Libertad, Libertad, Libertad

Se reedita “Sabotaje en el álbum familiar”, de la escritora argentina Libertad Demitrópulos.

 

Domingo Pulakis, de sobrenombre Mingo, argentino de origen griego, 41 años, soltero, curtidor y domiciliado en Gerli, es interrogado por la policía al mismo tiempo que es procesado en tres oportunidades por incitación a la huelga y por la toma de una fábrica. Había sido detenido al salir de su trabajo y, desde allí, trasladado a un lugar donde permaneció hasta la noche. A esa hora, y siempre sin darle explicaciones, empezaron a golpearlo dos personas. Luego vendaron sus ojos. Enseguida lo sacaron de la habitación, encapuchado y esposado, hasta una escalera por la que bajó primero seis escalones, luego 11 más, después cinco y, finalmente, otros catorce, hasta llegar a un lugar donde fue arrojado en el piso del asiento trasero de un automóvil. Subieron dos personas adelante y dos atrás. La segunda persona que subió atrás, golpeándole la pierna, le dijo: “Ya vas a ver, machito”. 

El detalle de cómo Pulakis es conducido por un camino de tierra, donde aparece una persona a la que llaman Coronel, que le ordena arrodillarse mientras otro desenfunda un arma, la amartilla y se la pone en la nuca preguntando “¿dónde están Cooke y Zalazar?”, es narrado en la apertura de la sorprendente novela Sabotaje en el álbum familiar, escrita en 1984 por Libertad Demitrópulos y reeditada ahora por Mil Botellas. Una novela política, polifónica y a la vez poco conocida de la escritora argentina que retrata la persecución a Domingo Pulakis, un militante de la resistencia peronista formada tras el golpe militar de 1955 en un contexto de proscripción y detenciones ilegales, que se desplaza luego hacia Jujuy, a una finca en Ledesma donde los recuerdos familiares se intercalan con las nebulosas de la memoria en un presente convulso e incierto. 

Son notables los elementos creativos que la escritora usa para componer las diversas capas de la trama: de cartas y recortes periodísticos a declaraciones policiales, de manifiestos políticos a modismos y acentuaciones regionales. A Domingo Pulakis, poco después del interrogatorio, lo torturaron con picana cerca de tres horas, en lo que ya se conocía como “parrilla”. Una vez que terminaron, una voz metálica le dijo: “No se te ocurra tomar nada porque te hinchás como un sapo”. No obstante, como tenía los labios y la garganta resecos y una especie de granulación en la boca, y como había transpirado mucho, clamaba para que le dieran un poco de agua. “Que él no ignoraba que tomar agua hubiera sido mortal para él, pero en ese momento la desesperación era mucho mayor que pensar en las consecuencias. Que como lo tuvieron maniatado y con los ojos vendados le fue imposible proveerse de agua hasta dos días después. Que los días siguientes lo mantuvieron sin comer y solamente le alcanzaron pequeñas raciones de agua que él bebía hasta la última gota”, se lee en la novela sobre el goce de los verdugos.

Luego Mingo es liberado y vuelve a su barrio de Gerli. Más allá del amedrentamiento policial, no cesa en discutir con sus compañeros sobre el devenir de los acontecimientos. “La Resistencia, pibes, tiene dos caras o métodos de concebir la lucha: uno es el que adoptan los políticos del Movimiento y consiste en llegar a una alianza con el frondicismo o combinar con formas violentas para llegar a conseguir el poder. Otro es el que concebimos nosotros: la insurrección general, o sea, la lucha de todo el pueblo”, suelta, y poco después define: “Los sindicatos nunca pudieron ni podrán ser barridos por una razón muy sencilla: porque están ligados al sistema de producción de la economía nacional”. 

El intercambio epistolar con John William Cooke ocupa un espacio de transición entre los límites de lo real y lo ficcional. Mingo le avisa sobre la construcción de los Comandos de Propaganda y de los movimientos internos en la clandestinidad. Cooke, con su habitual lucidez, responde desde el exterior: “Si la masa sabe lo que tiene que hacer, los dirigentes (especialmente los ‘blandos’) deben andar con el pie de plomo y toda maniobra de provocación y entendimiento con el gobierno es bloqueada por la masa, como asimismo nadie puede intentar engaños y simulaciones sin ponerse en descubierto a poco andar. La mejor autodefensa de las organizaciones es que todas conozcan lo mismo que conocen los dirigentes porque así se alcanza la mejor autocrítica basada en la realidad y no en las apariencias”. 

