Dos importantes guerras sacuden hoy al mundo: la que libran Rusia y Ucrania, sostenida por Estados Unidos y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), nada menos, y la que enfrenta a Hamas e Israel. Ambas contiendas han terminado de descalabrar la otrora gallarda globalización, que se caracterizó por la existencia de una amplia cantidad de países dispuestos a participar en el intercambio mercantil recíproco a escala mundial.
La incorporación de Rusia al Grupo de los 7 (G7) integrado por Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Italia, Japón y el Reino Unido, en 1988, marcó probablemente el punto más alto de desenvolvimiento de la economía globalizada. Esta entente –que pasaría a llamarse Grupo de los 8 (G8)– duró 26 años. En 2014, Moscú debió decidir entre mantenerse en el G8 o defender su hinterlad (influencia sobre un asentamiento o territorio). Eligió lo segundo: apoyó a las separatistas ciudades Donetsk y Lugansk, que en ese entonces pertenecían Ucrania pero eran predominantemente pro-rusas. Se inició entonces allí una guerra de secesión que culminó recién en 2020. Ambas ciudades son hoy Repúblicas Populares asociadas a Rusia. Y además, también en 2014, Moscú se apropió de la península de Crimea, que para ese entonces también era ucraniana.
Donald Trump, Presidente entre 2017 y 2021, decidió descolocar a su país de su posicionamiento prioritario en la globalización, que había sido –en cambio– un asunto crucial para sus antecesores. Inició su mandato con una fuerte consigna: “América First” (América Primero), que indicaba claramente que pondría los intereses norteamericanos por delante de una política internacional amplia y diversa como la preexistente. Retiró a su país de las negociaciones comerciales del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica; lo mismo hizo con el acuerdo sobre el programa nuclear de Irán llamado Plan de Acción Integral Conjunto; también con el Acuerdo de París sobre el cambio climático; y hasta tuvo un acercamiento con Kim Jong-un, Presidente dictatorial de Corea del Norte, entre otras decisiones.
Finalmente llegó Joseph Biden, que, a diferencia de su antecesor, podría decirse que apuntó todos sus cañones contra Rusia. Sin hesitar dedicó todo el año 2021 a acicatear a Moscú de diversas maneras. Trece días después de haber asumido su Presidencia, en enero, envió a dos cruceros norteamericanos a recorrer el Mar Negro, en cuyo entorno se encuentran sólo seis países. Uno de ellos, ¡oh casualidad!, es justamente Rusia. Fue solamente un primer paso que se produjo sin anticiparlo y, claro está, sin pedirle permiso ni a Moscú ni a nadie. Entre junio y julio se llevaron adelante las maniobras Sea Breeze en el antedicho mar, en las que participaron más de 30 naves de guerra, la mayoría norteamericanas, acompañadas por otros navíos de varios países de la OTAN e incluso de países que no la integraban, como Ucrania. En septiembre, la nave insignia de la Séptima Flota norteamericana, el crucero Porter, poseedor de armamento nuclear, volvió junto a un buque de abastecimiento a recorrer el Mar Negro. Como si lo anterior no hubiera sido suficiente, también por el norte –en el Mar Báltico– se realizaron unas maniobras aeronavales llamadas Occidente 2021, comandadas por Washington, en las narices de Kaliningrado. Y a comienzos del año siguiente se replicaron en las cercanías de San Petersburgo, nada menos.
Viene a colación también que Barack Obama, Presidente norteamericano entre 2009 y 2017 –dos mandatos sucesivos–, tuvo un comportamiento acorde al uso corriente de los demócratas de aquel entonces. Firmó un pacto nuclear con Irán con el propósito de evitar que éste alcanzara la posibilidad de producir una bomba atómica; procuró normalizar las relaciones con Cuba; mantuvo conversaciones con el entonces Presidente ruso Medvédev sobre el control de armas y la propagación del armamento nuclear de terceros países; sostuvo una guerra contra Al Qaeda, cuyo principal dirigente era Osama bin Laden, y contra Estado Islámico, entre otras múltiples acciones y actividades. Cabe mencionar, asimismo, que Obama obtuvo el Premio Nobel de la Paz en 2009, es decir al comienzo de su primer año presidencial. Curiosamente, durante sus dos períodos de gobierno no hubo un solo día sin guerra.
Es llamativa la diferencia de comportamientos políticos de estos tres últimos Presidentes norteamericanos. Y es notoria la diferencia que va de Obama a Biden, ambos pertenecientes al Partido Demócrata. Obama era más abarcador, sabía buscar el acuerdo político local o internacional pero también cómo ir al conflicto o a la guerra y llevarla adelante de ser necesario y/o conveniente, a su entender. Biden se ha comportado, en cambio, como un belicoso casi empedernido: desde sus días iniciales como Presidente a la fecha no ha hecho más que empujar la guerra en detrimento de Rusia. En tanto que el republicano Trump ha ejercitado más bien un America First que lo colocó fuera del foco de lo bélico para subsumirse, exclusivamente, en una contienda meramente comercial con China. Con Rusia, en cambio, se mantuvo neutral.
Tal vez pueda decirse que la sucesión de este terceto ha marcado un déficit de rumbo de la gran potencia del norte, en un mundo que ha ido virando de manera persistente.
Hace un tiempo ya que Rusia viene imponiéndose en la guerra contra Ucrania. En rigor, si los Estados Unidos y una parte importante de los países de Europa no hubieran apoyado sistemáticamente a Kiev en materia de formación de personal y de armamento, la contienda probablemente ya habría terminado. Muy recientemente se ha señalado –tanto en los medios como por parte de políticos ucranianos y de algunos otros de los países de Europa– que sería conveniente modificar la actual actitud defensiva de Ucrania y abrir la posibilidad de pasar a una ofensiva. En rigor, eso ya sucedió anteriormente, con poco éxito para Kiev, que tuvo que ceder el escaso terreno ganado a Rusia y retrotraer finalmente sus tropas hacia su territorio. No obstante esto, parece resurgir en Ucrania y en algunos países europeos la idea de volver a la ofensiva. Estados Unidos no acompaña, al menos por ahora, esa iniciativa. Habrá que esperar y ver.
Por su parte, la guerra entre Hamás e Israel continúa. Lamentablemente, la inicial actitud contraofensiva de las tropas israelíes contra las de Hamas ha perdido por completo su rumbo. Lo que comenzó como una contienda defensiva para Israel se ha convertido en una guerra que procura la destrucción de las fuerzas de Hamás, objetivo que está obteniendo. Pero también –y lamentablemente– ha alcanzado poco menos que la condición de guerra de exterminio contra el pueblo palestino, que está pagando a granel con su vida, las decisiones que han tomado y siguen tomando las más altas autoridades judías.
Marte debe estar regodeándose en las alturas.
--------------------------------
Para suscribirte con $ 1000/mes al Cohete hace click aquí
Para suscribirte con $ 2500/mes al Cohete hace click aquí
Para suscribirte con $ 5000/mes al Cohete hace click aquí