Luego de transitar dos partos violentos, Agustina Petrella decidió llevar su denuncia a la Justicia. Demandó por Violencia Obstétrica a la neonatóloga, al obstetra, a la prepaga y a la clínica en la que nació su hija. El de Agustina es un caso que representa a la gran mayoría de mujeres que paren en las instituciones de salud de la Argentina. Según los datos del Observatorio de Las Casildas, la mitad de las mujeres tiene a sus hijxs a través de una cesárea y el 74,6% declaró haber sufrido maltrato verbal y/o físico durante su parto. Sin embargo el 94,5% no denuncia los hechos de violencia, por el alto nivel de naturalización que recae sobre estas prácticas.
En el parto de su primer hijo, en 2012, la partera le decía a Agustina que disfrutara, que era “el momento más importante de tu vida”. Pero Agustina lloraba de miedo. Acababan de mostrarle en el monitor que el bebé tenía latidos muy espaciados “como un goteo de canilla mal cerrada”. El obstetra ordenó una cesárea de urgencia. Con el tiempo Agustina dedujo que unas horas antes le habían proporcionado sin avisarle una cápsula de prostaglandinas (un óvulo con hormonas que se coloca directamente en la vagina para “ayudar” a desencadenar el trabajo de parto). En el quirófano “me ataron el brazo y después dos hombres se subieron a mi panza, me faltaba el aire, no podía respirar, sentía que me revolvían las tripas, el obstetra gritaba “¡sacalo, sacalo ya!”, la partera me decía “no te asustes si lo ves azul”, pero yo ya no tenía aire ni fuerzas para soportar el dolor y sentía que me iba y me empecé a quedar dormida. Al rato escuché: “¡Que no se duerma, que no se duerma!” y unas cachetadas suaves y rápidas para que abriera los ojos. Después no me acuerdo más, hasta que me desperté en un pasillo donde me pusieron a mi hijo (ya vestido y bañado) en el pecho”. Para Agustina, todo el equipo médico esperaba su cesárea ese día, pero nadie le había avisado. Al día siguiente el obstetra pasó por su habitación y le explicó que había tenido una cesárea de urgencia por una hipertonía uterina.
Cuando quedó embarazada por segunda vez, a los 40 años, volvió a atenderse con el mismo obstetra, creía que él había salvado la vida de su hijo. Pero a medida que avanzaba el segundo embarazo comenzó a recordar detalles del primero. “Entonces averigüé primero en internet y luego consultando a distintos profesionales las causas por las que se puede desencadenar una “hipertonía uterina” y encontré que podía deberse a la utilización de la cápsula de prostaglandinas”. Con estas suposiciones, Agustina decidió cambiar de obstetra. En la cartilla de la empresa de medicina prepaga encontró un obstetra que hacía Parto Vaginal Después de Cesárea, se lo recomendaron, le dijeron que él hacía en otra maternidad “unos partos bárbaros, con luces bajas, música”.
"El sólo hecho de atenderte mediante los protocolos de atención de parto y nacimiento de este país implica Violencia Obstétrica", dice Agustina. En la semana 39, ella y su marido presentaron un plan de parto al servicio de Neonatología de la clínica de Palermo donde atendía ese obstetra, “para asegurarle a mi beba su primera hora de vida en mi pecho y que no la bañen, ni aspiren, ni vacunen el día de su nacimiento ya que son prácticas muy perjudiciales según los informes de UNICEF y la OMS”.
A los pocos días recibió un llamado, era la jefa de Neonatología de la reconocida clínica. Le habló con muy buenos modales y hasta amistosamente. “Acá no hacemos parto humanizado, yo te recomiendo buscarte otra clínica porque acá si al momento del parto no hay habitación disponible, te vamos a separar de tu bebé y pueden pasar varias horas separados, hasta más de 8 horas, ya ha ocurrido, y si tenés un parto natural te dejamos bajar a la nursery para amamantar cada 3 horas, pero si vas a cesárea no vas a poder amamantar porque no te podrás levantar de la cama para ir donde esté tu hija”.
Agustina le explicó que existe la ley 25.929, de Parto Respetado, y la respuesta fue: “Sí, conozco la ley, sé que hay clínicas que la implementan, pero acá tenemos otras reglas”. Con esta respuesta sobre la fecha de parto, Agustina quedó desconcertada pero no tenía posibilidad de implementar un plan B: “Traté de portarme bien, de mostrarme amigable para que no se ensañaran conmigo y con mi hija (cosa que igual ocurrió)”.
