LAS MANOS HERMOSAS

La música que escuché mientras escribía

 

Para seguir con los raros del tango hay que consignar que una de las rarezas de Orlando Goñi es la edad a la que hizo cada cosa. En materia de tango, el peligro de plagio y de fabulación están latentes. Hay pocos sitios, se citan unos a otros y no siempre revelan sus fuentes, de modo que se anticipa el pedido de disculpas y el propósito de aclaración, de ser necesario.

Para empezar de atrás hacia adelante, Goñi (la grafía original era italiana, con gn) murió a los 31 años, en febrero de 1945. Si volvemos al principio, a los 14 ya era el pianista de las orquestas de Miguel Caló y de Ciriaquito Ortíz. Tenía una formación clásica con el infaltable Vicente Scaramuza, que también fue el maestro de la niña prodigio Marta Argerich, antes de que Perón la becara para que siguiera sus estudios en Viena con Gulda, y de tres monstruos del tango, como Lucio Demare, Osvaldo Pugliese y Horacio Salgán. Pero según Piazzolla detestaba la música clásica. Como corresponde, también tenía un apodo infaltable. Era El Pulpo del Piano. Pantaleón, que no era muy efusivo con los demás, observó que Goñi tenía manos hermosas.

A los 22 años coincidió en la orquesta de Juan Carlos Cobián con Aníbal Troilo, que tenía su misma edad, y al año siguiente lo convenció de formar su propia orquesta. Creo que nadie tiene conciencia de que tanto Troilo como Goñi, que le cambiaron la banda sonora a aquel Buenos Aires, eran entonces más pendejos de lo que son hoy Tini, Emilia, María Becerra, L-Gante, La Cobra, Peso Pluma, Duki o Bizarrap. ¿A que no lo habías pensado?

Además de ellos, ahí confluyó un genio precoz, aún menor que ellos, nacido en Mar del Plata pero criado en Nueva York. Es ciencia infusa que fueron los arreglos de ese pibe, los que marcaron el carácter de aquella orquesta de Pichuco. Pero el que no está por completo de acuerdo es el propio Pantaleón, para quien la clave hay que buscarla en la mano izquierda de Orlando Goñi.

Piazzolla también cuenta las veces que debió reemplazarlo al piano, que no era su fuerte, porque  "no aparecía, estaba mamado en algún bar". Hasta que Troilo se cansó. Una noche de 1942 0 de 1943 lo esperó con un escribano en la puerta del cabarute y debido al faltazo lo despidió. Goñi formó entonces su propia orquesta. "Escuché un par de temas que había preparado y me parecieron buenísimos. En el piano fue un genio", dijo Pantaleón.  Piazzolla cree que Goñi también "detestaba el jazz, pero tocando el tango fue algo supremo". Sin embargo el compositor y coleccionista Juan Ayala afirma que fue un gran admirador de uno de los grandes pianistas de jazz, Teddy Wilson, que es una de mis debilidades. Mi formación musical es nula, pero igual le doy a la oreja, y siempre pensé que nadie acompañó a Billie Holiday como Teddy Wilson y que nadie sacó tanto partido de sus cantores como Troilo.

Con Goñi se fue Fiorentino de la orquesta de Troilo, pero no hay grabaciones del único mes que compartieron hasta que el cantor le pidió a Pantaleón que le armara el conjunto, que ya te hice escuchar más de una vez.

 

Fiore, Goñi y Pïchuco.

 

De la orquesta de Goñi solo quedaron estos cuatro registros, en un acetato casero. Son excelentes a pesar de las frituras.

 

 

Encontré otra versión de su orquesta, El Taura, de Bardi, del programa en vivo en Radio Belgrano. De allí lo rescató Horacio Ferrer, en el añorado Rapidísimo de Héctor Larrea.

 

 

Otro recuerdo de Piazzolla es que Goñi se atribuía algunos temas que en realidad pertenecían a  Alfredo Gobbi, de quien pone en duda de que fueran amigos. Pero hay datos más fieles que la arbitrariedad de Pantaleón. Fueron más que amigos, compinches de adolescencia que se escapaban juntos para escuchar a sus respectivos ídolos, Julio y Francisco De Caro. Este es el tango Orlando Goñi que Alfredo Gobbi le dedicó cuatro años después de su muerte.

 

 

Troilo también lo grabó, cuando se cumplieron veinte años de la desaparición de su gran pianista.

 

 

En realidad es uno de los tangos más grabados, por músicos tan distintos como D'Arienzo, Salgán, Pugliese, Leopoldo Federico, el Sexteto Mayor, infinidad de conjuntos jóvenes actuales. Hay versiones para orquesta, para cuarteto, para piano, para guitarra, en Francia, en Japón, en China, en España, en Italia. También es uno de los preferidos por los bailarines.

Sobre la ruptura con Troilo hay varias versiones, pero una sola que tiene que ver con la música: según Ferrer, Goñi amaba la improvisación, y Pichuco prefería la partitura escrita de la que nadie se apartara. Ferrer, que de esto sabe mucho más que yo, compara incluso la última versión de Pichuco con Goñi y la primera, poco después, con quien lo reemplazó, José Basso. El brevísimo fragmento que eligió Ferrer no permite apreciar lo que es ostensible en la versión completa: la interpretación de Goñi te deja sin aliento, como un trapecista sin red, y la de Basso es pulcra y sin riesgos.

 

 

En seis años de gloria, Goñi grabó 71 temas con Pichuco. Entre ellos CTV, de Bardi y El Tamango, de Carlos Posadas, donde por momentos juegan entre ellos como si estuvieran solos; Tinta Roja, de Piana, y Malena, de Lucio Demare, donde canta Fiore, e Inspiración de Peregrino Paulos. La apertura de Malena que hace Goñi me taladra la cabeza desde la cuna y me va a acompañar hasta el final, como todo lo que hace en Gricel, que grabaron dos semanas antes de mi nacimiento. En Inspiración es llamativa la similitud entre los solos del piano y del bandoneón. Fue la despedida, una de las últimas cosas que hicieron juntos.

 

 


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