Gregg Popovich, el entrenador principal de los Spurs de San Antonio en donde brillara el extraordinario Manu Ginóbili, acuñó tras el asesinato de George Floyd y de los tumultos que le siguieron una definición de Donald Trump corta y contundente: “Es un idiota trastornado”, dijo. Probablemente no exageraba. Sus ya casi cuatro años de Presidente lo muestran como un elefante en un bazar, comportamiento que exhibe abundantemente en el plano internacional y que ahora replica en el interno a raíz de la incertidumbre que ha sembrado la reñida la elección general estadounidense, que los medios han proclamado como irreversible en favor de Biden, aunque el presidente insiste en cuestionar judicialmente tal desenlace. Pero vayamos por partes.
Con un empeño digno de mejor causa. Trump bregó, incansable, por poner al mundo “patas para arriba”. El muestrario es largo e intenso. Apuntaré sólo algunos ejemplos.
En el plano económico sacó a su país del Trans Pacific Partnership (Acuerdo Transpacífico), pilar del fundamentalismo de mercado instalado en el mundo tras el derrumbe de la Unión Soviética y el fin de la bipolaridad. Suprimió por las dudas además su finalmente nonato hermano: el Transatlantic Free Trade Area (Acuerdo Transatlántico de Libre Comercio). Como si esto no fuera suficiente inició una guerra comercial con China que mantiene activa y ha venido a remachar su desapego por el multilateralismo. Al abandonar el Acuerdo de 5 + 1 con Irán, aplicado al control del enriquecimiento de uranio por parte de ese país, le impuso sanciones financieras a empresas de las naciones que habían sido co-signatarias de ese tratado: Alemania, China, Francia, Reino Unido y Rusia, que podrían considerarse cinco de los seis países más importantes del mundo. Dichas sanciones iban como represalia por no haber acompañado su retirada. Finalmente, cabe destacar que opera activamente para evitar que Alemania termine el oleoducto Nord Stream 2 –en un 95% ya construido– que proveería de manera rápida y barata petróleo y gas provenientes de Rusia a diversos países europeos.
En el campo de la seguridad internacional se retiró unilateralmente del acuerdo con Rusia sobre el control del despliegue de la misilística nuclear de corto y mediano alcance y no pudo ganar ninguna de las “guerras interminables” en las que ha participado en Oriente Medio y alrededores. Mantuvo una mala relación con dos de sus principales socios europeos en la OTAN, Francia y Alemania –líderes además de la Unión Europea– al punto que ambos han decidido avanzar con iniciativas europeas en el campo de la defensa común, sin abandonar la alianza atlántica.
Se retiró, en fin, del Acuerdo de París que apuntaba a una colaboración mundial para reducir el calentamiento del planeta, como si este asunto fuera de poca monta.
Respecto de nuestra América se ha comportado como el matón del “patio trasero”. Impuso una dura y reprochable política contra lo que, flamígero, denominó el “eje del mal” (Cuba, Nicaragua y Venezuela), países sobre los cuales de una manera u otra operó fuertemente. Pero también impuso a muchos otros gobiernos de la región una presión mediática y judicial con impacto sobre sus respectivos sistemas políticos. Evo Morales el año pasado y, con anterioridad, Dilma Rousseff y Lula da Silva han sido claros ejemplos –y víctimas– de este accionar.
Como puede apreciarse, no ha escatimado ni abusos ni extremismos, comportamientos que ahora ha extendido al plano de la política interna de su propio país.
Ante el predominio demócrata en las recientes elecciones y frente a la posibilidad cierta de ser derrotado, ha impugnado el voto por correo y ha hablado de fraude; ha anunciado que exigirá un recuento de votos en más de un Estado en los que ha perdido por escaso margen e incluso ha señalado que recurrirá a los tribunales judiciales para dirimir presuntas irregularidades electorales. “Latigazo de alarde burlón” hubiera dicho quizá Homero Manzi sobre eso último. Recuérdese que Trump consiguió hace menos de un mes componer una Corte Suprema con dos tercios de sus miembros afines al bando republicano. Todo lo que se acaba de consignar, claro está, obtuvo una amplia repercusión mediática.