Se acercaba la fecha de parto y Agustina estaba aterrada con la idea de que la separaran de su hija apenas naciera. Su obstetra la tranquilizó, le dijo que él conocía al equipo de Neonatología y que eran excelentes, que no se preocupara por el parto. "Una se enamora de su obstetra, entra como en un Síndrome de Estocolmo", reflexiona Agustina, "ahora me da vergüenza asumirlo, yo estaba sometida".
“Sseguía teniendo dudas y le planteé que podía sacar un préstamo y contratar un neonatólogo en forma particular para que recibiera a mi hija y asegurarme la primera “hora sagrada” de mi hija sobre mi pecho”. Pero el obstetra insistió en que “el bebé venía con problemas, era mejor contar con un equipo que jugara de local”.
En la semana 41.5, sin dilatación, sin descenso de la beba y sin trabajo de parto en vista, se programó una cesárea.
“Me interné un viernes a las 12 del mediodía, en ayunas, con una cesárea programada a las 14. Me tomaron la internación y me dijeron que esperara en planta baja mientras preparaban mi habitación. Pasaron más de 2 horas y cuando llegó el horario de ir al quirófano me informaron que no había habitación disponible. Me negué a internarme sin habitación, porque sabía que me separarían de mi beba; y cuando mi madre y mi partera fueron a reclamar por esta situación, el empleado de admisiones le contestó muy enojado: Ah, es ella, la de la cartita, la jefa de Neo ya le dijo cómo son las cosas acá adentro... Así empezó mi pesadilla”.
Agustina se negó a ir a quirófano sin tener garantizada la habitación para el postoperatorio. Su obstetra hizo un par de llamados “y mágicamente apareció la habitación”. Lo que relata es moneda corriente: “Todo el tiempo me trataron como un paquete, mientras me ponían la anestesia, me hacían firmar papeles sin explicarme qué eran y me hacían preguntas administrativas, todos apurados. Una médica con barbijo me retó porque le conté que estaba amamantando a mi otro hijo de 2 años”. Agustina no podía creer lo que estaba viviendo pero trataba de portarse bien, lo único que quería era que Milagros naciera en paz. El obstetra entró al quirófano haciendo chistes, dijo que nunca había hecho una cesárea, las enfermeras bromeaban con que tendría que haber sido cirujano plástico, por lo bien que cortaba". Agustina trataba de hacerse la simpática.
“Mi hija nació a las 15.58, sana, pero no me la pusieron en el pecho como había pedido, me la mostraron y se la llevaron inmediatamente. Me la trajeron a la habitación casi dos horas después de su nacimiento, completamente dormida”. Nadie explicó dónde estuvo Milagros durante esas dos horas ni por qué la habían apartado tanto tiempo de su madre. Ni siquiera se la dejaron tocar. “Ese día vomitó un líquido blanco, cosa que constató un neonatólogo de la clínica, y por esto supe que le habían dado leche de fórmula”.
Lejos de cumplirse el Plan de Parto, se vulneraron varios de los requerimientos de Agustina:
Pero la pesadilla no terminó ahí. Es tanto el abuso de poder que se ejerce en el sistema de salud y especialmente contra las embarazadas, que “hasta tuvimos que legislar el respeto”, dice Agustina en referencia a la Ley de Parto Respetado.
Al día siguiente del nacimiento de Milagros, la pasaron a buscar para hacer “breves” controles de rutina. Los breves controles fueron de 40 minutos. El segundo día de internación se la llevaron nuevamente, Agustina aprovechó para levantarse y caminar, pero al pasar por la nursery escuchó llantos muy fuertes de bebés. “Hice fuerza para aguantar la angustia y no molestar, pero a los 15 minutos no aguanté mas (realmente lloraban mucho y a los gritos) y toqué la puerta para preguntar y cuando me abrieron la puerta vi un cuadro siniestro. Encontré 15 bebés en cunas, estacionados tipo carritos de supermercado, la mitad llorando a los gritos y había dos bebés completamente desnudos y morados por el llanto. Dos enfermeras llenaban planillas y ni los miraban. Pedí que me entregaran a mi hija porque nadie la estaba revisando, se negaron, pero les insistí y me la dieron de muy mala manera”.
