Lo que falta en Darwin
Proyecto para una nueva etapa de identificaciones de soldados en Malvinas
En la mañana del 7 de junio de 1982, una semana antes del final de la guerra de Malvinas, un misil lanzado por un destructor británico desde la bahía San Carlos impactó en la cola de un avión Learjet de la Fuerza Aérea argentina y lo hizo caer en tirabuzón durante casi dos minutos sobre la isla Borbón, frente a la costa norte de la Gran Malvina.
—Me dieron, no hay nada que hacer —se escuchó decir por radio al vicecomodoro Rodolfo De la Colina, comandante de la nave y jefe del Escuadrón Fénix, una unidad especial que ese día cumplía una misión de reconocimiento y engaño a las defensas británicas.
El Learjet explotó en el aire y se estrelló desde 13.000 metros de altura. Murieron sus cinco tripulantes: además de De la Colina, el mayor Juan José Falconier, el capitán y oficial fotógrafo Marcelo Lotufo y los suboficiales Francisco Luna, radio-operador, y Guido Marizza, mecánico de aeronave. Cuando terminó la guerra, los británicos recuperaron algunos de los restos de los soldados y los enterraron en una sepultura colectiva en el cementerio de Darwin, en la isla Soledad. En 1994, un nuevo hallazgo fortuito de parte del fuselaje del avión permitió rescatar más restos, y los británicos montaron dos nuevas tumbas en la propia isla Borbón.
Aunque desde entonces se sabe que probablemente algunos tripulantes del Learjet no están en Darwin, hoy la sepultura colectiva B.4.16 lleva una lápida de mármol con los nombres de los cinco. Ese error es el único que aún falta corregir en el cementerio argentino, donde el proceso forense iniciado en 2017 y dividido en dos etapas no sólo permitió identificar a 119 soldados argentinos sino también subsanar problemas arrastrados en Darwin durante años.
La posibilidad de corregir el equívoco existe. El gobierno argentino está en diálogo con las familias de los tripulantes del Learjet, en busca de consenso para iniciar una tercera etapa de análisis de restos en Malvinas que se enfoque en la tumba B.4.16 y en los dos sepulcros en Borbón. El trabajo de los forenses permitiría determinar dónde se encuentran los restos de cada soldado, y daría a las familias la opción de decidir qué hacer con ellos.
Proyecto humanitario
“Hemos expresado al Comité Internacional de la Cruz Roja el interés de la República Argentina en la concreción de una tercera etapa de identificación de caídos en el marco del Plan de Proyecto Humanitario, como parte de la iniciativa lanzada en 2012 y que ha tenido continuidad en los sucesivos gobiernos”, anunció Alberto Fernández en la apertura de sesiones del Congreso. Más allá de la voluntad política de avanzar, la concreción de una tercera etapa depende exclusivamente del aval de las familias. Si eso se logra, tanto el gobierno argentino como el británico tienen intención de firmar un nuevo acuerdo para concretar el plan, que se llevaría a cabo bajo el liderazgo de la Cruz Roja y con la participación del Equipo Argentino de Antropología Forense.
Una vez firmados los papeles, habría que evaluar qué estación del año sería más adecuada para el operativo, que supondría una logística particular ya que se necesitan helicópteros para acceder a Borbón y analizar las tumbas que hay allí. Se trata de dos sepulcros sencillos, con cruces blancas de madera, montados junto a un monolito de piedra con otra cruz. A su vez, en Darwin, el trabajo sería parecido al que ya se hizo en otra tumba colectiva, la C.1.10, el año pasado. Después de las exhumaciones, habría que separar y relocalizar los restos tanto como fuera posible, y luego tomarles muestras genéticas y cruzarlas con las de familiares.
Las sospechas de inconsistencias en las tumba B.4.16 surgieron a partir de una investigación de la historiadora cordobesa Alicia Panero, quien comparó las lápidas actuales con los registros originales de Darwin confeccionados por el militar británico Geoffrey Cardozo, enviado a Malvinas a fines de 1982 para organizar el cementerio y anotar con el mayor detalle todos los datos sobre la “trazabilidad” de los restos sepultados. En la lista de Cardozo figuran “restos de dos tripulantes” en la tumba B.4.16, hallados en Borbón y enterrados en Darwin en julio de 1982. Aunque es posible que en el proceso de inhumación se hubieran mezclado los restos de más de dos personas, es improbable que fueran cinco, y más aun después del hallazgo de 1994.
