Lección amarga

No se puede ganar una elección con alta inflación

 

El escenario menos pensado hace pocos meses es la realidad política de hoy: Javier Milei es el Presidente de los argentinos. Ríos de tinta se han escrito sobre los resultados de las PASO, el efímero primer lugar de Sergio Massa en la primera vuelta y el triunfo de Milei en el balotaje gracias al apoyo de la abrumadora mayoría de los votantes de Juntos por el Cambio y de Juan Schiaretti.

Se arguye que hace mucho tiempo habíamos perdido la batalla cultural por influencia de la prensa hegemónica, incluyendo en esa prensa a las redes sociales que llegan a través del celular. Es una respuesta que no aclara demasiado o, peor, termina por ser una reducción paralizante. A partir de 1955 y hasta 1973, a la total proscripción y represión contra el peronismo se sumó una infinita mayor hegemonía de la prensa existente. Estaba prohibido mencionar a Perón o Evita, acusados permanentemente de los peores delitos contra la patria. A pesar de ello, Perón volvió y ganó con el 62,5%, el mayor porcentaje de toda la historia de elecciones democráticas en el país. Con la prensa hegemónica en contra Cristina logró el 54,1% en 2011. Pero luego tuvo que recurrir a Alberto Fernández para que el peronismo no perdiese en 2019, y no pudo evitar la derrota de Massa ahora. No es sólo un tema cultural alimentado por la prensa hegemónica.

Para no abrumar nos concentraremos en los factores que entendemos han sido los principales. Muy sintéticamente, son de dos tipos. El primero, de larga data, es el cambio en la composición de las clases sociales. El segundo es propio de la política económica: no haber controlado seriamente la inflación, pero no en el último mes, o el último año, sino desde casi los albores del siglo. De cada uno de esos dos ejes se derivan otras causas más cercanas, que aquí apenas mencionaremos para no oscurecer lo principal.

 

Cambios en la estructura de clases

La principal característica del peronismo desde su origen hasta 1976 fue la fuerte impronta que le dio de la clase obrera organizada, su histórica “columna vertebral”. Durante todo ese período, tanto los gobiernos peronistas como los civiles de Frondizi e Illia y las dictaduras militares de Onganía, Levingston y Lanusse continuaron el proceso de industrialización por sustitución de importaciones, que hizo incrementar la proporción de obreros industriales y actividades de servicios asociadas sobre la población económicamente activa (PEA). Los gobiernos no peronistas de ese período eran o mantenían la impronta industrialista.

La dictadura de 1976 desarticuló la producción industrial para quebrar a su columna vertebral, la clase obrera organizada, el fortín de la conciencia de clase del peronismo que trascendiendo sus límites laborales teñía todo el movimiento popular. De allí la feroz represión para aplicar el plan de retraso cambiario, apertura indiscriminada de la economía, endeudamiento externo, financiarización y fuga de divisas. El resultado fue abortar un proceso inconcluso pero avanzado de sustitución de importaciones y complejización del aparato productivo, provocando un constante deterioro de la ocupación industrial, proceso que fue profundizado más adelante en los gobiernos de Menem y de Macri.

De la población ocupada actual el 3% son empresarios (de grandes a pequeños), el 75% asalariados (50% registrados, 25% no registrados) y 22% restante trabaja por “cuenta propia”. La población económicamente activa (PEA) suma todos los ocupados descriptos arriba, más los desocupados, que a junio pasado eran el 6,2% de la PEA. El 83% de los registrados en “cuenta propia” son de subsistencia y no registrados, con un pequeño sector de profesionales y técnicos con buen pasar económico.

Hasta 1974 la abrumadora mayoría de los trabajadores eran formales, con aportes jubilatorios, obra social y derechos laborales, dentro de los cuales los obreros industriales eran la fracción más numerosa. Actualmente el sector trabajador asalariado formal es el 50% de la población ocupada, con mayoría de empleados de cuello blanco por sobre los obreros industriales y de servicios. Los trabajadores industriales –formales e informales– apenas superan el 15% de los ocupados. La sindicalización ha venido reduciéndose en forma continua. La pobreza, que en 1974 rondaba el 5%, hoy supera el 40% de la población.

