Lengua fascista

El poder infiltrante de un engaño

 

Menos que un hecho del pasado, el fascismo es una potencia negativa, siempre actual, trágicamente disponible. Es contradictorio y ambivalente —ese es su signo cognitivo— pues oscila entre atracción y repulsión, dolor y placer, goce y desprendimiento. Es mal y belleza. En esta dualidad contradictoria estriba el poder infiltrante de la ideología fascista, su capacidad de movilizar una energía latente en las sociedades. Algunos de sus signos (la teatralidad, la fascinación y la anestesia moral a la que induce) hacen a su mecánica hipnótica. Trazos de lo ambivalente y lo hipnótico los encontramos en un pasaje de un texto referido a Ximena de Tezanos Pinto. Victoria De Masi la entrevistó para elDiarioAR: “Está descalza, el pelo sostenido en un gancho, dos aros de pares distintos le enmarcan la cara. Sus modos son finos. Y son, a la vez, salvajes. La miro, la miro mucho”.

Cuando se despliega en clave política, la mecánica hipnótica nos vacía de la condición humana, nos desconecta de nuestra historicidad. Se crea así una atmósfera de complicidad entre el sujeto fascista y el sujeto fascistizado. La hipnosis moviliza una energía latente, no agotada y, sin embargo, agotable a través de sagacidades, discusiones y otras paciencias políticas y militantes populares. Esta hipnosis la escenificó muy bien El gran dictador, en la que Chaplin-Hynkel, ante una multitud, pronuncia frases que suenan “a alemán”, pero vaciadas de sentido. La multitud fascinada en un estado de fuerte atracción emotiva responde con el saludo nazi: se moviliza. El poder fascista tiene su incidencia también sobre los medios: el aparato fonatorio de Hynkel tuerce los micrófonos que amplifican su voz. Vaciar la lengua de materia sensible separa significado de significante, la desarraiga de su historicidad y la desancla de la historia de los pueblos. Convertir una lengua nacional en meros sonidos es convertirla en una especie de flauta para encantar serpientes: para convertir al ser en serpiente, en fiera sedienta de sangre, en agente negativo de la historia, en fuerza tanática contra la igualdad, la libertad y el lazo social. También Hugo Ball había entendido este mecanismo y lo escenificó en un viejo poema dadaísta: Karawane. Es la misma manipulación que Milei imprime a nuestra lengua nacional: “¿Me podés mostrar la lista de los 30.000 desaparecidos?”, solicitó en una conferencia de prensa en Tucumán. La lengua vaciada de historicidad niega que 30.000 es la cifra de un exacto dolor inconmensurable en estado de permanente desborde.

El fascismo impone un orden estrictamente jerárquico a la sociedad y promete privilegios a las clases que malquista con la igualdad. Es una tesis de von Hayek en Verso la schiavitù (Rizzoli, Milano/Roma, 1948). Y en la larga duración —pues el fascismo refiere a los tiempos largos que necesita para gobernar— es asalto del Estado, para destruirlo. En la Argentina, ese asalto lo encarna una vez más Milei: “Hay que cerrarlo. El Banco Central es un mecanismo de estafa”.

El fascismo es el resultado de un engaño, de la coerción y del placer de la crueldad elaborados contra un pueblo. En su entramado de poder late el exterminio. Eso viene a reponer la película Argentina, 1985, a alertarnos de que, sobre el filo de los 40 años de la vuelta de la institucionalidad democrática, lo que creíamos superado —“Nunca más”— puede volver. El arte, en ocasiones, concentra sobre sí mismo ese poder: recoger partículas suspendidas en el aire, aún caóticas y discursivamente movedizas, para prefigurar lo que sobrevendrá. Ahí está la “revolución” de Los siete locos que en la historia política nacional fue el golpe del 6 de septiembre de 1930 o Se viene el estallido que fuera de los confines musicales nombró los días decembrinos de 2001. No existe aún, es cierto, una fuerza política fascista que se identifique con la “Argentina”, porque no se ha asumido el poder de gobierno. Esa pulsión, sin embargo, late en el tejido político nacional.

