LEYENDA ARGENTA Y MITO FAMILIAR
Un coronel comunista, ocho hijos y la delgada línea entre razón y desquicio en una novela de Luis Frontera
“…eran indios y estaban orgullosos de serlo, porque ellos, tal como lo decía el apellido, eran de la frontera, eran del indio y del cristiano, de adentro y de afuera, del centro y del costado. Que ellos eran la mezcla, decía, que podían ir para arriba pero que siempre iban a ser de abajo, del hervidero”.
Así comienza a entretejerse la prosapia, con el delicado trazo que hace a no toda novela familiar, sino a esa que pesquisa, encuentra o fabula en los ancestros una razón de ser, un sentido, preferiblemente heroico y de algún modo memorable. Sobre aquella leyenda cada descendiente construye su mito individual, con la endeblez, verosimilitud o megalomanía que su neurosis le permita. Entre la novela y el mito está la Historia, que aporta no solo trazos comunes sino también un perímetro que enmarque el relato en tiempo y espacio. Cuando esa historia la relata un escritor afiatado; novela familiar, mito individual, fábula histórica, multiplican el quiebre entre ficción y no ficción para hacer de todo ello una magna obra literaria.
“Mi padre fue un traidor a la patria. / Un día metió su uniforme de capitán del Ejército Argentino en una bolsa de arpillera y lo dejó en la mesa de entradas del Ministerio de Defensa, ante la boca abierta de un suboficial. / —Me voy a la guerra —dijo. / Y se fue”. Se trata del capitán José María Frontera, que partió a combatir en el bando republicano en la Guerra Civil Española (1936-1939), dejando a su mujer embarazada y a seis hijos. Al retornar, desquiciado, va a parar a la cárcel por comunista. Tras las rejas, en 1944, durante un franco higiénico, concibe al octavo vástago, Luis, quien mucho después halla en un ejemplar del Quijote un párrafo subrayado por su padre: “¿…Un hijo lleno de pensamientos varios, bien como quien se engendró en una cárcel, donde toda incomodidad tiene su asiento y donde todo triste ruido hace su habitación?”
En esos ruidos, que a veces son palabras “como una araña que al tejer su lenguaje va quedando prisionera de su propia estrella”, crece Sagrada Familia, la flamante novela con la que Luis Frontera construye una historia que lo refleja junto a su madre, sus hermanas mujeres, su hermano boxeador, todos sumergidos en la estofa del hervidero que se cuece dentro de la Argentina oligárquica y su Otro País. Periodista autodidacta de aquella generación siempre ocupada en pos de la palabra justa, el autor edifica un puente entre España y estas pampas, a partir de batallas sangrientas en el campo europeo y combates que no se sabe que ocurren en estas playas sudamericanas. Hasta que sí.
Entre las vísperas del primer peronismo, cuando el capitán zarpa rumbo a la batalla, y las secuelas inmediatas al final de la dictadura eclesiástica-cívico-militar, el hijo menor de la familia Frontera busca la etiología de su destino en el hospital psiquiátrico (“la cumbre de la exclusión”), entre propios y ajenos, testigos, camaradas, amores, hallazgos y desencuentros. Cada capítulo forja con claridad sucesivas porciones del relato sin dar pie a que se confundan escenas ni personajes, subsumidos cada tanto en un delirio que va y viene, a la par de un desbarajuste histórico cuya coherencia existe únicamente en los titulares de la prensa y en el discurso de los vencedores.
Como ocurre en las familias, el factor patológico recae sobre uno de los miembros, aunque “locos éramos todos y como éramos descendientes de un loco comunista, habíamos hecho algo así como una Reforma Agraria de la locura y a cada uno le había tocado una fracción. No obstante, y como también ocurre en algunas revoluciones, era evidente que Isabel (una de las hermanas mayores) se había convertido en terrateniente”.
Una prosa exquisita despliega el contraste permanente entre excluidos y poderosos, de manera tal que la insania más de una vez queda del lado de quienes pretenden detentar la Razón. Dentro de tal dicotomía, van sucediéndose personajes y acontecimientos históricos: la familia se entrevista con Evita en una escena memorable; los bombardeos a la población civil de junio de 1955 resuenan inmersos en otros sucesos, la represión a los movimientos revolucionarios de los '70 cobra más víctimas que los desaparecidos pues “no alcanza con estar vivo para no estar muerto”. Aún entre pares, encuentro y desolación conviven sin una palabra que lo certifique. Frontera la encuentra y reproduce de la casi extinta lengua kaweskar (yamana para los argentinos); es mamihlapinatapai. Concisa, significa “Una mirada entre dos personas, cada una de las cuales espera que la otra comience una acción que ambas desean pero que ninguna se anima a empezar”.
Esa acción es la que emerge en Sagrada Familia, donde Luis Frontera se anima a comenzar una acción nunca antes vista y que se enfrenta ante la mirada de un lector que hasta ese momento ignora que desea. Conmoción que torna el vacío en presencia, se hace reconocible en la sensibilidad de un texto atravesado por un compromiso con la Historia, a menudo difícil de comprender sin cuestionar su racionalidad.
FICHA TÉCNICA
Sagrada Familia
Luis Frontera
Buenos Aires, 2020
302 págs.
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