El feminismo no se inventó en 2015 ni en 2018, pero las leyes de cupo en el mundo sí tienen fecha: 1991, y lugar: la Argentina, como el dulce de leche y los colectivos. La ley estableció un piso mínimo del 30% de candidatas en las listas para cargos electivos nacionales. Para que la ley fuera votada, las primeras sororas tuvieron que recurrir a todas las estrategias disponibles, desde las tretas del débil a la organización transversal partidaria.
La senadora radical Margarita Malharro había presentado un proyecto de cupo en 1989 que buscaba abrir la agenda de discusión sobre los derechos de las mujeres y su participación política. Con el peronismo en mayoría en ambas cámaras, quería instalar el tema pero, como tantos proyectos que se escriben, no tenía muchas chances de salir votado. Estaba por perder estado parlamentario. Además de Malharro, había solo dos senadoras más, Olijela del Valle Rivas y Liliana Gurdulich.
María Teresa Merciadri de Morini, histórica radical cordobesa, se había juntado con correligionarias como Norma Allegrone y se le ocurrió hablar con las peronistas. La banda de peronistas feministas estaba formada por Gurdulich, Juliana Marino, Cristina Zuccardi, Virginia Franganillo y Marcela Durrieu. Y no lo pensaron mucho. El proyecto estaba en el Senado, terreno de Liliana, así que le plantearon “saquémoslo, aunque sea para que tenga media sanción”. Y Liliana, con ese mandato, empezó a hablar con los compañeros de bloque y los convenció con: Votémoslo, total no pasa en Diputados. Y así se logró que fuera votado en el recinto.
En aquel momento el porcentaje de participación femenina en el Congreso era del 5%. Casi nada. Hoy representa el 38% en la Cámara de Diputados y el 40% del Senado.
En la Cámara de Diputadxs no fue tan fácil. Los varones no las tomaban en serio y escucharon bastante: "Las dejamos entrar y ya quieren hacer despelote". Porque para el macho alfa, diría Animal Planet, los espacios le pertenecen. Marcela Durrieu fue una de las hartas: “Íbamos a perder cien a cero. Pedimos, entonces, una reunión con Menem y le explicamos nuestra posición. El Turco nos dijo: Yo estoy de acuerdo, armen el lío suficiente como para que yo pueda justificar que estoy a favor”.
En el Consejo Nacional de la Mujer, a cargo de Virginia Franganillo, también se organizó el lío. Hubo un proceso que se condujo ahí, “si no había Consejo, no había ley. La Ley del Cupo se logra con una movilización en todo el país —dice Virginia—. A la hora de sancionarse, la dirigencia en su conjunto estaba involucrada. Un día antes de la votación, el Consejo convocó a una reunión de todas las legisladoras nacionales, de todos los niveles, de todo el país, de todos los concejos deliberantes, de todas las provincias, de todos los partidos menos la UCeDe”.
Y también para ella arranca antes, desde el histórico Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe en San Bernardo, en 1990: “Volvimos todas habiendo acordado que íbamos a impulsar el cupo”. Entre el 7 de mayo, día del nacimiento de Evita, y septiembre de 1991, desde el Consejo organizaron comisiones en todas las provincias impulsadas por las legislaturas, en articulación con la comisión de partidos. En septiembre Virginia se reunió con el presidente Menem, planteó el cupo en el congreso partidario del peronismo y empezaron a coordinarse con las diputadas.
José Luis Manzano era el ministro del Interior y quería hacer un proyecto propio. Virginia lo convenció de que no era necesario, porque cualquier bache del texto podía salvarse con una buena reglamentación. “Hicimos una conferencia de prensa partidaria, después una conferencia de prensa del gobierno y ahí empezó el proceso de movilización”. Pero no fue tan sencillo, al mismo tiempo habían encarado una encuesta callejera que les salió en contra del proyecto. Eso tensó más aún las ya existentes tensiones dentro del bloque peronista por la flexibilización económica. Todas las negociaciones empezaron a ser muy delicadas. Con la misma evaluación que Durrieu, Franganillo recuerda que “hablamos con todas las legisladoras e insistimos, decidimos ir igual a la sesión aunque fuéramos a perder”.
“Nosotras sacamos la ley en un acto de rebeldía”, dijo a LatFem la radical Norma Allegrone. Los hombres del partido “venían luchando desde el año 1983 en adelante en todas las convenciones del radicalismo diciéndonos que no. Incluso se había aprobado en una oportunidad y desaparecieron las actas”. Dentro del partido no había diferencia entre los viejos dirigentes y los recién llegados: no querían mujeres en las listas que pudieran quitarles “su” lugar.
“Lo tuvieron que aceptar al final porque vieron que ya no quedaba otra y nosotras habíamos hecho una gran estrategia junto con las mujeres de otros partidos políticos y de organizaciones sociales”.
