Las ruedas embarradas
14 de febrero de 2021. 75 años de “Braden o Perón”
Elegí este texto porque 75 años después de aquella histórica consigna, la Embajada norteamericana (acá y en cualquier país latinoamericano) continúa siendo un permanente foco de tensión y de desparejo poder político. El embajador que llega viene opinando sobre la Argentina con ínfulas y prejuicios similares a los de quien se puso al frente de la oposición en 1945. Claro que Braden se encontró con un Perón recargado y con un pueblo recientemente empoderado que eligió a favor. Los medios del “todopeorismo” critican al embajador Rafael Bielsa porque pintó de cuerpo entero, en Chile, la ideología del ahora derrotado José Antonio Kast. Sin embargo, naturalizan (sólo porque da para un buen título) que el abogado Marc Stanley diga que “la Argentina es un hermoso bus turístico al que no le andan las ruedas”.
Dentro de pocos días (más exactamente el 24 de febrero) se cumplirán 75 años de una elección argentina crucial, por su importancia histórica y política. En aquel momento la fórmula Perón-Quijano no sólo se impuso en las urnas a una coalición de partidos (Unión Cívica Radical, Socialismo, Comunismo, Democracia Progresista), sino que le pasó por encima a un yanqui llamado Spruille Braden, representante del temible Departamento de Estado norteamericano. Entre finales de 1945 y principios de 1946 la ciudadanía argentina tuvo que decidir y no se equivocó, al elegir una idea de nación. De un momento para el otro las calles de todo el país se llenaron de afiches que demandaban una definición que no tardó en llegar: Braden o Perón.
De Perón conocemos casi todo. Pero ¿quién era ese enemigo de todo lo bueno? El tal Braden era un norteamericano nacido en Montana, capitalista hasta el tuétano, anticomunista de hueso colorado, anglófilo, representante de los firmantes del tratado de Yalta tras la finalización de la Segunda Guerra. Empresario, era dueño de la minera Braden Cooper en Chile (el hombre venía titulado de ingeniero en minas) y también tenía intereses económicos en Paraguay. Lobbista de cuidado, defensor de los valores más reaccionarios, diplomático que en cada uno de sus destinos se metió descaradamente en los asuntos internos de los países e incluso, con ilimitada frecuencia, llegó a avalar y promover golpes de Estado. Antes de ser designado embajador de su país en Argentina ocupó similares jerarquías en Colombia entre 1939 y 1942 y en la Cuba presidida por el dictador Fulgencio Batista también en 1942. Entre nosotros su presencia fue brevísima, de marzo a septiembre de 1945, pero vaya si se hizo notar. Llegó con una idea fija: embarrar la cancha política para impedir que Perón llegara al poder. El embajador no pudo cumplir con su objetivo pero desde su influyente lugar se convirtió en el principal líder de la oposición, reunida en la alianza Unión Democrática, un grupo de partidos políticos junto a entidades como la Sociedad Rural, la Unión Industrial, la Bolsa de Comercio, la Federación Universitaria Argentina, sectores financieros importantes, instituciones como el Jockey Club y los diarios más tradicionales de la época.
Para los antiperonistas (que ya por entonces merecían los motes de “oligarcas” y “contreras”), la frase “Braden o Perón” (en algunos documentos figura también como “O Braden o Perón”) no era otra cosa que un anticipado recurso del actual marketing electoral. En los escasos meses en que permaneció en el país, Perón y el estadounidense se vieron la cara en cuatro ocasiones. La última, en julio de 1945, terminó casi en escándalo. Braden, en nombre de su país, propuso hacerse cargo de, entre otros bienes, el espacio aéreo argentino, y a cambio deslizó la promesa de no oponerse a lo que se venía: la candidatura de Perón a la presidencia. Perón rechazó la propuesta diciendo: “Sólo hay un problema: al que hace algo así, en mi país, se le dice que es un hijo de puta”. Clima de ‘embajador, esta es la puerta’ e inmediato portazo.
