LIBERALES ERAN LOS DE ANTES
Se completan los diez tomos de la narrativa de Manuel Peyrou, un librepensador a la antigua
“En la primavera de 1232, cerca de Aviñón, el caballero Gontran D’Orville mató por la espalda al odiado conde Geoffroy, señor del lugar. Inmediatamente confesó que había vengado una ofensa, pues su mujer lo engañaba con el conde.
Lo sentenciaron a morir decapitado, y diez minutos antes de la ejecución le permitieron recibir a su mujer en la celda.
—¿Por qué mentiste?- preguntó Giselle D’Orville—, ¿Por qué me llenas de vergüenza?
—Porque soy débil —repuso—. De este modo simplemente me cortarán la cabeza. Si hubiera confesado que lo maté porque era un tirano, primero me torturarían”.
Titulada La Confesión, la anterior joyita surgió de la pluma del periodista, dandy, crítico de arte y escritor Manuel Peyrou (San Nicolás de los Arroyos, 1902-Buenos Aires, 1974). Publicada por primera vez en la antología reunida por Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares en 1955, acaso resuma de buena gana tanto el perfil ideológico como la excelencia literaria de un autor cuya trayectoria, como la de otros tantos, quedó opacada por la rutilancia borgeana. Aristócrata descendiente de próceres, formado no obstante en la educación pública, perteneció a ese grupo intelectual convocado en el diario Crítica, luego en la revista Sur y en La Prensa. Antiperonista sin rabia, al contrario del autor de El Aleph aplaudió el regreso a la democracia de 1958 con el mismo fervor que la —momentánea, por cierto— retirada de los militares. Librepensador a la antigua usanza, dueño de una cultura heteróclita sin exhibicionismo, socarrón y bon vivant, Peyrou dejó cuatro libros de cuentos y cinco novelas que describen un arco que parte del anglicismo finisecular al relato político, con sendas escalas en el policial y el género fantástico. El pionero minicuento que encabeza estas líneas es parte de Decadencia de la antropofagia, último de los diez volúmenes que reúnen la obra literaria completa de Peyrou que acaba de publicar una perseverante editorial local.
Homologar la escritura de Peyrou a la de sus contemporáneos y amigos, constituiría un acto de ignorancia no menor que una injusticia. Si bien comparte vocablos (cinematógrafo, neurasténico) y usos del lenguaje propios de la época (artículo 67 bis para señalar un divorcio), la minuciosa construcción de su gramática junto a las sutiles hebras de humor que aligeran cada trama, describen un arco cronológico de discontinuidades e incorporaciones permanentes. Mutaciones que engrandecen a medida que se plasma en una sucesión presente en este volumen de cierre, al presentar trece textos, de los cuales el primero (Diana Lancaster, 25 años, soltera) es de neto corte policial británico, el segundo en la misma tónica (que da título al libro) se desliza hacia lo fantástico, el tercero (El vendedor de biblias) oscila entre la fábula y el relato de estafa, en tanto el último de la serie (Bancarrota) se politiza al aproximar el escenario geográfico y lingüístico hacia estas playas.
Conjunto escrito para el quiosco de diarios en el último lustro de los años '30, prosigue con ese mazazo de 1955 que es La confesión, operando al modo de bisagra entre dos tiempos y estilos diferenciados. Las cinco narraciones siguientes van de 1969 a 1971 en suplementos culturales de medios gráficos de circulación nacional, abordan un costumbrismo urbano, burlón, dedicado a una clase media acomodada, trepadora, donde todos son rubios o lo parecen porque el autor los ilumina en forma cenital. Todo un sarcasmo para desatar la crítica social desde la perspectiva de clase (alta) hacia quienes se creen tales a golpe de vanidad y exhibicionismo. El libro se cierra con tres breves notas críticas, a un infatuado jurado de concurso literario, a una película de Holywood y a la negativa del Premio Nacional 1941 a Borges, por El jardín de los senderos que se bifurcan.
Mordaz en las descripciones, desata un giro en el remate de cada frase que invierte los sentidos: “Era fornido, de cutis tostado, pelo rubio, ojos vivaces, con una nariz picuda de ave de rapiña; llevaba traje claro y masticaba un cigarro con parsimonia de gentleman y aire de banquero. Quizá fuera un banquero fracasado”. Piruetas semánticas que quiebran todo naturalismo, consumen el raciocinio a fin de lanzarse en varias direcciones a la vez: “(Es que en algún plano invisible existe el asesinato en sí, como una fuerza autónoma; a veces anda en el aire un asesinato buscando la colaboración de una garganta y de un estrangulador). Le pasaba algo parecido a lo que sucede con los crepúsculos encantados y los poetas. Estos fenómenos naturales esperan para producirse el instante en que hay poetas a la vista; solamente así se explica que únicamente ellos los hayan presenciado”.
Con mayor vehemencia y nunca menor asiduidad, Peyrou encara arribistas y trepadores dentro de la interna entre aristocracia y oligarquía: “La de Vaccaro, que era una snob, copiaba las frases que le oía a su marido, un banquero y hombre de múltiples negocios. Decía ejecutivo, impactante o tratativas, con lo cual creía asegurar su derecho al mundo de los altos negocios. Ella se divertía moderadamente contradiciendo a la señora de Vaccaro y diciendo como al descuido: dirigentes, cuando la otra decía ejecutivos o impresionante decía impactante”.
Lucha de clases en las entrañas del poderío material, invisible al universo plebeyo cuya perspectiva aúna al quedar fuera del código diferencial, en última instancia, más que una pugna, estertores que claman por la propiedad privada de un idealizado prestigio social y el monopolio del sentido común. Liberal a la Schopenauer, que se anima a escupir para arriba y correrse a tiempo cuando el gargajo desciende sobre el de al lado que se quedó mirando, Manuel Peyrou retorna en su obra completa para enaltecer una tradición literaria sesgada por tiempos impíos que perdieron el humor, la reflexión y la autocrítica.
¿Liberales? Liberales eran los de antes.
FICHA TÉCNICA
Decadencia de la antropofagia
Manuel Peyrou
Buenos Aires, 2020
112 páginas
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