Las elites subdesarrollistas

Son tiempos de emociones fuertes en América Latina

 

El conflicto social, político, cultural, se ha extendido drásticamente por nuestra región. Fue la pobre y olvidada Haití la que inició un ciclo de luchas sociales al cual se sumaron Ecuador, Chile, Bolivia –no sólo las masas luchan, las elites también-, y que en el caso argentino se plasmó en el pacífico triunfo del Frente de Todos.

La globalización neoliberal ha sido impiadosa con América Latina. Le reserva a la región un lugar tan mezquino en la distribución de las riquezas mundiales, que su propuesta resulta insoportable para las mayorías que viven bajo las constantes restricciones y penurias que impone ese modelo político-económico-cultural. Sólo las minorías sociales logran imitar –y hasta superar a veces— los standards de vida de los países occidentales, y parecen estar sumamente satisfechas con los lugares subordinados y dependientes que sus países ocupan en el escenario global.

 

 

La elite boliviana no soporta el progreso

El golpe en Bolivia intenta destruir el esfuerzo más exitoso que se realizó jamás en ese país para poner en pie a su Estado, a su infraestructura, a sus capacidades productivas y extender al mismo tiempo condiciones de vida aceptables a la gran mayoría postergada de la población. Las impulsoras de ese verdadero crimen económico y social son las fracciones trogloditas de la élite boliviana, representadas por esa mezcla de lumpenización, corrupción y reaccionarismo evangélico que es el “Macho Camacho”. Fracciones que encontraron un claro freno a sus aspiraciones en los tiempos de Néstor Kirchner y Lula, y que vieron en Bolsonaro y Macri la vía libre regional para desplazar al gobierno popular de Evo Morales.

No hay que restarle méritos a los planificadores de golpes. La creatividad que despliegan, desde aquel golpe en 1953 a Mohammad Mosadegh —ese gobernante laico que nacionalizó el petróleo iraní—, hasta el golpe en Bolivia, no cesa de enriquecerse con nuevos recursos de manipulación social y combinaciones de actores, situaciones y discursos. En este caso, bastó desplegar grupos de tareas civiles, intensamente motivados tanto por razones ideológicas como pecuniarias, que se dedicaron a asaltar viviendas de funcionarios a los cuales se secuestró y golpeó, destrozar locales partidarios, quemar oficinas públicas, para que con la abstención de intervenir de la policía –Bolivia, zona liberada— y el prudente y amigable consejo de las Fuerzas Armadas al Presidente de… renunciar, se concretara el bendito “cambio de régimen”, tan necesario, como diría el Presidente Trump, para que triunfe la democracia.

El golpe contó con la solidaridad financiera de amigos de Chile, Brasil y Estados Unidos, que apostaron a la restauración del atraso y la miseria en Bolivia, para reconducir la riqueza boliviana hacia los bolsillos de las multinacionales, a las que la elite boliviana cobrará una comisión por sus servicios. La grieta boliviana, por supuesto, no puede reducirse a intereses materiales. Pero no cabe duda que la solidaridad golpista desplegada por toda la derecha latinoamericana no puede entenderse fuera de la comprensión compartida de estar todos en el mismo juego: ser los “Presidentes Encargados” de administrar las semi-colonias de la globalización.

 

 

La alegría no es brasileña

La simpatía del gobierno de Jair Bolsonaro por el golpe fue indisimulable. En algún sentido fue una reparación ante el mal trago de tener que liberar a Lula, un enorme líder popular sin cuyo encarcelamiento él no podría estar realizando la entrega del patrimonio del Brasil “al mundo”.

Lula parece haber salido recargado de la prisión. A sus años, y luego de sufrir el burdo confinamiento por parte de la Justicia brasileña, ha sacado las conclusiones pertinentes. El Poder Judicial brasileño fue funcional a dañar la democracia y el desarrollo del Brasil, afectando especialmente a grandes empresas que ese país supo construir. Pero la prioridad de la elite brasileña pareció ser: cualquier opción política antes que una modesta mejora distributiva. Ahora descubrimos también que había otra prioridad subyacente: cualquier impresentable antes que un gobierno que no acepta enajenar el patrimonio nacional.

En un cálido mensaje al Grupo de Puebla, Lula señaló: “Es importante que tengamos coraje para enfrentarlos, porque la elite latinoamericana es muy conservadora y no acepta la idea de un pueblo pobre subido a la escalera de las conquistas sociales”. Brasil y Bolivia, tan distintos en tantas cosas, sometidos a una misma lógica por sus elites. Ambas comparten sus pasiones por la desigualdad social y el subdesarrollo.

