Las potencias deciden

El fin de la guerra de Ucrania y el futuro del sistema internacional

 

Ser enemigo de Estados Unidos es peligroso, pero ser amigo es fatal”.

Henry Kissinger

 

Han pasado más de tres años desde el inicio de la guerra en Ucrania y su final, aparentemente cercano, aún no está claro: la visibilidad del fin de la guerra está empañada por el aferramiento de Volodimir Zelensky al poder, que depende de la continuación de la guerra; un Donald Trump interesado en poner fin a los combates para poder explotar los recursos naturales de Ucrania y obtener beneficios financiando la reconstrucción de su infraestructura; una Europa empobrecida, desconsolada y perdida ante el abandono de su tutor norteamericano, y resentida ante la inevitable victoria de Rusia –su enemigo impuesto– en los campos de batalla; y un Putin desconfiado de los acuerdos alcanzados con un Occidente que lo ha engañado repetidamente.

Raymond Aron [1] clasificó la guerra según la caracterización política de los beligerantes y las formas de retornar a la paz. La forma de este retorno, para Aron, podría ser la paz negociada o la paz impuesta. La paz impuesta es la capitulación, el reconocimiento de la derrota en el campo de batalla. Lo que parece estar en juego en la guerra en Ucrania es si esta paz será impuesta por la fuerza de las tropas rusas en los campos de batalla ucranianos o por la fuerza argumentativa de Trump sobre Zelensky (la fuerza del argumento o el argumento de la fuerza). En última instancia, lo que se está discutiendo entre Trump y Vladimir Putin (y no podría serlo entre otros) es la capitulación de Ucrania y el amargo reconocimiento de la impotencia de Europa si no cuenta con el apoyo de Estados Unidos. El cacareo del gallinero europeo no llega a la sala donde los grandes negocian el futuro que quieren para el mundo. Lo que esperamos, como reconoce el experimentado ex diplomático de la India, M.K. Bhadrakumar, es que “en este sombrío escenario, la mejor esperanza es que el derrocamiento de Zelensky, que parece probable, no sea un evento violento y sangriento, considerando las rivalidades de poder dentro del régimen de Kiev”.

Si después de la Segunda Guerra Mundial Europa hubiera conseguido coronar su recuperación económica con una autonomía política y estratégica, tal vez habría podido fundar una Unión Europea capaz de establecer una defensa autónoma y una diplomacia coherente y cohesionada. Con una defensa y una diplomacia independientes, hoy contaría con las garantías necesarias para la lógica de una política exterior soberana. Pero por ideología, por error estratégico-político o edulcorada por el Plan Marshall, Europa sucumbió a la dependencia económica, política y estratégica de Estados Unidos, olvidándose de la máxima de Carl Schmit “el protego ergo obligo es el cogito ergo sum del Estado” [2]. La Unión Europea puede patalear, conspirar y gritar, que el duro realismo de Trump pondrá una campana de silencio sobre su participación en la definición del fin de la guerra en Ucrania y, posiblemente, en relación al futuro de las relaciones internacionales. Sin las lentes de colores con las que la Unión Europea se ha acostumbrado a amortiguar la realidad y sin la manipulación de la percepción con la que los medios globales y globalistas han narcotizado a las sociedades, esta es la realidad cruda y descarnada, obvia para quienes se han acostumbrado a ver los tiempos contemporáneos a la luz de la historia, especialmente de mediana y larga duración, con el “conocimiento de la experiencia” que Max Weber reconoció como necesario para imaginar lo que “puede esperarse” [3].

Lo que está en juego es la estructura que asumirá a partir de ahora el sistema internacional. Lo que discutirán y diseñarán son los pilares de un nuevo mundo de grandes potencias. Si Europa logra recuperar el sentido común y permanecer unida en la búsqueda de la estabilidad internacional, podría ser uno de estos pilares, pero por ahora, y en lo que respecta a las negociaciones para poner fin a la guerra en Ucrania, está afuera. Me atrevo a pensar que Rusia no aceptará la presencia de Europa Occidental (que ha traicionado la confianza de Putin en varios tratados) en las negociaciones porque la considera parte beligerante y, por la misma razón, no aceptaría su participación en una posible Fuerza de Paz. Me parece que tampoco aceptará una tregua o un alto el fuego que podría servir para reconstruir las fuerzas ucranianas. De hecho, creo que no se negociará una tregua o un alto el fuego, sino la rendición de Ucrania y el fin del régimen de Zelensky.

Los gritos marciales de Ursula von der Leyen parecen indicar el deseo de al menos una parte de la UE de seguir comprometida beligerantemente en el error consumado. Si con el apoyo multimillonario de un Joe Biden, moralmente comprometido con esta guerra, los europeos –producto de su empobrecimiento y endeudamiento a futuro– no fueron capaces de derrotar y ni siquiera de desgastar económica o militarmente a Rusia, ¿qué nos hace pensar que podrán hacerlo solos? Como asegura Wolfang Munchau: “Sin Estados Unidos, no hay camino hacia la victoria para Ucrania. No se trata principalmente de armas, municiones y ayuda financiera, sino de apoyo satelital e inteligencia. Si Estados Unidos apagara los satélites y detuviera el flujo de información, los europeos no tendrían forma de tapar la brecha. Sin Estados Unidos, Ucrania está acabada”. ¿Las burocracias diplomáticas de la UE y las militares de la OTAN, cómodamente instaladas en Bruselas, completamente divorciadas de las sociedades que las financian, creerán que las sociedades europeas están dispuestas a sacrificar a sus hijos en los campos de batalla ricos en minerales y empapados de sangre de Ucrania en una guerra irremediablemente perdida?

