Historiador y estudioso del cine, archivista, divulgador, docente, Fernando Martín Peña hace todo aquello que un Estado renuente a la conservación del patrimonio en general y de lo fílmico en particular no hace. El documental La vida a oscuras, dirigido por Enrique Bellande, de reciente estreno, y el libro Diario de la filmoteca, de su autoría, ponen en valor una tarea que ya lleva muchos años y reparan posibles olvidos sobre su trayectoria.
Su sostenida y coherente pasión cinéfila, cuenta, empezó a los tres años cuando en un placard de su casa descubrió un aparatazo al que bastante después pudo ponerle nombre, digamos, técnico: proyector. Era propiedad de su papá, un contador con “una avidez cultural inagotable”, según su hijo. “No era un Cine Graf; se vendía como regalo infantil en Casa América y pasaba películas de verdad. Entre los tres y los nueve años ese fue mi juguete y cada vez pedía más películas. Debo haber sido un niño insoportable”, reconoce. De esa etapa nunca olvidó tres cintas: una de Abbott y Costello, incompleta, y dos dibujos animados, El Gato Félix contra el León y La ardilla traviesa, de Disney. Ver cine era el programa completo de cada día. Mas allá de la obligación escolar, la otra actividad era poner a funcionar el proyector y mirar, entender, registrar. Aquel chiquito de intereses tan particulares devino en un adulto en permanente estado de cine y con una fascinación muy especial por el cine mudo. “Cuanto más atrás en el tiempo voy, más feliz me siento. No me importa el país de origen, antes que otra cosa valoro la pureza de las imágenes “, revela.
En el excelente documental de Bellande aclara en más de una ocasión que la parte esencial de su trabajo tiene que ver con la divulgación. Por eso rechaza que sea un fetichista y tampoco le cae bien el mote de coleccionista porque a los recolectores de películas que conoció no se destacaban por su generosidad. “Me paso la vida viendo películas en soledad y diciendo ‘¡cómo me gustaría que la viera la gente!’ Disfruto mucho exhibirlas en salas con público”.
…Y acción
La cámara de Bellande lo sorprende peregrinando a productoras que terminan su actividad y liquidan sus activos fílmicos, o hurgando en containers repletos de latas con celuloide que Peña jamás calificará como inservibles. Los brutales cambios de paradigmas tecnológicos sepultaron una manera de hacer y ver cine y eso obligó a las distribuidoras a desprenderse de miles de rollos que la prepotencia digital mandó al tacho de los objetos inútiles. Una enorme cantidad se los llevó Peña a su casa (museo-archivo-filmoteca-sala de proyección con 20 localidades), donde luego de inspeccionarlos y calificarlos los protege todo el año con una temperatura estable de entre 18 y 20 grados. En esa casa, tomada por la incurable fiebre cinéfila, que hace tiempo le compró a quien fuera su compañero de tareas Octavio Fabiano, también vive. Se levanta a la madrugada y afila su nariz para comprobar si alguna lata desprende olor a vinagre. Cuando husmea ese aroma quiere decir que algún fílmico está pidiendo auxilio a los gritos.
Pero no solo es un avezado introductor de manos en las latas. Con frecuencia invirtió sumas de dinero importantes para quedarse con joyitas o con lotes enteros. Es un hombre que no le saca el cuerpo a su actividad, eminentemente solitaria. En la película se lo ve en acción, como cadete, transportista, técnico de alguno de sus 15 proyectores, proyectorista de varios de ellos, montajista y, como si eso fuera poco, aparece filmado en el Malba, recibiendo espectadores y cortando las entradas.
