Hace algún tiempo, de paso por la ciudad de Tres Arroyos, me detuve a hacer una compra en un negocio. Mientras esperaba mi turno, presté atención a una conversación entre dos hombres relativamente jóvenes, que hablaban animadamente. Noté que uno le decía al otro: “Ya no hay caseros para el campo, todos quieren vivir en la ciudad, para ir al campo quieren ganar cualquier cosa y además que les pongas internet, esto no da para más”. Como no puedo con mi genio, me metí en la conversación y le dije: “Si probás con pagar el sueldo que marca la ley, registrar al empleado como corresponde, proveerle una vivienda digna e instalar internet…”. No pude terminar la frase, primero me miró y pareció advertir que no podría trompearme porque tenia en frente suyo a un viejo, entonces canalizó su bronca hacia la boca y comenzó a lanzar todo tipo de improperios al aire, abrió la puerta del negocio, se subió a una súper camioneta y desapareció sin llevarse lo que había venido a comprar. Esta cultura de que “quien es dueño del capital puede hacer lo que le parece”, mientras que quien es dueño de su fuerza de trabajo solo tiene que aceptar lo que esa casta superior le ofrece sin chistar, es lo peor que nos ha dejado el neoliberalismo.
Si la pandemia tiene una virtud es la de habernos dado una clase práctica y descarnada de la plusvalía marxista. Hasta hace muy poco tiempo los empresarios reclamaban flexibilización laboral, al inicio de la pandemia se guardaron a silencio para ahora pedir, casi de rodillas, que los trabajadores vuelvan a trabajar. Tienen el capital, las máquinas, la tecnología, las fábricas, tienen todo menos lo más importante: los trabajadores que transforman todo eso en producción y riqueza. No es que quieran que los trabajadores ganen su salario, ni les importa la economía y mucho menos, por supuesto, les importa la Patria, lo único que quieren es salvarse ellos y si para ello tienen que hacer “la gran Bolsonaro” están dispuestos a hacerlo. No les importa si en el camino mueren miles de trabajadores, porque desde la impunidad que sienten tener piensan que siempre habrá trabajadores que, a bajo costo por supuesto, estén dispuestos a servirles. Ojalá esto sirva de experiencia a las centrales de trabajadores para valorar el enorme potencial que tienen los trabajadores en unidad y dignidad, para que nunca más negocien disminuciones salariales ni padezcan un gobierno neoliberal.
La mejor demostración de la insensibilidad del capital es su férrea oposición a pagar un impuesto extraordinario a la riqueza, no porque los afecte económicamente sino por una cuestión de principios: “Para los pobres nada, que vayan a trabajar si quieren plata”. Están dispuestos a hacer y decir cualquier cosa. Los medios hegemónicos chorrean como una cloaca desbordada. Lo más loco de los últimos días lo dijo la inefable Susana Giménez, quien planteo que felicitaba a los que no blanquearon, es decir, a aquellos que además de tener plata mal habida, no la habían declarado durante el repugnante blanqueo macrista. ¿Sabrá la resucitadora de dinosaurios que está haciendo apología del delito o pensará que el hecho de haber tenido plata en negro y haberla declarado la transforma en patriota?
Este conjunto de amoralidades de los sectores de poder real de la Argentina impactaron negativamente sobre los sectores mas vulnerables, con consecuencias nefastas para el mundo del trabajo y, por ende, de la seguridad social. Desde el nacimiento mismo de lo que se dio en llamar el “seguro social”, este se vio influido y tensionado por lo que les acontecía a los trabajadores. El siglo XIX fue testigo de intensas y memorables luchas sociales, que generalmente identificamos con el marxismo, aunque Marx no fue el único pensador, pero sí el más importante e influyente. La lista de luchadores sociales es larga y heroica, ya que fueron brutalmente perseguidos. Pero hubo un caso muy particular que ocurrió en Alemania, durante los cuatro años posteriores a 1880. Gobernaba Otto von Bismarck, quien era un empedernido conservador y había sido un férreo opositor de la revolución de 1848 (que fueron irrupciones sociales que ocurrieron en simultaneo en diversos países de Europa) y donde ve la luz el Manifiesto Comunista escrito por Marx y Engels. Luego, fue testigo del más importante movimiento social de aquellos tiempos, la Comuna de Paris en 1871. Como no quería que ocurriera lo mismo en su Alemania desarrolló una idea genial: el Seguro Social.
