creó en Joker.)
Por un lado, la cosa era muy simple. Esos pibes y pibas hicieron lo que hicieron porque Hilly Kristal los acogió, les cedió el centro de la escena y no les puso ni condiciones ni límites. En aquella mugre a años luz de cualquier hábitat respetable, podían ser quienes eran —o probar ser quienes querían ser— sin avergonzarse. El ridículo y el fracaso no eran opcionales, al contrario, eran el punto de partida. Y eso corría tanto para los artistas como para el público: todo el mundo estaba expuesto a consumir el mismo chile tóxico o pasar por el baño unisex, que en materia sanitaria era más peligroso que Chernobyl. Tanto unos como otros conformaban una comunidad extremófila. En la medida en que aprendiesen a disfrutar de aquellas circunstancias límites, les costaría cada vez menos sobrevivir en cualquier parte.
Y cuando escarbás un poco, se entiende todavía mejor. En Inglaterra surgía el punk, la música de lxs pibxs que estaban descubriendo que ya no tenían lugar en el sistema. (De hecho, muchos se conocieron en la cola para retirar el cheque del subsidio por desempleo.) A aquellas criaturas ya no les quedaba ni el rock and roll, que había sido cooptado por Emerson, Wakeman y otros con aspiraciones sinfónicas, o empujado en la dirección del virtuosismo del jazz. Por eso agarraron instrumentos de mierda y empezaron a hacer música que sonaba ídem, pero que era de ellos y narraba lo que les estaba pasando y lo que sentían. Todo lo que hacía falta era que llamasen la atención de algún vivillo con intuición marketinera (gracias, Malcolm McLaren), para que el Adán punk que era Johnny Rotten se pusiese de pie y pronunciase sus primeras palabras:
Yo soy un anticristo
Yo soy un anarquista
No sé lo que quiero
Pero sé cómo conseguirlo
Quiero destruir al transúnte.
En los Estados Unidos era distinto, porque la crisis no pasaba tanto por la economía como por el vacío de autoridad. El sueño de la cultura rock y la sociedad que evolucionaba hacia la paz y el equilibrio había muerto con los '60, la trifecta fúnebre de Las Tres Jotas —las sobredosis que se llevaron a Jim, Janis y Jimi— y el ascenso de aquel otro anticristo llamado Charles Manson. Y en el buco que quedó parecía no haber nada vivo (porque el jazz rock era regurgitación y lo sinfónico una paja europea), hasta que empezaron a moverse estos bichitos que venían con el pelo mal cortado y vestidos con ropa de feria americana. La crudeza sonora que llegaba de allende el océano y coincidía con cierto brutalismo que ya tronaba en el país profundo —los MC5 y los Stooges eran de Detroit— funcionó como la reacción química que estaba faltando; y en la intersección de las cuevas como el CBGB y la reivindicación de la música DIY (do it yourself, Hágalo Usted Mismo: una nueva ética amateur), el punk y la new wave devinieron una posibilidad que estalló con la potencia creativa que sólo ofrece la vida.
La música volvió a reclamar como suyo el territorio de la noche, ese dominio mágico donde lo mínimo a que el viajero aspira es a seducir y ser seducido, cojer e intoxicarse por un rato. Pero en su nueva configuración, permitía dejar atrás los guisos recocidos del jazz y lo sinfónico y experimentar otras cosas. Los Ramones eran minimalistas. Los Talking Heads venían de la Escuela de Diseño de Rhode Island y percibían que las formas no eran ingenuas, sino que a menudo estaban cargadas de contenidos siniestros. Los B52's eran ironistas. Pero ante todo, esa música parecía mandada a hacer para los poetas del momento, que practicaban versos abrasivos y disonantes: las Patti Smiths, los Richard Hell, los Thomas Miller que a la hora de salir a escena se rebautizaban Tom Verlaine y también aspiraban a hacer poesía con la guitarra.
El sonido podía ser incandescente pero la sofisticación lírica era grande en canciones como Blank Generation de Richard Hell. (Que a menudo se traduce como Generación vacía, o vacante, cuando Ricardito Infierno apuntaba más bien al espacio en blanco como el que hay que llenar en los formularios que esta sociedad te chanta en las narices a cada paso.)
Yo ya estaba diciendo déjenme salir de acá incluso antes
De nacer, se complica tanto cuando te dan una cara
Es fascinante observar lo que hace un espejo
Pero cuando ceno pongo la mesa mirando a la pared.
Yo pertenezco a la generación ________________
Y puedo tomarlo o dejarlo a cada instante.
Del CGCB a CMNT
Acá pasó algo parecido, pero más tarde. En plena dictadura se complicaba hacer ciertas cosas. Por suerte los milicos miraban a otra parte. Vigilaban la universidad y los talleres pero se olvidaron de revisar la basura, que fue nuestra placa de Petri: el lugar donde los bichitos empezaron a multiplicarse a lo loco. Y a mediados de los '80 ya había tantos virus pululando y tantas colonias de hormigas guerreras, avispas, cascarudos y polillas, que los boliches no daban abasto.