En números redondos, los trabajadores formales son la mitad de los ocupados, mientras que la otra mitad está formada por asalariados sin derechos en empresas pequeñas que los explotan por salarios miserables y millones de cuentapropistas de subsistencia, con constantes recaídas en la desocupación o el retiro de la fuerza de trabajo por falta de demanda laboral.

La principal característica de este cambio social es el deterioro de la conciencia social y política de esos trabajadores informales. En la primera etapa peronista esa conciencia se forjaba en la fábrica, el colectivo laboral donde los trabajadores que provenían del interior del país tomaban conciencia de clase, en la defensa de los derechos que el peronismo les otorgó, y que los trabajadores sindicalmente organizados lucharon por mantener durante los gobiernos civiles no peronistas y los gobiernos militares. Esa conciencia de clase e identidad peronista se reforzaba en la trasmisión familiar de generación en generación.

 

La inflación

Si bien Milei en las PASO recogió votos de todos los sectores sociales, su “columna vertebral” está en el sector de jóvenes asalariados informales y cuentapropistas de subsistencia, de bajo nivel educativo, donde la ausencia de entornos laborales formales no les permite avanzar hacia la identificación de su posición de clase y valorar los beneficios de derechos sociales del otro 50% de los trabajadores formales. Dentro de este núcleo central del voto a Milei, muchos de ellos o sus progenitores han votado en el pasado al peronismo. La acción proselitista de Massa le prestó poca atención a ese sector, con algún énfasis tardío que no llegó a cuajar en quienes no querían escucharlo porque sentían las bofetadas constantes de la alta inflación en el supermercado, el almacén de barrio, el precio de las motos, los celulares y todo lo que comprasen. En este núcleo duro la “bronca” –que no es lo mismo que el odio– es donde entró el mensaje mesiánico de Milei, con soluciones simples y mágicas a problemas complejos: dolarización para terminar con la inflación y motosierra para terminar con “la casta”. La bronca contra la inflación de todos los sectores sociales unida al odio al “kirchnerismo” de los sectores medios y altos se demostró imbatible, a pesar de los denodados esfuerzos de una activa militancia consciente del peligro que se avecinaba. Esa militancia fue intensa en Capital y provincia de Buenos Aires, con epicentro en el Conurbano. No podemos asegurar lo mismo sobre el resto de las provincias.

Al margen del esfuerzo de la militancia, perdimos por la combinación de un factor estructural, la composición de las clases trabajadoras, y una política equivocada, la fallida lucha contra la inflación.

El país sufrió el serio endeudamiento y fuga durante el gobierno de Macri. Luego se deterioró el frente fiscal durante la pandemia, a lo que se sumó la inflación importada por la guerra Rusia-Ucrania y la pérdida de exportación por la sequía pasada. Los superávits comerciales se disolvieron en maniobras de todo tipo, legales e ilegales.

Es muy válido indagar sobre las responsabilidades de la evaporación de decenas de miles de millones de superávit comercial, o las irregularidades e ilícitos en el manejo de la deuda externa durante el macrismo. Pero lo primero no se hizo y los dólares que vinieron y luego se fueron los debemos, aunque no nos guste. Ningún tribunal nacional o extranjero lo declarará “ilegal”, lo sea o no. Se quiso juzgar políticamente al macrismo por el endeudamiento y no tuvimos los votos para lograrlo, al igual que para juzgar a la Corte o nombrar jueces.

En la Argentina la inflación es la exteriorización de un desajuste social básico donde las distintas clases sociales pujan por aumentar su participación en el producto bruto. Si esa puja se exacerba en el momento que la economía se contrajo por las razones mencionadas, sumado a nuestra memoria sobre procesos inflacionarios, era inevitable la espiral de precios actual.