Las lápidas mal nominadas en Darwin se colocaron en 2004, cuando el cementerio fue remodelado con la venia de las Fuerzas Armadas, el aporte millonario del empresario Eduardo Eurnekián y bajo la gestión de la Comisión de Familiares de Caídos en Malvinas, entonces presidida por Héctor Cisneros, quien se manifestaba en contra de “sectores que intentan profanar Darwin con argumentos pseudo-humanitarios, como la propuesta de identificar los restos o la colocación de placas con nombres propios”. Cisneros acabaría renunciando en 2010, acusado de haberse desempeñado como personal de inteligencia del Ejército durante la dictadura.
Un día claro e ilimitado
El Escuadrón Fénix era una unidad ad hoc de la Fuerza Aérea para situaciones de conflicto, integrada por personal civil y militar, que se había estrenado en 1978 con la crisis de Beagle y que en Malvinas utilizó aviones ejecutivos no preparados para el combate, pertenecientes a las fuerzas armadas y a distintas empresas y organismos estatales. Durante la guerra, la unidad cumplió decenas de misiones de traslado, exploración, retransmisión, guiado de escuadrillas, reconocimiento, fotografía aérea y “diversión”, como se llamaba a una maniobra de desgaste que consistía en simular que sus aviones eran escuadrillas de combate. De esa forma obligaban a despegar a los cazas británicos y retornaban a la base antes de llegar a distancia de tiro.
En la noche del 6 de junio de 1982, el Escuadrón Fénix, apostado en Comodoro Rivadavia, recibió una orden del jefe de la Fuerza Aérea Sur para una misión de diversión al día siguiente. Dos aviones Learjet, bajo mando del Grupo 1 Aerofotográfico de la II Brigada Aérea, debían volar desde el continente hasta un punto de coordenadas sobre la isla Soledad, con ambas naves formadas y simulando una sección de combate. El objetivo era hacer despegar a los Harriers británicos que, se suponía, operaban desde tierra, para detectar sus plataformas de lanzamiento.
Las circunstancias de la misión fueron relatadas por el comandante del segundo avión Learjet, el entonces primer teniente Eduardo Bianco, en el libro Con Dios en el alma y un Halcón en el corazón (2004), del comodoro retirado Pablo Carballo. “Como raras veces sucedía, era un día claro e ilimitado y debido a nuestra altura de vuelo, 13.000 metros, comenzamos a ver las primeras islas del archipiélago”, narró Bianco sobre aquella mañana. Media hora después del despegue escucharon en la frecuencia una comunicación en inglés. Poco después, justo a las 9, llegaron a las coordenadas indicadas. Solicitaron al radar argentino que les actualizara las posiciones de las Patrullas Aéreas de Combate británicas. Les reportaron dos, ambas muy lejos como para suponer un peligro. Los Learjet volaron entonces unos 35 kilómetros más allá del punto acordado, ya sobre las islas. Llegaron a divisar la bahía San Carlos y comenzaron a virar hacia la base porque se habían acercado demasiado a la zona caliente.
Alcanzaron a distinguir dos estelas fugaces: dos misiles Sea Dart lanzados por el destructor HMS Exeter. Al mando del avión guía, el vicecomodoro De la Colina inició un brusco viraje y le ordenó al piloto de la segunda nave que hiciera lo mismo. Bianco volaba unos 100 metros más arriba cuando pudo ver el impacto del misil en el otro Learjet, que hizo una gran bola de fuego y cayó. Dio motor a pleno y buscó altura mientras el avión guía se perdía allá abajo, sobre la isla Borbón.
“Esperábamos que en cualquier momento hiciera impacto el otro misil en nuestro fuselaje, y acabábamos de ver morir a un puñado de valientes con quienes habíamos compartido muchas vivencias −recordaría Bianco−. Las islas no pasaban nunca, el tiempo tampoco, pero la tripulación mantuvo la calma, nadie dijo nada, nadie fue capaz de una actitud temerosa ante el tremendo ejemplo de valor y heroísmo, hasta el último momento de su vida, de nuestro jefe y su tripulación. Recién después de varios minutos comenzamos a respirar normalmente”.
Los otros sin identificar
Más allá de la tumba colectiva B.4.16, en el cementerio de Darwin aún quedará una cantidad reducida de soldados sin identificar. De los 122 restos en sepulturas individuales analizados en la primera etapa del proyecto humanitario, todavía hay siete que no coincidieron con ninguna de las muestras de familias que recogió el EAAF.
En la mayoría de esos casos, los forenses manejan hipótesis de contexto que sugieren a quiénes podrían pertenecer los restos, pero no cuentan con muestras genéticas de los probables familiares ya que algunos por ahora se negaron a participar en el proceso. En otros casos directamente no encontraron familiares vivos. La campaña de búsqueda sigue abierta.
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