Bolsonaro no se limita a dañar a su país. Se ocupa con obstinación de atacar al Mercosur, proponiendo medidas para debilitarlo o eliminarlo abiertamente, como la reducción del arancel externo común a la mitad, o acelerar la implementación del acuerdo –ruinoso— con la Unión Europea. Romper el Mercosur sería su aporte a la desintegración regional y al debilitamiento de la soberanía de todos nuestros países. No en vano parte de su gabinete apuesta a una “asociación estratégica con Estados Unidos”. Pobres los viejos desarrollistas brasileños que soñaron con un país potente e integrado. El subdesarrollismo gobierna al Brasil del siglo XXI.

 

 

Chile de pie

En Chile, país constituido en modelo de toda la derecha latinoamericana, ha hecho irrupción un proceso social novedosísimo, en el cual sin una conducción precisa, un sinnúmeros de actores sociales –con un notable componente juvenil y femenino— expresan un rechazo contundente no sólo al modelo neoliberal legado por el pinochetismo, y continuado con prolijidad por un bipartidismo bien controlado, sino también a las propias prácticas represivas que lo caracterizaron, y que fueron eficaces hasta el presente.

Es tan potente y representativo el movimiento que está forzando a continuos retrocesos discursivos y comunicacionales del gobierno del multimillonario Piñera frente a los “alienígenas” –como los llamara su señora esposa— que protestan. El proceso de concentración de la riqueza y el ingreso fue fenomenal desde el golpe de 1973, y consolidó un modelo de dominación social estable que hizo las delicias de las potencias dominantes, que hasta premiaron a Chile con su ingreso al grupo de países “desarrollados” de la OCDE.

La inmisericorde elite chilena tendió a reprimir el conflicto, luego a disolverlo con cuatro monedas, y ahora a reconducirlo a través de una reforma constitucional amañada. Pero el proceso social que allí se ha puesto en marcha es de una significación que excede el horizonte intelectual de una eeelite para la cual el subdesarrollo prolijo es el summum de sus aspiraciones.

 

 

Administraciones neo-coloniales

Probablemente el caso boliviano sea el más grotesco, en cuanto a la colaboración entre reducidos intereses sectoriales internos y los intereses corporativos y políticos de los centros de dominación global. Pero dista de ser el único.

Sin demasiada dificultad se puede percibir la convergencia de los formatos institucionales convenientes para las elites locales con aquellos recomendados por las potencias dueñas de la globalización. Democracias formales, vacías de contenido popular, con sistemas bipartidistas en los que no se discuta el modelo concentrado, medios de comunicación en manos del gran empresariado, economía extranjerizada y desregulada y subordinación ideológica y cultural a los requerimientos de los países centrales.

Las elites locales parecen haber asumido las tareas de una administración colonial: destrucción del potencial económico local, debilitamiento de la estructura productiva, tecnológica y financiera, desaliento y desmoralización de la población local y promoción de la colonización intelectual y el adoctrinamiento colectivo en la lógica de la cultura corporativa.

El caso chileno ha sido el más acabado ejemplo de construcción de un modelo bipartidista que en lo sustancial preserva el dominio de pocas familias y aún menos grupos económicos sobre las palancas fundamentales de la economía y de los flujos y canales de captación masiva de renta.

La fallida experiencia macrista argentina presenta todos esos elementos de lógica semicolonial, y sólo así se explica el daño programado en todos los terrenos. Fue capaz de conducir a un país con un extraordinario potencial a una situación de fragilidad extrema. Una ocupación extranjera no lo podría haber hecho mejor.

 

 

Si es privado, es bueno

La lógica neoliberal ha penetrado en las más diversas capas de la sociedad latinoamericana. Sin embargo, cuando se observa el estado de subdesarrollo de la región y el triste papel que desempeñan los liderazgos empresariales, no se entiende el prestigio de lo privado. O se puede entender, en el contexto de la deserción en la disputa ideológica de los grandes partidos populares y del control hegemónico de los medios por fuertes intereses privados.

Casi todos los países de América Latina presentan una situación desesperante en materia de medios: hay casi unanimidad ideológica de un neoliberalismo conservador pro-norteamericano, que exhibe sin pudor su control monopólico sobre la información y sobre la comunicación social. Gobiernos progresistas –y que no pretendían construir ningún socialismo de siglo XXI— como Lula, o Correa o Cristina, se vieron sometidos a brutales campañas de desprestigio y desinformación por los medios derechistas. La región es sin duda alguna el imperio indisputado de las fake news y de la desinformación orientada.