Cemento fue nuestro CBGB. Una cueva brutalista, como dice el Indio, diseñada por Omar Chabán sobre la estructura original de un viejo estacionamiento, a partir de un único criterio estético: que fuese a prueba de la bestialidad de su clientela y por ende no incluyese rasgo alguno que se pudiese romper. (Se le pasó por alto un detalle. Los techos de chapa eran altos y por ende parecían intocables, pero los vecinos hartos del bochinche los rajaban a ladrillazos y por eso no era inusual asistir a un concierto con lluvia y chapaleando en el agua.)
En la atmósfera confluían tabaco, faso, pachuli y olor a vómito, creando una suerte de gas naranja que te freía el cerebro; por algo allí Los Redondos y Sumo sonaron como en ninguna otra parte. Cemento fue el sitio donde mi cuerpo entendió algo a lo que mi cabeza no había llegado: que estaba bueno haber sobrevivido a la dictadura más o menos intacto pero que eso no significaba que ya estaba a salvo; que no habría buen puerto al que llegar si uno no se abría a enfrentar el riesgo que supone estar vivo de verdad. De tener que optar por una escena clave de aquellos tiempos, elegiría volver a verme en Cemento: el lugar donde hice crack y me desprendí de mi vieja piel —chau seguridad, chau ortodoxia, chau pibe católico de manual— para encontrarme con mi yo más genuino mientras sonaba La parabellum del buen psicópata:
La noche tira un salto mortal
Pura tontera del punto G
Y el joven lobo, quemándose de amor.
Está en la cima del volcán
(Nunca pudo ser muy fiel)
Tímidamente moja el Suavestar.
..................................
Un gran remedio para un gran mal
Amores como flechas van
Cruzando el sueño y te acribillarán.
En grutas infectas como el CBGB y Cemento prosperamos las formas de vida que éramos extremófilas. Los nuevos Vibrio punkensis, los Hallicephalobus argentinus, los Deinococcus decadentis; aquellxs que nos multiplicábamos y evolucionábamos en condiciones que habrían sometido a las mayorías a la extinción. Pero yo no pienso en esos lugares, en esos momentos históricos, desde la nostalgia. Al contrario. Sé que ya no pueden existir boliches parecidos, porque una tragedia nos demostró que son inviables. (Aquellos no habrían pasado ni el test de una inspección de Ray Charles.) Pero lo que siempre es viable —lo que sigue siendo incorregible— es la vida. Y durante los últimos cuatro años, las especies extremófilas emigramos hacia otros lagos ácidos, hacia otras fumarolas, hacia otras Fosas de las Marianas. (Y en algunos casos, incluso, sobrevivimos en locales de una precariedad que hasta Hilly Kristal habría apreciado.)
En términos generales, debería decir que muchos ejemplares extremófilos se desarrollaron en las grietas de las redes sociales. Allí adquirieron una voz y una estatura, sin dejar de lidiar a diario con la amenaza de los predadores de la denuncia fácil y la vigilancia del Gran Hermano Zuckerberg. Pero en lo particular, debo decir que los ejemplares más notables —aquellos que marcaron la diferencia, nuestras Patti Smith, los Richard Hell de hoy, quienes ayudaron a que nuestro presente sea este que es a una semana de las elecciones y no cualquier otra de sus terribles variantes— son aquellxs que practicaron el periodismo desde la resistencia. Profesionales que inventaron medios en grietas infectas, que recuperaron para el periodismo la ética amateur, que sobrevivieron comiendo y viviendo salteado, que escribieron y grabaron en las condiciones más inhóspitas y dijeron lo que nadie más decía y mostraron lo que nadie más mostraba.
A mediados de los '70, el CBGB fue el escenario de la revuelta punk y new wave. A mediados de los '80, Cemento constituyó la alternativa real a la bosta elitista que consagraban en la Facultad de Letras. Pero entre 2016 y 2019, lo único punk que existió acá, la movida que quedará en los libros, lo que inventó algo donde no parecía haber nada y le ganó la pulseada a la Historia, fue el periodismo argentino de la resistencia.
