Cuando el pasado 26 de junio fue recortada la planta de la Agencia Nacional de Noticias Télam en un 40 por ciento —dejando 354 trabajadorxs en la calle más tres que habían sido despedidos anteriormente en condiciones irregulares—, no sabíamos que estábamos en el umbral de lo que sería un reclamo de características históricas. El mismo día que el titular del Sistema Federal de Medios y Contenidos Públicos, Hernán Lombardi —entonces ministro y ahora secretario—, celebraba en su cuenta de Facebook un triunfo del periodismo, comenzaba en las redacciones una intensa organización marcada al principio por el desconcierto y después por la convicción de que no podíamos ser invisibilizados.
Para entender la brutalidad de los despidos, que llegaron sin aviso ni explicación, habría que remontarse al 14 de enero de 2016, cuando el gobierno nombró a los últimos directores de la agencia fundada el 14 de abril de 1945: Rodolfo Pousá, que fue presidente de la agencia bajo el gobierno de Fernando de la Rúa y cobró una indemnización millonaria luego de hacerle juicio a la empresa, y Ricardo Carpena, de larga trayectoria en La Nación y Clarín. Pousá, uno de los periodistas que participó del famoso especial “Queremos Preguntar” —encabezado por Jorge Lanata contra el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner—, marcó su agenda desde el comienzo: convertir a la empresa en una “BBC Argentina”. Su particular concepción de modernización lo llevó, sin embargo, a enfrentarse a los dos sindicatos de la agencia: SiPreBA (Sindicato de Prensa de Buenos Aires) y SITRAPREN (Sindicato de Trabajadores de Prensa). Denunciando excesos de las gestiones anteriores, el directorio se destacó por ajustar el presupuesto, censurar notas y coartar la libertad de expresión de periodistas con más de 30 años en la agencia. “Los despedidos tenían un perfil muy ideológico”, dijo el director el 27 de junio pasado a Radio Berlín.
Extorsión, estigmatización, desolación son algunas de las palabras que no alcanzan para definir lo que sentimos el conjunto de trabajadorxs, tanto los despedidos como los que fueron invitados a formar parte de la “Nueva Télam”, un portal lanzado de forma remota luego de tres meses de hostilidades que incluyeron, entre otras cosas, descuento de salarios, aprietes patronales y una serie de mails anónimos invitando a romper el paro. Lo más reciente: el corte de servicios de agua, luz y gas en el edificio de Belgrano 347, donde continúa la permanencia luego de la caótica lluvia de telegramas que llegó hace 102 días. Lejos de buscar un acuerdo gremial e incumpliendo las reincorporaciones marcadas por la Justicia, la empresa decidió lanzar el servicio informativo de forma paralela, con resultados esperables: faltas de ortografía, fotos robadas de Twitter, información levantada de otros medios. Casi una broma irónica para los que se cansaron de hablar de modernización.
Cuesta enumerar las cosas que pasaron estos últimos 100 días en un país que no se destaca por su tranquilidad y que hace tres años viene sumido en una vorágine económica y social: desde el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional hasta el vaciamiento de la Universidad Pública; desde la pérdida de poder adquisitivo hasta la eliminación de Ministerios; desde al accionar represivo de las fuerzas de seguridad hasta la persecución política a opositores, pasando por la ola de despidos en el Estado y en el mundo privado. Más de 3.000 periodistas se quedaron sin trabajo en la era Cambiemos.
En este contexto de fragilidad democrática, la lucha de los trabajadorxs de Télam sirvió como espejo de la cada vez más profunda precarización laboral del país y logró englobar diversos reclamos sociales. Además contó con el apoyo de un amplio sector de la sociedad: desde el arco sindical opositor al Gobierno Nacional hasta las Madres de Plaza de Mayo, pasando por artistas, deportistas, intelectuales, políticos y periodistas de otros medios. Nacido del ingenio en tiempos de crisis, el mecanismo de visibilización tomó diversas formas: intervenciones callejeras, interpelaciones sorpresivas, conferencias de prensa desde la redacción, un festival de música en la puerta de la agencia, dos librazos realizados por el colectivo Trabajadorxs de la Palabra y dos contundentes Marchas Federales de Prensa desde el Obelisco hasta las puertas del Centro Cultural Kirchner. Todas estas acciones se fueron subiendo a las redes de #SomosTelam, que a cien días del conflicto lanzó un servicio especial realizado por periodistas despedidxs y no despedidxs: https://somostelam.com/portal/
Con el desánimo de vivir en un país con menos posibilidades pero con el orgullo de haber formado parte de una lucha ejemplar, no puedo dejar de pensar en el devenir de la gestión que prometió profesionalismo y terminó desmontando la agencia de noticias del Estado, y su triste metáfora del Gobierno Nacional: desde los discursos de la alegría que vendieron el fin de la pobreza y la unión de los argentinos, hasta la aventura de llegar a fin de mes y ver cada día más gente durmiendo en la calle. La reflexión, después de cien días inolvidables, es la que Héctor Germán Oesterheld tuvo cuando concibió El Eternauta: “El único héroe válido es el héroe en grupo”.
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