En fin, la máquina de romper manejada por ese “lunático” del que hablaba Popovich, expresión de un centro-derecha cerrado, numeroso, obtuso y peligroso, opera ahora también sobre la política interna norteamericana.
Coyuntura y vientos de cambio
No cabe duda de que estamos viviendo una coyuntura alucinante que expone un desempeño norteamericano indigno de una gran potencia a la que se le adjudica ser la más poderosa del mundo. Habrá que ver cuánto comportamiento miserable más arrastrará y qué otros groseros espectáculos nos ofrecerá todavía.
Ahora bien, más allá de este volatilizado presente transcurre un proceso de declinación de Estados Unidos, que se desenvuelve en el marco general de una crisis del modelo de globalización económica puesto en marcha a escala mundial con posterioridad a la caída del Muro de Berlín y a la disolución de la Unión Soviética.
Esa declinación se expresa con claridad, por un lado, en el escaso dinamismo económico norteamericano de los últimos veinte años. La variación porcentual promedio de su PBI entre 2000 y 2019 medida a precios constantes es de apenas un 2,1% en tanto que la de China –para tener una referencia comparativa– es del 9,01%, según datos del World Economic Outlook Database del FMI de octubre de 2020. Lo que da la pauta de la existencia de por lo menos un estancamiento económico de la gran potencia del norte. Por otro lado se percibe en su incapacidad de imponer una decisión en las “guerras interminables” que han sido mencionadas más arriba, no obstante su abrumadora supremacía militar.
Es evidente por otra parte que la globalización tal como la conocíamos ha derrapado. Las crisis financieras de 2008 en Estados Unidos y de 2011 en Europa –en particular en la Eurozona– fueron sus primeras manifestaciones visibles y densas. El nuevo liberalismo –de ahí su denominación de neoliberalismo– había alzado vuelo impulsando: a) las libertades de mercado; b) las bondades de una financierización que pasó a ser más importante, a nivel económico, que la propia producción. La suma de a) + b) dejó fuera del juego el keynesianismo, que se convirtió en cosa del pasado. Y c) el neoliberalismo propició la reducción de las funciones estatales, lo que acarreó el abandono del Estado de bienestar y de diversas formas de capitalismo de Estado, entre otras significativas decisiones políticas. Ocurrió sin embargo que encontró sus límites en las crisis mencionadas más arriba.
Resulta paradojal, curioso y aleccionador al mismo tiempo que la salida de esas situaciones críticas de 2008 y 2011, en los más importantes países capitalistas del mundo, haya sido timoneada precisamente por los vilipendiados aparatos estatales. (Recuérdese de paso que la vulgata neoliberal esparcida en estas pampas repetía como loro que “achicar el Estado era agrandar la Nación”). Merece subrayarse además que la gestión estatal ha sido también fundamental para enfrentar la pandemia impuesta por el coronavirus.
Soplan sin dudas vientos de cambio aunque nadie se atreve a diagnosticar hacia dónde correrán. ¿Cuál será el rostro de la globalización si se recompone y persiste? ¿Habrá una desliberalización a escala mundial? Caída la premisa tácita que postulaba que en la economía globalizada la inclusión social era incompatible con la competitividad, ¿cuál será su reemplazo? Estas importantes preguntas –entre otras igualmente significativas– no tienen hoy respuestas sólidas.
Final
Trump fue un emergente circunstancial en el marco de una turbulencia sistémica interna que agitaba las aguas de un modelo económico en estado crítico y repartía simultáneamente desigualdades y penurias. Como así también de un contexto internacional en el que la declinación norteamericana era ya perceptible.
Lamentablemente para los Estados Unidos y para el mundo nada de lo anterior fue adecuadamente registrado por la dirigencia demócrata, que en alguna medida fue, por esto, co-responsable del éxito de Trump en las elecciones de 2016. Trump triunfó bajo su condición de outsider desde la que, de un modo casi ingenuo, propalaba la consigna America first: algo que sintonizaba con lo que esperaba buena parte de la población norteamericana. Lobo bajo piel de cordero, embistió contra todo a poco de asumir, como toro de lidia que entra al ruedo. Después comenzó a verse la verdad, pero ya fue tarde.
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