Fue el filósofo americano John Dewey quien a principios de la década de 1930 afirmó que en Estados Unidos colisionaban dos tipos de liberalismos: el humanitario, que estaba abierto a la regulación del Estado y la legislación social que repara las injusticias, y el liberalismo defensor del laissez faire, que era el individualismo económico que defendía la gran industria, la banca y el comercio. Esta distancia se ha ido ahondando con el transcurso del tiempo en la medida que los sectores más conservadores de la sociedad estadounidense se fueron plegando a las consignas neoliberales en el terreno económico y a un belicismo agresivo, impulsado por la industria militar, en el plano internacional. Estos sectores de la derecha tradicional estadounidense han ido mutando progresivamente hacia posiciones de extrema derecha, al punto de que hoy resulta difícil distinguirlos. Un ensayo titulado El liberalismo herido (Arpa Editores, 2021), escrito por el filósofo y politólogo español José María Lassalle, consigue una minuciosa descripción de esa trayectoria que desemboca en la defensa de posiciones que en el fondo cuestionan las bases mismas de la democracia liberal. La opinión de José María Lassalle representa un valioso testimonio porque está formulada no desde la izquierda sino desde el liberalismo ilustrado que se referencia en las tesis humanistas de Baruch Spinoza. El autor de este ensayo nos alerta de que el libertarismo que encarna Javier Milei en la Argentina no solo no tiene nada que ver con el liberalismo ilustrado, sino que es su cara opuesta, dado que representa a la derecha alternativa estadounidense adaptada a América Latina, que nos quiere llevar a una democracia sin reglas administrada desde las emociones. En un momento de confusión, en el que varios millones de votos de obnubilados liberales republicanos consagraron Presidente a Milei, es reconfortante escuchar una voz independiente que desde la distancia pone a cada uno en su sitio.
La Internacional Reaccionaria
Para Lassalle, el Presidente Milei niega al pensamiento liberal porque reivindica una libertad negativa que rechaza al auténtico liberalismo que tradicionalmente ha aceptado la necesidad de un Estado regulador. En su opinión, la distancia que existe entre un liberal ilustrado y el libertarismo de Milei es la misma que encontramos entre la socialdemocracia y el estalinismo. La libertad de Milei, en un contexto digitalizado y manipulable como el que vivimos, se basa en el poder de las emociones para neutralizar la crítica y reivindicar un fundamentalismo de mercado que siempre viaja acompañado de la mano dura contra la delincuencia. Por lo tanto, estamos ante una combinación de libertarismo y autoritarismo. En opinión de Lassalle, leer a Murray Rothbard no te hace liberal, te hace otra cosa, y eso lo debería entender cualquiera que leyera a los libertarios y entendiera a los liberales. Esta es la razón por la que para Lassalle esta nueva Ilustración oscura defiende la instauración de una suerte de monarquía organizada empresarialmente. “Hablamos, por tanto, de una Internacional Reaccionaria que buscaría propagar una democradura mercantil como forma de gobierno típica entre los pueblos blancos del planeta”.
La expansión del neoliberalismo
Fue en la Universidad de Chicago, en la década de los años ‘50, donde floreció una comunidad académica que marcó diferencias rotundas con el liberalismo de las políticas de Roosevelt y Keynes. Según la visión de estos neoliberales, el New Deal era responsable de haber introducido el socialismo en los Estados Unidos. Son muy ilustrativos los viajes que Milton Friedman y Friedrich Hayek, profesores de la Universidad de Chicago, hicieron en 1975 a Chile invitados por sus discípulos, los famosos Chicago Boys, que el dictador Augusto Pinochet había puesto al frente del Ministerio de Economía. Friedman no dudó en reunirse con Pinochet y respaldar públicamente la dictadura militar, dejando una famosa carta con una serie de recomendaciones. Por su parte, Hayek, quien había defendido las “democracias limitadas” por oposición a las “democracias ilimitadas”, en declaraciones al diario chileno El Mercurio del 12 de abril de 1981, expresó que su preferencia personal “se inclinaba a una dictadura liberal y no a un gobierno democrático donde todo liberalismo esté ausente”.