El seguro social es un magistral invento de Bismarck para calmar a los movimientos sociales de aquella época. El sistema consistía en detraerle parte del salario a los trabajadores, ese dinero lo administraba el Estado y, cuando alguien tenía una contingencia social, cubría los gastos que la reparación o eliminación que esa contingencia producía. Es decir que con la plata de los trabajadores protegió a esos mismos trabajadores, ahí nació el concepto de “salario diferido” –no te lo pago ahora, cuando te pase algo te lo resuelvo mientras tanto me quedo con tu plata–... fantástico, ¿no? Calmó a los trabajadores con su propio dinero. Nadie inventó nada más original que el seguro social. Una aclaración muy importante es que los seguros sociales solo dan cobertura a los trabajadores formales. Por definición, los trabajadores informales no tienen cabida en ese esquema. Pero lo más increíble fue que, durante todo el siglo XX, los seguros sociales se desarrollaron alrededor del mundo como reguero de pólvora.
Nuestro sistema de seguridad social nació y se desarrolló a imagen y semejanza de los seguros sociales y, producto de ello, arrastramos las inequidades que traen aparejados dichos sistemas, como apéndice del mundo del trabajo. El siglo XXI está trayendo vientos de cambio, pero habrá que esperar para ver hasta dónde llegan. En nuestro país, el Plan de Inclusión Jubilatoria (o la moratoria, como les gusta llamarlo a algunos) y la Asignación Universal por Hijo son buenos ejemplos de los nuevos tiempos, y conforman lo que hoy podríamos llamar un sistema de seguridad social de tipo universal, la contracara inclusiva de los viejos seguros sociales. Pero aún quedan infinidad de inequidades por resolver:
- La primera y quizás una de las más dolorosas de todas se vincula con lo que sucede con la justicia de la seguridad social. Es una justicia conservadora y retrograda que no tuvo capacidad de adaptación, burocrática e ideológicamente destinada a defender el privilegio. Un ejemplo de ello es lo que está ocurriendo en este momento, y sobre lo que nadie habla. Los reclamos que llegan a la justicia y que demoran diez años en resolverse. Estas demandas incluyen a los juicios por reajustes de haberes, pero también los reclamos de aquellos a quienes ANSES denegó la jubilación o la pensión. Si estas personas tienen que esperar diez años para tener un beneficio, cuando lo cobren ya será tarde. Un reajuste puede esperar, pero una prestación alimentaria básica no. Si solo tomaran esos expedientes, y en aquellos casos en que se verifica lo que jurídicamente se conoce como “verosimilitud del derecho”, podrían dictar una medida cautelar para que, mientras se tramita el juicio, los beneficiarios puedan percibir ingresos, lo cual permitiría que miles de personas no padezcan hambre. Para ello solo tienen que leer el expediente y según su convicción resolver. ¡Pero cómo se van a tomar semejante esfuerzo en tiempos de pandemia, qué mejor que una feria para no hacer nada! Si hay una actividad que se puede desarrollar en forma virtual es la continuidad de los juicios ya que están digitalizados, pero sus señorías descansan, total del otro lado hay viejos y pobres.
- A través del tiempo se fueron definiendo distintas prestaciones de la seguridad social y a cada uno de estos programas se asignó un monto económico determinado, en general relacionados con la jubilación mínima. Hay que recordar que si bien la palabra mínima significa “algo tan pequeño que no se puede dividir”, la seguridad social en Argentina es mágica, ya que puede dividir lo indivisible. Así, hoy tenemos: a) la jubilación equivalente a la mínima que cobran todos aquellos beneficiarios que se jubilaron por el plan de inclusión jubilatoria, unos 3,5 millones de beneficios; b) los del régimen general que cobran una mínima equivalente al 82% del Salario Mínimo, Vital y Móvil; c) los beneficiarios de la PUAM, que cobran el 80% del haber mínimo jubilatorio; d) los discapacitados y pensionados por vejez, que cobran el 70% de la mínima jubilatoria; e) las madres de 7 o más hijos, que cobran la mínima jubilatoria; f) Los que optaron por una Renta vitalicia en tiempos de las AFJP, que actualmente perciben alrededor de un 25% del haber mínimo jubilatorio; g) los planes sociales, que perciben $ 8.500. ¿Qué motiva semejante dispersión, si todos viven de su prestación?
- Otro ejemplo que muestra las inequidades del sistema actual está dado por la forma de medir el haber de cada beneficiario. Un ejemplo lo muestra con claridad: si una persona aporta durante 20 años sobre un sueldo mínimo y los últimos diez lo hace con un sueldo por el que aporta el monto máximo permitido, su jubilación será el máximo, pero si lo hace al revés, es decir, durante 20 años aporta el máximo permitido y los últimos diez un haber mínimo, su jubilación será la mínima. En otros términos, aportan lo mismo en distinto orden y, uno cobra la jubilación máxima y el otro, la mínima.