En casi toda América Latina existe una situación de fuerte censura, si se la entiende como la privación de información relevante a la población, a partir de una definida intencionalidad político-ideológica.

Pero con un matiz particular: no es realizada por el Estado, como se enseñaba en los vetustos manuales de educación democrática de la Guerra Fría, sino por poderosos medios privados concentrados. Hoy los medios de Bolivia, a toda máquina, intentan mostrar la indemostrable riqueza de Evo Morales, sus millones de euros en el Banco del Vaticano, su estilo de vida fastuoso. No importa que no sea cierto. Ya con otra fake news –el hijo que nunca tuvo— le hicieron perder el plebiscito. En Chile, las manifestaciones de los jóvenes secundarios no tenían prácticamente reflejo en la prensa del régimen.

En la Argentina,  si los principales medios se hubieran limitado meramente a informar sobre la realidad institucional —la misión que en otras épocas tenía el periodismo—, el gobierno de Mauricio Macri no se hubiera sostenido en el poder. Ejercieron y ejercen la censura que, como es privada, estaría bien.

En el caso del golpe en Bolivia también lo privado es hermoso. Parece que los grupos de ataque organizados que protagonizaron el envión más violento del golpe, si son privados, no constituyen acciones ilegales con estilo fascista. Ya no serían acciones típicas del terrorismo de Estado, ya que están financiadas por el sector privado, sino espontáneas reacciones de la ciudadanía frente al autoritarismo de Evo. Si las bibliotecas las quema la ciudadanía republicana, bien quemadas están. Los métodos nazis, si son privados y blancos, son democracia.

 

 

Bolivia y Chile

Los sucesos de Chile y Bolivia nos conmueven profundamente. Son situaciones sociales extremas, que encierran fuerte sufrimiento y que nos muestran dos rumbos completamente diferentes. En Chile un terremoto que conmueve los cimientos de un asentado régimen de dominación, y en Bolivia la desestabilización orquestada de un proceso que estaba sacando al país de la postración secular.

Pero la significación global es muy diferente. Chile es el símbolo, es el norte, es el santo y seña de toda la derecha regional, y es su punto de convergencia ideológica con Estados Unidos y la Unión Europea. Es el modelo de Macri, pero también de Espert y de Gómez Centurión. Es la quintaesencia de la dictadura hecha virtud cívica: grandes negocios para las elites locales, silencio y resignación social y prestigio internacional basado en el alineamiento orgánico con las potencias occidentales.

Claro que el ejemplo boliviano se estaba volviendo peligroso, en la medida que destruía la biblia del racismo y la colonialidad que existe en toda nuestra región. El mejor gobierno de la historia del país lo protagonizaban los indios y los izquierdistas. Y funcionaba, y Bolivia crecía, y mostraba mejores datos macroeconómicos y sociales que los países administrados por las elites educadas con la literatura ficcional de la globalización.

La derecha regional queda vacía de propuestas positivas: su modelo político exitoso se va desmoronando al calor de una marea popular que encierra en sí misma el rechazo contundente y la incertidumbre de la novedad política. Le queda sólo el cuco propagandístico de “no ser Venezuela”, lugar al que ninguna fuerza progresista propone llegar.

En tanto, empieza a proliferar el modelo de los “Presidentes Encargados”: a falta de mayor talento político de las elites regionales, el Departamento de Estado designará los respectivos administradores semicoloniales. Siempre habrá ciudadanos disponibles para tan prestigioso rol.

 

 

Lecciones para argentines

También aquí tenemos nuestra propia elite, con sus pocas y malas ideas. Su mezquindad y su falta de compromiso con la Nación. Sus negocios de corta mira. Con sus medios de distorsión de la comunicación social. La que acaba de impulsar, apoyar y  protagonizar el catastrófico gobierno de Mauricio Macri.

El gobierno que asumirá el 10 de diciembre será portador de una lógica productiva y social ajena al modelo semicolonial que proponen las potencias atlánticas para la región, y seguramente estará sometido a todas las políticas de desgaste, desprestigio y desestabilización que con tanta maestría se vienen utilizando en toda la región.

Además de gobernar bien, el gobierno encabezado por Alberto Fernández no deberá ser ingenuo. En esta Latinoamérica no siempre triunfa el bien. Es más: hacer un buen gobierno, un gobierno para todes, puede ser peligroso para sus protagonistas.

Por eso, al triunfo popular habrá que defenderlo, con mucha inteligencia y con mucha firmeza, de las fuerzas del fracaso y de la mezquindad.

 

 

 

 

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