 

Starmer con Zelensky, en Londres: “Pleno respaldo de Reino Unido”, prometió.

 

El Primer Ministro inglés, Keir Rodney Starmer, defiende el envío de tropas para combatir en Ucrania; el recién nombrado Primer Ministro alemán, Friedrich Merz, pide un aumento del presupuesto para la guerra; la belicosa presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, llama a prepararse para la guerra. Algunos hablan de aumentar el gasto de defensa, otros de prepararse para la guerra, pero nadie habla de paz. Sin embargo, sin el apoyo de Trump, que hasta ahora ha ignorado a Europa, enviar tropas a la carnicería ucraniana podría ser desastroso para los gobiernos y fatal para la Unión Europea. Todavía son pocos los que se oponen claramente a la guerra, y mientras la guerra sea sólo una figura retórica, seguirá habiendo pocos. Pero si algunos países deciden enviar a sus ciudadanos a morir en otras tierras, la grieta en la UE se abrirá en un abismo insalvable: será el fin de la UE.

La alternativa para Europa es empezar a pensar por sí misma, diseñar su propia concepción estratégica y asumir la gestión cohesionada y soberana de su política exterior, como recomendó recientemente Jeffry Sachs en su conferencia en el Parlamento Europeo. Reformar su burocracia administrativa y diplomática y orientar la política del bloque hacia la paz y el desarrollo, tratando de recuperar el Estado de Bienestar que nunca debieron abandonar. De inmediato, cambiar su posición respecto a las demandas del desacreditado Zelensky y pensar en la paz y la reconciliación con Rusia. De esta forma, podrán contar con energía y alimentos más baratos, que les permitan intentar la recuperación económica del bloque.

¿Pero qué papel le corresponde a la República Popular China en todo esto? Ella permanece en un silencio parsimonioso. Con su proverbial diplomacia, elegantemente sobria, analiza en qué medida los acontecimientos impactan su estrategia de largo plazo para posicionarse en la coyuntura. Desde la victoria electoral de Trump, China ha hecho pública información importante sobre sus avances tecnológicos y su preparación estratégica:

  • Con el lanzamiento de DeepSeek, noticias que impactó al mundo digital, China anuló la ventaja occidental en IA;
  • Fuentes del almirantazgo estadounidense reconocieron que la supremacía naval había pasado a mano de los orientales;
  • Ya estaba claro que dominaban los misiles hipersónicos, mostrando misiles aire-aire con un alcance de 1.000 km.;
  • Se presentaron súper-drones furtivos de alta capacidad y bajo costo, y un dron capaz de volar a una altitud de más de 45 km. y dirigir con precisión estos misiles o comandar enjambres de drones;
  • También presentó dos sorprendentes aviones de sexta generación, que podrían dejar muy atrás al poco fiable F35; y finalmente
  • Filtraron fotografías de un enorme edificio para albergar el Comando Estratégico de sus fuerzas armadas, diez veces más grande que el Pentágono.

Estos mensajes son suficientemente claros para que un realista duro como Trump piense en China no como un enemigo sino como un co-diseñador, junto con Rusia, del futuro del sistema internacional.

Los europeos deben retomar la lectura de Maquiavelo y comprender políticamente algunos acontecimientos y cambios consolidados en el sistema internacional:

  1. Que Europa es económica y estratégicamente dependiente y ahora, en su orfandad, debe encontrar su camino hacia el desarrollo soberano con realismo y modestia;
  2. Que la matanza en Ucrania está llegando a su fin y que los próximos pasos para el futuro serán discutidos entre Trump y Putin; y
  3. Que el mundo está cambiando y que en el tablero de diseño donde se imagina el futuro sólo se sentarán los grandes, como dijo Jeffry Sachs ante el Parlamento Europeo: “No digo que estemos en la nueva era de paz, pero estamos en un tipo de política muy diferente ahora, estamos en un retorno a la política de las grandes potencias”.

 

 

 

* Héctor Luis Saint-Pierre es doctor en Filosofía Política por la Unicamp, profesor de la Universidade Estadual Paulista (UNESP) y coordinador del área “Paz, defensa y Seguridad Internacional” del posgrado en Relaciones Internacionales San Tiago Dantas. Fundador y líder del Grupo de Estudios de Defensa y Seguridad Internacional (GEDES).

 

[1] Aron, Raymond. Paz y guerra entre las naciones  Brasilia, Editorial Universidad de Brasilia, 1981.
[2] Schmit, Carl. El concepto de lo político. Buenos Aires, Ediciones Folio, 1984.
[3] Weber, Max. Ensayos sobre metodología sociológica. Buenos Aires, Amorrortu, 1982.

 

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