A las dos horas irrumpió en su habitación una mujer furiosa y a los gritos. “Acá no estamos para cumplir con los caprichitos de los padres. Yo sé muy bien quién sos vos. Vos sos la que presentó la cartita. Ahora entregame a la nena porque si no me la das por las buenas te la voy a judicializar y te la saco por la fuerza”. Agustina lloraba, le explicaba que no quería que su hija estuviera sola ahí con todos los bebés llorando. “Los chicos lloran, ¿no te avisaron? Empezá a acostumbrarte”, le contestó la mujer.
—¿Vos tenés hijos?— le preguntó Agustina, incrédula de lo que vivía.
—Tengo hijos y nietos, y todos muy sanitos. Ahora me voy a llamar al juez y vos vas a aprender cómo son las cosas acá adentro— se fue la mujer, riéndose.
“Me sentía presa”, dice Agustina 5 años después, en el medio del Juicio por daños y perjuicios contra todos: la prepaga, el obstetra, la neonatóloga y la clínica.
El camino hasta el juicio también es empinado. Primero escribió una carta al presidente de la prepaga y a la directora médica de la clínica contándoles todo lo sucedido. “Lo hice con la expectativa de que sancionaran a la neonatóloga y cambiaran sus protocolos. Esperaba una disculpa por parte de ellos para encontrar algo de paz”. Agustina creyó que como la prepaga era muy prestigiosa, "y el dueño es parte del Opus Dei", se iban a conmover con su relato. La respuesta que recibió por escrito desestimaba completamente el reclamo porque “por haberme internado allí voluntariamente, estaba aceptando tácitamente todas sus reglas”.
Entonces Agustina presentó una denuncia por Violencia Obstétrica en dos organismos: la Defensoría del Pueblo de la Nación y la CONSAVIG (Comisión Nacional Coordinadora de Acciones para la Elaboración de Sanciones de Violencia de Género) del Ministerio de Justicia de la Nación. A los pocos meses obtuvo una resolución que fue enviada a la clínica confirmando que había existido Violencia Obstétrica.
La Violencia Obstétrica es definida en la Argentina desde 2009 como una de las modalidades de las violencias contra las mujeres en la Ley 26485. Violencia obstétrica es “aquella que ejerce el personal de salud sobre el cuerpo y los procesos reproductivos de las mujeres, expresada en un trato deshumanizado, un abuso de medicalización y patologización de los procesos naturales, de conformidad con la Ley 25.929”.
La respuesta de la clínica fue nuevamente evasiva. “La angustia no me permitió aceptar que en ese lugar y en tantos otros (en la gran mayoría de los partos y nacimientos) esto pasa y que nadie hace ni dice nada, que está tan naturalizado. Así que empecé a estudiar la posibilidad de ir a la Justicia”.
Para concretar el paso a la demanda judicial fue crucial encontrar a Marisa Aizemberg, una abogada especializada en Derecho a la Salud. Ella la guió en los primeros pasos. "Luego encontré una profesional con 30 años de experiencia en el ámbito de la salud que escuchó mi relato y leyó lo que yo había armado como expediente y pruebas. Se tomó unos días para leer todo y tomó mi caso”.
Las partes fueron a mediación obligatoria. Para sorpresa de Agustina y su abogada se presentaron todos: el obstetra, la neonatóloga, el representante de la clínica y el de la empresa de medicina prepaga. Todos desestimaron las palabras de Agustina, que relató en detalle todo el proceso de su parto mirando a los ojos a la neonatóloga: "Tardé un año en saber tu nombre", le dijo.
No llegaron a ningún acuerdo y la demanda se presentó en diciembre de 2016.
"Quería hacer un juicio penal para que no vuelvan a hacerle eso a otra mujer, pero no se pudo. Lo que sí se pudo es iniciar un juicio por daños y perjuicios contra todos. Pero no sólo yo los demando, Milagros también, porque tuvo un nacimiento tortuoso habiendo nacido sana".
Agustina sabe que será un juicio largo, no hay antecedentes de juicios por Violencia Obstétrica, pero para ella “lo peor ya pasó” y espera que su historia sirva de ejemplo y estímulo para que otras mujeres exijan el cumplimiento de sus derechos y los de sus hijos al momento del parto y nacimiento.
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