- Por el hijo de una familia acomodada, el padre o la madre descuenta de ganancias el equivalente a $ 12.053,50 mientras que, por el hijo de un trabajador, ANSES le paga al trabajador o trabajadora a cargo del menor $ 3.102,98. En otras palabras, el hijo de un trabajador le cuesta al Estado la cuarta parte que el hijo de una familia acomodada.
- Quienes cobran una jubilación mayor que la máxima en su inmensa mayoría no pagan ganancias, mientras que los que superan el mínimo no imponible y cobran menos que la máxima, pagan ganancias.
- Con los planes sociales ocurre algo similar, veamos un ejemplo: una familia de hecho compuesta por dos adultos y tres menores –dos hijos de la mujer y uno del hombre– que viven todos juntos en situación de vulnerabilidad percibirán: 2 prestaciones del IFE es decir $ 20.000, a ello hay que sumarle tres AUH es decir $ 7.500 y a ello agregarle la tarjeta alimentaria $ 6.000 a ella y $ 4.000 a él. En total $ 37.500. Ahora bien, si tomamos otra familia exactamente igual pero casados y que los tres hijos fueran del matrimonio y en el mismo estado de vulnerabilidad percibirían una prestación del IFE $ 10.000, tres AUH $ 7.500 y una tarjeta alimentaria $6.000, lo que hace un total de $23.500
Estas son algunas inequidades, no son la únicas. Hay una larga lista para agregar, pero destaco solo estas porque son las más comunes y saltan a la vista. Quizás algún despistado pueda pensar que me opongo a la existencia de las ayudas sociales. Nada más alejado de la realidad. No solo estoy a favor, sino que creo que es el camino para realizar un gran cambio social que el país requiere. Mi intención es buscar un método para eliminar lo que está mal y potenciar lo que está bien. Para tratar que todos aquellos que lo necesitan reciban y no, como suele ocurrir, que algunos reciben mucho mientras otros nada. Buen ejemplo de ello es que todavía, luego de mas de 10 años, aún quedan por incorporar más de un millón de chicos a la prestación.
La forma de eliminar las injusticias del sistema, la mayoría de ellas nacidas a la luz de confundir un sistema de seguridad social con el seguro social, es llevando a la práctica los principios y valores de la seguridad social. Principalmente los valores de equidad y solidaridad y el principio de universalidad. Ello sólo será posible dictando normas generales igualitarias y de aplicación general a todos los que se encuentran en ciertas condiciones. Los mejores ejemplos que han habido son: el plan de inclusión jubilatoria, la AUH y los medicamentos gratuitos del PAMI. El día que logremos que todos los beneficios que se otorguen sean de estas características habremos logrado erradicar la pobreza y la injusticia entre nosotros. Ya en 1782, el ingles Samuel Johnson dijo que “la pobreza es el gran enemigo de la felicidad humana; es evidente que destruye la libertad y hace que algunas virtudes sean impracticables, y otras, extremadamente difíciles” y el historiador y periodista holandés Ruter Bregman agrega que a “diferencia de sus contemporáneos, Johnson comprendió que ser pobre no es carecer de carácter. Es carecer de dinero”.
Tenemos que hacer realidad la utopía de fijar un piso de justicia social debajo del cual nadie tenga que verse compelido a vivir. El ya mencionado Ruter Bregman escribió en Utopía para realistas, refiriéndose a los soñadores de utopías: “Una cosa está clara, sin todos esos soñadores cándidos de todas las épocas, todavía pasaríamos hambre y seríamos pobres, sucios, temerosos, ignorantes, enfermizos y feos. Sin utopía, estamos perdidos. No es que el presente sea malo, al contrario. Sin embargo, si no albergamos la esperanza de algo mejor, se vuelve sombrío. «Para ser feliz, el hombre necesita no sólo el disfrute de esto o lo otro, sino esperanza, iniciativa y cambio», escribió en cierta ocasión el filósofo británico Bertrand Russell. Y también añadió: «No es una Utopía acabada lo que deberíamos desear, sino un mundo donde la imaginación y la esperanza estén vivos y activos»”.
--------------------------------
Para suscribirte con $ 1000/mes al Cohete hace click aquí
Para suscribirte con $ 2500/mes al Cohete hace click aquí
Para suscribirte con $ 5000/mes al Cohete hace click aquí