Pero no se gana hasta que todes votan y hay mayoría. Las sororas pioneras movilizaron, no tenían dinero para asegurar una mínima estructura como pagar un colectivo, porque iban en contra de los presidentes de los partidos. “Lo llamé al presidente cuatro veces y no respondía”, cuenta Virginia. Pero la televisión hizo su aporte, porque mostró las miles y miles de mujeres cantando “Se siente, se siente, Evita esta presente”. Fue como un estallido.
—¿Y cómo hicieron Marcela, Virginia y Norma?
—Decidimos tomar el Congreso y no movernos hasta que se votara.
En la Cámara de Diputados, cada uno que tomaba la palabra hablaba en contra del proyecto. Marcela recuerda que a las 3 de la mañana lo llamaron a Menem con un recordatorio: “Usted nos dijo que nos iba a ayudar si hacíamos el suficiente ruido. Bueno, tenemos el Congreso tomado”. Él pidió aguantar la sesión y dos horas después apareció Manzano y pidió hablar en nombre del Presidente. Entonces nuestra bancada —dice Durrieu— empezó a darse vuelta: “En realidad lo pensé mejor”, “El peronismo siempre tuvo historia con las mujeres”, “Las mujeres tienen que estar”.
“Y cuando los radicales vieron eso —dice Norma— también empezaron a votar a favor y se dieron vuelta los discursos. Creo que en esa oportunidad estuvo muy presente la familia y la mujer de los Diputados. Ya en el Senado había dicho Rodríguez Saá que su esposa, su madre y sus hijas le habían dicho que él no volvía a la casa si no se aprobaba el cupo”.
Y la Ley de Cupo se votó luego de una larga noche, a las 7 de la mañana. Pero un fantasma recorre el Congreso, que a las diputadas que pelearon por el cupo les hicieron pagar el costo de dejarlos afuera. Las radicales lo vivieron como una maldición; el miembro informante, en cuanto se sancionó, se dio vuelta a mirarlas y les dijo: “Ustedes no van a llegar nunca más”. De hecho, para que el radicalismo cumpliera con el cupo María Teresa Morini debió llegar hasta la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, porque las ponían al final de las listas. En el Partido Justicialista siempre hubo machistas, explica Marcela, pero siempre estuvo la cosa de Evita y de la Rama Femenina, que nunca se animaron a sacarla de la orgánica. “A las radicales las masacraron”, agregó. La ecuación es clara: “Cuando hubo mujeres, hubo políticas para las mujeres, cuando no las hubo, no. Así fue con Evita, así fue después del cupo. Si no hubiera habido cupo, no hubieran estado los derechos de las mujeres en la reforma de la Constitución nacional”.
La Ley de Cupo fue acompañada desde el Consejo de la Mujer por políticas públicas. La historia política de Virginia Franganillo está muy ligada a los primeros años del Consejo, donde llegó después de años de militancia y de haber agregado feminista a su identidad peronista. Allí promovió una escuela de gobierno con feministas de trayectoria y pasaban todas en busca de más formación; tenía consejeras en cada Ministerio y en 1993 aseguró educación sexual en todas las escuelas del país. No podía durar.
Al mismo tiempo, 1994 las encontró batallando por la reforma de la Constitución. Para Marcela Durrieu, “era un momento muy parecido a este. Éramos millones militando en la Convención constituyente y logramos incluir los tratados de derechos humanos, que incluían los derechos de las mujeres, sacar la cláusula Barra, sin romper el pacto de coincidencias básicas”. La primera ley de Salud reproductiva es de 1995.
La reacción tras la Ley de Cupo no fue personal. Sino contra todas. El debate de 1991 puso luz cenital sobre la condición social de las mujeres. Y cada casillero conquistado entre compañeras, correligionarias e independientes fue mucho para los corazones donde palpitan dos sílabas: fa-cho, fa-cho. En 1995 Virginia renunció al Consejo. La Iglesia Católica puso mesas en todo el país y logró un millón y medio de firmas para pedir que dejara su cargo.
Los argumentos usados en el 91 son iguales a los esgrimidos con el voto femenino, los mismos que cuando logramos la paridad, en una mismidad gastada: a quien no sea varón hegemónico se lx mide con la vara de la meritocracia. Y la idea de meritocracia en la política está mal por completo: una bancada es un cargo de representación de un sector social. “No son argumentos de la derecha, son de los tipos de cualquier lugar político. Las mujeres no sabemos, no podemos, no queremos”, dice Durrieu.
¿Y hoy, quién escribe las listas? Hay que estar atentas a la confección y el cierre, fue la consigna. Y un nuevo núcleo básico de coincidencias: poner nuestra agenda, que la representación sea equivalente a la composición social, que esté integrada por activistas con trayectoria probada en la agenda de las mujeres, las lesbianas, las travestis y les trans, que sean cuadros políticos.
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