Con la derrota de la Unión Soviética en 1989, el neoliberalismo tiñó el discurso oficial de las instituciones internacionales como el Fondo Monetario Internacional, la OCDE y el Banco Mundial. El llamado Consenso de Washington fue la nueva biblia adoptada por estas instituciones. Algunos gobernantes socialdemócratas y conservadores, como Helmut Schmidt, Helmut Kohl y Gerhard Schröder en Alemania; Felipe González y José María Aznar en España; Bill Clinton en Estados Unidos; Tony Blair y Gordon Brown en Gran Bretaña, también se plegaron al nuevo discurso considerando que el capitalismo neoliberal era irrefutable.
Desde aquellos polvos vienen estos lodos. En opinión de Lassalle, “el neoliberalismo se ha convertido en el relato legitimador de un giro iliberal de sí mismo que ha desembocado en el autoritarismo populista que gana adeptos en todo el mundo”. Considera que el liberalismo humanitario en el que se basa la democracia liberal a nivel institucional y legal fue paulatinamente minado en sus fundamentos igualitarios tras el triunfo de la revolución conservadora de Margaret Thatcher y Ronald Reagan. “Desde entonces el neoliberalismo hegemonizó las políticas económicas de Occidente y fue presionando el propósito del liberalismo de definir la sociedad como una comunidad ética basada en un equilibrio entre la libertad y la igualdad. Presión ideológica que fue intensificándose a medida que las políticas neoliberales lograron que la atomización individualista de las sociedades occidentales rompiera la idea de bien común y el egoísmo economicista se impusiera como dinamizador de la convivencia social. De este modo, el neoliberalismo mostraría lo que siempre fue y no se atrevió a explicitar hasta hoy: un liberalismo autoritario”.
El giro autoritario
Los atentados a las Torres Gemelas del 11-S provocaron en los Estados Unidos un shock de tal magnitud que propiciaron un viaje ideológico que los ha conducido al extremismo actual. Los neoliberales respaldaron el cesarismo de George Bush y la invasión de Irak. En ese momento se manipuló la realidad política instalando en la opinión pública la falsedad acerca de la existencia de armas de destrucción masiva en Irak. De este modo se inauguró lo que luego se convertiría en el lodazal de mentiras y fakes asociadas al desarrollo de las redes sociales. Para Lassalle, “desde entonces, los neoliberales han emprendido un viaje sin retorno hacia su particular corazón de las tinieblas. Lo han hecho en compañía de una profunda crisis de identidad y pertrechados con una mochila repleta de dogmatismos de la que han ido extrayendo respuestas a los problemas del mundo que cada vez son más populistas y autoritarias. Ya no se conforman con criticar a los liberales y cuestionar la sinceridad de su compromiso con la libertad. Ahora cuestionan, también, los fundamentos de la democracia liberal”.
La combinación de todos estos factores es lo que hizo que en Estados Unidos fuera germinando las condiciones para la instalación de un modelo de democracia populista. En esta metamorfosis, el neoconservadurismo del Tea Party fue determinante. El movimiento nació tras la crisis del 2008 y en oposición a los estímulos fiscales al gasto público y al rescate bancario impulsados por el Presidente Barack Obama en febrero del 2010. Aquí comenzó el uso intensivo de las redes sociales como Facebook, Twitter y MySpace, y de los blogs y medios de comunicación conservadores para promover sus protestas. Desde las redes se difundieron las consignas que cuestionaban el feminismo, el ecologismo, el multiculturalismo, y que atribuían a una supuesta confabulación marxista el control hegemónico de los resortes culturales del país. También alcanzaron difusión las teorías del negacionismo climático, del creacionismo y el terraplanismo. En esta corriente confluyeron los conservadores con los nuevos libertarios en un movimiento antipolítico que derivó luego, con el triunfo de Trump en 2016, en el surgimiento de una derecha alternativa (alt right).
Con Trump se afianzaron las estrategias de desinformación masiva. Y así surgió una nueva narrativa que agrupa dos corrientes conectadas que se complementan a pesar de sus diferencias. Una es la libertaria, que reivindica el derecho de los CEO para gobernar, y otra es la supremacista, que reivindica el derecho de la raza blanca para conservar el poder basado en la creencia de que las personas blancas son superiores a las personas de otras razas o etnias.