Nacida en Ledesma, Jujuy, el 21 de agosto de 1922 y fallecida en julio de 1998, la docente y escritora Libertad Demitrópulos fue un ícono del peronismo visceral y el feminismo, y como tal presidió el Primer Encuentro Nacional de Escritoras Argentinas que se realizó en la Casa de San Luis en Buenos Aires, en mayo de 1985. Un año antes había publicado una biografía de Evita, que fue recientemente reeditada por Marea. “Nunca rondé espacios del marketing ni frecuenté las pasarelas sociales ni las luces mediáticas. Soy una escritora solitaria”, dijo Demitrópulos durante la entrega del Premio Boris Vian, en 1997, un año antes de su muerte. 

 

Libertad Demitrópulos, autora del libro que reedita Mil botellas.

 

Siendo durante largo tiempo uno de los secretos más injustamente guardados de la literatura argentina, en 1951 había publicado su único libro de poemas, Muerte, animal y perfume, y luego escribió novelas como Los comensales, publicada en 1967, y La flor de hierro (1978), hasta alcanzar una cumbre poética en Río de las congojas (1981), que se completó con sus experimentaciones en Sabotaje en el álbum familiar (1984) y Un piano en bahía desolación (1994). Su figura salió del ostracismo cuando Río de las congojas fue elegida para la serie que dirigía Ricardo Piglia en Fondo de Cultura Económica, en la que rescataba libros olvidados de autores y autoras nacionales, lo que generó reediciones y nuevas lecturas.

 

Tapa de la primera edición de “Sabotaje en el álbum familiar”.

 

Como una constante en su obra, en Sabotaje en el álbum familiar también se destacan los personajes femeninos, tal el caso de Waldina, la madre de Manuel, un militante sindical y justicialista en la clandestinidad. Manuel Prado es uno de los hijos bastardos que tuvo en sus viajes por Villazón el esposo de Waldina, y ella lo adoptó como propio y lo crio en una finca en el pueblo jujeño de Ledesma junto a sus trece hijos. Prado, un trabajador agrario, azucarero y militante sindical de la FOTIA (Federación Obrera Tucumana de la Industria del Azúcar) viaja a Buenos Aires e integra el comando liderado por Mingo Pulakis. Otro personaje peculiar es Eliana, una hermanastra de Manuel que parece enamorada de él y que vive aún en la finca donde crecieron juntos. Y “la mataca”, una indígena a las órdenes de Waldina y niñera de toda su prole. “Manuel se arrinconaba escoltado por los compañeros del sindicato, pálido y sudoroso. Había vuelto, después de muchos años, a traer el apoyo de la zonal para el sindicato local en huelga. Rato después vinieron a avisarle que la casa estaba rodeada. Fuerzas del orden al servicio del Ingenio. Malas noticias. La casa era una ratonera”, se describe acerca del peligro que oscila entre los recónditos lugares de los olvidados pueblos norteños, tanto como los barrios del conurbano, muchos de ellos espacios de la clandestinidad y de refugios en clave para despistar a los militares. 

Terror y memoria, ciudad y campo, pasado y presente; familia y épica peronista en una novela breve donde se mezclan la religiosidad con la política y donde las mujeres ganan peso dramático en un matriarcado a las órdenes de Waldina, entre la oralidad, las fantasías, la resistencia de los vencidos y la desidia masculina, con párrafos memorables como este: “Días sin Waldina. Buscarla en los agujeritos de las paredes donde guardaba sus cabellos desenredados del peine; esperarla en una visita carnosa y suspirante que no se realizaba. Días sin sulky ni amasijo, sin carnear reses, sin cabellos ni mugidos de vacas que se ordeñan, sin rezos, sin aliento, desperdigados de la que los unía y les daba sentido. Días acres, tristes claridades vacías y yertas de sucesos, iban pasando hasta que llegó de vuelta el abuelo. Tal como correspondía, lloró con sus hijos, y encerrado en las habitaciones de la finada, de cara a la pared, durante tres días estuvo haciendo penitencia y rindiendo cuenta de sus viajes y aventuras como si ella estuviera presente”.

 

 

 

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