LLEGAR AL 60%
La posibilidad de conformar una estable coalición arco iris
I
La grieta que hoy divide a nuestra sociedad ha sido, con diversos nombres y características, una constante en nuestra historia: porteños y provincianos, unitarios y federales, liberales y nacionalistas, radicales y conservadores, civiles y militares, peronistas y antiperonistas, etc, etc.
Reconocer que esta antinomia existe es el primer paso para intentar superarla. Ello requerirá conformar una sólida coalición que permita la constitución de una mayoría más amplia que la actual y que tenga la fortaleza suficiente para perdurar en el tiempo.
Esta mayoría deberá basarse en ciertos valores básicos: lograr una sociedad más inclusiva, donde todos tengan, en un contexto de bienestar, su lugar al sol. Es decir, debemos generar una nueva identidad cultural centrada en los valores del trabajo y la justicia social. Esto implica, en primer lugar, en el contexto de la post pandemia, la recuperación y la creación de nuevos puestos de trabajo, promoviendo el esfuerzo individual y colectivo. También requerirá una mirada preferente hacia los más necesitados basada en la solidaridad.
II
¿Cómo llevar a la práctica estos ideales en nuestra fracturada sociedad argentina?
Esta mayoría popular deberá convocar a los sectores más cercanos, con sus diversos actores: los sindicatos, las organizaciones de la economía popular, los partidos y las agrupaciones políticas populares, las iglesias, las organizaciones vecinales, los comedores, albergues y estructuras barriales. Esta coalición deberá también convocar a aquellos integrantes de las clases medias y altas que reconozcan el derecho de todos los seres humanos a una vida digna, que tengan una visión inclusiva. Los sectores populares, por su parte, serán llamados a sumar a estos grupos, aún cuando no piensen exactamente lo mismo. A los mencionados valores del trabajo y la justicia social deberá agregarse, por lo tanto, un tercero: el respeto a las divergencias, una actitud de apertura al diálogo político.
Alejandro Grimson hace una buena descripción antropológica de los componentes de esta posible coalición arco iris:
“En los últimos años la sociedad argentina ha estado dividida en tres sectores. Antes de 2015, alrededor de un tercio era firmemente oficialista, otro tanto opositor y otro votantes sin una preferencia fija, indecisos, que cambiaban de opinión. Muchos de estos últimos votaron a Cristina Kirchner en 2011 y a Mauricio Macri en 2015… En la última etapa del kircherismo, el gobierno se dirigió cada vez menos al tercio de indecisos, que resultaba un grupo clave”. (Alejandro Grimson: ¿Qué es el peronismo?. Siglo XXI Editores Argentina. Buenos Aires, 2019. Pág. 306.)
Si hilamos más fino sobre esta base, podemos identificar en nuestra sociedad no tres sino cuatro sectores bastante diferenciados.
En primer lugar, tenemos un “sector popular” que, como bien dice Grimson, cuando logra unirse a algunos sectores medios/oscilantes llega a constituir una mayoría y gana las elecciones (2011 y 2019) o las pierde cuando no lo hace (2015).
Detectamos que dentro del campo popular conviven un sector dialoguista, del que forma parte una porción grande del peronismo, y que puede convivir con otros grupos, y un sector radicalizado, integrado por grupos de izquierda marxista o trotskista y grupos del peronismo combativo.
Del mismo modo, en el sector más orientado a políticas de libre mercado, coexisten dos grupos bien definidos: el primero, visceralmente antiperonista, piensa que el justicialismo, al que asimilan al populismo autoritario, es el origen de todos los males argentinos que habrían comenzado justamente hace setenta años, al llegar por primera vez al poder Juan Domingo Perón. Este grupo está imbricado de valores con un alto contenido racista, explicitado en calificativos como “los negros cabeza” o “los vagos planeros que no quieren trabajar y viven de la teta del Estado”. Otro subgrupo, en cambio, sin adherir en forma automática al ideario y la liturgia peronistas, comprende algunos de sus valores, como la necesidad de lograr una sociedad más justa e integrada, en la que todos tengan un acceso efectivo a los derechos básicos como salud, educación, vivienda y esparcimiento.
III
Una posible vía de superación de la grieta radica en que el poder esté en manos del sector “popular/dialoguista” y pueda lograr el apoyo del sector “liberal/dialoguista”.
Un peligro que esto implica es un posible alejamiento del sector “popular/radical”, muy propenso a considerar las políticas acuerdistas como demasiado tibias y lanzar epítetos a quienes no piensan igual, tales como “traidores”, “entreguistas”, “cipayos” o “vendepatrias”.
Una ventaja que tendría el sector “popular/dialoguista” es que los sectores radicalizados en definitiva se verán forzados –a regañadientes– a apoyar lo que consideran un “mal menor”, aunque los más determinados dentro del campo radicalizado podrán convertirse en militantes “antisistema” que, aunque no sean numerosos, pueden generar bastante ruido social.
El sector “popular/dialoguista” deberá mantener al máximo el inestable equilibrio político que permite distinguir entre lo negociable y los principios no negociables, para evitar el divorcio entre dialoguistas y radicales.
Por su parte, el grupo “liberal/dialoguista”, llamado a integrar esta “gran coalición” (término caro a la democracia parlamentaria europea, en especial a la alemana e italiana), puede participar sin que desaparezca su identidad. Es claro, sin embargo, el peligro de que este grupo se deje ganar por el efecto “imitación”, impulsado por los medios masivos de comunicación: personas del grupo “liberal/dialoguista” que quizá han dejado de ser pobres hace diez minutos, adhieren acríticamente al discurso de los sectores gorilas, aún cuando este discurso atente contra sus intereses. Un ejemplo de esto son las manifestaciones a favor de quienes quebraron la empresa Vicentin, a pesar de que la región corre el riesgo de perder a su principal dador de trabajo.
Este esquema se ha intentado en repetidas oportunidades en nuestra historia, aunque sin éxitos permanentes, debido a la interferencia del partido militar que, durante medio siglo, sirvió de instrumento de la oligarquía. Ejemplos de esto fueron los acuerdos Frondizi/Perón, Balbín/Perón, el FREJULI de 1973, etc.
El grupo “conservador/intolerante”, furiosamente gorila y antiperonista, aislado de su posible apoyo en los sectores medios, no podrá por sí mismo llegar a constituir una mayoría electoral. No debe despreciarse ni descuidarse, sin embargo, su capacidad de daño basada en su poder económico y mediático (diarios La Nación y Clarín y sus adláteres audiovisuales). El principal “poder de fuego” que este grupo tenía, en sentido no sólo figurado, era su alianza con los militares, felizmente superada.
Por su parte, la “gran coalición” de los grupos populares y medios “dialoguistas” debe mantenerse sólida. Esto no significa que todos los integrantes confluyan en un partido, sino que exista el firme compromiso de un respaldo mutuo, sin escuchar los posibles cantos de sirena de los extremismos ideológicos.
IV
Una consolidación de esta “gran coalición” disminuirá el impacto social de la brecha y permitirá dar continuidad a políticas “de Estado” que, con matices diferenciados, mantengan su vigencia durante largos períodos de tiempo y permitan así un desarrollo sostenido.
Auguremos que las rupturas de estos intentos de diálogo, provocadas en el pasado por la violencia autoritaria, sean justamente eso, cosas del pasado.
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