Un librazo
El objeto libro, el impreso negro sobre blanco, sigue siendo una aventura 100% analógica, como fue el cine desde que los hermanos Lumière lo inventaron hasta no hace tanto. Diario de la filmoteca es un libro pródigo en informaciones. Cada uno de sus 365 capítulos, uno por cada día del año, aporta sorpresas, descubre secretos y abre puertas de un modo muy generoso. Habla de proezas de filmación, hazañas de directores, épicas de actores, y abunda en la oscura casuística de la censura; revela curiosidades muy desconocidas y otorga entidad a centenares de películas perdidas y reencontradas. No debe ser para nada casual que el mismo director del documental se haya ocupado de la edición del libro, que lanzó la editorial Blatt y Ríos. Consultado para esta crónica, Bellande dijo: “Los dos trabajos son mi modo de agradecerle a Peña por todo lo que me devolvió en las funciones de las que fui habitué: nada más merecido que su trabajo se conozca un poco más”. Un libro no es una película, pero este, particularmente, incluye una apreciable travesía visual. Cada texto lleva una fotografía que suma y sus estampas, muy bien escritas, pueden leerse en desorden, como hice yo y como recomienda Peña a sus lectores. No hay que ser un nerd del cine para entrar y salir con encanto de cada narración. Entre sus numerosos hallazgos hay uno que denota erudición y sutil atención a la actualidad. En octubre 8, página 327, capítulo “Emprendedores”, informa que la productora MBC, responsable de importantes películas estrenadas durante la dictadura de los ‘70, era propiedad de Franco y Antonio Macri, padres respectivamente del ex Presidente Mauricio y de Jorge, actual candidato a jefe de gobierno. La sigla, explica, corresponde a los socios Macri, Bertolucci y Compañía. En la razón social figuraban además apellidos como Vivo, Blanco Villegas y Scuderi.
Espíritu crítico
Peña no necesita bajar línea para dejar en claro cuál es el lugar de la vida que eligió. Desarrolla una militancia de estirpe cinéfila: una de sus luchas permanentes es reclamar al Estado que, por fin, le otorgue entidad a una Cinemateca como la que tantos países tienen. Detalla, no sin fastidio: “Hay una ley, de 1994, en la que trabajó mucho Pino Solanas. Se sancionó en 1999; luego hubo que esperar 11 años para que se reglamentara, cosa que hizo en 2010 la Presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Pero sigue detenida, en principio por una interna muy difícil de explicar entre el Instituto de Cinematografía y el Ministerio de Cultura. Una parte de la responsabilidad la tiene la política, pero también hay responsabilidad de la comunidad audiovisual. La gente del cine debería ser la principal interesada para que esto se mueva. Se organizan rápidamente si de pedir plata para producir se trata, pero difícilmente se junten para reclamar financiamiento para preservar lo que se hizo. Lo que tenemos puede perderse”. Apunta que esa tarea la cumple, aunque con dificultades, el Museo del Cine, desde 2008 a cargo de la experta Paula Félix Didier. Pero en ese bonito espacio de La Boca el presupuesto solo da para la liquidación de sueldos. Cuestiona a un Estado de reacciones entre nulas o lentas. Un momento conmovedor del documental es cuando se muestra el cierre, durante el macrismo, de Cinecolor, el último laboratorio de revelado de fílmico que quedaba. Razona: “Se podría haber expropiado, comprado, alquilado, algo. Ahora los laboratorios más cercanos están en México o en Portugal”. Peña no duda que cuando él ya no esté en el mundo todo lo que alberga su palacio de tesoros cinematográficos ubicado en Villa Madero pasará a ser propiedad del Estado nacional.
En subtitulado
- “Las películas están para verlas con gente”.
- “Siempre me preguntan si las latas hablan: yo soy el que les hablo a ellas”.
- “El fílmico ya no tiene valor. Su único valor es la posibilidad de mostrarlo”.
- “Jamás vendería una película”.
- “Mis maestros fueron Homero Alsina Thevenet, Salvador Sammaritano, Fabio Manes (me puso en la pista del cine bizarro), Octavio Fabiano (me ayudó a entender los westerns Clase B)”.
* El documental La vida a oscuras se exhibe los sábados en el Malba. Fernando Martín Peña, que durante un buen tiempo durante la pandemia pasó cine en El Cohete a la Luna, realiza actualmente exhibiciones en el Malba, en Hasta Trilce y en la ENERC. Conduce, ahora con Roger Koza, el programa Filmoteca, en el poco amigable horario de sábados y domingos a la 1.30 de la madrugada por la TV Pública. Tiene también miles de seguidores en las redes. Al cierre de esta crónica tenía 26.700 en Twitter. El libro Diario de la Filmoteca se consigue en la librería de confianza.
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