 

 

 

Psicología

El fascismo tiene características psicológicas que conectan con las estructuras caracteriales de sectores sociales más o menos amplios que se vuelven receptáculos de la hipnosis, que experimentan atracción ante su praxis política y se adhieren fanáticamente a aquellxs que proclaman su ideología. Es el caso de Revolución Federal. En Twitter existe un perfil (@n0c___) sin seguidores ni seguidxs que desde el 13 de septiembre de 2022 viene insistiendo en las estructuras, los patrones, las mutuas conexiones y las interacciones entre las cuentas de lxs integrantxs de Revolución Federal y los perfiles públicos de distintxs actorxs políticxs, sociales y comunicológicos regimenantadxs en las filas cambiemitas y libert/arios. El 25 de octubre publicó dos tuits: “Analizada toda la HCDN se encontraron 10 diputados con vínculos con RevFederal”; “Analizada la totalidad de la Legislatura Porteña se encontraron tres legisladores con vínculos con Revolución Federal”. Son emergencias que señalan terminales políticas que deberían ser investigadas si un sector conspicuo del Poder Judicial no estuviera en “Modo Macri”: “Jueces y fiscales que actúan como si Mauricio Macri o algún otro referente de la oposición estuvieran por ser o ya fueran gobierno. Son funcionales a Macri”.

Quien habilita un resquicio al fascismo no necesariamente admira su ideología ni su praxis política. Sin embargo, el campo propio no carece de permeabilidad ante la emergencia que se está dando en la Argentina, por negligencia, desestimación o ingenuidad. Psicología del nazismo (1941), de Eric Fromm, presenta una tesis decisiva: que la disposición a someterse psicológicamente al fascismo podía deberse a un “estado de cansancio interior y de resignación”. Algo de eso hay también ahora: cansancio y resignación ante la crisis epocal aguijoneada antes por la borrasca y luego por el naufragio: la pandemia que descalabró las formas del sentir y de la experiencia humana, y una guerra que tiene refracciones mundiales. A eso en la Argentina se le adosa el cuatrienio de la mafia y, ahora, la depresión económica de las clases trabajadoras —con su correlato social y político—, provocada por una serie de reveses que terminan afectando la seguridad y el amor propio, que estropea las esperanzas colectivas, que fragiliza el tejido de confianza inherente a la representación y a la eficacia de la acción política. La inflación, por ejemplo, no es “apenas” una cuestión económica, pues también tiene una dimensión psico-política. Su descontrol comporta un ataque permanente al principio de previsibilidad y a la autoridad del Estado. Y de la desorientación o del malestar surgen monstruos, tal como viene señalando Alejandro Kaufman en una serie de intervenciones incisivas: sobre el malestar se monta el fascismo “para proclamarse como remedio cuya fórmula es el suicidio” (tuit del 7/11).

 

 

 

General intellect

Existe sin embargo una general intellect (una mente nacional conectada al conocimiento social) que percibe y padece el momento dramático que atravesamos. Ese intelecto también es un símbolo que trataron de suprimir. Destruir un símbolo de cualquier movimiento civilizatorio entraña la destrucción del propio movimiento. Todo símbolo tiene una serie de repercusiones —que sería difícil de enumerar completamente— en las instituciones, en el sistema de la moda, en la lengua, en el rol de las autoridades colectivas y de las individuales, en el modo de producción y en las relaciones sociales, etcétera. Esa supresión —el atentado político contra la Vicepresidenta— hubiera provocado una desorientación psicológica del campo nacional y popular —puesto que este construye su existencia sobre sus símbolos—, y se hubiera desplegado una emergencia totalitaria con el derecho de proyectar sus opiniones sobre el todo. El signo totalitario aparece en un proyecto de declaración (número de expediente 4229-D-2022) que el diputado del PRO Gerardo Milman presentó en el Congreso de la Nación el 18 de agosto. Tiene dos líneas conclusivas: “Sin Cristina hay peronismo. Sin peronismo, sigue habiendo Argentina”. Ese texto fue firmado también por Francisco Sánchez, otro diputado del PRO, quien en un tuit del 22 de agosto había sugerido se le aplicara pena de muerte a la Vicepresidenta.

El magnifemicidio hubiera transformado al campo tanático en el único campo. Hubiera podido así identificarse con el país todo, con la comunidad nacional. De verificarse algo así —la posibilidad continúa latente—, luchar contra esa fuerza totalizadora equivaldría a apartarse de la comunidad de lxs argentinxs; oponérsele, significaría oponerse a sí mismx. Pocas cosas son tan complejas para el ser que soportar el sentimiento de no identificación con el grupo o con un sistema social y cultural más o menos estable en el que cada sujeto tiene un lugar más o menos preciso. Es el miedo del aislamiento que se adhiere al sentimiento de debilidad.

Ese símbolo, en el magma de la historia y antes del diluvio —una creciente frustración social alimenta la voracidad del monstruo— nos insta a organizarnos “en un proyecto de país que vuelva a recuperar la ilusión, la fuerza y la alegría”. En esos principios éticos late una verdad. Adherir a ella es integrar la comunidad de la resistencia popular.

 

 

 

 

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