LOS DEVORAN LOS DE ADENTRO
Historia pueblerina que se convierte en drama meritocrático y policial duro, en la nueva novela de Alicia Plante
Parado de espaldas entre el escritorio y el ventanal, traje azul, manos en los bolsillos, pelambre donde restan algunos reflejos rubios, el hombre ve los vidriados edificios de la City. Difícil saber qué mira y, menos, lo que piensa. Acaso evoque la infancia pueblerina, la difusa figura de su padre, la augusta presencia de la madre, las hermanas. Una de ellas, la preferida, muerta demasiado pronto. El hermano menor sacándolo de quicio. Las calles polvorientas, el paso del tren. Tal vez la mirada lo lleve a su más o menos meteórica trepada a las cumbres de la empresa desde donde cree avizorar un horizonte sin límites. Meritoria recompensa a la obcecada dedicación al trabajo, tan funcional al sosiego que el retorno cotidiano al hogar interrumpe; la esposa y las hijas le rondan en pos de las próximas baratijas.
Nada más apropiado que el cuadro de Coca Carpanero cuya contundente elocuencia ilustra la tapa de El menor, la flamante novela con que Alicia Plante retorna a la arena narrativa en una historia que se despliega al modo de esos océanos cristalinos en cuya superficie revolotean especies variopintas ordenadas en prolijos cardúmenes. Muy cerca, aguas profundas en cuyas oquedades, a medida que la luz se extravía, surgen especies cuya fosforescencia compensa la oscuridad del entorno. Personajes secundarios que van adquiriendo relevancia y transforman, lo que arranca pareciéndose a un relato costumbrista, provinciano, en una atroz selva urbana, hasta convertirse en una historia policial que trasmuta la existencia de todos los implicados.
Resulta complejo el adjetivo desaparecido en la Argentina después de la imborrable connotación perpetuada por la última dictadura cívico-eclesiástico-militar, a punto tal que cuesta dejar de asociarlo a un contexto estrictamente político. Por desgracia, las desapariciones por causas criminales siguen ocurriendo y sobre un hecho de tamaña naturaleza pivotea el relato de Plante; punto de partida de una prosa que en momento alguno le teme a las palabras. Por el contrario, y a diferencia de buena parte de cierta literatura contemporánea, El menor desarrolla no uno, sino varios lenguajes que se van acoplando a situaciones diversas sin ausentarse de la coherencia narrativa. Juegos del idioma que, como en el ajedrez, evitan toda intervención del azar. O el póker, que instala la confianza para sembrar la duda, desatar el engaño e instalar el escenario enervante que induce al error. En los extremos, ambos juegos de trebejos y baraja se hallan sutilmente presentados como ráfagas, por instantes, más destinados a empapar la trama con su lógica que a imponerse como claves arcanas del misterio. Por esos recovecos serpentea el estilo de la autora, llevando las situaciones de un tiempo a otro en lugares que de tan distantes se tornan próximos.
Dispositivo de escritura dentro del cual ingresan las diferencias de clase, materialmente ostensibles, culturalmente homogéneas, simbólicamente impostadas. Descripción precisa que escapa a lo fenoménico y permite, de tal modo, desnudar la mistificación meritocrática que requiere de un tendal en ruinas para que uno arribe a lo más alto para, desde allí, después, caer. O la infatuación machirula que agiganta la potestad de la propia bragueta hasta cerciorarse que por allí también ingresa la tijera de capar. Golpes altos, sutiles, que ponen en cuestión ese ideario pequeñoburgués para el cual las etiquetas hacen a la identidad y el ser se define por lo que se tiene. Ni moral ni moraleja: palabras, discursos, acontecimientos, hechos ejecutados por sus personajes, son necesarios y suficientes para Alicia Plante al momento de destripar una sociedad en cuyo seno conviven miserias y amorosidades. Más de las primeras que de las segundas, por cierto, aunque jamás unas sin las otras.
Novela dispuesta en capas estratigráficas, requiere al lector del placer de la pausa a fin de que se vaya produciendo la decantación que permita la emergencia de los sucesivos matices. De este modo, la figura ganadora del ingeniero protagonista deja de ocupar el extremo opuesto a la de su hermano, víctima de un fracaso que le excede. Sin que los roles lleguen a intercambiarse, ambos caracteres, el del mayor y el del menor, disuelven todo maniqueísmo. Entran en conjunción y se dirimen a partir de esa pequeña multitud que, de buena, mala o ignorada gana, respectivamente les acompaña en la vida. Aquella que creen que han elegido o que creen que la fatalidad les ha otorgado.
FICHA TÉCNICA
El menor
Alicia Plante
Buenos Aires, 2020
271 páginas
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