La injerencia recíproca de los Presidentes de España y de la Argentina en los asuntos del otro país ha escalado hasta el borde de la ruptura de relaciones. Pedro Sánchez se pronunció durante la campaña electoral de noviembre pasado en favor de Sergio Tomás Massa, y uno de sus ministros dijo que Javier Milei hablaba bajo la influencia de sustancias. En la convención de la ultraderecha europea, Milei peroró en contra del socialismo español en el gobierno, y en particular contra Sánchez y su esposa, Begoña Gómez, a quien describió como corrupta, de lo cual no hay ninguna prueba. En respuesta, España exigió una disculpa pública y ante la negativa retiró a su embajadora en la Argentina, paso previo a la ruptura de relaciones. Esta degradación de los hábitos políticos tiene propósitos electorales por parte de Sánchez, que en un par de semanas enfrentará a las distintas variantes de la derecha por asientos en el parlamento europeo, y de promoción personal por parte de Milei.
A lo largo de la historia, la Argentina y España han tenido gobiernos que coincidieron en sus posiciones políticas y/o ideológicas y otros que disintieron. Alfonsin y Felipe González; Cristina y Rodríguez Zapatero; Macrì y Rajoy son ejemplo de afinidad. Incluso hubo contradicciones ostensibles dentro de un contexto fraternal. En 1947, Madrid le brindó una recepción apoteósica a Evita, encabezada por el dictador Franco y las máximas jerarquías militares, eclesiásticas y políticas, en agradecimiento por la ruptura del bloqueo económico y político que los aliados en la Segunda Guerra Mundial impusieron a España, como socio del bando derrotado en la contienda. Al día siguiente le confirieron la máxima condecoración española y desde los balcones del palacio real fue vitoreada por una multitud. Sin embargo, Evita incomodó al régimen de un modo que el diario El Mundo relató así 75 años después:
"Franco y sus adeptos abominaban del protagonismo de una mujer y además con ideas tan izquierdosas [mientras] la propia Evita comprobó la falta de democracia, el grado de pobreza de las clases humildes y la situación de los presos políticos. En el almuerzo que se celebró en el palacio real tras el acto, hubo gran tirantez cuando Carmen Polo [la esposa de Franco] insistió en que Evita visitara el Madrid de los Austrias, pero ella se empeñó en desplazarse a los barrios de chabolas. Allí no paró de preguntar a los hombres si tenían trabajo, se interesó por los niños enfermos y repartió dinero a mansalva proclamando que no era limosna sino 'justicia social'. En una visita posterior al monasterio de El Escorial, sorprendida por el tamaño del monumento y la cantidad de estancias vacías, aconsejó a Franco que lo convirtiera en asilo para huérfanos de la guerra civil, ante la ira contenida del dictador. Una actitud reivindicativa que exhibió también durante resto de su periplo por España, donde no paró de referirse públicamente a cuestiones espinosas para sus anfitriones. 'En Argentina trabajamos para que haya menos ricos y menos pobres, háganlo ustedes también', proclamaba, denunciando asimismo la opresión de la mujer y reclamando la liberación de presos políticos. Lo logró en el caso de la militante comunista Juana Doña, cuyo hijo había escrito una carta a la primera dama argentina rogándole que intercediera por su madre, condenada a muerte. Evita logró que Franco conmutara la pena antes de despedirse de España visitando Barcelona, donde leyó una carta de Perón a los obreros catalanes".
Para rememorar estos episodios, escuché algunos de los temas que hizo célebre Miguel de Molina, un divo incomparable y símbolo de la hermandad entre ambos pueblos. Era homosexual, se paseaba con un clavel en la oreja, usaba pantalones ajustadísimos y se cosía unas blusas extravagantes, con volados y lunares ostentosos. Por eso, y por haber cantado para las tropas republicanas durante la Guerra Civil, la dictadura lo forzó a exiliarse. Llegó a la Argentina en 1942, pero el régimen de Franco presionó para que lo expulsaran. Luego de unos años en México, volvió a Buenos Aires, ya protegido por Evita, y vivió sin ser molestado en la Argentina peronista."Yo la comprendía a ella y ella me comprendía a mi", dijo Miguel de Molina en la última entrevista que concedió poco antes de su muerte. Como Picasso y Casals, nunca quiso volver a España más que en forma esporádica y vivió en Buenos Aires hasta su muerte en 1993, con algunas visitas a México y Estados Unidos. "Hay que llorar, las lágrimas alivian muchas cosas", dijo también en aquella entrevista, antes de leer una conmovedora copla que escribió a su amada Buenos Aires, donde poco después fue enterrado, envuelto en las banderas de España y de la Argentina. Lloremos hoy con Miguel de Molina por ambas patrias, en manos y lenguas tan irresponsables.
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