No era una única cosa del entonces coronel Perón lo que irritaba a Braden y a los Estados Unidos. El gobierno del general Edelmiro Farrel (cuyo gabinete Perón integró como ministro de guerra, subsecretario de Trabajo y Previsión y posteriormente como Vicepresidente) le había declarado la guerra a Alemania y Japón 37 días antes de la rendición de ese país. Frente a la sinuosa visión del diplomático, la neutralidad seguida de esa decisión considerada muy tardía hacían de Perón un nazi-fascista irredimible al que era aconsejable destruir completamente, más temprano que tarde. Del mismo modo que Braden, muchos otros representantes del poder detrás del trono calificaban a ese coronel en ascenso en la consideración masiva como un militar nacionalista, traidor a su clase y claramente inspirado de los ejércitos italiano y alemán. Posteriores estadísticas irrefutables les cerraron la boca. En 1943 el Producto Bruto Interno mostraba una significativa diferencia a favor del capital: 71 contra 29. Menos de una década más tarde los números tuvieron un asombroso vuelco: 52 en manos de los trabajadores y 48 para los poderes económicos y empresariales.
Los verdaderos mandatarios de Braden (entre los que ocupaba un lugar central la CIA) lo enviaron una vez más al sur del continente y lo facultaron para hacer lo que mejor sabía: deberes desagradables como ensuciar e invalidar el ideario nacional y popular que se venía gestando en la Argentina. En su carácter de ideólogo principal de la campaña electoral, Braden mandó a editar el Libro Azul, herramienta de demolición del incipiente peronismo. A ese libelo le respondió el Libro Azul y Blanco, desde el que quedó legitimada para siempre una frontera ideológica que sobrevive. Este dato es relevante para advertir a quienes suponen que la grieta argentina tiene exclusivo origen en el año 2008 cuando se agudizaron las tensiones y las diferencias entre el gobierno de Cristina Fernández y las patronales del agro.
Como real fuerza de choque, Braden llegó a hacer discursos públicos de altísimo tono opositor que le redactaba su amanuense, un español protegido de la embajada de los Estados Unidos llamado Gustavo Durán. El 19 de septiembre de 1945 participó en lugar preponderante de la “Marcha de la Constitución y la Libertad”, un acto opositor que reunió en Buenos Aires a 200.000 personas. Finalmente, todo se decidió en las urnas pocos meses más tarde. En las elecciones del 24 de febrero de 1946 Juan Domingo Perón, con Juan Hortensio Quijano como candidato a Vicepresidente, le ganó por diferencia considerable a la fórmula integrada por José Tamborini y Enrique Mosca de la alianza Unión Democrática. Con una población total de 15.893.811 habitantes, votaron 2.839.487 ciudadanos, sólo hombres porque las mujeres recién obtendrían la oportunidad de sufragar en 1952. Resulta significativo el porcentaje de votos que obtuvo la Unión Democrática: ese 43 % evoca al número (40%) que Juntos por el Cambio alcanzó en las presidenciales de 2019.
Con las tareas sucias afortunadamente incumplidas y, fundamentalmente, sepultado por el alud de votos y por los hechos, Braden se alejó de su estratégico cargo. En 1946, ya en la posguerra, el Presidente Truman (que había llegado al poder en 1945, luego del fallecimiento de Franklin Roosevelt) lo premió por los servicios prestados y lo designó subsecretario de Estado para asuntos hemisféricos, en reemplazo de Nelson Rockefeller. Genio maldito y figura, en 1954 aparece ligado a la defensa de los intereses de la United Fruit Company y apadrinando el golpe de Estado encabezado por Carlos Castillo Armas que en Guatemala destituyó al Presidente Jacobo Arbenz. Sobre ese país y otras repúblicas centroamericanas despectivamente identificadas como bananeras se posó la mano oscura de Braden, representativa del brutal estilo interventor de los Estados Unidos. En Nicaragua fue uno de los principales defensores de la dinastía Somoza, que manejó dictatorialmente el país entre 1937 y 1979.
Luego de dos presidencias, 18 años de exilio y una tercera presidencia interrumpida por su muerte, Perón falleció en Buenos Aires en julio de 1974. Braden sobrevivió a la guerra fría, a sus reiteradas trapisondas desde el poder y a Perón, porque murió en Los Angeles en junio de 1978. La antinomia que ya superó las siete décadas remite, en muchos aspectos, a las alternativas posibles de los días que corren. Pensar la realidad en modo Braden o Perón no es un inútil viejazo, de consistencia antiimperialista, sino que reactualiza las enormes diferencias que sectorizan a la sociedad argentina.
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