No es válida la teoría de que tenemos inflación porque los formadores de precios son monopólicos. Los monopolios están en todos los países y no tienen nuestra inflación. Otros países han tenido serias dificultades y no tienen nuestra inflación, ni siquiera Rusia y Ucrania en medio de su prolongada guerra. En nuestro país son casi los mismos monopolios que estuvieron en los años sin inflación de la Convertibilidad. Esos sectores la aprovechan y alimentan cuando están las condiciones dadas, sabedores de la desestabilización social y política que produce, pero no son su causa.

El kirchnerismo tuvo una relación difícil con la inflación. El gobierno de Néstor Kirchner se inició con una baja inflación en 2003 (3,7% ene/dic), pero comenzó a subir en los años siguientes hasta que la magia de Guillermo Moreno la “estabilizó” en alrededor del 9% anual. Uno de los críticos más acérrimos del falseo de las cifras era un joven economista académico: Axel Kicillof.

Para frenar la inflación era necesario estabilizar previamente el valor del dólar y recuperar fuertemente reservas para hacer frente al pago del servicio de la odiosa deuda externa que no podemos repudiar sino apenas renegociar. No se hizo un plan de estabilización a la salida del Covid.  Tampoco lo pudo hacer Massa cuando asumió como ministro en junio de 2022. Fracasó el plan para frenar la inflación porque se creyó que se podía controlar la salida de divisas con tipos de cambio múltiples. El mal llamado “cepo” –cuando dura más que algunos meses excepcionales– es una invitación a las maniobras de todo tipo para comprar dólares comerciales baratos y vender dólares caros para fugarlos. No hay represión legal que pueda parar esta distorsión y el débil gobierno de Fernández no tenía ni la capacidad ni finalmente la voluntad para hacer aplicar leyes de abastecimiento y resoluciones de acuerdos de precios que no fueron respetados.

 

La lección amarga

Para evitar la pérdida de popularidad y buscando mantener en todo momento la participación de los trabajadores en el ingreso nacional, se terminó exacerbando la lucha distributiva en momentos de recesión. No es posible aumentar el consumo de las grandes mayorías si existe una elevada deuda externa que hay que atender, la consideremos legal o ilegal, odiosa o no, ya que los dólares que se fugaron se deben pagar aunque no nos guste. El aumento del consumo deriva en mayores importaciones de productos e insumos, y como en diciembre de 2001, no existen dólares en el Banco Central.

Los aumentos del gasto público para compensar la inflación fueron equivalentes a pretender apagar un fuego con baldes de nafta. Algunos sindicatos lograron mantener el poder adquisitivo, pero la espiral inflacionaria desorganizó la vida de la sociedad produciendo la angustia de no llegar a fin de mes y un generalizado enojo, en especial de aquellos sectores informales que no tienen ni derechos ni sindicatos que cuiden de su salario real. Quizá ni con un controlado plan de estabilización a la salida del Covid o al inicio de la gestión de Massa en Economía hubiésemos recuperado a tiempo el apoyo de las mayorías, pero no lo intentamos por temor a mayor pérdida de apoyo.

Queda como lección amarga que no se puede ganar una elección con alta inflación y que pretendiendo mantener al corto plazo el poder adquisitivo popular perdimos el (poco) poder político frente a la peor de las combinaciones posibles.

No pudimos articular un sendero de crecimiento sustentable, un crecimiento que no nos conduzca al periódico estrangulamiento externo que caracteriza a la Argentina desde hace muchas décadas. Existe la potencialidad de lograrlo, controlando una explotación que defienda el interés nacional de los recursos de Vaca Muerta, el litio y la potencialidad del petróleo off-shore en el mar bonaerense, utilizando esos excedentes para complejizar el aparato productivo. Pero esos recursos, incluyendo las acciones de YPF, serán malvendidos a intereses foráneos por la dupla Macri-Milei si la reacción popular y una conducción política no logran articular una resistencia al nuevo saqueo y sufrimiento de las mayorías.

 

 

 

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