El asalto al Capitolio
El asalto al Capitolio el 6 de enero de 2021 mostró la fragilidad de la democracia. En opinión de Lassalle, el autogolpe no prosperó porque las redes sociales fueron silenciadas gracias al bloqueo de las cuentas de Trump en Twitter, Facebook, Instagram y YouTube. “Con esta decisión se frustró, afortunadamente, la insurrección. Pero evidenció, también, la debilidad extrema de una democracia liberal que se mostró desguarnecida institucionalmente para contrarrestar la intentona. No solo frente al ciberpopulismo que movilizó a miles de norteamericanos para llevar a cabo una acción violenta, sino frente a unas plataformas tecnológicas que demostraron por la vía de los hechos que ejercen una soberanía digital que actúa sobre los algoritmos y que es independiente de la soberanía democrática”.
Por un lado, la circunstancia de que las corporaciones tecnológicas tengan tanto poder, al punto de que puedan decidir si salvan o dejan caer a un gobierno democrático, abre fuertes interrogantes sobre el rol que cumplen en las democracias. Por otro lado, se debe tener en cuenta que los magnates que controlan esas empresas se han manifestado reiteradamente contrarios a todo tipo de regulación por el Estado. Invocan el derecho a la libre expresión de un modo radical, sin contemplar el daño que causan las fake news y los bulos malintencionados. Las nuevas regulaciones de la Unión Europea en materia de redes sociales y en relación con el uso de la inteligencia artificial han desatado el furor de los grandes ejecutivos de Silicon Valley. En este sentido llama poderosamente la atención el interés de Javier Milei por encontrarse con Elon Musk en Estados Unidos. Demian Reidel, jefe del Consejo de Asesores del Presidente —y candidato a compartir el futuro Premio Nobel de Economía, según la desbordante imaginación de Milei— sostuvo recientemente que la regulación excesiva a la inteligencia artificial (IA) tiene un impacto negativo para el desarrollo de la tecnología y que su desregulación “es uno de los factores a favor de la Argentina para convertirse en un polo de inteligencia artificial”. Es decir que se está ofreciendo a la Argentina como conejillo de Indias para las operaciones transfronterizas de inteligencia artificial sin contar ni siquiera con la autorización del Congreso.
Según José María Lassalle, la Internacional Reaccionaria, que reúne a figuras como Trump, Bolsonaro, Marine Le Pen, Salvini, Meloni, Abascal y Milei, replica el mismo relato basado en liderazgos fuertes que invocan modelos verticalizados de gestión privatizada de la soberanía en donde el mercado dispone de una autonomía plena sobre el funcionamiento de la economía nacional. “Aquí es donde las conexiones entre la Ilustración oscura y el tecno-utopismo evidencian una sintonía inquietante, pues el espíritu empresarial de Silicon Valley no oculta que quiere organizar el mundo de acuerdo con sus intereses. De este modo, el tecno-utopismo busca la alianza y el apoyo de quienes piensan que los gobiernos son castas extractivas que impiden a los revolucionarios digitales cambiar el mundo”. La Internacional Reaccionaria reivindica “una democradura global que una a las naciones de Occidente frente a China y sus aliados del Tercer Mundo ante lo que se vislumbra como una guerra mundial inevitable”. El objetivo consiste en despolitizar el Estado y también a la ciudadanía “convirtiendo a esta en una experiencia de consumo multitudinaria y básicamente digital de contenidos, vinculados a las señas colectivas de identidad blandidas por los líderes que las encarnarían y defenderían frente a los enemigos interiores y exteriores de la comunidad”.
De este modo enfrentamos los desafíos de una distopía reaccionaria que los liberales ilustrados como Lassalle repudian porque reivindican el pensamiento de Spinoza, que contiene una ética para la emancipación humana que pone énfasis en la cooperación y el libre entendimiento entre los seres humanos. Para Spinoza, un gobierno democrático logra mayor estabilidad que una dictadura “porque las decisiones surgen de una cooperación fundada en el entendimiento libre de los problemas y en la capacidad para comunicarlo y reflexionarlo en común, teniendo en cuenta el juicio de todos a la hora de ofrecer las soluciones”. Desde una humildad intelectual que hoy se extraña en la Argentina, Spinoza sostenía que los “ingenios humanos son demasiado cortos para poder comprender todo al instante”.
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