Horacio is a punk rocker
No puedo obviar El Cohete A La Luna, porque es el medio donde publiqué este texto y que ustedes están leyendo. Pero el país está lleno de otros medios, en su mayoría virtuales —páginas y radios—, manejados por chicxs muy jóvenes (si sumamos años, por cada Verbitsky + Figueras entran como cinco de ellxs) y, en no pocos casos, con mayoría femenina. Desde esos no-escenarios digitales, desde esos cubiles astrosos con dos micrófonos y un transmisor digno de la Segunda Guerra, desde bares y hasta en movimiento —ventajas de la tecnología móvil, que permite escribir en bondis, trenes y subtes—, se difundió lo que los demás no querían decir, se destaparon las ollas que tendrán a la Justicia trabajando durante años, se arriesgaron las interpretaciones que nadie había colegido antes, se expresaron las voces que no habrían sonado en otra parte. ¿Qué boca emisora merece hoy ser llamada punk más que La Garganta Poderosa? ¿Qué otros medios le iban a dar espacio y micrófono a un César González —que sería nuestro Pasolini, si no fuese nuestro Favio— sino aquellos marginales donde nos refugiamos los extremófilos, al costado del camino del mainstream comunicacional?
Escribo esto para plantar una pica y que quede claro que aunque en estos cuatro años no hubo CBGBs ni Cementos, eso no significa que no haya habido resistencia, revuelta cultural, nuevo(s) movimiento(s). Con el periodista Ari Lijalad y el Tano Gentili —que formalmente produce radio, aunque es un agitador cultural que no sabe que es tal— venimos diciendo, sólo a medias en joda, que cuando asuma el nuevo gobierno vamos a armar en el Centro Cultural Kirchner una muestra que compile el humor digital que mantuvo alto el estado de ánimo durante estos años: memes, twitts, videítos, en su mayoría concebidos espontánemente por gente del llano. Admito que durante algún tiempo me resistí a reírme de modo abierto, porque me parecía que estaban pasando —y siguen pasando— cosas trágicas. Pero gracias a ustedes, y a los Rinconets, y a los MarceOzzs entre tantos otros que brillaron en estas horas, me rendí ante la evidencia de que necesitábamos seguir riéndonos de estxs hijxs de puta para que entendiesen que no les teníamos miedo — ni siquiera cuando disparaban por la espalda.
Pero, insisto: lo más punk que hemos tenido en estos cuatro años, la gran ola que la realidad no tuvo más remedio que surfear, ha sido el periodismo de la resistencia. Por eso acudiré a las palabras del célebre Lester Bangs (1948-1982). A comienzos de los '70, Bangs pedía a gritos que ocurriese algo como el punk y, una vez que estalló, supo explicarlo como nadie. Voy a reproducir dos fragmentos suyos y a pedirles que, cuando se menciona al punk o al rock and roll, reemplacen mentalmente esas nociones por la expresión periodismo argentino de la resistencia 2016-2019. Verán que las ideas siguen teniendo sentido, y que las frases describen bien el espíritu que animó a tantos jóvenes de todos los géneros a la hora de practicar el periodismo de guerrillas que, a la vietnamita, terminó humillando a los tanques empresariales del periodismo de guerra.
"La política del rock and roll, en Inglaterra o en América o en cualquier otro lugar —dice Bangs, y aquí es donde pueden poner: la política del periodismo de la resistencia— fue permitir que un montón de pibes se frieran al punto de salir disparados de sus propias pieles a causa de la propulsión más quemante que pudieran encontrar, durante una noche que fingían que era el resto de sus vidas; y si al día siguiente debían volver a trabajar en el negocio o aburrirse en la cola en espera del subsidio de desempleo o languidecer en el ecuador televisivo del living de papi y mami, nada cancelaba la realidad de esa noche al calor de las llamas vivificantes que los habían obligado a despegar de sí mismos y de la monotonía que define la mayor parte de las vidas, en cualquier lugar y en cualquier tiempo; cuando te alimentaste de relámpagos y ninguna otra cosa en los reinos de lo vivo y de lo muerto te importó". Si prefieren, Bangs lo puede poner de modo más sencillo. "Existe una guerra hoy que va más allá de enfrentar a los punks versus el-resto-de-la-sociedad: es la guerra por la preservación del corazón contra todas aquellas fuerzas que conspiran para asesinarlo".
Por eso este es un buen momento para celebrar el periodismo de la resistencia 2016-2019 y poner en valor lo que hizo hasta acá; precisamente ahora, cuando hacemos votos para que no pierda su insolencia y siga empujando hasta que los bucaneros (¡locales y extranjeros!) regresen a sus barcos y piren por un buen rato. Por eso escribí estas palabras, destinadas a llamar la atención de los científicos sociales sobre formas de vida que escapan de lo común; por eso este homenaje que pretende, a la vez, agitar el estandarte que hemos traído hasta aquí, hasta el corazón mismo del territorio enemigo.
Horacio preferiría decir que durante estos años nos abocamos a hacer sonar una orquesta magnífica, como la de Troilo. Este es el único ámbito en el cual me animaría a corregirlo. Lo que estuvimos haciendo, querido amigo y maestro —lo que vienen haciendo tantxs jóvenxs gloriosxs, con recursos mínimos y desparpajo épico— es rock and roll.
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